miércoles, 4 de marzo de 2020

LA VIDA BUENA,


Esos agujeros por donde la atención se pierde


Después de que legiones de chicos hayan sido diagnosticados y medicalizados implacablemente catalogados como víctimas
del Trastorno de Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH), convirtiéndose en un vasto mercado para la industria farmacéutica, resulta que este síndrome no es un privilegio infantil. Numerosos estudios dicen ahora que los adultos no están a salvo. Una de esas esas investigaciones, efectuada por el departamento de Psiquiatría de la Universidad de Syracuse, en Nueva York, señala que el 5% de la población adulta podría estar afectada. Las especulaciones sobre las causas y orígenes del TDAH ponen el énfasis en el determinismo genético y en soluciones farmacológicas. Pero acaso sea oportuno preguntarse por otros motivos. Los existenciales, culturales y conductuales.

¿Los chicos etiquetados con el síndrome son realmente víctimas de una patología o con su conducta están denunciando falta de atención afectiva y nutricia por parte de sus adultos cercanos y significativos? Antes de calmarlos con medicamentos no estaría demás explorar respuestas exhaustivas y sinceras (aunque resulten incómodas) a este interrogante. Y en cuanto a los adultos supuestamente afectados por el TDAH, ¿cuánto tienen que ver sus hábitos y su modo de vida con los síntomas? En un mundo en el que somos bombardeados por una cantidad de información que es imposible clasificar, categorizar, asimilar y metabolizar, en donde la incitación al consumo material y digital es abrumadora y las pantallas hipnotizan y secuestran la mirada y la mente, ¿cuánta es la atención restante y disponible para los temas esenciales de la vida?

El ensayista y crítico literario estadounidense Sven Birkerts, que dirige seminarios de escritura en la Universidad de Boston, estudia las relaciones entre lectura y cultura digital y explora respuestas a los interrogantes planteados aquí. En su ensayo titulado A otra cosa, Birkerts dice que la serena lectura de libros y la consecuente reflexión que la acompaña está siendo remplazada por la cultura del trailer, de lo instantáneo, que se basa en la hipervinculación de fragmentos. No hay paciencia ni atención para seguir una argumentación ni para pensar y relacionar, los significados globales e integrales se pierden y se esfuma la energía que conduce a explorar experiencias e ideas y llegar a conclusiones propias. Se busca la respuesta preenvasada antes que profundizar en la pregunta. Se acopia información sin comprensión de esta ni del contexto. Se corre detrás de la tecnología, muestra Birkerts, sin saber a dónde ni para qué. En la era del consumo sin digestión, elaboración ni comprensión de lo consumido, agrega el filósofo alemán Rudiger Safranski en su luminoso ensayo titulado simplemente Tiempo, hay una angustiante desesperación y voracidad por acumular más y más experiencias por unidad de tiempo. El resultado es obvio. Se sobrevuelan esas experiencias (que, en su superficialidad no llegan a ser tales) y se las olvida porque no alcanzan a echar raíces. Después de una noche ante el televisor solemos olvidar en un instante lo que hemos visto, escribe Safranski. Ni hablar de lo que ocurre después de las seis horas diarias que, como promedio, un adulto estándar dedica hoy a las pantallas de sus dispositivos.


Estas conductas modelan la mente. La hacen impaciente, debilitan su capacidad de comprensión, la apartan de las cuestiones existenciales que todo humano tiene ante sí (para qué vivimos, cuáles serán nuestras huellas, en quiénes y cómo hemos de perdurar, qué nos vincula a los otros y cómo, cuáles son nuestros dones y de qué manera los estamos ofreciendo a los demás). Y ya que la atención no es infinita, la dispersan e impiden su orientación significativa. Ni en chicos ni en adultos el principal problema de la atención parece ser médico. Hay respuestas que no vienen en pastillas.

S. S.

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