Quién es Aníbal Fernández
Indigna y preocupa que se mantenga a un personaje tan oscuro de la política al frente de un área que exige con urgencia acción y transparencia
Aníbal Fernández fue ministro de Justicia y Seguridad entre 2007 y 2009, durante la presidencia de Cristina Kirchner. Desde 2003 venía ejerciendo responsabilidades en materia de seguridad como ministro del Interior, a partir de haber recuperado el control de la entonces Subsecretaría de Seguridad de la Nación (2004), que había dependido primero de Justicia, para volver luego a aquella cartera tras la partida del ministro Gustavo Beliz, durante la gestión de Néstor Kirchner.
El proceso inverso se dio cuando el propio Fernández asumió la cartera de Justicia y Derechos Humanos en 2007 y retornó al ámbito de ese ministerio la citada subsecretaría, con el control de la Policía Federal, la Gendarmería Nacional y la Prefectura Naval. Su gestión durante ese largo período estuvo teñida por varios graves escándalos; entre ellos, las causas por tráfico de efedrina con su secuela de muertes mafiosas, además de sus memorables declaraciones sobre la “sensación de inseguridad” creada, según él, por los medios, mientras se manipulaban las estadísticas.
El avance del narcotráfico incluyó por entonces una monumental importación de efedrina al país, un producto clave para la producción de metanfetaminas. México, uno de los principales productores mundiales de este estupefaciente había prohibido su importación, fundamentalmente de China y la India. Los narcos mexicanos decidieron triangular a través de la Argentina ese producto para evadir controles, aumentando así el valor de la efedrina en más de un 1000%. Las turbias maniobras se asociaron con llamativos homicidios: el triple crimen de General Rodríguez y el asesinato por encargo de sicarios en Unicenter a plena luz del día. Cabe también recordar el estallido de un laboratorio productor de metanfetaminas, regenteado por narcos mexicanos, en Ingeniero Maschwitz. En varias de estas causas, “la Morsa” aparecía como actor clave de la trama narco; según la exdiputada Elisa Carrió, ese sería el apodo del propio Aníbal Fernández, algo que él negó enfáticamente.
Sus públicos enfrentamientos con el entonces responsable de la Secretaría de Lucha contra la Drogadicción y el Narcotráfico (Sedronar), José Ramón Granero, cargados de descalificaciones y graves acusaciones, culminarían con el decomiso de una camioneta de la Sedronar repleta de cocaína y el posterior procesamiento de Granero, junto a las más altas autoridades del organismo, por tráfico ilegal de efedrina.
Fue fenomenal el avance del poder narco en la Argentina mientras Aníbal Fernández era el responsable nacional del área de seguridad. El embajador argentino en México, Jorge Yoma, denunció entonces ante el gobierno azteca las fuertes conexiones locales de los carteles mexicanos, pero sus dichos fueron negligentemente desestimados.
A poco de dejar el cargo de ministro de Justicia y Derechos Humanos, Aníbal Fernández asumiría la Jefatura de Gabinete, en el último período presidencial de Cristina Kirchner. En ese momento escribió una durísima carta contra Alberto Fernández, a quien tildó de desleal y criticó por llamar “amigo” a Néstor Kirchner. El actual presidente le respondió: “Aníbal se ha convertido en un energúmeno verbal”, enfatizó. Nada cambió; su filosa lengua no descansa, amparada en las asimetrías del poder.
Sorprende y preocupa que, pocas semanas antes de los comicios, el presidente Fernández convocara a un personaje de la política tan oscuro y con tan mala imagen para desempeñarse en un área que necesita urgentemente acción y transparencia. Tal vez la razón sea su habilidad discursiva para confrontar con opositores y medios, e incluso para sostener posiciones indefendibles.
Sucede en el cargo a la antropóloga Sabina Frederic, una ministra que se caracterizó por su inacción frente al narcotráfico y el crimen organizado. Fiel a su sesgo ideológico, las principales decisiones de esta funcionaria fueron muy controversiales. Basta mencionar los cambios en protocolos de actuación de las fuerzas policiales y de seguridad, la prohibición del uso de la pistola eléctrica Taser, el apoyo a la liberación de presos durante la pandemia y la disolución de la Subsecretaría de Lucha contra el Narcotráfico. En el contexto de la campaña electoral, sumó sus transgresoras opiniones sobre Suiza, que calificó de país “aburrido”, y comentarios tan estrafalarios como desafortunados sobre los carpinchos de Nordelta. El agravamiento de la inseguridad, incluido el incremento de los homicidios aun en tiempos de encierro por pandemia, sumado a las peleas con circunscripciones que atraviesan situaciones críticas, como las provincias de Santa Fe y Buenos Aires impusieron el recambio.
Resulta difícil para muchos comprender cómo de la munición cruzada con el Presidente podría nacer la confianza necesaria para trabajar mancomunadamente ahora en un mismo gobierno. En vista de las etapas que atravesó la relación entre Alberto Fernández y la vicepresidenta Cristina Kirchner en el pasado, nada debería ya sorprendernos.
La muy desafortunada designación de Aníbal Fernández al frente del Ministerio de Seguridad es tan sombría como sus antecedentes. Ante el preocupante avance del narcotráfico y del delito en general, su figura solo despierta un mayoritario rechazo en una sociedad que demanda transparencia y compromiso para atender cuestiones tan delicadas. Por esta y por otras razones de dominio público no debería permanecer ni un minuto más en el Gobierno.
Sus públicos enfrentamientos con el entonces responsable de la Secretaría de Lucha contra la Drogadicción y el Narcotráfico (Sedronar), José Ramón Granero, cargados de descalificaciones y graves acusaciones, culminarían con el decomiso de una camioneta de la Sedronar repleta de cocaína y el posterior procesamiento de Granero, junto a las más altas autoridades del organismo, por tráfico ilegal de efedrina.
Fue fenomenal el avance del poder narco en la Argentina mientras Aníbal Fernández era el responsable nacional del área de seguridad. El embajador argentino en México, Jorge Yoma, denunció entonces ante el gobierno azteca las fuertes conexiones locales de los carteles mexicanos, pero sus dichos fueron negligentemente desestimados.
A poco de dejar el cargo de ministro de Justicia y Derechos Humanos, Aníbal Fernández asumiría la Jefatura de Gabinete, en el último período presidencial de Cristina Kirchner. En ese momento escribió una durísima carta contra Alberto Fernández, a quien tildó de desleal y criticó por llamar “amigo” a Néstor Kirchner. El actual presidente le respondió: “Aníbal se ha convertido en un energúmeno verbal”, enfatizó. Nada cambió; su filosa lengua no descansa, amparada en las asimetrías del poder.
Sorprende y preocupa que, pocas semanas antes de los comicios, el presidente Fernández convocara a un personaje de la política tan oscuro y con tan mala imagen para desempeñarse en un área que necesita urgentemente acción y transparencia. Tal vez la razón sea su habilidad discursiva para confrontar con opositores y medios, e incluso para sostener posiciones indefendibles.
Sucede en el cargo a la antropóloga Sabina Frederic, una ministra que se caracterizó por su inacción frente al narcotráfico y el crimen organizado. Fiel a su sesgo ideológico, las principales decisiones de esta funcionaria fueron muy controversiales. Basta mencionar los cambios en protocolos de actuación de las fuerzas policiales y de seguridad, la prohibición del uso de la pistola eléctrica Taser, el apoyo a la liberación de presos durante la pandemia y la disolución de la Subsecretaría de Lucha contra el Narcotráfico. En el contexto de la campaña electoral, sumó sus transgresoras opiniones sobre Suiza, que calificó de país “aburrido”, y comentarios tan estrafalarios como desafortunados sobre los carpinchos de Nordelta. El agravamiento de la inseguridad, incluido el incremento de los homicidios aun en tiempos de encierro por pandemia, sumado a las peleas con circunscripciones que atraviesan situaciones críticas, como las provincias de Santa Fe y Buenos Aires impusieron el recambio.
Resulta difícil para muchos comprender cómo de la munición cruzada con el Presidente podría nacer la confianza necesaria para trabajar mancomunadamente ahora en un mismo gobierno. En vista de las etapas que atravesó la relación entre Alberto Fernández y la vicepresidenta Cristina Kirchner en el pasado, nada debería ya sorprendernos.
La muy desafortunada designación de Aníbal Fernández al frente del Ministerio de Seguridad es tan sombría como sus antecedentes. Ante el preocupante avance del narcotráfico y del delito en general, su figura solo despierta un mayoritario rechazo en una sociedad que demanda transparencia y compromiso para atender cuestiones tan delicadas. Por esta y por otras razones de dominio público no debería permanecer ni un minuto más en el Gobierno.
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