Genuina emoción, lejos de golpes bajos y lugares comunes
Netflix Valeria Bertuccelli encarna a María Vázquez, la autora de un diario para el pequeño hijo que no verá crecer
El cuaderno de Tomy
(argentina/2020). guion y dirección: Carlos Sorín. fotografía: Julián Apezteguia. Música: Sergei Grosny. elenco: Valeria Bertuccelli, Esteban Lamothe, Julián Sorín, Mauricio Dayub, Malena Pichot, Ana Katz, Diego Reinhold, Romina Ricci. duración: 84 minutos. disponible en: Netflix.
Cuando María Vázquez supo que tenía un cáncer terminal, su principal deseo fue escribir un libro para su hijo, un compilado de ideas, datos familiares, impresiones y pequeñas vivencias que quería legarle al pequeño Nippur. Durante una internación que se prolongó por meses, ella terminó ese cuaderno a medida que volcaba en Twitter su día a día. A través de la cuenta @ kireinatatemono, Marie contaba con desparpajo su convivencia con ese tumor que, ella sabía, le iba a quitar el ver crecer a Nippur (entre otras cosas).
“Los enfermos resentimos a los sanos pero despreciar, lo que se dice despreciar, eso lo reservamos para los hipocondríacos”, “estoy tratando de comer una manzana sin vomitar. Hago grandes pausas. Para abril termino” o “éramos pocos y mi suegra tiene EPOC” fueron algunos de sus muchísimos tuits que hacen gala de un humor muy especial. Y mientras el cuerpo de Marie se debilitaba ante el avance de la enfermedad, su presencia en redes se hacía más y más fuerte. Su cuenta no tardó en obtener miles de seguidores, y hasta le hicieron varias notas en distintos medios. Marie
parecía blanquear que al cáncer no había que esconderlo, sino gritarle de bronca hasta quedarse afónico. Esa fue la lección que ella exteriorizó, y así su figura trascendió. No vamos a decir que gracias a ese legado Marie “venció a la muerte” porque ese sería un lugar común de esos que tanto la horrorizaban, pero al menos se puede asegurar que su vida dejó huella (que por ahí es otro caliché, maldición).
El cuaderno que Marie le dejó a Nippur fue publicado y se convirtió en un boom editorial. De ese modo, los mensajes que le dejó a su hijo se convirtieron en el inesperado patrimonio de miles de lectores, que empatizaron con el amor de esa mujer. El éxito del libro disparó más artículos sobre Marie, su muerte y su forma de transitar la enfermedad. Y esa es la historia que toma Carlos Sorín para la película que llega a hoy a Netflix.
“Los enfermos resentimos a los sanos pero despreciar, lo que se dice despreciar, eso lo reservamos para los hipocondríacos”, “estoy tratando de comer una manzana sin vomitar. Hago grandes pausas. Para abril termino” o “éramos pocos y mi suegra tiene EPOC” fueron algunos de sus muchísimos tuits que hacen gala de un humor muy especial. Y mientras el cuerpo de Marie se debilitaba ante el avance de la enfermedad, su presencia en redes se hacía más y más fuerte. Su cuenta no tardó en obtener miles de seguidores, y hasta le hicieron varias notas en distintos medios. Marie
parecía blanquear que al cáncer no había que esconderlo, sino gritarle de bronca hasta quedarse afónico. Esa fue la lección que ella exteriorizó, y así su figura trascendió. No vamos a decir que gracias a ese legado Marie “venció a la muerte” porque ese sería un lugar común de esos que tanto la horrorizaban, pero al menos se puede asegurar que su vida dejó huella (que por ahí es otro caliché, maldición).
El cuaderno que Marie le dejó a Nippur fue publicado y se convirtió en un boom editorial. De ese modo, los mensajes que le dejó a su hijo se convirtieron en el inesperado patrimonio de miles de lectores, que empatizaron con el amor de esa mujer. El éxito del libro disparó más artículos sobre Marie, su muerte y su forma de transitar la enfermedad. Y esa es la historia que toma Carlos Sorín para la película que llega a hoy a Netflix.
La lucha de Sebastián
En El cuaderno de Tomy, Carlos Sorín retrata la eterna estancia en esa habitación de sanatorio que Marie (Valeria Bertuccelli) convirtió en su hogar. Sus amigas y su hijo transitaban incansablemente por ese lugar, los médicos desfilaban con noticias que no siempre eran las mejores, y las enfermeras procuraban acompañar. El film comienza haciendo foco en Marie, su ingreso al hospital, y cómo Twitter se convierte en un rabioso diván para hacer catarsis. Pero poco a poco la realidad de la mujer empeora, los tratamientos son más invasivos, su cuerpo se debilita y se hace realidad esa opción que barajó junto a su pareja, sobre una sedación que le evite morir agobiada de dolor.
A partir de ese momento, Sebastián (Esteban Lamothe) toma el volante del relato. Él acompañó a Marie durante todo el proceso de internación, descansaba en una bolsa de dormir en el piso, se alimentaba de la comida del barcito del sanatorio, y era el que coordinaba a los abuelos para que se turnaran en los cuidados de Tomy cuando él no podía estar presente.
Marie no transitó su enfermedad sola, o al menos eso es lo que intenta decir la película cuando el peso de la acción cae menos en ella y más en él y su gran compromiso por cuidarla, ayudarla y contenerla. Pronto Sebastián se convierte en el gran protagonista, cuando la historia muestra el infierno burocrático que atravesó con el fin de procurarle a su esposa un final digno. A pesar de luchar contra el dolor de una pérdida inminente, Sebastián no llora, no se derrumba, va casi en piloto automático tomando decisiones sin perder de vista su objetivo.
Decir que hay que para esta película hay que “preparar pañuelos”, o que la historia es “desgarradora”, una vez más, sería utilizar esos clichés que no representan a Marie. Ella no entendía que le dijeran que era “valiente” por cómo enfrentaba su enfermedad, y aseguraba que su humor corrosivo tenía que ver con su esencia, y no con un escudo ante el cáncer. Y el largometraje pareciera tomar el mismo camino.
El film no aburre con momentos lacrimógenos, no profundiza en los aspectos más angustiantes de la trama, y la única escena de llanto es muy descontracturada. Según cuenta el largometraje, Marie dialogó con su hijo Tomy a través de juegos, sin caer en charlas solemnes o verdades reveladas. A ella le preocupaba exprimir al máximo la normalidad de Tomy y así quería despedirlo, como si fuera un día más. De alguna manera el relato nos ubica a los espectadores en ese mismo lugar.
Sorín no hace hincapié en la angustia y el dolor, no reproduce un espectáculo morboso sobre la enfermedad, y ese sea su gran acierto. Nosotros, como Tomy, no nos enfrentamos en la película a la peor cara de eso que atraviesa Marie, sino que nos quedamos con la compañía de sus amigas, la incondicionalidad de su pareja, y el vivir esos últimos meses haciendo algo que no sea ahogarse en la autocompasión. Y en eso que omite, Sorín encuentra la llave para lograr una pieza afín al espíritu de la mujer que retrata.
En El cuaderno de Tomy, Carlos Sorín retrata la eterna estancia en esa habitación de sanatorio que Marie (Valeria Bertuccelli) convirtió en su hogar. Sus amigas y su hijo transitaban incansablemente por ese lugar, los médicos desfilaban con noticias que no siempre eran las mejores, y las enfermeras procuraban acompañar. El film comienza haciendo foco en Marie, su ingreso al hospital, y cómo Twitter se convierte en un rabioso diván para hacer catarsis. Pero poco a poco la realidad de la mujer empeora, los tratamientos son más invasivos, su cuerpo se debilita y se hace realidad esa opción que barajó junto a su pareja, sobre una sedación que le evite morir agobiada de dolor.
A partir de ese momento, Sebastián (Esteban Lamothe) toma el volante del relato. Él acompañó a Marie durante todo el proceso de internación, descansaba en una bolsa de dormir en el piso, se alimentaba de la comida del barcito del sanatorio, y era el que coordinaba a los abuelos para que se turnaran en los cuidados de Tomy cuando él no podía estar presente.
Marie no transitó su enfermedad sola, o al menos eso es lo que intenta decir la película cuando el peso de la acción cae menos en ella y más en él y su gran compromiso por cuidarla, ayudarla y contenerla. Pronto Sebastián se convierte en el gran protagonista, cuando la historia muestra el infierno burocrático que atravesó con el fin de procurarle a su esposa un final digno. A pesar de luchar contra el dolor de una pérdida inminente, Sebastián no llora, no se derrumba, va casi en piloto automático tomando decisiones sin perder de vista su objetivo.
Decir que hay que para esta película hay que “preparar pañuelos”, o que la historia es “desgarradora”, una vez más, sería utilizar esos clichés que no representan a Marie. Ella no entendía que le dijeran que era “valiente” por cómo enfrentaba su enfermedad, y aseguraba que su humor corrosivo tenía que ver con su esencia, y no con un escudo ante el cáncer. Y el largometraje pareciera tomar el mismo camino.
El film no aburre con momentos lacrimógenos, no profundiza en los aspectos más angustiantes de la trama, y la única escena de llanto es muy descontracturada. Según cuenta el largometraje, Marie dialogó con su hijo Tomy a través de juegos, sin caer en charlas solemnes o verdades reveladas. A ella le preocupaba exprimir al máximo la normalidad de Tomy y así quería despedirlo, como si fuera un día más. De alguna manera el relato nos ubica a los espectadores en ese mismo lugar.
Sorín no hace hincapié en la angustia y el dolor, no reproduce un espectáculo morboso sobre la enfermedad, y ese sea su gran acierto. Nosotros, como Tomy, no nos enfrentamos en la película a la peor cara de eso que atraviesa Marie, sino que nos quedamos con la compañía de sus amigas, la incondicionalidad de su pareja, y el vivir esos últimos meses haciendo algo que no sea ahogarse en la autocompasión. Y en eso que omite, Sorín encuentra la llave para lograr una pieza afín al espíritu de la mujer que retrata.
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