Épica triunfalista para una derrota anunciada
Héctor M. Guyot
En el corte de ruta de hoy en el Acceso Oeste, a la altura de Moreno, un colectivero defendía los argumentos con los que su gremio exige vacunas. Se sentía expuesto durante toda su jornada de trabajo y temía llevar el virus a su casa. En su angustia, se preguntaba por qué habían tenido prioridad los docentes, si ahora sus hijos recibían las clases a través de una pantalla. Era un hombre acosado por el virus desde muchos frentes. Lo mismo, vacunas, le reclaman al Gobierno los camioneros y recolectores de residuos, los empleados de comercio, los pilotos de avión y los miembros de la Justicia Electoral. Las demandas se multiplican desde que los movimientos sociales oficialistas obtuvieron el aval para vacunar a 70.000 referentes de los comedores. Se confirma una vez más la clarividencia de ese tratado de sociología que Discépolo condensó en un tango de tres minutos: el que no llora, no mama (no se prive, lector; si lo recuerda, complete el verso). En el reino de la improvisación, esto es dos veces cierto.
La disputa por la escasez confirma el fracaso del Gobierno en la gestión de la pandemia, en momentos en que el país ingresa a las turbulencias de la segunda ola y crecen los muertos por el virus. Este fracaso podría explicarse por muchas razones, pero hay tres que se imponen: la ineptitud, la irrefrenable tendencia a hacer negocios desde el poder aun en medio de las peores circunstancias, y un virus preexistente que resultó determinante en el curso que tomaron las cosas: la polarización. Era ilusorio esperar que un gobierno kirchnerista dejara de lado su pulsión por dividir para enfrentar la tempestad de otra manera. Está en su ADN. No puede sorprender entonces que Bloomberg haya ubicado a la Argentina entre los tres países que peor actuaron ante la pandemia, sobre un total de 53 naciones. La agencia tuvo en cuenta la tasa de mortalidad, el acceso a las vacunas, la libertad de circulación y la economía, entre otras cosas. Evidentemente, el promedio no dio bien.
A principios de noviembre, el Presidente anunció que a finales de diciembre iban a estar vacunando a diez millones de personas. ¿Es posible que el capitalismo de amigos sea responsable de que hoy, en plena escalada del virus, solo el 2% de los argentinos esté vacunado en forma completa? La forma en que el Gobierno desestimó la vacuna de Pfizer y se jugó entero por la de AstraZeneca, que aún no llega al país a pesar de que se pagó el 60% del contrato, plantea muchos interrogantes. Hay una causa abierta. La Justicia determinará si hubo negligencia o algo más en la forma en que los argentinos perdieron la posibilidad de contar con millones de dosis de la vacuna más reconocida en su efectividad. En el apuro, el Gobierno terminó apelando a las vacunas de China y Rusia, que no están reconocidas por los principales organismos mundiales de control y provienen de países que violan los derechos humanos en forma sistemática. Más allá de los vacunatorios vip, hubo y hay con las vacunas un manejo oscuro, poco transparente, desplegado de espaldas a la sociedad.
Pero posiblemente el mayor reproche que se le puede hacer al gobierno de Alberto Fernández es no haberse aplicado una vacuna contra el virus de la polarización que el kirchnerismo lleva dentro, veneno que lo debilitó hasta convertirlo en un presidente sin autoridad. Tuvo la oportunidad de hacerlo cuando, al principio de todo, su actitud de diálogo le valió un 80% de valoración social positiva. Pero en medio de ese oasis, con un país entero detrás de sus autoridades en la lucha contra el virus, le metió la mano en el bolsillo a la ciudad de Buenos Aires y a partir de allí el espíritu de confrontación lo tomó por entero. Recrudeció la embestida contra la Justicia, contra la empresa, contra el campo y, por supuesto, contra la oposición. Además de una oportunidad única, con ese gesto el Presidente perdió su credibilidad y su palabra. Y empujó al país por la pendiente en la que ahora se desliza, en tanto una gestión efectiva contra una crisis como la que representa esta pandemia requiere de coordinación entre las distintas jurisdicciones y de diálogo constructivo entre oficialismo y oposición.
En esta hora dramática, el Gobierno apuesta a la propaganda y al relato. Las imágenes del Presidente recibiendo en Ezeiza el vuelo de Aerolíneas proveniente de Beijing con alrededor de un millón de dosis de la vacuna china se complementaron, ayer, con un spot de TV que celebraba los diez millones de vacunas que hasta ahora han llegado al país. Un recurso demagógico para insuflar épica triunfalista a lo que se parece demasiado a una derrota.
“Hemos trabajado incansablemente para construir diálogos y acuerdos”, dijo el Presidente hoy durante el anuncio de las nuevas restricciones. Con el mismo énfasis soltó, contra todo pronóstico, una gran verdad: “Es imposible especular electoralmente y al mismo tiempo cuidar a la gente”. Obviamente, la frase apuntó a Horacio Rodríguez Larreta, que poco después, al mantener la presencialidad en las aulas, volvió a hacer valer la autonomía porteña. De cualquier modo, es posible que el Presidente haya obtenido semejante enseñanza de la propia experiencia, que como se sabe es la mejor maestra. Nunca es tarde para darse cuenta.
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