Eduardo Levy Yeyati: "Ninguna reforma pendiente será posible si no encontramos un espacio en común donde negociar nuestras disidencias"
Azul, Buenos Aires
Eduardo Levy Yeyati opina que no es improbable que la Argentina de 2030 siga como hoy, con crecimiento modesto o nulo, mala distribución y baja movilidad social, debatiendo el subdesarrollo y la falta de dólares. Aun así, el hombre que hoy es decano de la Escuela de Gobierno de la Universidad Torcuato Di Tella (UTDT) no pierde el optimismo y dice que hay un país posible de crecimiento e integración, donde el horizonte se alargue y los incentivos sean estudiar e invertir en la economía real, y donde se vean los frutos de las reformas que deberían iniciarse en 2020. De todos modos, advierte: "Ninguna reforma pendiente será posible si no encontramos un espacio en común donde negociar nuestras disidencias".
-¿Cuáles son para usted las reformas estructurales imprescindibles para encaminar la economía y el país?
-Si partimos de una crisis asociada a nuestra fragilidad financiera, la secuencia necesariamente comienza en el corto plazo. Para generar espacio para el crecimiento, necesitamos garantizar la solvencia fiscal, es decir, mejorar el acceso al financiamiento para no seguir recurriendo al ajuste. No basta con refinanciar la deuda con el FMI, algo que el Fondo ya da por descontado; hay que reducir el costo financiero para poder renovar deuda en el exterior. A su vez, para que nos presten, es necesario mostrar un recorrido de sostenibilidad fiscal a futuro, y dado que más de la mitad del gasto fiscal está ligado a un déficit previsional creciente, una de las primeras reformas a definir es la previsional. Acá valen dos aclaraciones: primero, la reforma ya se pautó en la ley de Reparación Histórica de 2016; segundo, la Argentina es de los países donde mayor es la relación entre transferencias a los adultos mayores y a los niños y jóvenes. La reforma, más que una coyuntura fiscal, tiene que debatir una transferencia intergeneracional que hoy va en el sentido contrario al de la mayoría de los países desarrollados.
-Pero la previsional es solo una reforma e imagino que deben ser necesarias algunas más.
-Exacto. Es sólo una de las 4 reformas esenciales del debate sobre nuestro "contrato social". Está pendiente una reforma tributaria que grabe más el patrimonio y menos el trabajo y la producción. Y una reforma laboral que se adapte a los cambios en el mundo del trabajo, que garantice la formación profesional y extienda sus beneficios al trabajador antes que a los puestos de trabajo. Y una reforma del Estado que jerarquice la carrera del funcionario profesional con concursos y formaciones. Ninguna es nueva, todas fueron propuestas y postergadas muchas veces en pos de la política.
-En relación con este último punto ¿Cree posible que alguna vez como sociedad estaremos dispuestos a hacer un esfuerzo en el corto plazo en pos de un futuro mejor?
-El futuro es un concepto abstracto, fácil de explicar pero difícil de vender. Tomemos el caso de la educación. Si miramos, por ejemplo, el milagro israelí, vemos que el crecimiento se explica menos por productividad y capital físico y más por aumento del capital humano, por la inmigración rusa de los 90, y por la integración social y laboral de los árabes y los religiosos en los 2000. Todo eso es educación, cuyos frutos reducen el gasto fiscal y suma fuerza laboral productiva, es decir, resuelve el problema fiscal y el de crecimiento a la vez, además de mejorar el bienestar social.
Eduardo Levy Yeyati
-¿Por qué entonces los docentes ganan tan poco en relación a la enorme externalidad que generan? ¿Por qué no hay manifestaciones pidiendo que lo que se podría ahorrar con la reforma previsional se destine en parte al gasto en educación?
-Parte de la respuesta es que quien paga la educación no percibe directamente sus beneficios. Por eso es importante explicar estas externalidades: hay que mostrar que si bien lo que hace una persona no genera un futuro mejor, si lo hacen muchas, nos cambia la vida. Por eso el discurso meritocrático es tan nocivo para el desarrollo: porque, contra toda la evidencia, niega la externalidad, ningunea la solidaridad del esfuerzo, achica el ángulo visual. Para convocar el esfuerzo colectivo hay que mostrar el cuadro completo, en el espacio y en el tiempo.
-Lo consulto sobre otra clave para el futuro económico del país: ¿cómo se podrá combatir eficazmente la inflación?
-Nuestra inflación es hoy fundamentalmente de costos: el productor o el vendedor ajusta precios pensando en cuánto le va a salir reponer la mercadería, prefiere no vender a perder en la rotación. Y al hacerlo incorpora expectativas de inflación (que reproducen la inflación pasada, más un margen, para cubrirse se nuevas aceleraciones) y de depreciación, mirando el dólar futuro. Todo esto quiere decir que la política monetaria tradicional pierde efectividad: salvo por su efecto en el tipo de cambio, una suba de la tasa de interés puede incluso generar inflación, porque eleva el costo financiero y porque sube por arbitraje el dólar futuro que usa el vendedor para cubrir costos dolarizados.
-Dado ese panorama que usted describe, ¿qué se puede hacer, entonces?
-En este contexto, el único camino es una política de coordinación directa con formadores de precios y sindicatos, las viejas políticas de precios y salarios que fracasaron en Latinoamérica en los 80 por la presencia de un déficit fiscal crónico, pero que tuvieron éxito en países con menos déficit, como Israel, Australia y Dinamarca. Es lo que muchos venimos sugiriendo desde hace una década, y lo que debió haber hecho este gobierno a principios de 2016. Ahora es más difícil, pero es el único camino.
-Otro tema recurrente en este país es el dólar ¿Los argentinos podrán dejar de pensar en dólares de acá a diez años y seguir el ejemplo de países como Israel, por poner solo un caso?
-Hay que distinguir entre la dolarización de ahorros y la de precios.En la Argentina, ahorramos en dólares por razones obvias: la inflación es volátil, el valor real de la moneda es errático, y el dólar sube cuando los ingresos bajan, lo que lo hace un seguro natural. Pero, mientras en Israel y otros países inflacionarios de los 70 y 80 la dolarización financiera fue combatida con políticas de estabilización y con opciones como las unidades indexadas, en la Argentina en los 90 se la promovió como política de Estado, en los 2000 se destruyó el único instrumento alternativo en pesos, el CER, mediante la manipulación de la inflación, y en 2016 se pusieron a competir tres unidades indexadas, el CER, la UVA y la UVI, con el resultado de que ninguna de las tres terminó de consolidarse.
Lo que se suele plantear como un problema cultural tiene raíces económicas. Si logramos contener la inflación sin atrasar el tipo de cambio, algo inédito en la historia argentina moderna, la unidad indexada y luego el peso deberían recuperar terreno.
-¿Qué modelo económico considera el más viable para la Argentina 2030?
-Esa pregunta presume que uno entra a una modelería, con estantes que exhiben diferentes modelos y talles de "modelos", y elige el que mejor le viene en función del peso, la edad y la ocasión. En la práctica, hay varias opciones para cada uno de los problemas del desarrollo, pero sobre todo es necesario un trabajo de customización al contexto local. Por ejemplo, la flotación es efectiva si el sistema financiero no está dolarizado, el impulso fiscal sirve cuando el país cuenta con financiamiento externo, la promoción de actividades es útil cuando está orientada a ganar competitividad, etc. Todo lo importante en las políticas públicas está debajo del título: la adaptación y calibración y el timing son críticas.
-¿Qué sectores ve con más potencial para el país futuro que se imagina?
-Los sectores con mayor potencial son aquellos que tienen capacidad de ser exportadores o de competir sin protección con los importados. Dejando de lado el campo, que es el sector más moderno y competitivo del país, y la energía, que tiene mucho para crecer, pero aún responde a un esquema subsidiado, me vienen a la mente actividades y pequeñas producciones asociadas al turismo, algunos productos agroindustriales que podrían imitar el recorrido de agregación de valor del vino (el "modelo Malbec").
-¿Qué modelo económico considera el más viable para la Argentina 2030?
-Esa pregunta presume que uno entra a una modelería, con estantes que exhiben diferentes modelos y talles de "modelos", y elige el que mejor le viene en función del peso, la edad y la ocasión. En la práctica, hay varias opciones para cada uno de los problemas del desarrollo, pero sobre todo es necesario un trabajo de customización al contexto local. Por ejemplo, la flotación es efectiva si el sistema financiero no está dolarizado, el impulso fiscal sirve cuando el país cuenta con financiamiento externo, la promoción de actividades es útil cuando está orientada a ganar competitividad, etc. Todo lo importante en las políticas públicas está debajo del título: la adaptación y calibración y el timing son críticas.
-¿Qué sectores ve con más potencial para el país futuro que se imagina?
-Los sectores con mayor potencial son aquellos que tienen capacidad de ser exportadores o de competir sin protección con los importados. Dejando de lado el campo, que es el sector más moderno y competitivo del país, y la energía, que tiene mucho para crecer, pero aún responde a un esquema subsidiado, me vienen a la mente actividades y pequeñas producciones asociadas al turismo, algunos productos agroindustriales que podrían imitar el recorrido de agregación de valor del vino (el "modelo Malbec").
-Esos, más o menos, son imaginables, pero ¿hay algún sector que no ni siquiera está en el radar y que puede despegar en una década?
-Sí, hay algunos sectores de la economía del conocimiento que aún no han dado todo su potencial (recordemos que las exportaciones de este sector están relativamente estables en los últimos años). Y luego están los sectores incipientes o que aún no existen: hay un gran stock de conocimiento científico de gran calidad, en ciencias de la vida, física, informática, a la espera de la vinculación tecnológica que lo vuelva productivo, y hay algunos pocos ejemplos exitosos de fondos y aceleradoras privadas que prueban que es posible. Y la Argentina tiene ventajas en salud y educación que hoy no aprovecha. Ningún país grande se salva con un sector, pero por suerte la lista de candidatos es larga.
-¿Cuántas chances tiene el país de subirse a la industria 4.0?
-En el futuro, las chances de subirnos a esa ola son altas. La industria argentina es heterogénea y sufre de cierto enanismo en el sentido de que hay muchas empresas pequeñas de baja productividad y escasean las empresas medianas y las grandes, pero hay una base de empresas modernas de alta productividad que podrían integrarse a una plataforma 4.0, siempre que la logística y la conectividad lo permitan.
¿Cómo imagina a esa industria 4.0 argentina en 2030?
-Si es difícil predecir el futuro en economías desarrolladas estables, más lo es en países con crisis quinquenales que distorsionan los precios relativos y los incentivos de inversión. Con esta salvedad, a futuro imagino una profundización de la heterogeneidad de nuestra industria, con un sector moderno que crece con incorporación de tecnología y poca generación de empleo, y otro de baja productividad, intensivo en trabajo, protegido o implícitamente subsidiado por el fisco por su rol de amortiguador laboral. La Argentina tiene un déficit de creación de empleo que ninguna política de desarrollo productivo puede soslayar.
-Lo llevo al terreno laboral ¿cómo se podrá atacar el desempleo en un mundo en el que más de la mitad de los trabajos que hoy se conocen dejarán de existir?
-Acá hay que hacer algunas salvedades. Primero, no son las ocupaciones las que dejarán de existir, sino algunas tareas que las componen: todos seremos parcialmente automatizados, pero en muchos casos seguiremos al mando. Segundo, se crearán nuevas ocupaciones, y el efecto neto sobre las demanda de horas de trabajo está por verse. Lo que sí representa un desafío es el desplazamiento de la demanda laboral: algunas habilidades se demandarán menos y otras más, y las habilidades no son inmediatamente transferibles: el trabajador que pierde su empleo en una actividad no necesariamente tiene lo que hace falta para conseguir uno nuevo en otra actividad. El peligro es enfrentar bolsones de desempleo y probreza, aun cuando haya empresas que no logren satisfacer su demanda de trabajo.
-Claro, por eso el gran desafío será cómo resolver la problemática de aquellas personas mayores que no puedan ser reubicados o no logren adaptarse. ¿Qué sugiere usted al respecto?
-La respuesta a este problema no es sencilla, ya que no es fácil reconvertir a trabajadores adultos con una larga experiencia intransferible en una actividad en declinación. Por eso, lo mejor es combinar: por un lado, la formación profesional para recapacitarlos; por el otro, políticas que incorporen la creación de empleo como un objetivo, por ejemplo, la promoción de empresas con capacidad en crecimiento; o subsidios transitorios a los nuevos empleos o a la mudanza de trabajadores, en vez de subsidiar los viejos empleos.
En el CEPE, el centro que dirijo en la Universidad Torcuato Di Tella, hicimos el año pasado un meta análisis de todas estas políticas para distinguir cuáles sirven y cuales no, y elaboramos una suerte de manual de uso. Ninguna de ellas es la panacea contra el desplazamiento laboral; por eso hay que probarlas todas, y hay que calibralas bien.En el análisis que hicimos en el CEPE nos basamos en experiencias prácticas recientes en todo el mundo.
-Siempre se habla en la Argentina de un acuerdo general, al estilo Pacto de La Moncloa, que nunca termina de concretarse. ¿Lo ve posible en un horizonte de 10 años?
- El pacto de la Moncloa no fue la firma de un plan económico, sino el tratado de paz de una sociedad polarizada por la guerra civil y la tiranía de Franco. Nunca nos vamos a poner de acuerdo en las políticas, entre otras cosas porque el político precisa distinguirse para competir. Pero sí creo que es esencial ese tratado, una suerte de reconocimiento de que el desarrollo es un ejercicio de cooperación, y de que ninguna de las reformas pendientes, ni la coordinación de expectativas imprescindible para estabilizar, invertir, innovar, crecer, serán posibles si no encontramos un espacio en común donde negociar nuestras disidencias.
Eduardo Levy Yeyati opina que no es improbable que la Argentina de 2030 siga como hoy, con crecimiento modesto o nulo, mala distribución y baja movilidad social, debatiendo el subdesarrollo y la falta de dólares. Aun así, el hombre que hoy es decano de la Escuela de Gobierno de la Universidad Torcuato Di Tella (UTDT) no pierde el optimismo y dice que hay un país posible de crecimiento e integración, donde el horizonte se alargue y los incentivos sean estudiar e invertir en la economía real, y donde se vean los frutos de las reformas que deberían iniciarse en 2020. De todos modos, advierte: "Ninguna reforma pendiente será posible si no encontramos un espacio en común donde negociar nuestras disidencias".
-¿Cuáles son para usted las reformas estructurales imprescindibles para encaminar la economía hacia la próxima década?
-Si partimos de una crisis asociada a nuestra fragilidad financiera, la secuencia necesariamente comienza en el corto plazo. Para generar espacio para el crecimiento, necesitamos garantizar la solvencia fiscal, es decir, mejorar el acceso al financiamiento para no seguir recurriendo al ajuste. No basta con refinanciar la deuda con el FMI, algo que el Fondo ya da por descontado; hay que reducir el costo financiero para poder renovar deuda en el exterior. A su vez, para que nos presten, es necesario mostrar un recorrido de sostenibilidad fiscal a futuro, y, dado que casi la mitad del gasto fiscal está ligado a un régimen previsional con déficit creciente, una de las primeras reformas por definir es la previsional. Acá valen dos aclaraciones: primero, la reforma ya se pautó en la ley de reparación histórica de 2016; segundo, la Argentina es de los países donde mayor es la relación entre transferencias a los adultos mayores y a los niños y jóvenes. La reforma, más que una coyuntura fiscal, tiene que debatir una transferencia intergeneracional que hoy va en el sentido contrario al de la mayoría de los países desarrollados.
-¿Qué otras reformas son necesarias, además de la previsional?
-Esa es solo una de las cuatro reformas esenciales del debate sobre nuestro "contrato social". Está pendiente una reforma tributaria que grave más el patrimonio y menos el trabajo y la producción. Y una reforma laboral que se adapte a los cambios en el mundo del trabajo, que garantice la formación profesional y extienda sus beneficios al trabajador antes que a los puestos de trabajo. Y una reforma del Estado que jerarquice la carrera del funcionario profesional con concursos y formaciones. Ninguna es nueva, todas fueron propuestas y postergadas muchas veces en pos de la política.
-En relación con este último punto, ¿cree posible que alguna vez como sociedad la Argentina estará dispuesta a hacer un esfuerzo en el corto plazo en pos de un futuro mejor?
-El futuro es un concepto abstracto, fácil de explicar, pero difícil de "vender". Tomemos el caso de la educación. Si miramos, por ejemplo, el milagro israelí, vemos que el crecimiento se explica menos por productividad y capital físico y más por aumento del capital humano, por la inmigración rusa de los noventa, y por la integración social y laboral de los árabes y los religiosos en los 2000. Todo eso es educación, cuyos frutos reducen el gasto fiscal y que suma fuerza laboral productiva, es decir, resuelve el problema fiscal y el de crecimiento a la vez, además de mejorar el bienestar social.
-¿Por qué entonces los docentes ganan tan poco en relación con la enorme externalidad que generan? ¿Por qué no hay manifestaciones pidiendo que lo que se podría ahorrar con la reforma previsional se destine en parte al gasto en educación?
-Parte de la respuesta es que quien paga la educación no percibe directamente sus beneficios. Por eso es importante explicar estas externalidades: hay que mostrar que, si bien lo que hace una persona no genera un futuro mejor, si lo hacen muchas, nos cambia la vida. Por eso, el discurso meritocrático es tan nocivo para el desarrollo: porque, contra toda la evidencia, niega la externalidad, ningunea la solidaridad del esfuerzo, achica el ángulo visual. Para convocar el esfuerzo colectivo, hay que mostrar el cuadro completo, en el espacio y en el tiempo.
-Otra variable clave es la inflación. ¿Cómo se la podrá combatir eficazmente?
-Nuestra inflación es hoy fundamentalmente de costos: el productor o el vendedor ajusta precios pensando en cuánto le va a salir reponer la mercadería, prefiere no vender a perder en la rotación. Y, al hacerlo, incorpora expectativas de inflación (que reproducen la inflación pasada, más un margen, para cubrirse de nuevas aceleraciones) y de depreciación, mirando el dólar futuro. Todo esto quiere decir que la política monetaria tradicional pierde efectividad: salvo por su efecto en el tipo de cambio, una suba de la tasa de interés puede incluso generar inflación, porque eleva el costo financiero y porque sube por arbitraje el dólar futuro que usa el vendedor para cubrir costos dolarizados.
-Dado ese panorama, ¿qué se puede hacer?
-En este contexto, el único camino es una política de coordinación directa con formadores de precios y sindicatos, las viejas políticas de precios y salarios que fracasaron en América Latina en los ochenta por la presencia de un déficit fiscal crónico, pero que tuvieron éxito en países con menos déficit, como Israel, Australia y Dinamarca. Es lo que muchos venimos sugiriendo desde hace una década, y lo que debió haber hecho este gobierno a principios de 2016. Ahora es más difícil, pero es el único camino.
-Otro tema recurrente en este país es el dólar. ¿Los argentinos podrán dejar de pensar en dólares de acá a diez años?
-Hay que distinguir entre la dolarización de ahorros y la de precios.En la Argentina, ahorramos en dólares por razones obvias: la inflación es volátil, el valor real de la moneda es errático y el dólar sube cuando los ingresos bajan, lo que lo hace un seguro natural. Pero, mientras en Israel y otros países inflacionarios de los setenta y ochenta la dolarización financiera fue combatida con políticas de estabilización y con opciones como las unidades indexadas, en la Argentina en los noventa se la promovió como política de Estado, en los 2000 se destruyó el único instrumento alternativo en pesos, el CER, mediante la manipulación de la inflación, y en 2016 se pusieron a competir tres unidades indexadas (el CER, la UVA y la UVI) y ninguna terminó de consolidarse. Lo que suele plantearse como un problema cultural tiene raíces económicas. Si logramos contener la inflación sin atrasar el tipo de cambio, la unidad indexada y luego el peso deberían recuperar terreno.
-¿Qué modelo económico considera el más viable para la Argentina de 2030?
-Esa pregunta presume que uno entra a una modelería, con estantes que exhiben diferentes modelos y talles de "modelos", y elige el que mejor le viene en función del peso, la edad y la ocasión. En la práctica, hay varias opciones para cada uno de los problemas del desarrollo, pero sobre todo es necesario un trabajo de customización al contexto local. Por ejemplo, la flotación es efectiva si el sistema financiero no está dolarizado, el impulso fiscal sirve cuando el país cuenta con financiamiento externo y la promoción de actividades es útil cuando está orientada a ganar competitividad. En políticas públicas, la adaptación, la calibración y el timing son críticos.
-¿Qué sectores ve con más potencial para el país del futuro?
-Los sectores con mayor potencial son aquellos que tienen capacidad de ser exportadores o de competir sin protección con los importados. Dejando de lado el campo, que es el sector más moderno y competitivo del país, y la energía, que tiene mucho para crecer, pero aún responde a un esquema subsidiado, me vienen a la mente actividades y pequeñas producciones asociadas al turismo, algunos productos agroindustriales que podrían imitar el recorrido de agregación de valor del vino.
-Esos son imaginables, pero ¿hay algún sector que ni siquiera está en el radar y que puede despegar en una década?
-Sí, hay algunos sectores de la economía del conocimiento que aún no han dado todo su potencial (las exportaciones de este sector están relativamente estables en los últimos años). Y luego están los sectores incipientes o que aún no existen: hay un gran stock de conocimiento científico de gran calidad, en ciencias de la vida, física e informática, a la espera de la vinculación tecnológica que lo vuelva productivo. Y hay algunos pocos ejemplos exitosos de fondos y aceleradoras privadas que prueban que es posible. La Argentina tiene ventajas en salud y educación que hoy no aprovecha. Ningún país grande se salva con un sector; por suerte acá la lista es larga.
-¿Cuántas chances tiene el país de subirse a la industria 4.0?
-En el futuro, las chances de subirnos a esa ola son altas. La industria argentina es heterogénea y sufre de cierto enanismo en el sentido de que hay muchas empresas pequeñas de baja productividad y escasean las empresas medianas y las grandes, pero hay una base de empresas modernas de alta productividad que podrían integrarse a una plataforma 4.0, siempre que la logística y la conectividad lo permitan.
¿Cómo imagina a esa industria 4.0 en la Argentina de 2030?
-Si es difícil predecir el futuro en economías desarrolladas estables, más lo es en países con crisis quinquenales que distorsionan los precios relativos y los incentivos de inversión. Con esta salvedad, a futuro imagino una profundización de la heterogeneidad de nuestra industria, con un sector moderno que crece con incorporación de tecnología y poca generación de empleo, y otro de baja productividad, intensivo en trabajo, protegido o implícitamente subsidiado por el fisco por su rol de amortiguador laboral. La Argentina tiene un déficit de creación de empleo que ninguna política de desarrollo productivo puede soslayar.
-Lo llevo al terreno laboral. ¿Cómo se podrá atacar el desempleo en un mundo en el que más de la mitad de los trabajos que hoy se conocen desaparecerán?
-Acá hay que hacer algunas salvedades. Primero, no son las ocupaciones las que dejarán de existir, sino algunas tareas que las componen: todos seremos parcialmente automatizados, pero en muchos casos seguiremos al mando. Segundo, se crearán nuevas ocupaciones, y el efecto neto sobre la demanda de horas de trabajo está por verse. Lo que sí representa un desafío es el desplazamiento de la demanda laboral: algunas habilidades se demandarán menos y otras más, y las habilidades no son inmediatamente transferibles, es decir, el trabajador que pierde su empleo en una actividad no necesariamente tiene lo que hace falta para conseguir uno nuevo en otra actividad. El peligro es enfrentar bolsones de desempleo y pobreza, aun cuando haya empresas que no logren satisfacer su demanda de trabajo.
-Por eso, el gran desafío será cómo resolver la problemática de aquellas personas mayores que no puedan ser reubicadas. ¿Qué sugiere usted?
-La respuesta a este problema no es sencilla, ya que no es fácil reconvertir a trabajadores adultos con una larga experiencia intransferible en una actividad en declinación. Por eso, lo mejor es combinar: por un lado, la formación profesional para recapacitarlos; por el otro, políticas que incorporen la creación de empleo como un objetivo, por ejemplo, la promoción de empresas con capacidad en crecimiento; o subsidios transitorios a los nuevos empleos o a la mudanza de trabajadores en vez de subsidiar los viejos empleos.En el CEPE, el centro que dirijo en la Universidad Torcuato Di Tella, hicimos el año pasado un metaanálisis de todas estas políticas para distinguir cuáles sirven y cuáles no, y elaboramos una suerte de manual de uso. Ninguna de ellas es la panacea contra el desplazamiento laboral; por eso hay que probarlas todas, y hay que calibrarlas bien.En el análisis que hicimos en el CEPE, nos basamos en experiencias prácticas recientes en todo el mundo.
-Siempre se habla en la Argentina de un acuerdo general, al estilo Pacto de la Moncloa, pero nunca se concreta. ¿Lo ve posible en la próxima década?
- El Pacto de la Moncloa no fue la firma de un plan económico, sino el tratado de paz de una sociedad polarizada por la guerra civil y la tiranía de Franco. Nunca nos vamos a poner de acuerdo en las políticas, entre otras cosas porque el político precisa distinguirse para competir. Pero sí creo que es esencial ese tratado, una suerte de reconocimiento de que el desarrollo es un ejercicio de cooperación y de que ninguna de las reformas pendientes, ni la coordinación de expectativas imprescindible para estabilizar, invertir, innovar y crecer, serán posibles si no encontramos un espacio en común donde negociar nuestras disidencias.
-¿Cómo imagina la economía argentina en 2030?
-El problema de la prospectiva es que suele ser una extensión del presente porque, por definición, cuesta imaginar lo disruptivo. Así, diría que no es improbable que la Argentina de 2030 siga como hoy, con crecimiento modesto o nulo, mala distribución y baja movilidad social, debatiendo las causas del subdesarrollo y la falta de dólares. Pero, como ya dije, pienso que el país está para mucho más y que las sociedades aprenden. Creo que están dadas las condiciones para discutir cambios profundos de manera constructiva y que la sociedad entienda esto mejor que muchos políticos que se han quedado a la zaga de su tiempo. Hay una Argentina posible de crecimiento e integración, donde el horizonte se alargue y los incentivos sean a estudiar e invertir en la economía real, donde se vean los frutos de las reformas que deberían iniciarse en 2020. Un país con crecimiento previsible y pausado que no deje a nadie afuera. No es un destino, sino un camino, un ejercicio de negociación y reforma permanente.
-Siempre se habla en la Argentina de un acuerdo general, al estilo Pacto de La Moncloa, que nunca termina de concretarse. ¿Lo ve posible en un horizonte de 10 años?
- El pacto de la Moncloa no fue la firma de un plan económico, sino el tratado de paz de una sociedad polarizada por la guerra civil y la tiranía de Franco. Nunca nos vamos a poner de acuerdo en las políticas, entre otras cosas porque el político precisa distinguirse para competir. Pero sí creo que es esencial ese tratado, una suerte de reconocimiento de que el desarrollo es un ejercicio de cooperación, y de que ninguna de las reformas pendientes, ni la coordinación de expectativas imprescindible para estabilizar, invertir, innovar, crecer, serán posibles si no encontramos un espacio en común donde negociar nuestras disidencias.
Eduardo Levy Yeyati opina que no es improbable que la Argentina de 2030 siga como hoy, con crecimiento modesto o nulo, mala distribución y baja movilidad social, debatiendo el subdesarrollo y la falta de dólares. Aun así, el hombre que hoy es decano de la Escuela de Gobierno de la Universidad Torcuato Di Tella (UTDT) no pierde el optimismo y dice que hay un país posible de crecimiento e integración, donde el horizonte se alargue y los incentivos sean estudiar e invertir en la economía real, y donde se vean los frutos de las reformas que deberían iniciarse en 2020. De todos modos, advierte: "Ninguna reforma pendiente será posible si no encontramos un espacio en común donde negociar nuestras disidencias".
-¿Cuáles son para usted las reformas estructurales imprescindibles para encaminar la economía hacia la próxima década?
-Si partimos de una crisis asociada a nuestra fragilidad financiera, la secuencia necesariamente comienza en el corto plazo. Para generar espacio para el crecimiento, necesitamos garantizar la solvencia fiscal, es decir, mejorar el acceso al financiamiento para no seguir recurriendo al ajuste. No basta con refinanciar la deuda con el FMI, algo que el Fondo ya da por descontado; hay que reducir el costo financiero para poder renovar deuda en el exterior. A su vez, para que nos presten, es necesario mostrar un recorrido de sostenibilidad fiscal a futuro, y, dado que casi la mitad del gasto fiscal está ligado a un régimen previsional con déficit creciente, una de las primeras reformas por definir es la previsional. Acá valen dos aclaraciones: primero, la reforma ya se pautó en la ley de reparación histórica de 2016; segundo, la Argentina es de los países donde mayor es la relación entre transferencias a los adultos mayores y a los niños y jóvenes. La reforma, más que una coyuntura fiscal, tiene que debatir una transferencia intergeneracional que hoy va en el sentido contrario al de la mayoría de los países desarrollados.
-¿Qué otras reformas son necesarias, además de la previsional?
-Esa es solo una de las cuatro reformas esenciales del debate sobre nuestro "contrato social". Está pendiente una reforma tributaria que grave más el patrimonio y menos el trabajo y la producción. Y una reforma laboral que se adapte a los cambios en el mundo del trabajo, que garantice la formación profesional y extienda sus beneficios al trabajador antes que a los puestos de trabajo. Y una reforma del Estado que jerarquice la carrera del funcionario profesional con concursos y formaciones. Ninguna es nueva, todas fueron propuestas y postergadas muchas veces en pos de la política.
-En relación con este último punto, ¿cree posible que alguna vez como sociedad la Argentina estará dispuesta a hacer un esfuerzo en el corto plazo en pos de un futuro mejor?
-El futuro es un concepto abstracto, fácil de explicar, pero difícil de "vender". Tomemos el caso de la educación. Si miramos, por ejemplo, el milagro israelí, vemos que el crecimiento se explica menos por productividad y capital físico y más por aumento del capital humano, por la inmigración rusa de los noventa, y por la integración social y laboral de los árabes y los religiosos en los 2000. Todo eso es educación, cuyos frutos reducen el gasto fiscal y que suma fuerza laboral productiva, es decir, resuelve el problema fiscal y el de crecimiento a la vez, además de mejorar el bienestar social.
-¿Por qué entonces los docentes ganan tan poco en relación con la enorme externalidad que generan? ¿Por qué no hay manifestaciones pidiendo que lo que se podría ahorrar con la reforma previsional se destine en parte al gasto en educación?
-Parte de la respuesta es que quien paga la educación no percibe directamente sus beneficios. Por eso es importante explicar estas externalidades: hay que mostrar que, si bien lo que hace una persona no genera un futuro mejor, si lo hacen muchas, nos cambia la vida. Por eso, el discurso meritocrático es tan nocivo para el desarrollo: porque, contra toda la evidencia, niega la externalidad, ningunea la solidaridad del esfuerzo, achica el ángulo visual. Para convocar el esfuerzo colectivo, hay que mostrar el cuadro completo, en el espacio y en el tiempo.
-Otra variable clave es la inflación. ¿Cómo se la podrá combatir eficazmente?
-Nuestra inflación es hoy fundamentalmente de costos: el productor o el vendedor ajusta precios pensando en cuánto le va a salir reponer la mercadería, prefiere no vender a perder en la rotación. Y, al hacerlo, incorpora expectativas de inflación (que reproducen la inflación pasada, más un margen, para cubrirse de nuevas aceleraciones) y de depreciación, mirando el dólar futuro. Todo esto quiere decir que la política monetaria tradicional pierde efectividad: salvo por su efecto en el tipo de cambio, una suba de la tasa de interés puede incluso generar inflación, porque eleva el costo financiero y porque sube por arbitraje el dólar futuro que usa el vendedor para cubrir costos dolarizados.
-Dado ese panorama, ¿qué se puede hacer?
-En este contexto, el único camino es una política de coordinación directa con formadores de precios y sindicatos, las viejas políticas de precios y salarios que fracasaron en América Latina en los ochenta por la presencia de un déficit fiscal crónico, pero que tuvieron éxito en países con menos déficit, como Israel, Australia y Dinamarca. Es lo que muchos venimos sugiriendo desde hace una década, y lo que debió haber hecho este gobierno a principios de 2016. Ahora es más difícil, pero es el único camino.
-Otro tema recurrente en este país es el dólar. ¿Los argentinos podrán dejar de pensar en dólares de acá a diez años?
-Hay que distinguir entre la dolarización de ahorros y la de precios.En la Argentina, ahorramos en dólares por razones obvias: la inflación es volátil, el valor real de la moneda es errático y el dólar sube cuando los ingresos bajan, lo que lo hace un seguro natural. Pero, mientras en Israel y otros países inflacionarios de los setenta y ochenta la dolarización financiera fue combatida con políticas de estabilización y con opciones como las unidades indexadas, en la Argentina en los noventa se la promovió como política de Estado, en los 2000 se destruyó el único instrumento alternativo en pesos, el CER, mediante la manipulación de la inflación, y en 2016 se pusieron a competir tres unidades indexadas (el CER, la UVA y la UVI) y ninguna terminó de consolidarse. Lo que suele plantearse como un problema cultural tiene raíces económicas. Si logramos contener la inflación sin atrasar el tipo de cambio, la unidad indexada y luego el peso deberían recuperar terreno.
-¿Qué modelo económico considera el más viable para la Argentina de 2030?
-Esa pregunta presume que uno entra a una modelería, con estantes que exhiben diferentes modelos y talles de "modelos", y elige el que mejor le viene en función del peso, la edad y la ocasión. En la práctica, hay varias opciones para cada uno de los problemas del desarrollo, pero sobre todo es necesario un trabajo de customización al contexto local. Por ejemplo, la flotación es efectiva si el sistema financiero no está dolarizado, el impulso fiscal sirve cuando el país cuenta con financiamiento externo y la promoción de actividades es útil cuando está orientada a ganar competitividad. En políticas públicas, la adaptación, la calibración y el timing son críticos.
-¿Qué sectores ve con más potencial para el país del futuro?
-Los sectores con mayor potencial son aquellos que tienen capacidad de ser exportadores o de competir sin protección con los importados. Dejando de lado el campo, que es el sector más moderno y competitivo del país, y la energía, que tiene mucho para crecer, pero aún responde a un esquema subsidiado, me vienen a la mente actividades y pequeñas producciones asociadas al turismo, algunos productos agroindustriales que podrían imitar el recorrido de agregación de valor del vino.
-Esos son imaginables, pero ¿hay algún sector que ni siquiera está en el radar y que puede despegar en una década?
-Sí, hay algunos sectores de la economía del conocimiento que aún no han dado todo su potencial (las exportaciones de este sector están relativamente estables en los últimos años). Y luego están los sectores incipientes o que aún no existen: hay un gran stock de conocimiento científico de gran calidad, en ciencias de la vida, física e informática, a la espera de la vinculación tecnológica que lo vuelva productivo. Y hay algunos pocos ejemplos exitosos de fondos y aceleradoras privadas que prueban que es posible. La Argentina tiene ventajas en salud y educación que hoy no aprovecha. Ningún país grande se salva con un sector; por suerte acá la lista es larga.
-¿Cuántas chances tiene el país de subirse a la industria 4.0?
-En el futuro, las chances de subirnos a esa ola son altas. La industria argentina es heterogénea y sufre de cierto enanismo en el sentido de que hay muchas empresas pequeñas de baja productividad y escasean las empresas medianas y las grandes, pero hay una base de empresas modernas de alta productividad que podrían integrarse a una plataforma 4.0, siempre que la logística y la conectividad lo permitan.
¿Cómo imagina a esa industria 4.0 en la Argentina de 2030?
-Si es difícil predecir el futuro en economías desarrolladas estables, más lo es en países con crisis quinquenales que distorsionan los precios relativos y los incentivos de inversión. Con esta salvedad, a futuro imagino una profundización de la heterogeneidad de nuestra industria, con un sector moderno que crece con incorporación de tecnología y poca generación de empleo, y otro de baja productividad, intensivo en trabajo, protegido o implícitamente subsidiado por el fisco por su rol de amortiguador laboral. La Argentina tiene un déficit de creación de empleo que ninguna política de desarrollo productivo puede soslayar.
-Lo llevo al terreno laboral. ¿Cómo se podrá atacar el desempleo en un mundo en el que más de la mitad de los trabajos que hoy se conocen desaparecerán?
-Acá hay que hacer algunas salvedades. Primero, no son las ocupaciones las que dejarán de existir, sino algunas tareas que las componen: todos seremos parcialmente automatizados, pero en muchos casos seguiremos al mando. Segundo, se crearán nuevas ocupaciones, y el efecto neto sobre la demanda de horas de trabajo está por verse. Lo que sí representa un desafío es el desplazamiento de la demanda laboral: algunas habilidades se demandarán menos y otras más, y las habilidades no son inmediatamente transferibles, es decir, el trabajador que pierde su empleo en una actividad no necesariamente tiene lo que hace falta para conseguir uno nuevo en otra actividad. El peligro es enfrentar bolsones de desempleo y pobreza, aun cuando haya empresas que no logren satisfacer su demanda de trabajo.
-Por eso, el gran desafío será cómo resolver la problemática de aquellas personas mayores que no puedan ser reubicadas. ¿Qué sugiere usted?
-La respuesta a este problema no es sencilla, ya que no es fácil reconvertir a trabajadores adultos con una larga experiencia intransferible en una actividad en declinación. Por eso, lo mejor es combinar: por un lado, la formación profesional para recapacitarlos; por el otro, políticas que incorporen la creación de empleo como un objetivo, por ejemplo, la promoción de empresas con capacidad en crecimiento; o subsidios transitorios a los nuevos empleos o a la mudanza de trabajadores en vez de subsidiar los viejos empleos.En el CEPE, el centro que dirijo en la Universidad Torcuato Di Tella, hicimos el año pasado un metaanálisis de todas estas políticas para distinguir cuáles sirven y cuáles no, y elaboramos una suerte de manual de uso. Ninguna de ellas es la panacea contra el desplazamiento laboral; por eso hay que probarlas todas, y hay que calibrarlas bien.En el análisis que hicimos en el CEPE, nos basamos en experiencias prácticas recientes en todo el mundo.
-Siempre se habla en la Argentina de un acuerdo general, al estilo Pacto de la Moncloa, pero nunca se concreta. ¿Lo ve posible en la próxima década?
- El Pacto de la Moncloa no fue la firma de un plan económico, sino el tratado de paz de una sociedad polarizada por la guerra civil y la tiranía de Franco. Nunca nos vamos a poner de acuerdo en las políticas, entre otras cosas porque el político precisa distinguirse para competir. Pero sí creo que es esencial ese tratado, una suerte de reconocimiento de que el desarrollo es un ejercicio de cooperación y de que ninguna de las reformas pendientes, ni la coordinación de expectativas imprescindible para estabilizar, invertir, innovar y crecer, serán posibles si no encontramos un espacio en común donde negociar nuestras disidencias.
-¿Cómo imagina la economía argentina en 2030?
-El problema de la prospectiva es que suele ser una extensión del presente porque, por definición, cuesta imaginar lo disruptivo. Así, diría que no es improbable que la Argentina de 2030 siga como hoy, con crecimiento modesto o nulo, mala distribución y baja movilidad social, debatiendo las causas del subdesarrollo y la falta de dólares. Pero, como ya dije, pienso que el país está para mucho más y que las sociedades aprenden. Creo que están dadas las condiciones para discutir cambios profundos de manera constructiva y que la sociedad entienda esto mejor que muchos políticos que se han quedado a la zaga de su tiempo. Hay una Argentina posible de crecimiento e integración, donde el horizonte se alargue y los incentivos sean a estudiar e invertir en la economía real, donde se vean los frutos de las reformas que deberían iniciarse en 2020. Un país con crecimiento previsible y pausado que no deje a nadie afuera. No es un destino, sino un camino, un ejercicio de negociación y reforma permanente.
* Es decano de la Escuela de Gobierno de la Universidad Torcuato Di Tella (UTDT). Es ingeniero civil por la Universidad de Buenos Aires y doctor en Economía por la Universidad de Pensilvania
Tres propuestas
Innovación. Crear una agencia nacional de innovación que supla la vinculación tecnológica hoy ausente
Formación profesional. Instalar un instituto de formación profesional para los trabajadores más expuestos a los cambios laborales
Nuevo régimen. Instrumentar un régimen del trabajador independiente, basado en el actual monotributo, pero más amplio
C. M.
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