Los degollados de Barranca Yaco: intrigas y complicidades en el asesinato de Juan Facundo Quiroga
Por Adrián Pignatelli
Retrato de Juan Facundo Quiroga, sin bigotes.
Hace 185 años moría asesinado, producto de intrigas y de odios, el caudillo Juan Facundo Quiroga en Barranca Yaco, que enfrentó a la muerte con la misma pasión y temeridad con la que había vivido.
Hace 80 años que la posta de Sinsacate, establecida en 1762 en el norte cordobés, es un museo. Ubicada a la vera del Camino Real, que llevaba al Alto Perú, disponía de un cuarto de adobe revocado para la comodidad de los viajeros y un corral con 50 caballos de recambio. Allí descansó José de San Martín, en su capilla rezó Manuel Belgrano que regresaba muy enfermo a Buenos Aires y hasta hizo un alto el general Juan Lavalle luego de la derrota de Quebracho Herrado, en noviembre de 1840.
Sin embargo, el lugar adquirió una sacralidad que permanece intacta, ya que fue donde se improvisó un velorio inesperado, el de Facundo Quiroga.
El Tigre de los Llanos
Su propio enemigo, Domingo Faustino Sarmiento fue el que echó a andar la leyenda del origen de su apodo. Dicen que en una oportunidad, Quiroga fue perseguido por un yaguareté (tigre verdadero en guaraní), debió treparse a un árbol, fue ayudado por unos paisanos y terminó matando al animal. De ahí el “Tigre de los llanos”.
Su leyenda había comenzado en el pueblito riojano donde había nacido, San Antonio, el 27 de noviembre de 1788. Se casó con Dolores Fernández Cabeza, con quien tuvo cinco hijos.
Su valor y liderazgo fueron sus armas principales para convertirse en el caudillo indiscutido de los riojanos. Combatió en las guerras de la independencia y haría fortuna explotando minas de plata y cobre en el noroeste.
Se involucró en las luchas intestinas que desangraron a nuestro país por tantos años. Pelearía en el bando federal y su valentía e inteligencia en el campo de batalla encontraría su talón de Aquiles en el general unitario José María Paz. Lo derrotaría en los combates de La Tablada primero, en 1829 y Oncativo al año siguiente.
Luego de sus derrotas, se recluyó en la ciudad de Buenos Aires, donde Juan Manuel de Rosas lo recibió con los brazos abiertos, aunque pronto comenzaron a discrepar: el riojano era partidario de tener una constitución y de llegar a una organización nacional lo antes posible, y Rosas, no. Sin embargo, nunca dejaron de tener una relación amistosa.
Participaría en la campaña al desierto de 1833. Para entonces, ya tenía demasiados enemigos. Los principales eran los hermanos Reinafé, amos y señores de Córdoba. El drama no demoraría en desencadenarse.
Se había afeitado el bigote y, aún con su pelo ruliento, parecía haberlo despojado de esa imagen de hombre bárbaro y salvaje que muchos se habían formado. Sufría de reuma y le dificutaba montar a caballo.
El principio del fin
En 1834, estalló un conflicto entre los gobernadores de Salta, Pablo Latorre y de Tucumán, Alejandro Heredia. Quiroga fue encomendado a viajar al norte para mediar en el conflicto y en diciembre de ese año partió. Rosas lo acompañó un trecho.
José Vicente Reinafé, gobernador de Córdoba y apuntado como uno de los instigadores de la muerte de Quiroga.
Cuando transitaba por Santiago del Estero se enteró que Latorre había sido asesinado, y que Heredia había quedado el dueño de la situación; ya no se necesitaba de su presencia por lo que emprendió el regreso. En esa provincia, descansando en la casa del gobernador Ibarra,éste le advirtió que en el camino atentarían contra su vida. “Quédese usted tranquilo, señor gobernador, no ha nacido todavía el hombre que se atreva a matar al general Quiroga”.
Quiroga era un blanco fácil, ya que no llevaba escolta militar. Lo acompañaba José Santos Ortiz, quien se había incorporado para asistirlo en la misión de mediación en el norte. Ortiz había sido el primer gobernador de su provincia, San Luis. También iban media docena de peones, dos correos y dos postillones. Uno de ellos se llamaba José Luis Basualdo, de 12 años, quien era el hijo del maestro de la posta de Ojo de Agua, la parada anterior a la de Sinsacate. Al muchacho lo hicieron subir a la galera tirada por seis caballos para que fuera aprendiendo el oficio.
Iban rápido. En otra posta le advirtieron que Santos Pérez, al mando de una partida lo emboscaría en Barranca Yaco. Hasta le ofrecieron caballos tanto a Quiroga como a Ortiz para que escapasen. Una idea que el riojano la rechazó de plano. “Con un grito mío, esa partida se pondrá a mis órdenes”, se jactó.
Barranca Yaco
El cielo anunciaba que se venían las lluvias ese lunes 16 de febrero de 1835. Cerca de las 11 de la mañana, a 9 km antes de llegar a la posta de Sinsacate, donde el camino hacía una curva en el espeso monte de espinillos y talas, una partida de 32 hombres al mando de Santos Pérez le cortó el paso a la galera de Quiroga.
- ¿Qué es lo que pasa? ¿Quién manda esta partida? -preguntóa viva voz, sacando la cabeza por la ventana. Serían sus últimas palabras.
Un certero disparo impactó en su ojo izquierdo. Otro le daría en el cuello.
Santos Pérez subió a la galera y atravesó con su espada a Ortiz.
Cuadro que recrea el asesinato de Quiroga en Barranca Yaco.
El resto de los hombres se dedicó a matar al resto de los acompañantes del riojano. Nadie debía quedar con vida. Todos los cuerpos fueron degollados, incluso el de Facundo.
Santos Pérez debió matar a uno de los suyos, cuando se negó a degollar al niño Basualdo. Un tal Márquez fue el que asesinaría al infortunado postillón, que a los gritos clamaba por su madre.
Luego, se repartieron el contenido del equipaje, llevándose hasta la ropa que traían puesta los muertos. A los caballos los soltaron y el carruaje, con impactos de bala, lo escondieron en el monte.
Lo que Santos Pérez no percibió que desde el monte los estaban observando. Dos correos, José Santos Funes y Agustín Marín, que acompañaban a Quiroga, cabalgaban un tanto retrasados. Al escuchar los disparos, se ocultaron y vieron todo. Ellos fueron los que avisaron a la posta de Sinsacate.
El juez de paz local, en esa tarde lluviosa, mandó buscar los cuerpos de Quiroga y de Santos Ortiz, y los depositaron en la iglesia. Al día siguiente, el cuerpo de Quiroga fue llevado a Córdoba, donde fue enterrado en la Catedral y el de su secretario a Mendoza, a pedido de su esposa. Se ignora qué fue lo que ocurrió con el resto de los cadáveres.
Los Reinafé
Todas las miradas apuntaron a los hermanos Reinafé -José Vicente, el gobernador de Córdoba; Francisco; José Antonio y Guillermo como los instigadores del crimen.
Días después, Santos Pérez le entregó a Reinafé dos pistolas y un poncho de vicuña, propiedad de Quiroga. El propio gobernador, simulando un brindis, había intentado envenenarlo con aguardiente mezclada con cianuro pero logró escapar. Al tiempo, acorralado, sin tener a dónde ir, se entregó.
Luego de que Pedro Nolasco Rodríguez fuera electo gobernador cordobés, la suerte de los intocables Reinafé había terminado. Salvo Francisco que logró escapar, fueron detenidos junto a la mayoría de los integrantes de la partida que habían actuado en Barranca Yaco.
El 27 de mayo de 1837 se conocieron las sentencias a muerte y el 25 de octubre fueron fusilados los Reinafé junto a Santos Pérez. Los cuerpos de éste último y de José Vicente fueron colgados en la puerta del Cabildo. También se pasó por las armas a la mayoría de los miembros de la partida y otros fueron condenados a prisión.
Muchas miradas se dirigieron a Rosas, al considerarlo el verdadero ideólogo de la muerte de Quiroga. “…muerte de mala muerte se lo llevó al riojano, y una de las puñaladas lo mentó a Juan Manuel”, escribió Jorge Luis Borges en su poema “El General Quiroga va en coche al muere”.
Sinsacate y después
La posta de Sinsacate continuó con su actividad, que decayó con la llegada del ferrocarril. Cuando fue abandonada, se transformó en un conventillo y en 1941 fue creado allí el Museo Posta de Sinsacate.
El visitante podrá contemplar una serie de cruces en el lugar del crimen. El primer monumento recién se erigió 137 después, en 1972 y fue modificado en algunas oportunidades.
Posta de Sinsacate, en la actualidad.
En los aniversarios de Barranca Yaco, en el lugar se organiza la “semana facundiana”, plena de recordaciones, homenajes y manifestaciones culturales, donde la figura central es el caudillo riojano.
Las cruces que recuerdan a los muertos, en Barranca Yaco.
Algunos memoriosos no solo cuentan con cautela que en algún aniversario, años atrás, vieron aparecer de la nada la galera de Quiroga, vacía, tirada por seis caballos, cruzando el camino y perdiéndose en el monte. No solo eso, sino que el viento que silba entre los espinillos suele traer los lamentos desesperados del postillón de 12 años, que aún pide por su madre.
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