Asalto en la Patagonia: el letal golpe al blindado del Banco de Chubut
En octubre de 1995, un grupo comando frenó la marcha del camión de caudales cerca de un paraje desolado; abrieron fuego para amedrentar a los portavalores y alzarse con los 400.000 dólares que llevaban, pero los policías que iban en el vehículo no se amilanaron: mataron a un delincuente e hirieron a los otros dos
En medio del desierto y a diez kilómetros del paraje Las Chapas, con el sol tajante que a pleno mediodía iluminaba los valles dorados de Chubut, tres delincuentes iban a toda velocidad en un Renault 21. Frenaron de repente en medio de la ruta provincial 25, en la estepa patagónica. La maniobra sorprendió a los dos choferes y a los dos policías -miembros de las fuerzas especiales- que viajaban en el blindado Mercedes-Benz con el que, con la calma esperada, acababan de dejar atrás el poblado de Dolavon, 80 kilómetros más al este.
Una hora antes, aquel 3 de octubre de 1995, el camión de caudales había partido desde Rawson en dirección a las localidades de la Cordillera de los Andes con 400.000 dólares para abastecer las sucursales del Banco de Chubut. Los policías llevaban sus armas reglamentarias y un FAL con 20 municiones. Les bastaron pocos segundos para advertir que los iban a atracar.
Del Renault 21 se apeó un criminal. Él también tenía un FAL y, parapetado detrás del auto, abrió fuego contra el parabrisas del blindado. El hampón que conducía el coche también bajó; llevaba peluca, bigotes falsos. El hombre del fusil hizo un segundo disparo.
Todos en el blindado se lanzaron al suelo y comenzaron a trazar su propia estrategia ante el ataque. Un sonido seco les hizo saber que otro tiro de FAL había hecho explotar un neumático del camión. Luego, los asaltantes reventaron de un escopetazo la antena del equipo de comunicaciones policiales. Gritos y disparos intimidatorios precedieron a una reacción que los criminales, que creían tener la ventaja táctica, seguramente no intuyeron.
El cabo 1º Sergio Aguerre, todavía cuerpo a tierra, tomó el FAL y colocó el pesado cargador; luego llevó hacia atrás la corredera y colocó sus dedos sobre el arco guardamonte. Retiró el seguro con un dedo y esperó el momento preciso. Agazapado, a través de una tronera del camión, disparó y le acertó en el tórax a Juan "Turco" Muracioli. El impacto fue letal: el asaltante moriría minutos después, al costado de la ruta.
Esa bala de calibre 7.62 puso fin a la carrera de este asaltante de 75 años, un trotamundos del hampa.
Cuando el Turco cayó y sus cómplices dejaron de disparar para intentar asistirlo, los conductores civiles del blindado pusieron en marcha el motor y aceleraron. Mientras, el cabo Bulacios pidió el fusil y comenzó a disparar a través de la tronera de la puerta trasera del camión. Ciego de rabia, pero con la precisión de un tirador entrenado, hirió a los otros dos criminales. Juan Ramón Pereyra recibió un tiro que le atravesó el hombro, y a Julián "Conejo" Molinari un proyectil de guerra le reventó la cadera y le salió por la ingle.
Prontuarios "pesados"
Los asaltantes no eran novatos osados ni hambrientos improvisados. De hecho, Muracioli fue un atracador serial cuyo golpe más importante fue, mientras vivía en Buenos Aires, el robo de 400 kilos de oro y muchísimo dinero en efectivo de la Dirección Nacional de Aduana en el Aeropuerto de Ezeiza. Caerían casi tres meses después, cuando usaron parte del botín: 38 millones de pesos, alrededor de un millón de dólares de la época.
Fue el 13 de enero de 1961. Entraron al aeropuerto cuando el reloj marcaba las 4.15 en una camioneta en la cual habían pintado el logo de la empresa Pan American Grace Airways (Panagra).
Cuando el Turco cayó y sus cómplices dejaron de disparar para intentar asistirlo, los conductores civiles del blindado pusieron en marcha el motor y aceleraron. Mientras, el cabo Bulacios pidió el fusil y comenzó a disparar a través de la tronera de la puerta trasera del camión. Ciego de rabia, pero con la precisión de un tirador entrenado, hirió a los otros dos criminales. Juan Ramón Pereyra recibió un tiro que le atravesó el hombro, y a Julián "Conejo" Molinari un proyectil de guerra le reventó la cadera y le salió por la ingle.
Prontuarios "pesados"
Los asaltantes no eran novatos osados ni hambrientos improvisados. De hecho, Muracioli fue un atracador serial cuyo golpe más importante fue, mientras vivía en Buenos Aires, el robo de 400 kilos de oro y muchísimo dinero en efectivo de la Dirección Nacional de Aduana en el Aeropuerto de Ezeiza. Caerían casi tres meses después, cuando usaron parte del botín: 38 millones de pesos, alrededor de un millón de dólares de la época.
Fue el 13 de enero de 1961. Entraron al aeropuerto cuando el reloj marcaba las 4.15 en una camioneta en la cual habían pintado el logo de la empresa Pan American Grace Airways (Panagra).
"Entraron y salieron del aeropuerto por el mismo camino: la autopista, pasando por delante del puesto policial sin ser detenidos por ningún motivo", publicó en aquellos días de la cobertura del golpe en Ezeiza.
Muracioli corrió, luego del robo, a comprarse en efectivo una casa en la que guardó el resto de su tajada. Dispersó el tesoro por toda la vivienda: levantó dos baldosas de la cocina y cavó un pozo de medio metro de profundidad por cuarenta centímetros de ancho. Allí escondió algo de oro.
También asaltó en 1967 el Banco Sureño de Ingeniero White, de donde se llevó, junto a sus cómplices, varios millones de pesos. Más de 30 años después de su gran golpe en Ezeiza, murió bajo el peso de la ley criminal: el plomo.
Molinari -que en 1995 era más joven que su mítico compañero- abrió con este hecho una carrera delictiva que pondría su nombre entre los rumores de todos los hampones del bajomundo patagónico. Tal como se confirmó entre 1977 y 2003 protagonizó más de 40 causas penales. Escapó de diferentes presidios, comisarías y alcaidías.
La más grave de sus carátulas es de 1977: lo acusaron de matar a un policía -el padre de su pareja- y recibió una condena de 19 años de prisión. Pero logró fugarse de la cárcel de Mar del Plata.
A pesar de su prontuario de ladrón clásico, con audaces atracos a bancos y blindados, también se dedicó al tráfico de drogas. Según los viejos códigos carcelarios, los asaltantes nunca venden "falopa". Pero a Molinari eso parecía no importarle. En septiembre de 2016, según registros del diario Jornada, de Chubut, cayó con 35 kilos de marihuana: tenía 66 años. Antes ya lo habían detenido con cocaína en la provincia de Santa Cruz.
Sobre los vínculos de Molinari con el narcotráfico, luego de su detención, el diario chubutense publicó: "En el operativo intervinieron efectivos del Cuerpo de Operaciones Especiales y Rescate (COER) de Río Negro, de la Policía de Patagones y de Bahía Blanca. La aprehensión de Molinari se produjo cerca de las seis de la mañana en el puesto fitosanitario ubicado a la vera de la ruta nacional 3, entre Pedro Luro y Pradere, unos 150 kilómetros al norte de Viedma en dirección a Bahía Blanca. En el marco de esta investigación, que llevaría varios meses, se realizaron allanamientos en Bahía Blanca, Necochea, Patagones y Viedma".
Sin embargo, esta detención por transportar marihuana reveló más información acerca del "ladrón más conocido de la Patagonia". Tras su captura, el diario Río Negro publicó: "Molinari se encuentra cumpliendo una condena de seis años de prisión con detención domiciliaria. La Justicia de Misiones lo condenó por el secuestro de más de 2000 kilos de marihuana". Pero su nombre quedaría señalado, sobre todo, por aquel tiroteo infernal en la Patagonia.
Fuga y condena
Aquella tarde de 1995, el cabo Bulacios dejó de disparar cuando Aguerre le tocó el hombro para que conservara municiones. Sin embargo, el grupo de asaltantes ya había comenzado su fuga.
En un punto no muy lejano, una mujer los esperaba con dos vehículos. Incendiaron el R21, abandonaron el cadáver de Muracioli y huyeron sin robar un solo dólar. Tres meses después, "perderían" por su indiscreción con el botín.
Los policías, en tanto, manejaron casi un kilómetro y se detuvieron. Aguerre se quedó allí, mientras los conductores cambiaban el neumático agujereado por el tiro de FAL y Bulacios se dirigía a un poblado cercano a pedir ayuda.
Un lugareño se acercó lentamente en una camioneta porque advirtió que algo raro pasaba. Pero el cabo, con la adrenalina todavía por las nubes tras el tiroteo, pensó que se trataba de un grupo de apoyo de los delincuentes y disparó con su pistola reglamentaria. El vecino huyó a toda velocidad. Varios minutos después, y de pura casualidad, llegaron dos policías que transitaban por la ruta y se quedaron junto a él.
El 30 de septiembre de 1996, los ladrones fueron condenados a siete años de prisión, y una mujer -pareja de Molinari-, a seis. Se sabría luego que la banda contó con el apoyo de otros dos cómplices, también condenados como encubridores o partícipes necesarios.
Tanto Aguerre como Bulacios fueron condecorados y ascendidos. Permanecieron también en el Grupo de Operaciones Especiales. En 2002, Bulacios asesinó en un tiroteo a un policía que delinquía durante su tiempo libre. Luego se retiró y se mudó a Catamarca. Sobre el atraco de 1995, recordó: "Estuvo bien planificado. Hay que rescatar que los policías están vivos; no hubo un mártir que no la pudiera contar".
Aguerre dijo a El Patagónico: "Ser policía es honorífico, hay que llevarlo adentro, prepararse y no descuidarse. No somos empleados, sino funcionarios policiales. Hay una diferencia. El empleado no tiene la capacidad de que dependan muchas cosas de él, y el funcionario sí. Para ello uno se debe preparar, saber usar el arma, mantener el cargador siempre lleno, el arma es nuestra herramienta. Lo importante no es el hombre, sino la misión".
El juez del caso, Raúl Martín, concluyó: "Lo inesperado ocurre, justamente, en el lugar inesperado. La sorpresa, el descuido y el miedo son las monedas con que los ladrones más atrevidos apuestan al logro delictivo".
El ataque
Entre Dolavon y Las Chapas
Un Renault 21 frenó delante del blindado; uno de los ladrones disparó con su FAL contra el parabrisas del camión y el otro, con un tiro de Itaka, acabó con el equipo de comunicaciones.
La respuesta
Disparos desde la tronera
Pasado el primer ataque, el cabo 1° Aguerre asomó la puntera de su FAL por la tronera y abrió fuego; el primer tiro dio en el pecho del legendario ladrón Juan Francisco "Turco" Muracioli.
La caída
La pista de los billetes
Dos de los asaltantes, malheridos, lograron escapar tras el golpe en Las Chapas, pero tres meses después fueron atrapados cuando uno de ellos usó parte del botín.
B. S.
Fuga y condena
Aquella tarde de 1995, el cabo Bulacios dejó de disparar cuando Aguerre le tocó el hombro para que conservara municiones. Sin embargo, el grupo de asaltantes ya había comenzado su fuga.
En un punto no muy lejano, una mujer los esperaba con dos vehículos. Incendiaron el R21, abandonaron el cadáver de Muracioli y huyeron sin robar un solo dólar. Tres meses después, "perderían" por su indiscreción con el botín.
Los policías, en tanto, manejaron casi un kilómetro y se detuvieron. Aguerre se quedó allí, mientras los conductores cambiaban el neumático agujereado por el tiro de FAL y Bulacios se dirigía a un poblado cercano a pedir ayuda.
Un lugareño se acercó lentamente en una camioneta porque advirtió que algo raro pasaba. Pero el cabo, con la adrenalina todavía por las nubes tras el tiroteo, pensó que se trataba de un grupo de apoyo de los delincuentes y disparó con su pistola reglamentaria. El vecino huyó a toda velocidad. Varios minutos después, y de pura casualidad, llegaron dos policías que transitaban por la ruta y se quedaron junto a él.
El 30 de septiembre de 1996, los ladrones fueron condenados a siete años de prisión, y una mujer -pareja de Molinari-, a seis. Se sabría luego que la banda contó con el apoyo de otros dos cómplices, también condenados como encubridores o partícipes necesarios.
Tanto Aguerre como Bulacios fueron condecorados y ascendidos. Permanecieron también en el Grupo de Operaciones Especiales. En 2002, Bulacios asesinó en un tiroteo a un policía que delinquía durante su tiempo libre. Luego se retiró y se mudó a Catamarca. Sobre el atraco de 1995, recordó: "Estuvo bien planificado. Hay que rescatar que los policías están vivos; no hubo un mártir que no la pudiera contar".
Aguerre dijo a El Patagónico: "Ser policía es honorífico, hay que llevarlo adentro, prepararse y no descuidarse. No somos empleados, sino funcionarios policiales. Hay una diferencia. El empleado no tiene la capacidad de que dependan muchas cosas de él, y el funcionario sí. Para ello uno se debe preparar, saber usar el arma, mantener el cargador siempre lleno, el arma es nuestra herramienta. Lo importante no es el hombre, sino la misión".
El juez del caso, Raúl Martín, concluyó: "Lo inesperado ocurre, justamente, en el lugar inesperado. La sorpresa, el descuido y el miedo son las monedas con que los ladrones más atrevidos apuestan al logro delictivo".
El ataque
Entre Dolavon y Las Chapas
Un Renault 21 frenó delante del blindado; uno de los ladrones disparó con su FAL contra el parabrisas del camión y el otro, con un tiro de Itaka, acabó con el equipo de comunicaciones.
La respuesta
Disparos desde la tronera
Pasado el primer ataque, el cabo 1° Aguerre asomó la puntera de su FAL por la tronera y abrió fuego; el primer tiro dio en el pecho del legendario ladrón Juan Francisco "Turco" Muracioli.
La caída
La pista de los billetes
Dos de los asaltantes, malheridos, lograron escapar tras el golpe en Las Chapas, pero tres meses después fueron atrapados cuando uno de ellos usó parte del botín.
B. S.
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