“EN EL SUBTE ESPÍO LOS FEEDS DE LOS CELULARES AJENOS”
CRÍTICA, POLEMISTA Y DUEÑA DE UNA CURIOSIDAD INAGOTABLE, BEATRIZ SARLO SE PREGUNTA POR EL EJERCICIO DE LA LECTURA EN LA ERA DIGITAL Y REIVINDICA UN PENSAMIENTO ANCLADO EN EL MÉTODO Y LA VOLUNTADLA
— texto de Diana Fernández Irusta
Pertenece a una tradición ensayística empeñada en indagar estructuras, habituada a preguntarse por lo que late en lo profundo de las expresiones sociales; mira con ojos del siglo XX una época que, como la actual, es puro territorio surfer: superficies expandidas, velocidad, dispersión.
Nacida en 1942, Beatriz Sarlo es una de las voces intelectuales más potentes de un país conflictivo, tan difícil de asir como el extraño siglo de vértigo digital y deudas materiales que atravesamos. Mientras trabaja en una autobiografía que ya tiene título (No entender), Sarlo no pierde curiosidad por lo que la rodea y se hace fuerte en aquello que la hizo ser quién es: la literatura, el cine –visto en sala de proyección colectiva, jamás en “pantallitas”–, la lectura rigurosa de la prensa escrita y un estilo de vida donde método, voluntad y austeridad son un núcleo fuerte.
La demagogia, la tibieza o las volteretas verbales de cierta corrección le son absolutamente ajenas. “Populismo educativo” dirá, cuando se le menciona la estrategia de introducir en el aula textos sencillos o próximos a la experiencia adolescente, en lugar de los clásicos. “Me aburrieron”, decretará, al rememorar alguna inmersión en el mundo de las redes sociales ( y asegurará que el folletín decimonónico “tenía un oficio de escritura y una poética que me interesan más que lo que se ve en las redes”). Respecto de ciertas emociones nacionales, lanzará: “No tengo esperanzas de que un festejo por los 40 años de democracia sea mayor que un festejo por un Mundial de fútbol”.
Hace rato que su voz se convirtió en una presencia habitual en los medios; Sarlo es entrevistada, participa en debates, escribe artículos, realiza clases magistrales como la que presentó en el Centro Cultural San Martín sobre Borges, subida al canal de Youtube del GCBA. En abril fue trending topic en Twitter tras la entrevista que le realizó el youtuber Tomás Rebord. El año pasado, la editorial Siglo Veintiuno publicó Clases de literatura argentina, una recuperación de su mítico paso por la carrera de Letras de la UBA, y reeditó
La pasión y la excepción, libro donde analiza tres elementos claves para pensar la política y la cultura argentinas: Eva Perón, el asesinato de Eugenio Aramburu, la obra de Jorge Luis Borges. En 2018 se publicó La intimidad pública (Seix Barral), otro producto netamente Sarlo, donde, a través de las figuras del escándalo y los “famosos”, desentraña aspectos de la cultura contemporánea.
“Lo entiendo, estuve tres o cuatro años en el programa de radio del Instituto Di Tella”, comenta cuando esta cronista le confiesa una pesadilla frecuente: que el grabador no funcione. ¿Qué no hizo Sarlo? ¿Qué área de lo simbólico le queda por tocar a esta mujer que hoy por hoy –y desde los años setenta– considera que tiene dos “segundos hogares”: el club donde entrena de manera regular y el Teatro San Martín, con su sala Leopoldo Lugones?
–Si quisieras, en este momento, trazar un mapa de los cambios culturales y sociales que describiste en los años noventa con Escenas de la vida posmoderna, ¿en qué fenómeno te concentrarías? ¿En lugar del shopping y los videojuegos que analizaste en aquel libro, observarías las redes y el CHATGPT?
–Creo que lo primero que haría, dada una tradición escolar que era importante en la Argentina, sería pedirle a algunos maestros y sobre todo a algunos profesores del secundario, que me mostraran escritos de sus alumnos. Porque lo poco que he visto es una especie de desaparición de la sintaxis compleja. Por sintaxis compleja entiendo aquella que tiene no solo aclaraciones de tiempo y lugar, sino aclaraciones de consecuencia, de hipótesis. Lo que veo es que esa sintaxis compleja ha sido reemplazada por algo que sería una sintaxis unimembre, frases más bien cortas, cuyos complementos son el tiempo y el lugar. Eso a mí me preocupa. La sintaxis, la posibilidad de pensar complejo y construir frases complejas, me parece que es algo que se ha perdido incluso en gente que puede llegar a la facultad.
–¿Los nuevos medios no “entrenarían” lectores como lo hacían los folletines o la literatura sentimental del siglo XIX, algo que también estudiaste?
–Está ligado con la escritura, y en algunos casos con los libros que uno ve como los más vendidos, con temas que parece que se buscaran muy cerca del posible comprador del posible best seller. Entonces lo que quizás disminuye es el misterio y la curiosidad que produce la literatura. El nivel de distancia que tenía la ficción respecto de sus lectores era muy grande, y por lo tanto le daba a la ficción el instrumento de suscitar la curiosidad. Voy a poner un ejemplo clásico: Los tres mosqueteros. No había mosqueteros en el tiempo en que se publicó ese best seller decimonónico. No se busca una simple novela histórica, sino una novela compleja, donde los lectores tenían que seguir hasta los vericuetos de las sucesiones reales, interpretarlas. Pero no quiero hablar solo en términos de que eso haya sido una perdida, han surgido otras formas de los mensajes ficcionales y simbólicos, que son los que frecen los medios audiovisuales, que fueron fenomenales desde la década del 30 en adelante como posibilidad de ofertar esa complejidad simbólica. Voy a mencionar una película que hizo saltar boleterías: Lo que el viento se llevó. Tomemos esa película, que es muy compleja desde el punto de vista narrativo, le exige al espectador una gran atención sobre lo que está sucediendo, y al mismo tiempo fue un blockbuster.
–¿Las series tomaron la posta de todo esto?
–Hay que ver de qué series hablamos. Porque si uno habla de series de hace 40 años como Los intocables, son series que compiten en complejidad con un thriller policial. Sobre las series de hoy soy absolutamente incapaz de hablar, prácticamente no miro televisión. Voy al cine. ¿Y por qué voy al cine? Porque la televisión ha producido un achicamiento de la imagen en el sentido más físico. Por eso soy público de la Lugones. Porque ver una película de Kurosawa en una pantallita es perfectamente legítimo, pero yo prefiero dejarla pasar y decir ya va a llegar esta película a la Lugones, y volverá a ser proyectada allí. Por eso para mí la Lugones es un gran lugar. Y se prueba que es un gran lugar para los viejos porque el público de la Lugones es público de gente de bastante edad, salvo algunos casos de estudiantes de cine que uno reconoce inmediatamente [risas].
–En la era del consumo on demand, esperar a que una película sea exhibida es... ¡contracultural!
–Es contracultural en otro sentido que me parece muy fuerte. Vos de una película proyectada en pantalla podés levantarte e irte. Lo que no podés hacer es ir a la heladera, hacerte un sandwich, volver a mirar un rato, hablar por teléfono con tu novio o novia, volver a mirar. Esas películas no admiten ser cortadas, no porque haya una penalidad, sino porque su estética no lo admite.
–En relación al universo digital, ¿no estás en las redes pero igual las stalkeás?
–Al principio las stalkeé, luego me di cuenta de que allí no pasaba nada que pudiera llegar a interesarme. Prefiero en ese sentido ponerme una hora y media a mirar TV, desde las 17 hasta el noticiero.
–¿Televisión?
–No lo hago con frecuencia, pero soy de una generación que valora el oficio en la escritura, en la pintura, en la representación. Ese oficio, o yo no lo percibo o no está presente en las redes. No digo que no den una dimensión de la vida contemporánea, decirlo sería tan ridículo como decir que el folletín no dio una dimensión de cambios literarios fundamentales cuando surgió un nuevo público. Me dediqué a estudiar el folletín, o sea que podría dedicarme a estudiar las redes. Pero el folletín tenía un oficio de escritura y una poética que me interesan más que las redes. Se podría ver por qué las redes son tanto más elementales que los folletines que aparecían en diarios como Crítica, eso puede hablar de la decadencia de ciertas formas de los aprendizajes. Pero no soy yo la persona que puede estudiarlo.
–¿Te interesa más lo que se dice en la calle?
–Todo el tiempo escucho lo que se dice en la calle. Y en el subterráneo espío los feeds de los celulares ajenos. Lo que me impresiona mucho es que esos feeds van tan rápido que la persona que los maneja lee más rápido que yo. Y te puedo asegurar que es muy difícil leer más rápido que alguien que ha sido entrenada en la lectura. Entonces me pregunto, ¿qué es lo que se saltean para que el feed del celular vaya a esa velocidad? Se detienen en las imágenes, sin duda. Pero ¿qué es lo que se están salteando?
–Hace poco, en redes, circuló una frase del francés Alain Badiou, donde decía que en esta época ocurren cosas todo el tiempo, pero no se producen acontecimientos. ¿Estás de acuerdo?
–Pero acontecimiento en los términos que maneja Badiou, hay. Quizás se han vuelto complejos para el público que llega a los canales de información. ¿Quién te podría explicar, aunque sea de manera muy elemental, lo que está sucediendo entre Rusia y Ucrania? Lo que se ha acentuado es el foco sobre lo más próximo. Y esa hambre por aquello que es más lejano parece haberse perdido en parte, no porque lo exótico no interese, sino porque hay que saber más cosas para comprender eso más lejano.
–Entender lo diferente implicaría …
–Implicaría un ejercicio intelectual, para darle la palabra que merece. Yo me pregunto muchas veces, y habría que preguntárselo a los profesores, cómo se puede leer hoy un capítulo de Facundo en el secundario.
–No sé si puede leer.
–Yo tampoco sé si puede leer [sonríe con algo de desencanto]. Ni siquiera un capítulo francamente romántico como el de la Severa Villafañe, ni siquiera eso.
–El siglo XIX a un adolescente le queda muy lejos. En general se buscan, como recurso didáctico, textos que esté más cerca de las experiencias de los chicos.
–Sería populismo educativo eso. No vamos a decir clásicos del policial que ni siquiera yo leería ahora, ¿pero Raymond Chandler se podría leer? ¿El libro con la frase “Hay Rubias y rubias”, por ejemplo? ¿Qué diría tu lector del secundario? [sonríe] ¿Y qué le explicaría su profesora?
–Tendrían que desmenuzar varias capas de sentido, imagino.
–Tienen que tener la paciencia de seguir. La literatura es un ejercicio de paciencia, tanto para quien escribe como para quien lee. El que lee tiene que tener la paciencia de seguir, porque si no Proust no hubiera tenido un lector en su vida.
–Había una palabra, “emancipación”, que se asociaba al ejercicio de la lectura, a la educación. ¿Esa idea se perdió?
–En el siglo XX el sinónimo de esa palabra es la autonomía. Y la autonomía se consigue por varios caminos. Uno puede ser el del pensamiento político, otro puede ser el religioso, en el sentido no de creer cualquier cosa sino de tener una creencia fundada y expresable; otro puede ser el filosófico y otro puede ser también una reflexión sobre la vida cotidiana, una reflexión que se autonomice del lugar común. Tengo la sensación de que en este momento no nos autonomizamos del lugar común.
–Bueno, ahí te quiero hacer una pregunta sobre tu lugar de intelectual. A veces te presentás como periodista…
–No, me presentan. Para mí es un honor, es una profesión que respeto y considero central en la modernidad. Hubo un momento definitorio en eso, hace unos 25 años, cuando [Jacobo] Timerman me llamó a su escritorio y con ese tono decidido que tenía, dijo quiero que entres a mi diario.
Yo todavía no había escrito lo que se llama una nota, había escrito cosas que habían sido publicadas en los diarios. Y en ese momento, justamente, se abría la universidad porque había terminado la dictadura. Y yo le dije tengo que volver a la universidad. Estuve varias dictaduras militares, desde el año 66, esperando la vuelta a la universidad. Le dije mire,le agradezco muchísimo, usted sabe lo que yo aprecio La opinión, los diarios que usted ha dirigido y dirige, pero se abre de nuevo la universidad para mí. Y Timerman me dijo no te preocupes, yo le hablo a [Francisco] Delich, que era el rector de la universidad en ese momento [risas]. Pero le dije que yo quería volver a la universidad. Y así fue, volví, hice una gran experiencia, pero siempre seguí con un pie puesto en otro territorio.
–¿Hay una voluntad, una decisión, de intervenir en la conversación pública?
–Quizás sin darme cuenta uno de los modelos que me inspiraron fue David Viñas, alguien con quien discutí muchísimo, con quien me peleé… Un gran investigador de la literatura argentina. Y un gran escritor con el cual no puedo competir. La prosa en la que se escribe es tan importante como lo que se escribe; se funden. Se unifica la importancia que uno le adjudica a eso que escribe con la manera en que lo escribe. Y eso quizás sea un camino más sencillo para llegar al periodismo. Solamente en los comienzos del estructuralismo formé parte de un grupo donde se escribía en jerga estructuralista, semiológica. Lo abandoné, nunca más volví. Y no es que no sepa semiología. Pero abandoné ese tipo de jerga.
–¿Para llegar a otros públicos?
–No, para abandonar la jerga. Como a mí no me gustaba cierto tipo de discurso dominado por la jerga, dije no lo quiero hacer yo. Y bueno, eso, con la ayuda de Dios [sonríe] me trajo otros públicos, bienvenidos sean. Fue una vocación que yo no sabía que tenía, una vocación que además debía tener en su momento y también ahora, un sustento político. Es decir, tener un público que desbordara el sector social al cual yo pertenecía.
–¿Cómo vive quien dirigió la revista Punto de Vista, un espacio tan ligado a la recuperación democrática, este año de un 40° aniversario poco festivo?
–No tengo esperanzas de que un festejo por los 40 años de democracia sea mayor que un festejo por un Mundial de fútbol. Las cuestiones que interesan quizás vayan por otros caminos. Eso marca el desinterés por la política, desinterés que la política fomenta. Porque una política donde hay decenas de caudillos en todas las provincias argentinas más las intendencias de esas provincias, se hace ilegible para quien no es especialista. La política pierde la nitidez con la cual fue vivida en el comienzo de la transición democrática. Lúder-alfonsín: eso tenía una enorme nitidez, al margen de que los más especializados en el día a día político supieran que había decenas de caudillos movilizando para un lado o para el otro. Por otra parte, se podían adivinar los programas. Mientras que los políticos que hoy dicen que quieren que la gente esté muy bien, tranquila y segura, no pueden transmitir programas. Aunque un programa sea algo difícil de transmitir, aunque no todos los votantes vayan a sentarse a leer algo así, no existe. Tenemos un programa [hace un silencio expresivo]… es como si yo te dijera a vos creo que soy muy alta.
–Bueno, si te autopercibís alta…
–Efectivamente [risas]. Para empezar, uno tiene que pensar que los políticos quizás temen que un programa los lleve a un mayor conflicto político, y como están muy preocupados por ver quién es el puesto cuarto, quinto y séptimo de la lista de una intendencia de 200 mil habitantes, no quieren tener más conflictos.
–¿De ahí el creciente sentimiento antipolítico?
–Habría que decirlo junto con otra descripción, que es el desinterés que genera la política. Y es un desinterés no solo argentino. Alguna transformación ha sucedido. Quizás la perdida de densidad de las ideologías fuertes que estaban incluidas en los movimientos políticos. Esa pérdida de densidad puede generar pérdida de interés en aquellos a los que les atraería más una política densa y programática. Cuando yo ingresé a la política, por el camino que fuere –ingresé por el peronismo y luego por el marxismo leninismo–, sentía que tenía que conocer los textos fundamentales. Recuerdo con mucha alegría que nos sentábamos Jorge Dotti, [Carlos] Altamirano, yo y alguno más a leer la sección primera de El capital, que es uno de los textos más difíciles. Y para lo cual estábamos equipados no mucho, dado que es una sección de alto carácter filosófico. Y bueno, nos sentábamos, nos agarrábamos la cabeza con las dos manos y arremetíamos. Nos habrá costado un año la sección primera de El capital.
–¿Constancia, paciencia y tiempo?
–El tiempo para esas cuestiones siempre existe en la medida en que uno tenga la voluntad ideológica y ética de dedicarlo. Mirá, yo estudiaba la sección primera de El capital en un colectivo que me llevaba de Boulogne a Buenos Aires, porque militaba en Boulogne. Era la voluntad de que yo me iba a apropiar de ese texto fundamental del marxismo, un texto del siglo XIX. Esa voluntad no me la quitaba nadie. Estaba la convicción de que un militante político debía estar formado ideológica y casi te diría filosóficamente.
–¿Algo difícil de concebir en la subjetividad actual?
–Yo no puedo pensarla porque no la conozco, excepto los sonetos que se escriben en Twitter… Me interesan más las manifestaciones de masas. Me significan algo de una sociedad que no conozco. Por eso voy tanto a las manifestaciones.
–¿Qué encontrás ahí?
–Una percepción muy fuerte de lo que puede ser el horror y la necesidad de la vida cotidiana. Creo que es algo que un intelectual que vive cómodamente, está rodeado de sus libritos y tiene estos diálogos con vos, no percibe si no lo ve materializado. Yo voy sobre todo a las marchas que piden planes sociales, que vienen de los barrios; hay gente que vive colgada de que no se corte el plan social. Y en esas marchas están unas señoritas con unos cuadernos, que los anotan. La gente tiene que ir porque si no, ojo. A las señoritas las vi.
–¿Qué te pasa al volver de esas manifestaciones?
–En personas como yo la movida hacia la escritura es inmediata, por eso escribí tanto sobre las marchas. Pero por otro lado alguien podría decir: es una cínica, vuelve a su departamento, abre la computadora, ve si está perfecta, va a la cocina, se sirve un whisky… Alguien podría decir ésta es una cínica.
–¿Y vos qué decís?
–Soy una cínica que está siguiendo esta realidad que me atrae y me conmueve.
–Si te conmueve, no sos cínica.
–Gracias. Eso dejalo, eh [risas].
–Vuelvo sobre un tema, Beatriz: el pueblo quiere saber qué opina Sarlo del CHATGPT.
–No lo he pensado. Es un desarrollo que no me causa sorpresa. Pero no he pensado todavía sobre sus consecuencias. No creo que viva para verlas.
–Mirá que vienen rápido.
–Lo mío también.
–¿Hay un esfuerzo por no ser ni apocalíptica ni nostálgica?
–La nostalgia es un sentimiento que ignoro. A lo mejor lo experimento y lo reprimo. Sé que tuve épocas mejores en mi vida, sé que mi vida entra en una fase de decadencia por mi edad, pero la nostalgia es un sentimiento que no tengo. Lo que tengo es el recuerdo de la vitalidad que tuvo mi vida en momentos fuertemente políticos o de fuerte organización cultural. Pero nostalgia… ¿volver a eso? No me da el físico.
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ALGUNO DE SUS ESCRITOS
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