La dificultad de hallar el antónimo de "líder"
Miguel Espeche
Haga usted la prueba y pregúntese cuál es el antónimo de la palabra "líder". Luego pregunte lo mismo entre sus allegados, a ver qué pasa. Por si no lo recuerda, "antónimo" significa aquello que es el opuesto o inverso de algo, por lo que la pregunta apunta a encontrar el nombre de lo que está en las antípodas de lo que "líder" significa. Verá que no es tan fácil. No se trata de algo claro como bueno/malo o blanco/negro. Las respuestas serán raras, arduas de encontrar, complejas pero, sobre todo, peyorativas al respecto de lo que es ser un "no líder".
Al escuchar lo que le responden las personas entenderá usted por qué el mundo está lleno de cursos de liderazgo y, en cambio, brillan por su ausencia aquellos que enseñen respecto de su opuesto, sea el que fuere el nombre que ese rol merezca. "Escuelas de líderes", "Cómo alcanzar el liderazgo en el mundo laboral", y así en más. De lo "otro", el antónimo del caso, ni noticias.
Las respuestas irán por el lado de lo malo, nunca de lo bueno. Ser líder está bien (al menos, otorga existencia más allá de ser un "buen" o "mal" líder), pero no serlo es casi ni siquiera tener un lugar en el mundo, salvo el de pelele.
Claro que la historia nos habla de líderes tiránicos con seguidores fanatizados que se transformaban en meros títeres sin personalidad, siendo muy peligrosos por su ceguera violenta. Pero no es a ese tipo de situaciones a las que queremos referirnos acá. Nos referimos a aquello que se decía antaño de que existen "más caciques que indios" y los problemas que eso acarrea. Todos capitanes del equipo, presidentes de la Nación o Reyes del Universo, porque lo contrario es horrible. Con esa idea de las cosas así nos va. Obedecer es siempre de blandengues, seguir a alguien es ser pavo o carente de personalidad, aceptar a quien nos conduce es algo que arroja al conducido al territorio de los flojitos, de los perdedores.
Tanto es así que, a la hora de nombrar de forma objetiva al que no es líder, el diccionario parece oscurecerse y mezquinar una palabra que, con dignidad, nombre a quien no es líder, pero es seguidor, obediente, subordinado, etcétera. Las antedichas son todas palabras consideradas negativas por la forma en la que fueron usadas a lo largo de la historia, no por su significado esencial.
Sancho Panza, el sargento Saunders, Watson (el de Sherlock Holmes), y algunos más que los lectores sabrán encontrar, son algunos de los "no líderes" que, con dignidad y personalidad, ocuparon su rol de subalternos y no se anduvieron quejando por ahí por su destino ni fueron ninguneados por su rol.
En nuestro medio el que no lidera se siente menos, teme el vejamen, desea ser el otro para evitar sufrir humillación y poder a su vez dominar, y no aprovecha lo bueno de ser lo que es en ese momento.
Ejemplo de lo doloroso de la situación refiere al liderazgo por antonomasia, que es el rol parental. El mismo es vivido por muchos a partir del "hijos nuestros" que en la cancha se canta. En contexto de esa frase ser hijo, seguidor, subordinado, "no líder", es humillante, denigrante. Con una idea semejante de lo que es el liderazgo, pero, sobre todo, de lo que significa ser seguidor (inclusive de una relación amorosa como lo es la paterno filial), entendemos muchos de los problemas que nos aquejan.
Acá decimos que ser un buen seguidor, así como ser hijo de buen padre, es una categoría que la Humanidad no merece perder, porque es lindo y fecundo confiar y ser conducido cuando así corresponde al buen orden de las cosas.
Al final de cuentas, aquella propuesta del Chapulín Colorado diciendo "¡Síganme los buenos!" no apuntaba a cualquiera, sino a quienes sabían ver la bondad de su gesta, y, por eso, y no por pusilánimes, seguían al inolvidable paladín de la justicia.
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