miércoles, 16 de septiembre de 2020

DE NO CREER, CARLOS M. RAYMUNDO ROBERTS ,


Al final, Duhalde no estaba tan loco


Carlos M. Reymundo Roberts
En su lecho de muerte, Belgrano dejó un lamento para la posteridad: “¡Ay, patria mía!”. Profético, a Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano le dolía aquel país, pero parece que también hubiese barruntado este. Ay, patria mía: la policía consigue un aumento salarial apuntando sus armas a la quinta de olivos, el Presidente desvía fondos coparticipables por decreto, y las tierras ya no se compran, se ocupan. Ay, ay, ay, Duhalde anuncia convulsiones y golpes, después lo atribuye a que tuvo un súbito ataque de locura, y ahora comprobamos que tan loco no estaba. También creíamos que estaban desequilibrados el cabo que se subió a una torre y amenazaba con matarse, el funcionario del gobierno nacional que hacía de remisero de mapuches invasores y, por supuesto, Cristina cuando nos propuso a Alberto de candidato. El único que de verdad parece no estar bien –ayer fue declarado inimputable– es el que tiró la bomba molotov en la quinta presidencial. Lo que hay que tirar ahí son ideas.
La rebelión policial tomó a Kicillof y a Berni por sorpresa, algo que no debe sorprendernos: Kichi suele andar discurseando o estudiando la metamorfosis de los virus, y Berni, que convirtió el Ministerio de Seguridad en una agencia de marketing, está en campaña arriba de una BMW 1200 y con una ametralladora al hombro. Estaban distraídos y no escucharon a Florencia Arietto, una exasesora de Patricia Bullrich que el domingo dijo en TN que la bonaerense “está viendo de hacer algún tipo de movilización para pedir mejoras salariales”. Florencia, si es tan amable, la próxima vez que esté dateada mándeles un whatsapp. Solo se avivaron cuando cientos de policías y sus patrulleros habían ganado la calle. A partir de allí, los hechos que se suceden acaso constituyan un punto de inflexión. Trataré de exponerlos con la seriedad que reclama la hora. Los huelguistas establecen su cabecera de playa en La Matanza, que es como decir Uruguay y Juncal. La primera respuesta de Kichi fue llamar a Cristina para pedirle que lo encuentre a Berni, que no le contestaba el teléfono. Berni había pasado a la clandestinidad, desde la que en tres días solo hizo llegar una declaración: “Se ha roto la cadena de mando”; cadena que, por ese juego perverso de los eslabones, empieza, o termina, en él. Los revoltosos, armados, se presentan en la residencia de Kichi, que llora amargamente por las “cosas muy feas” que le toca ver, y en la quinta de olivos, donde Alberto les ofrece parlamentar; creo que es el momento más penoso, más trágico: le dicen que no; los vigilantes no quieren hablar con el Presidente; desairado, pasa del modo amigable al modo ofendido, dice que bajo extorsión no les va a dar nada y desenfunda: “El tema no se resuelve escondidos en un patrullero tocando sirenas, sino de frente”; los trató de cobardes, probablemente inspirado en el revisionista histórico Gato Sylvestre. En uno de los puntos de ignición de la movida policial, un agente revela que sus jefes les tienen prohibido perseguir a motochorros “para no romper los patrulleros”. Llamo a un funcionario de Seguridad de la provincia y me dice que la bonaerense no es un sindicato, que su derecho a la huelga está limitado por ser “un servicio público esencial”; ah, le pregunto, ¿como ahora la televisión por cable?; se enoja y me corta. El cabo de la torre baja y le manda la foto de la proeza a su jefa política en La Matanza, la vicegobernadora Magario: “¿Te gustó? ¡Fui trending topic!”; ella, comprensiva, le contesta con el corazón que late. Baradel, un profesional de la protesta y el paro, denuncia que la huelga policial es desestabilizadora; la respuesta de los canas es un meme en el que, crueles, lo muestran al lado de Sarmiento. Llamo a un comisario retirado que supo mandar en el conurbano y no me atiende: “Estoy movilizado”. Llamo a la Casa Rosada y me dicen barbaridades de Kicillof y de Berni: los acusan de no haberles puesto ni un peso ni contención a tipos que se están jugando la vida, por la inseguridad y por la pandemia. Llamo a
Para Kicillof, fue un triunfo del bien sobre el mal
Berni y me dice que está desmovilizado, que no lo joda; yo solo quería preguntarle el precio de las BMW 1200.
Los acontecimientos se precipitan. Cristina le ordena a Alberto que no se demore más, que ejecute; Alberto ejecuta a Larreta y a la opulenta ciudad con la quita de un punto de la coparticipación; se lo avisa por Whatsapp un minuto antes de hacerlo público, lo cual escandaliza a Cristina: ella quería que se enterara por televisión. Kichi presenta el saqueo de los dineros porteños como un triunfo del bien sobre el mal. Larreta pone el grito en el cielo y promete llevar su reclamo a la Corte; a la Corte, que ese día decide algo sobre cierto tema en Corrientes, llevando así tranquilidad: sus jueces viven y gozan de buena salud.
Policías buenos, no pedigüeños, conducen a Lázaro Báez a una casona en algún lugar del GBA; me aseguran que no es olivos. Los policías malos aceptan la suba salarial y ceden. El despojo a la Capital, que no será el último, provoca un terremoto político: el jefe del radicalismo, Alfredo Cornejo, dice que Alberto ha pasado a ser “el presidente de la provincia de Buenos Aires”; en todo caso, un premio consuelo para el sufrido profesor.

Patria mía. Ay.

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