domingo, 23 de febrero de 2020


Cristina presente, y que sufra el Presidente

Carlos M. Reymundo Roberts
Esta ha sido una semana Cristina céntrica, es decir, una semana en la que Cristina tiró los centros y además fue a cabecear. Es comprensible. Durante al menos 10 días todos los focos estuvieron puestos en Alberto, en el viaje de Alberto, en las cumbres de Alberto, en las ninguneadas de Alberto al revolucionario de café Kicillof. Cris había quedado muy opacada. El contraste era brutal: él, desfilando por alfombras rojas en el Vaticano, Berlín, París y Madrid, y ella, saltando pozos y baldosas flojas en las grises calles de La Habana. Para peor, al lado de gente que, si no lee Gramma, se pregunta quién es esa pelirroja altanera que gasta fortunas en make-up.
"Tengo que hacer algo potente, y tengo que hacerlo ya mismo", habrá pensado la señora. La oportunidad ideal fue la presentación de Cristinamente (perdón, de Sinceramente) en la Feria del Libro de la capital cubana, acontecimiento cultural de ribetes únicos y extraordinarios: allí no hay un solo ejemplar que no haya pasado antes por la censura. Incluido, claro, Sinceramente. Al censor que tuvo que tragarse las 600 páginas le dieron seis meses de licencia, paga extra y asistencia psicológica. Igual, me dicen que el tipo huyó a Miami.
Cris aprovechó el momento y la tribuna para hacer un análisis étnico y sociológico que no dejó de sorprender: dijo que "los descendientes de italianos son mafiosos por herencia genética". Aunque dedicada a Macri, la afirmación resulta a todas luces injusta y temeraria, algo llamativo en una mujer tan prudente. Puesta en boca de otra persona, diríamos que es un desborde del que deberían ocuparse los médicos. No me quiero imaginar los virulentos whatsapps que habrá recibido de Parrilli, Scioli, De Vido, Baratta, Bonafini, Milani, Maradona, Zaffaroni, Tinelli, Carlotto, Massa, Cafiero, Lavagna, Cerruti, Miceli, D'Elía, Donda, Brancatelli... Su expertise en mafias no la autoriza a decir semejante barbaridad. El papa Bergoglio debería llamarla a la reflexión. Un funcionario italiano la acusó de "racista" y dijo que sus palabras causaron "consternación". Imagínense si hubiese escuchado una cadena entera.
Cristina sostuvo también que el Fondo Monetario Internacional se apartó de sus propias normas al concederle el préstamo de 57.000 millones de dólares al gobierno de Macri. En este caso, déjenme salir en su defensa: había sacado el dato de una nota periodística o de un tuit, y no sabía que la disposición citada por ella fue modificada hace muchísimos años. A mí también me resulta más divertido leer tuits que andar revisando los estatutos del organismo. Pidió, además, que el Fondo hiciera una quita. Aun sin haber leído los estatutos, sabe que esa posibilidad no existe. Si el Fondo pone, no quita. Pero fue un favor a Alberto: hacerse el malo con los acreedores es la mejor forma de tapar el ajuste brutal que se está aplicando para poder pagarles a los acreedores. De paso, ese ropaje de antisistema le sirve para cubrir al mayor pagador de deuda externa que haya tenido el país en toda su historia: Kicillof.
A propósito de la deuda, el miércoles expuso en la Cámara de Diputados el ministro de Economía, Martín Guzmán. Fui uno de los invitados a los palcos para seguir de cerca la intervención. Escuché y anoté todo, consciente de que estaba siendo testigo de un momento de enorme relevancia. Y, de paso, me di el lujo de conocer personalmente a Guzmán. Sí, un lujo: pobre tipo, un cargo tan importante y como que no lo conoce nadie. Esa noche comí con un amigo economista, renombrado gurú de la City porteña, que se me rió en la cara: "¿Así que fuiste a escuchar al pasante? Lo digo en serio: yo a Guzmán en mi estudio no le doy más que un contrato de pasante. El único bueno del equipo era Daniel Marx y se fue". Estos gurúes son impiadosos.
Vuelvo a la exposición del ministro. Reconoció que solo habrá equilibrio fiscal cuando Alberto esté terminando su mandato, y criticó a Macri, al FMI, a los bonistas y a los que le reclaman un programa económico. Estos pasantes son impiadosos.
En Cuba, Cristina se sacó una foto con su hija, Florencia, que después la posteó en su nueva cuenta de Instagram. Se la ve muy recuperada. A Florencia. ¿Ya está lista para volver al país y declarar ante la Justicia, que la viene esperando pacientemente desde hace un año? Si fuera por ella, estaría pegando la vuelta. Se muere de ganas de declarar, de justificar su fortuna con una prueba irrefutable: es una guionista exitosa. Pero antes debe vencer la resistencia de los médicos cubanos. Nunca fue fácil salir de la isla de los Castro.
El otro tema que puso al cristinismo en primer plano, y en pie de guerra, fue el debate sobre si en el país hay o no presos políticos. Muchos creen ver ahí la prueba de que la peor de las grietas es la interna: Cristina vs. Alberto. No iría tan lejos. En realidad, son escaramuzas. Como dice Juan Germano, de Isonomía, los dos se siguen necesitando, y no le van a servir ese bocado del conflicto o de la ruptura a la oposición. No por ahora. Tampoco la polémica sobre los presos políticos tiene mucho sentido. Todo el mundo sabe cuál es la verdad. Todo el mundo sabe que en la Argentina no hay presos políticos.
Bueno, hay uno solo. Alberto.

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