Cuando se van empresas del país, lo que se pierde es mucho más
El traslado de compañías fronteras afuera afecta la inversión y crea un clima desfavorable al progreso
Marcelo Elizondo
Según diversas publicaciones una treintena de empresas internacionales anunció en los últimos meses que discontinuarán total o parcialmente su actividad en la Argentina. A lo que hay que sumar a ciertos empresarios mudando al exterior su centro funcional y a algunas pymes decidiendo no ya abandonar operaciones, pero sí invertir en sus proyectos futuros más allá de las fronteras.
Nuestro país se ha vuelto demasiado complejo para los actores económicos (especialmente internacionales). Dicen Gökce Sargut y Rita McGrath que un ambiente es complejo cuando superpone numerosos elementos pero la interacción entre ellos cambia permanentemente y el patrón de acción de ellos se modifica imprevisiblemente.
En nombre de las empresas deciden personas y dice José María Peiró (en Psicología de la organización) que, por eso, son factores críticos del ambiente para las organizaciones la simplicidad, la estabilidad, la baja aleatoriedad y el acceso a recursos.
Un cuadrado aprieta a las empresas más virtuosas en la Argentina y sus cuatro lados son: el desorden macroeconómico, que impide estrategias acertadas; la debilidad institucional, que afecta derechos subjetivos; la sobrerregulación congestiva, que desenfoca a los agentes económicos, y la cerrazón de la economía, que nos desacopla de la evolución global.
Según el Data Driven, la Argentina padece la mayor presión impositiva relativa a su nivel de desarrollo en el planeta, siendo el único país en el que los pagos tributarios superan 100% de la ganancia neta. Pero es aún más dañoso que eso el costo de adaptarse al estrés congestivo de un entorno pesado. Un estudio de Idesa señalaba que en la Argentina las empresas necesitan más del doble de horas de trabajo que en los países de la OCDE para cumplir trámites de la burocracia pública (y 15% más que en toda América Latina).
La salida de algunas compañías (que es mala porque se van, pero también porque crea clima de salida) afecta una columna crítica: la inversión. Sin ir más lejos, resulta elocuente que, siendo este un país que hace caer las importaciones año a año desde hace un decenio, en 2020 las compras externas de bienes de capital (que se dirigen a la inversión directamente) fueron ya 50% menores que diez años antes. En diez años la Argentina importó 40.000 millones de dólares menos en bienes de capital que lo que hubiera importado si mantenía los niveles de hace un decenio.
La relevancia de la inversión en nuestra economía es la mitad que la del promedio mundial. Más aún: mientras el acervo total de inversión de origen extranjero operando hoy en todo el mundo (37 billones de dólares) es el doble del que existía hace diez años, el que contamos en la Argentina (unos 65.000 millones de dólares) es 20% menor.
Pero la salida de empresas internacionales de la Argentina tiene, además de una faceta económico-productiva, una más integral. Las empresas internacionales se han convertido en motores sociales en los países más prósperos. Generan inversión de calidad y lideran el desarrollo tecnológico, son parte de alianzas innovativas, crean empleo adecuado a nuevas realidades, lideran cadenas de aprovisionamiento en redes que integran socios, abastecen necesidades de consumidores y clientes más modernos y en muchos casos participan de cadenas internacionales.
Según un reporte del European Investment Bank la inversión en investigación y desarrollo se duplicó en el mundo en los últimos quince años; pero casi el 80% de ella es creada por empresas, mientras que el sistema educativo genera alrededor del 10% y los gobiernos menos del 10% del total. El 90% de la inversión en I&D en el planeta ocurre en las economías más robustas.
Explica Jonathan Haskell en su libro Capitalism without Capital que la nueva producción mundial basada en intangibles (en la que el capital intelectual es más relevante que máquinas, financiamiento o plantas de producción) ocurre en empresas en la vanguardia de la evolución cognitivo-productiva. Y que ellas expanden cuatro grandes efectos favorables a su entorno: las innovaciones contagian el beneficio rápidamente a otras empresas (spillover), sus adelantos pueden escalarse más rápido que en la vieja economía industrial, los avances pueden hundirse (sunkenness) y hacerse consistentes y permanentes, y los proyectos producen sinergias con socios directos multiplicando avances.
Contar con empresas internacionales, pues, crea beneficios sistémicos. Y perderlas, retrasos. Esto es especialmente relevante en América Latina, donde muestra la OCDE que padecemos un desajuste severo entre la dotación de habilidades de los trabajadores y las necesidades de los empleadores (el 36% de las empresas en América Latina padecen para encontrar empleados debidamente capacitados, en comparación con un promedio global de 21%, y de 15% en países de la OCDE).
Una condición del nuevo tiempo es que las disciplinas del saber pierden su separación y se entremezclan entre sí (decía Roger Kaufman que solo para comodidad del análisis teórico la realidad se divide en disciplinas). Es por eso que la economía se vincula cada vez más con lo social, lo científico con lo productivo, lo local con lo extranjero, lo individual con lo integral. Un trabajo (para Harvard Business Review) de Michael Jacobides explica cómo las más modernas empresas internacionales crean ecosistemas (“eco” se refiere a económico) aliándose espontáneamente con socios y actores locales que interactúan en vínculos virtuosos. Elevando a colegas, trabajadores, proveedores, aliados. Y señala que las empresas están experimentando un cambio de paradigma como resultado de la innovación digital porque la naturaleza misma de la competencia está cambiando: competir supone cada vez más identificar nuevas formas de colaborar espontáneamente y conectarse con otros en lugar de simplemente ofrecer alternativas. Y (dice) los países deben pasar por eso de las viejas estrategias rígidas basadas en marcos prescriptivos a experimentos dinámicos adaptativos.
La inversión genera crecimiento económico, este contribuye a crear mejor empleo y todo mejora la satisfacción de necesidades. Son requeridas por ello empresas dinámicas, modernas, internacionales (aunque sean ellas pymes, que pueden desarrollar el modelo de las micromultinacionales).
Hasta hace un tiempo, las empresas eran mayormente solo generadoras de bienes o servicios. Hoy, en los países más prósperos, crean saber aplicado, se asocian con universidades, preparan sus trabajadores, asisten a sus proveedores, se involucran en causas supraempresariales (“antropomorfización” de empresas, dice Carlos Pérez, de BBDO), y contribuyen al desarrollo de la llamada mesoeconomía: el entorno inmediato en el que cuenta la infraestructura, la conectividad, el factor humano, el capital social. Construyen lo que John Kay llamó arquitecturas vinculares.
Dice Paul Romer que el crecimiento económico solo se produce cuando hay gente que toma recursos y los reacomoda en formas que los hacen más valiosos, y que se padecen efectos indeseables si se impide el descubrimiento y la aplicación productiva de nuevas ideas, esas que donde hay progreso no solo se suman sino que se multiplican.
Profesor universitario, especialista en negocios internacionales
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