La encrucijada: quién gobierna el día después
Alberto Fernández juró que nunca se pelearía con su vice, pero no contempló que la que querría pelearse fuera ella
Carlos Pagni
Cristina Kirchner y Alberto Fernández Alfredo Sábat
Desde la derrota de las primarias, el Frente de Todos pasó a operar con su sistema nervioso periférico. El núcleo de poder que debería fijar su orientación quedó anulado. El vínculo entre el jefe del Estado, Alberto Fernández, y la jefa de la coalición política, Cristina Kirchner, colapsó. Fernández juró que nunca se pelearía con su vice. Pero no contempló que la que querría pelearse fuera ella. Para disimular esta catástrofe fue instalado en la vidriera del proselitismo Juan Manzur. El gobernador de Tucumán, en uso de licencia, se hizo cargo de la jefatura de campaña. Encontró allí un refugio de lo que podía ser una derrota en su provincia. Ajeno a cualquier orientación de mediano plazo, está a cargo de salvar al peronismo del naufragio, aferrado a la tabla del reparto de dinero y de bienes materiales. Manzur es el hombre ideal para estar al frente de un gobierno que quedó reducido a una arcaica operación clientelar cuya mirada no se alarga más allá del 14 de noviembre. Su propósito se agota en la aritmética. Debe revertir el infortunio electoral. Es una apuesta a la provisoriedad. Al deseo de poder sin cometido. Es el imperio de la falta de concepto. Detrás de esa escenografía agoniza un aparato político fracturado por las luchas de facción. Se ha vuelto imposible calibrar el valor de cada actor. En estas condiciones navega el peronismo las aguas de la crisis económica, hacia una encrucijada misteriosa: después de los comicios hay que negociar un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional. Las exigencias de ese entendimiento, agigantadas por el despilfarro proselitista, obliga a replantear el interrogante: después de los comicios hay que definir si, de verdad, se quiere negociar un acuerdo con el Fondo. Nadie puede ofrecer una respuesta, porque nadie sabe quién estará a cargo de la decisión. Hay que agradecer a Manzur que ayer haya dotado a esta peripecia de un programa: “Que Dios nos ayude”.
El oficialismo intenta mejorar los resultados en varios distritos. Sobre todo en Chubut, La Pampa y Santa Fe, donde pretende mejorar la elección de senadores. En la provincia de Buenos Aires, que es la gran colina en disputa, confía en la capacidad de movilización de los intendentes. O, por lo menos, de algunos intendentes: los que fueron premiados con cargos en el gabinete de Axel Kicillof. El gobernador está desolado. Sus nuevos subordinados expulsan sin que les tiemble el pulso a muchos colaboradores de su propio equipo, es decir, funcionarios que reportaban al intachable Carlos Bianco. Era el jefe de Gabinete, a quien Kicillof tuvo que desplazar para designar a Martín Insaurralde. No debería descartarse que, en poco tiempo, le exijan otra cabeza: la de Agustina Vila, la Directora de Cultura y Educación. La responsabilizan por el cierre de los colegios. Una decisión por la que muchos intendentes se habían quejado ante la vicepresidenta. A Kicillof, pobre, nadie se lo decía. Las novedades vinieron todas juntas, con un doloroso dictamen de Cristina Kirchner: “No sabe gobernar”.
La captura de las principales cajas de la administración por un grupo de caudillejos territoriales es un arma de doble filo. Enoja a los que quedaron con la ñata contra el vidrio. Ejemplo: Ariel Sujarchuk, de Escobar, vaticinó que será muy difícil dar vuelta una derrota por la que responsabilizó a Kicillof. Se trata del intendente elegido por Cristina Kirchner para lanzar las candidaturas de Victoria Tolosa Paz y Daniel Gollan. Los jefes municipales se hacen una pregunta elemental: cuando trabajamos para Tolosa Paz, ¿para quién estamos trabajando?
A los movimientos sociales, en especial al Evita, se le fijó una tarea bien concreta: llevar a votar a los beneficiarios de planes sociales que se ausentaron en las primarias. Los cruces preliminares de las bases de datos indican que el 40% de esos subsidiados no fue a votar. El plan estrella, que es el Potenciar Trabajo, se asigna a 1.060.201 personas, según el último registro, de julio. De esos ciudadanos, 565.723 son bonaerenses. La persecución de esos asistidos para que concurran a los comicios y voten por el Gobierno pone en tela de juicio la consistencia del proyecto populista. ¿El intercambio de dádivas por votos sigue siendo efectivo? El mecanismo tiene varios límites. El más importante: muchísimos inscriptos en esos programas entienden que lo que reciben es un derecho que no les exige contraprestación alguna. Además, parecen existir condicionantes del voto ajenos a las urgencias materiales inmediatas. La inseguridad, asociada a la expansión del tráfico de drogas, y el cierre de escuelas, son los dos más poderosos. Hay, por otra parte, una novedad: los cuatro años de gestión de María Eugenia Vidal dejaron en el conurbano una red de militantes sociales que denuncian la manipulación electoral de los subsidios. En las capas sociales sumergidas se estaría desarrollando una mutación política en cámara lenta. En noviembre se conocerá su alcance.
El proselitismo se despliega sobre una plataforma fracturada. En el Gobierno ha recrudecido el internismo. Alberto Fernández está, entre la derrota y la carta de la vicepresidenta, desahuciado. Según una encuesta de Fixer, su imagen cayó de 60% a 52% entre los votantes del Frente de Todos. Para ponerse otra vez de pie se agarra de Santiago Cafiero, víctima del mismo rayo fulminante. El canciller tiene el cometido de conseguir alguna señal de reconocimiento externo que devuelva al Presidente alguna jerarquía. El sueño es una foto con Joe Biden cuando ambos se encuentren en Roma, en la cumbre del G20, entre el 30 y 3l de octubre. ¿Habrá también una foto con el Papa? Si la nota que firmó el arzobispo de La Plata, Víctor Fernández, cobija alguna predicción, habría que pensar en que el Santo Padre encontrará una excusa para que el Presidente no lo vea. “¿Dos semanas antes de una elección? No lo veo a Jorge tomando el riesgo de subirse a una derrota”, comentó ayer un sindicalista que lo conoce como pocos.
El encargado de relaciones internacionales de Defensa, Francisco Cafiero (a quien en el kirchnerismo identifican como el “Cafiero blue” para distinguirlo de su primo, el oficial) divulgó ayer una foto con el nuevo agregado militar de los Estados Unidos, el coronel Steven Winkleman. “Conozco muy bien a los EEUU, viví parte de mi vida ahí y sé del compromiso por los intereses compartidos entre ambos países”, tuiteó. Le contestó Alicia Castro: “‘Los Estados Unidos de América parecen signados por la Providencia para plagar de miserias a América en nombre de la libertad’, dijo Bolivar y nada ha cambiado”.
Alberto Fernández se ha replegado sobre una agenda protocolar, frente a un Manzur que se autopercibe como primer ministro. El jefe de Gabinete quiere dar la imagen de un gestor hiperactivo que vino a rescatar a una gestión aletargada. Habrá que ver hasta cuándo se sostiene esa ficción. Porque quienes han visto de cerca a Manzur no confían en su talento administrativo. El mejor retrato de él llega desde Tucumán, con una columna de Federico Türpe en La Gaceta del sábado pasado titulada “El Manzur que compraron los porteños”. Vale la pena leer algunos párrafos:
“Ya lo van a descubrir (a Manzur) los porteños cuando lo escuchen hablar. Se repite a sí mismo con frases hechas y latiguillos genéricos y abstractos. Estamos avanzando, estamos planificando, estamos programando, estamos analizando, estamos coordinando, estamos resolviendo, estamos.... Manzur es un anunciador serial que no siempre concreta sus dichos”.
“¿Experiencia de gestión? Transita la mitad de su segundo mandato y los datos, no las opiniones, demuestran que está siendo una deficitaria gestión, batiendo récords estadísticos de inseguridad, pobreza e indigencia, ausencia de obras públicas importantes y falta de infraestructura”.
“La Justicia anuló los comicios de 2015 y resolvió que se debía volver a votar, aunque luego la Corte Suprema alperovichista decidió que eran válidos. En las elecciones del 12 de septiembre pasado el clientelismo se impuso con alevosía, con reparto de dinero a plena luz del día e incluso dentro de la veda electoral. Todo el aparato y la gorda billetera del Estado apenas le alcanzaron a Manzur para superar por 100.000 votos al vicegobernador Osvaldo Jaldo. Si Fernández no hubiera resuelto por decreto esta sangrienta interna del peronismo tucumano, al llevarse al gobernador a la Casa Rosada, las chances de que Manzur fuera derrotado el 14 de noviembre no eran menores”.
“Veremos cómo conviven dos años un jefe de Gabinete con el perfil ideológico de Manzur con el cristinismo de paladar negro. Se hace poco probable esta coexistencia. También es un especialista en aparatear elecciones -fue un buen alumno de Alperovich-, y sabe conseguir y reencauzar recursos para sumar adhesiones electorales. Es probable que el Presidente conozca estas virtudes de Manzur y quizás ese sea el motivo por el que lo eligió. Todo lo demás que se dice de Manzur en Buenos Aires está guionado”.
“Quienes más lo conocen dicen que Manzur es inescrutable, indescifrable, que nadie sabe realmente quién es”.
Sobre Manzur pesan, por lo menos, dos incógnitas. Todavía no está claro que sea el representante de un PJ federal en el gabinete, y no un nuevo Capitanich. El chaqueño también llegó como gobernador al mismo cargo después de la derrota bonaerense de 2013. Se mostró hiperactivo en un primer momento, hasta que, de a poco, fue perdiendo la luz. Cristina Kirchner lo fue secando. El segundo interrogante: ¿cómo lo afectarán los resultados? Él asumió el rol de jefe de campaña. Si consigue un éxito, puede aspirar a ser el hombre fuerte del Gobierno. Si fracasa, deberá pagar un costo. Siempre y cuando no suceda lo peor: que el Frente de Todos pierda por una diferencia superior a la de las primarias.
La incierta situación de Manzur es un dato trivial frente a otro enigma: el destino de Martín Guzmán. La vicepresidenta, como quedó claro en su flamígera carta, lo tiene en la mira por querer reducir el déficit fiscal. Y desde La Cámpora preferirían voltearlo. Massa se prepara para esa situación. Fantasea con ser el Domingo Cavallo de 1991, el salvador de la gestión de Carlos Menem. Es posible que Massa no recuerde que Cavallo se benefició con el severísimo ajuste que ejecutó Erman González. Ese ajuste todavía no fue hecho. Massa, igual, entrena. El próximo 7 de octubre también estará en Roma, en una reunión parlamentaria del G20. Hablará en el Palazzo Madama. Promete un homenaje al senatore “Cacho” Caselli.
Manzur ya tuvo un par de reuniones con Guzmán. Imposible saber si le dio un respaldo. Para él la ambigüedad no tiene secretos. Algunos de sus amigos aseguran que no lo entusiasma la proximidad de Massa. Los dos venden el mismo producto.
Alberto Fernández parece tener las cosas más claras. A los sindicalistas que le plantearon, preocupados, la posibilidad de un desplazamiento de Guzmán, les dijo: “Si Guzmán se va, yo ya no le encontraría el sentido a seguir”. ¿Cuánto dura esa firmeza en alguien tan volátil? Misterio.
La permanencia del ministro de Economía es una duda subordinada a otra más relevante. ¿Después de las elecciones habrá voluntad de cerrar un acuerdo con el Fondo? La pregunta es más inquietante si se repite la derrota oficialista. Cristina Kirchner sigue afirmando que ella pretende ese entendimiento. Pero, ¿sabe cuánto cuesta? A medida que el gasto se expande, los ajustes necesarios se vuelven más dramáticos. Un ejemplo: si el Fondo pidiera algo tan complaciente como que se mantengan los subsidios en su dimensión actual, sin siquiera recortarlos, y en 2022 hubiera una inflación del 40%, habría que subir las tarifas un 40%.
¿Cabe pensar en una Cristina Kirchner que se desentienda del destino de la administración? Quizás sería un gesto inútil. Según el estudio de Fixer, el 64% de los consultados creen que, en realidad, gobierna ella. Solo un 28% cree que gobierna el Presidente.
Fernández está desconectado de su jefa. Por eso en Roma, cuando se encuentre con la directora del Fondo, Kristalina Georgieva, no podrá ofrecer respuestas definitivas. Georgieva llegará a la reunión cargando su propia cruz. Está acusada de manipular indicadores a favor de China cuando trabajaba en el Banco Mundial. Por ese motivo The Economist pidió su renuncia al Fondo. Financial Times también la puso en la picota. Aún cuando Georgieva logre permanecer en su puesto, deberá tolerar una mayor tutela de los Estados Unidos. La relación de Washington con el Fondo pasa por la Secretaría del Tesoro, que conduce Janet Yellen. El principal asesor internacional de Yellen es David Lipton, un ortodoxo bastante inflexible que fue el encargado de negociar con el gobierno de Mauricio Macri el programa con el Fondo. Lipton fue acusado por Alberto Fernández y su equipo por esa tarea.
Si se mira la escena como si fuera un tablero de ajedrez, la partida de Roma presenta una llamativa simetría. Dos figuras devaluadas, Fernández y Georgieva, deben discutir sobre un ajuste, mientras sufren la presión de sus socios radicalizados.
http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA
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