Ricardo Piglia El narrador que no dejaba de interrogar a sus relatos
Conocido por su sensibilidad crítica, el escritor argentino era un original pensador de la forma breve, como muestran sus Cuentos completos
J. M. B.
“Narrar es fácil, dice Steve, si uno ha vivido lo suficiente para captar el orden de la experiencia. No se puede ser un gran novelista antes de los cuarenta años”. La frase posee resonancias múltiples, y quien la pronuncia es el personaje que motoriza Prisión perpetua –o más precisamente la nouvelle que comparte título con el libro– y que Ricardo Piglia publicó a fines de la década de 1980. Se trata de uno de los mejores relatos de Piglia, y uno de los más autobiográficos. Steve, de apellido Ratliff, es un norteamericano que llega a Mar del Plata persiguiendo una obsesión y que se convierte en una figura tutelar para el narrador adolescente, alguien que despierta en él la conciencia del esparte critor; a su vez, y aunque parece rondar esa edad en que la vida –según su propio credo– no debería retacearle ya demasiados secretos, Ratliff lucha desde hace tiempo con una novela que nunca llega a tomar forma. Por otra parte, en un gesto que puede leerse como una provocación, un rapto de sarcasmo o apenas una broma interna o metaficcional, el propio Piglia publica su novela consagratoria, Respiración artificial, aquella que le ha ganado un espacio en el canon literario argentino, poco antes de llegar a esa cifra liminar.
“Narrar es fácil, dice Steve, si uno ha vivido lo suficiente para captar el orden de la experiencia. No se puede ser un gran novelista antes de los cuarenta años”. La frase posee resonancias múltiples, y quien la pronuncia es el personaje que motoriza Prisión perpetua –o más precisamente la nouvelle que comparte título con el libro– y que Ricardo Piglia publicó a fines de la década de 1980. Se trata de uno de los mejores relatos de Piglia, y uno de los más autobiográficos. Steve, de apellido Ratliff, es un norteamericano que llega a Mar del Plata persiguiendo una obsesión y que se convierte en una figura tutelar para el narrador adolescente, alguien que despierta en él la conciencia del esparte critor; a su vez, y aunque parece rondar esa edad en que la vida –según su propio credo– no debería retacearle ya demasiados secretos, Ratliff lucha desde hace tiempo con una novela que nunca llega a tomar forma. Por otra parte, en un gesto que puede leerse como una provocación, un rapto de sarcasmo o apenas una broma interna o metaficcional, el propio Piglia publica su novela consagratoria, Respiración artificial, aquella que le ha ganado un espacio en el canon literario argentino, poco antes de llegar a esa cifra liminar.
832 PÁGINAS
2450 $
La desmesurada máxima de Ratliff, que por supuesto podría ser contradicha con decenas de ejemplos, parecería excluir, con toda lógica, la narrativa en formato más breve. Lo cierto es que en el caso de Piglia los años previos a la salida de Respiración artificial representan los de un largo e indispensable proceso de maduración e incluso decantación –y sus Cuentos Completos, reunidos por primera vez en un solo volumen, cristalizan la oportunidad ideal para sopesar esa perspectiva– en los que, mientras producía algunas ficciones perfectas como “La caja de vidrio” o “El Laucha Benítez cantaba boleros”, por lo general montadas sobre mecanismos clásicos, moldeaba un aparato teórico que lo situaría como el lector más original y más lúcido de nuestro medio –y bastante más allá– durante las últimas décadas. Ese corpus de pensamiento desembarca en plenitud, de manera abrumadora, en Respiración artificial, pero encuentra, antes y después, otros eslabones notables, escasos pero absolutamente relevantes, y asimismo fundamentales para comprender su proyecto narrativo y el enorme influjo que ha ejercido.
Desde ese núcleo es que se impone pensar al cuentista, o al menos una de sus facetas, pero la que insoslayablemente dio luz a un estilo. Más que un constructor de historias, o incluso un narrador, el mejor Piglia es una suerte de deconstructor; alguien para quien narrar es interrogarse a cada momento sobre el acto mismo de hacerlo, y desde luego también sobre su imposibilidad, es decir la imposibilidad de –entre otras cosas– compartir la experiencia. Los dos textos centrales, los más importantes de su cuentística, que en verdad son cuentos largos o novelas cortas –pero qué más dan las clasificaciones– trabajan sobre esa premisa. O mejor dicho sobre ciertas ideas que parten de allí y se disparan hacia infinidad de nortes, aunque lo hacen con materiales y procedimientos bien diversos. No obstante esto último, la estructura de ambos –que en parte es una no-estructura, un edificio deconstruido– es similar: una extensa introducción, coronada luego por un relato; un relato que debería ser el centro y, en más de un sentido, funciona como un apéndice.
La desmesurada máxima de Ratliff, que por supuesto podría ser contradicha con decenas de ejemplos, parecería excluir, con toda lógica, la narrativa en formato más breve. Lo cierto es que en el caso de Piglia los años previos a la salida de Respiración artificial representan los de un largo e indispensable proceso de maduración e incluso decantación –y sus Cuentos Completos, reunidos por primera vez en un solo volumen, cristalizan la oportunidad ideal para sopesar esa perspectiva– en los que, mientras producía algunas ficciones perfectas como “La caja de vidrio” o “El Laucha Benítez cantaba boleros”, por lo general montadas sobre mecanismos clásicos, moldeaba un aparato teórico que lo situaría como el lector más original y más lúcido de nuestro medio –y bastante más allá– durante las últimas décadas. Ese corpus de pensamiento desembarca en plenitud, de manera abrumadora, en Respiración artificial, pero encuentra, antes y después, otros eslabones notables, escasos pero absolutamente relevantes, y asimismo fundamentales para comprender su proyecto narrativo y el enorme influjo que ha ejercido.
Desde ese núcleo es que se impone pensar al cuentista, o al menos una de sus facetas, pero la que insoslayablemente dio luz a un estilo. Más que un constructor de historias, o incluso un narrador, el mejor Piglia es una suerte de deconstructor; alguien para quien narrar es interrogarse a cada momento sobre el acto mismo de hacerlo, y desde luego también sobre su imposibilidad, es decir la imposibilidad de –entre otras cosas– compartir la experiencia. Los dos textos centrales, los más importantes de su cuentística, que en verdad son cuentos largos o novelas cortas –pero qué más dan las clasificaciones– trabajan sobre esa premisa. O mejor dicho sobre ciertas ideas que parten de allí y se disparan hacia infinidad de nortes, aunque lo hacen con materiales y procedimientos bien diversos. No obstante esto último, la estructura de ambos –que en parte es una no-estructura, un edificio deconstruido– es similar: una extensa introducción, coronada luego por un relato; un relato que debería ser el centro y, en más de un sentido, funciona como un apéndice.
224 PÁGINAS
899 $
“Nombre falso”, que a su vez cierra el volumen homónimo –de 1975–, es el primero de esos dos cuentos. La inicial, llamada “Homenaje a Roberto Arlt”, es una enrevesada pesquisa en la que el protagonista cuenta cómo se hizo de ciertos papeles inéditos del autor de El juguete rabioso, en particular las anotaciones para una futura novela y un cuento desconocido: “Luba”. La segunda parte es el cuento en sí, pero con una salvedad: el relato no pertenece a Arlt –descubrirán luego los estudiosos, pero es Piglia quien regala la clave del hallazgo mediante un procedimiento netamente borgeano: una larga enumeración para disimular el dato–, sino que se trata de una reversión de “Las tinieblas”, del escritor ruso Leonid Andréiev. “Nombre falso” materializa entonces uno de los temas centrales de toda la obra de Piglia: la escritura como delito, el plagio y, a partir de ello, las relaciones entre el crimen y la literatura. El otro texto aludido es el ya nombrado “Prisión perpetua”, en el que el narrador plasma, a partir de revisar las anotaciones hechas en su diario, la supuesta relación con Ratliff, y en concreto el signo trágico de su vida. Pero de nuevo: ambas partes son una sola, casi indivisible.
La edición de estos Cuentos Completos está organizada en orden cronólogico, aunque el mismo no sea estricto o resulte confuso debido a la costumbre del escritor de reeditar cuentos previos sumándoles otros nuevos, y algún otro capricho. Al margen de los ya mencionados, habría que subrayar entre otros “Las actas del juicio” –sobre el asesinato de Urquiza–, que Piglia recuperó no casualmente de su primer libro,Invasión, del que durante mucho tiempo renegó, o “El fin del viaje”, en el que su álter ego Emilio Renzi no aparece por vez primera pero sí definitiva.
“Nombre falso”, que a su vez cierra el volumen homónimo –de 1975–, es el primero de esos dos cuentos. La inicial, llamada “Homenaje a Roberto Arlt”, es una enrevesada pesquisa en la que el protagonista cuenta cómo se hizo de ciertos papeles inéditos del autor de El juguete rabioso, en particular las anotaciones para una futura novela y un cuento desconocido: “Luba”. La segunda parte es el cuento en sí, pero con una salvedad: el relato no pertenece a Arlt –descubrirán luego los estudiosos, pero es Piglia quien regala la clave del hallazgo mediante un procedimiento netamente borgeano: una larga enumeración para disimular el dato–, sino que se trata de una reversión de “Las tinieblas”, del escritor ruso Leonid Andréiev. “Nombre falso” materializa entonces uno de los temas centrales de toda la obra de Piglia: la escritura como delito, el plagio y, a partir de ello, las relaciones entre el crimen y la literatura. El otro texto aludido es el ya nombrado “Prisión perpetua”, en el que el narrador plasma, a partir de revisar las anotaciones hechas en su diario, la supuesta relación con Ratliff, y en concreto el signo trágico de su vida. Pero de nuevo: ambas partes son una sola, casi indivisible.
La edición de estos Cuentos Completos está organizada en orden cronólogico, aunque el mismo no sea estricto o resulte confuso debido a la costumbre del escritor de reeditar cuentos previos sumándoles otros nuevos, y algún otro capricho. Al margen de los ya mencionados, habría que subrayar entre otros “Las actas del juicio” –sobre el asesinato de Urquiza–, que Piglia recuperó no casualmente de su primer libro,Invasión, del que durante mucho tiempo renegó, o “El fin del viaje”, en el que su álter ego Emilio Renzi no aparece por vez primera pero sí definitiva.
En cuanto a Los casos del comisario Croce, que se publicaron en conjunto póstumamente en 2018 y que Piglia fechó en 2007 porque el personaje “había nacido” entonces, deben tomarse como un último acto de entrega al género policial que el escritor argentino amó y revalorizó como pocos. El género en el que no solo subyace la literatura toda sino también, como sugiere Marx en la breve introducción que Piglia rescata a manera de prólogo, la vida entera.
http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA
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