¿QUIÉN MATÓ AL PRESIDENTE KENNEDY?El misterio que persiste a 60 años del crimen que cambió la historia de Estados Unidos
Texto de Julieta Nassau
John Tunheim tenía apenas 10 años el 22 de noviembre de 1963 y, sin embargo, todavía se acuerda de cada detalle de aquel día. Estaba en el colegio de Minnesota donde cursaba quinto grado. Cuando volvió al aula con sus amigos después del recreo del mediodía, la maestra les dijo que el presidente, John Fitzgerald Kennedy, había sido baleado. Media hora después, el director anunció por altoparlantes que el entonces mandatario había muerto. El shock se adueñó del colegio. Todos los alumnos volvieron a sus casas. Tunheim también relata que dos días más tarde, un domingo, estaba mirando la televisión en su casa cuando el único acusado por el magnicidio, Lee Harvey Oswald, fue asesinado durante una transmisión en vivo. “Creo que, si tenías más de cuatro o cinco años en ese momento, recordás ese día bastante bien. Yo lo recuerdo como si hubiese sido hace una semana”, dice Tunheim en una entrevista Lo que no se imaginó el pequeño Tunheim es que treinta años después se convertiría en un experto sobre aquel magnicidio. En 1993, cuando trabajaba como adjunto del fiscal general de Minnesota, fue seleccionado para integrar y liderar un panel que se ocupó de reunir, ordenar y dar a conocer miles de documentos secretos vinculados con el crimen. Cuando se están por cumplir 60 años del asesinato de Kennedy, Tunheim, juez federal de Minnesota y ex chief judge del juzgado federal en ese estado, considera que las dudas alrededor del caso “probablemente nunca se resolverán por completo”. Una serie de errores de procedimiento, de casualidades llamativas y de cabos sueltos hicieron que el magnicidio haya marcado el comienzo de una larga novela de teorías conspirativas en Estados Unidos. Un magnicidio, un único acusado asesinado y muchas dudas El 22 de noviembre de 1963, poco después del mediodía, Kennedy viajaba en el último asiento de un Lincoln Continental convertible negro junto a su mujer, Jackie Kennedy, durante una visita a la ciudad de Dallas, Texas. Delante de ellos estaban el gobernador de Texas, John Connally Jr., y su esposa, Nellie. La limusina cruzaba Dealey Plaza cuando los seguidores del presidente demócrata pasaron de la celebración al espanto. Se escucharon por lo menos tres tiros en cinco segundos. Kennedy cayó sobre su mujer después de que una bala impactara en su cabeza.
Kennedy y Connally fueron trasladados en la misma limusina con graves heridas al Hospital Parkland Memorial, el más cercano. El presidente fue declarado muerto a las 13; el gobernador sobrevivió. Sus dos mujeres resultaron ilesas. La policía allanó luego el sexto piso del depósito de libros donde trabajaba quien después se convertiría en el único acusado del magnicidio, Lee Harvey Oswald. Desde la ventana de la esquina sureste del lugar, el joven disparó al presidente, según la conclusión posterior de los investigadores. Allí, los agentes encontraron el arma utilizada, un Mannlicher-Carcano C2766, un rifle de bajo costo usado en la Segunda Guerra Mundial, que Oswald había comprado por correo meses antes.

Tras el crimen, en su camino a la fuga, Oswald mató a sangre fría a un policía cuando intentaba detenerlo por tener una actitud sospechosa. Luego fue arrestado mientras miraba la película War is Hell, sobre la guerra de Corea, en una sala de cine.

Oswald –un ex Marine que desertó a la Unión Soviética y luego pidió la repatriación a Estados Unidos- se convirtió en el único acusado de asesinar al presidente. Cuando la Policía de Dallas capturó al joven de 24 años, lo expuso en una llamativa conferencia de prensa en la que él afirmó ser un “chivo expiatorio”. Después fue interrogado, aunque no tenía un abogado, y nunca confesó su rol en el magnicidio.
El 24 de noviembre, cuando Oswald era escoltado en el estacionamiento del subsuelo de la Jefatura de Policía de Dallas para ser trasladado a la cárcel del condado fue asesinado de un tiro en el estómago, en lo que fue el primer crimen transmitido en vivo en la historia de la televisión. Oswald murió poco después de recibir el disparo en el Parkland Memorial, el mismo hospital donde habían declarado muerto al presidente días antes.
EL ASESINATO DE OSWALD..El acusado recibió un tiro cuando iba a ser trasladado de la Jefatura de Policía de Dallas
¿Quién le disparó? Jacob Leon Rubenstein, más conocido como Jack Ruby, dueño del club nocturno Carousel en Dallas y quien estaba en la mira de la policía local por sus nexos con la mafia y sus viajes a Cuba por “negocios”. En un breve juicio, en marzo de 1964, Ruby fue declarado culpable y condenado a muerte. Pero el juicio fue anulado por un tribunal en 1966 y se ordenó que se realizara otro. Ruby falleció el 3 de enero de 1967 por un cáncer pulmonar antes de que comenzara el nuevo proceso. También murió en el Parkland Memorial.

¿Por qué Ruby mató a Oswald? ¿Conocía a Oswald, como indican algunas versiones? ¿La policía lo dejó pasar hasta ese estacionamiento, como señalan otras? ¿A quién le convenía la muerte de Oswald? “El tiroteo de Ruby contra Oswald siempre fue muy sospechoso”, opina Tunheim, quien considera que esa muerte dejó el terreno fértil para las teorías conspirativas, igual que muchas escenas de esos dos días vertiginosos, como la desprolija conferencia de prensa de Oswald y el rápido juicio contra Ruby. “Parecían decididos a procesarlo y obtener la pena de muerte en lugar de decir ‘te enviaremos a prisión de por vida, pero tienes que decirnos lo que sabías y si tenías algún cómplice’”, menciona el juez. Todo esto en un marco que hoy sería increíble: el magnicidio no fue investigado como un delito federal sino “simplemente como un asesinato local”. “Por eso inmediatamente hubo disputas sobre quién tenía jurisdicción para investigar. Esta es una de las razones por las que Lyndon B. Johnson nombró la Comisión Warren; porque todo el mundo estaba investigando y cada uno iba en direcciones diferentes”, señala Tunheim.
La Comisión Warren fue el órgano que el presidente Lyndon B. Johnson creó una semana después del asesinato de Kennedy para investigar el caso, dirigido por el presidente de la Corte Suprema, Earl Warren. El informe final, publicado diez meses después, concluyó que el 22 de noviembre de 1963 Oswald actuó solo y disparó tres tiros con su rifle; además descartó “pruebas de una conspiración”. El órgano también introdujo lo que luego fue bautizado (con cierto sarcasmo) como la teoría de la “bala mágica”: que un solo proyectil atravesó a Kennedy y llegó hasta Connally, alcanzando a ambos en siete distintos lugares de sus cuerpos, una hipótesis necesaria para descartar la presencia de otro tirador. Era un proyectil de 6,5 mm con casquillo de cobre que se encontró en una camilla en el Hospital Parkland Memorial. Otras investigaciones oficiales avalaron los resultados de la comisión Warren. Pero en 1979, el Comité Selecto de la Cámara de Representantes sobre asesinatos apoyó algunas de sus conclusiones, aunque planteó que había una "alta probabilidad” de que hayan sido dos los tiradores y de que haya habido una conspiración que involucrara al crimen organizado. Las hipótesis sobre un segundo agresor lo ubican delante de la limusina (Oswald tiró desde detrás), en una pequeña loma conocida como Grassy Knoll. Tunheim destaca que la Comisión Warren hizo una investigación “muy exhaustiva”, pero señala los dos “principales defectos” de su trabajo. Por un lado, que la investigación inicial en Dallas en 1963 no fue muy profunda, que dejaron cabos sueltos y –especialmente- que no protegieron debidamente a Oswald. Y, en segundo lugar, la falta de colaboración de las agencias estatales como la CIA y el FBI. Pone como ejemplo que la CIA no entregó suficiente información y que los abogados de la comisión “confiaron en el FBI para gran parte de la ayuda de investigación, lo que siempre ha sido sospechoso porque [John Edgar] Hoover dirigía el FBI y ya sabía la conclusión a la que quería llegar, que era que Oswald era un asesino en solitario y que no había ninguna conspiración”. Teorías conspirativas Las principales teorías conspirativas que se reprodujeron desde 1963 encontraron su amplificador en JFK, el film de Oliver Stone de 1991 que combinaba elementos de documental con ficción. La película plantea la hipótesis de que Kennedy fue asesinado por una trama de la CIA y dirigentes conservadores, con la complicidad de Johnson. Entre los conflictos que rodeaban al presidente, indaga en el complejo militar-industrial (la necesidad de mantener la guerra en Vietnam, mientras Kennedy amenazaba con un repliegue), el fracaso de la invasión de bahía de Cochinos para derrocar a Fidel Castro en Cuba en 1962 (y una posible intención de venganza desde La Habana) y el contexto histórico de la Guerra Fría entre Estados Unidos y Rusia. También expone a las mafias, acorraladas por la guerra contra el crimen organizado que llevaba adelante el entonces fiscal general de Estados Unidos (y hermano del presidente), Robert Kennedy, asesinado en 1968.
Kevin Costner interpretaba al fiscal de Nueva Orleans Jim Garrison, quien en 1966 emprendió una cruzada judicial para demostrar los supuestos errores de la Comisión Warren. Uno de los logros de Garrison fue convertir en prueba judicial el llamado film Zapruder, como se conoce a la grabación casera del testigo Abraham Zapruder. El impresionante video de 26,6 segundos se conoció masivamente recién en 1975 y generó un impacto nacional. El alegato final de Costner en el que intentaba derribar las conclusiones de la Comisión Warren reavivó las teorías conspirativas. Stone echó más leña al fuego al señalar antes de los créditos que los registros sobre el asesinato recién se harían públicos en 2029. Documentos secretos La necesidad de contener el tsunami conspirativo llevó al Congreso a aprobar en 1992 la Ley de Colección de Registros del Asesinato de JFK, que ordenaba la publicación de los documentos vinculados con el magnicidio en un plazo de 25 años (el límite era octubre de 2017). Para lograrlo, se crearía el Panel de Revisión de los Archivos sobre el Asesinato (ARRB, por sus siglas en inglés), compuesto por personas recomendadas por las asociaciones de profesionales, entre las que el presidente debía elegir. “La preocupación era que Bush padre nombrara a amigos de la CIA -porque él había dirigido la CIA- y no llevara a cabo un proceso justo”, afirma Tunheim. Finalmente, en 1993, la selección quedó a cargo de Bill Clinton, quien nominó a las cinco personas que después fueron confirmadas por el Senado. Además de Tunheim (quien quedó como presidente del panel), había tres historiadores (Henry Graff, Kermit Hally y Anna Nelson) y un archivista (William Joyce). El trabajo comenzó en abril de 1994 y se extendió hasta septiembre de 1998.

Tunheim recuerda la sorpresa de haber sido seleccionado y la conversación que tuvo con Clinton: “Le dije que realmente no tenía ningún conocimiento especial sobre el asesinato. Él me dijo: ‘Eso es perfecto porque no quiero que haga esto alguien que piensa que sabe exactamente lo que pasó’”. En medio de un mar de desafíos para el panel, el principal era manejar la tensión con las agencias, como la CIA, el FBI o el Servicio Secreto, que presionaban para mantener los documentos en secreto argumentando que se conocerían los nombres o detalles de sus informantes de esa época. Una de las principales revelaciones del panel fue la vigilancia de la CIA a Oswald en un misterioso viaje que realizó a la Ciudad de México semanas antes del magnicidio. Allí, el joven fue a las embajadas de Cuba y la Unión Soviética, presuntamente para pedir una visa. Esos documentos, que según Tunheim nunca fueron compartidos con la Comisión Warren, recién se desclasificaron el año pasado. “Aún se desconoce en gran medida si ese viaje tuvo relación con el asesinato o no, pero sentimos que era importante divulgar toda esa información”, dice el juez. Si bien la fecha límite para la desclasificación era 2017, en ese momento el presidente Donald Trump decidió postergar la publicación de los documentos secretos por pedido de la CIA y el FBI. Luego, Joe Biden hizo una primera difusión en octubre de 2021 y, en diciembre del año pasado, en una carta pública, Tunheim le pidió que divulgara los documentos restantes. “Ya es hora de ser transparentes y poder decirles a los estadounidenses que no se les oculta nada y que tienen acceso a todo el historial del gobierno federal sobre el asesinato de JFK”, decía el texto. Ese mismo mes, se conocieron nuevos documentos y finalmente, en junio de este año, terminó la desclasificación, con excepción de unos 500 registros que la ley de 1992 dejaba al margen.

Un dato nuevo, 60 años después Aunque ya pasaron seis décadas, el crimen de JFK sigue generando intrigas. La última llegó de la mano de Paul Landis, un exagente del Servicio Secreto que en ese momento era custodio de Jackie Kennedy, quien reveló un dato hasta ahora desconocido. En una entrevista con The New York Times antes de la publicación de su libro The Final Witness (El testigo final), Landis afirmó que ese 22 de noviembre él encontró una bala casi intacta en el asiento de la limusina donde viajaba Kennedy y luego la dejó en la camilla del mandatario en el hospital, con la intención de que la evidencia quedara junto al cuerpo. El proyectil fue después encontrado cuando se cayó desde la camilla de Connally. Landis cree que, en algún momento, las camillas quedaron juntas y la bala rodó de una a la otra. El historiador y experto en la historia de Kennedy James Robenalt, quien ayudó a Landis para su libro, dijo en una entrevista con la BBC que la revelación del exagente socava la teoría de la bala mágica porque demostraría que el gobernador y el presidente fueron alcanzados por distintas balas que habrían sido disparadas por distintas personas.


Pero otros minimizan el impacto del nuevo relato. Clint Hill, el agente del Servicio Secreto que ese día saltó al auto presidencial para proteger a Kennedy, no cree en la versión de su colega y, de hecho, consideró que “no tiene ningún sentido”. Por su parte, el periodista Gerald Posner, autor del libro Caso Cerrado, en el que concluía en 1993 que Oswald mató a Kennedy solo, dijo que el relato de Landis “debe tomarse en serio", aunque planteó dudas sobre la claridad de los recuerdos del exagente -hoy de 88 años- después de tanto tiempo. Opinó que incluso de ser cierta, la versión no contradice la teoría de la bala única. “Podría significar simplemente que la bala que salió del gobernador Connally lo hizo en la limusina y no en una camilla”, apuntó. A Tunheim también le genera dudas la versión de Landis: “Nosotros hablamos con él durante nuestra investigación y no mencionó nada sobre el hallazgo. Creo que la conclusión de la comisión Warren sobre la llamada bala mágica dependió en parte de que esa bala se encontrara en la camilla que llevaba al gobernador Connally al hospital. Ahora Landis dice que la vio en el asiento trasero. Todavía no estoy muy seguro de qué creer”. Además, recuerda que el exagente “escribió un informe tres o cuatro días después del asesinato, como hicieron todos los agentes, pero no mencionó esto en absoluto, lo que parece muy inusual”. No obstante, interpreta que el relato “es consistente” con las conclusiones de la Comisión Warren.

La trama detrás del crimen de Kennedy sigue despertando dudas y teorías en Estados Unidos. En 2013, cuando se cumplía medio siglo del magnicidio, una encuesta de la consultora Gallup reflejó que el 61% de los estadounidenses consideraban que Oswald no actuó solo y, entre los potenciales cómplices, señalaban a la mafia y el gobierno (13% cada uno), seguidos por la CIA (7%) y Fidel Castro o Cuba (5%). Un 40% no sabía quién podría haber estado involucrado en una conspiración. La compañía está elaborando un estudio similar para este aniversario. Tunheim reconoce que, tras su exhaustivo trabajo, el panel que él lideró no consiguió ninguna “prueba irrefutable” que lograra disipar las teorías conspirativas. “Es como un rompecabezas gigante y nosotros completamos muchas de las piezas que faltaban. Pero no todas las piezas se han encontrado o podrían encontrarse tantos años después. Creo que mucho de lo que encontramos fue muy útil para los investigadores; ahora hay cerca de seis millones de páginas disponibles en los archivos nacionales. Pero no estoy seguro de haber satisfecho a ninguna de las personas que creen que hubo una conspiración. Es una de esas cosas que probablemente nunca se resolverá por completo”, expresa. El juez federal no duda de la participación de Oswald en el crimen, pero hay un interrogante que sigue abierto: “Si Oswald recibió o no alguna ayuda es algo que nunca hemos podido descubrir
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