AHORA INTERPRETAMOS LA NATURALEZA DE OTRA MANERA
Orígenes del zoo porteño
En terrenos del barrio de Palermo que pertenecieron a Juan Manuel Rosas se estableció en 1875 el Parque 3 de Febrero, un pulmón para la ciudad donde además se proyectarían dos jardines, el Botánico y el Zoológico.
El de los animales tuvo como antecedente algunos corrales con ejemplares en la actual avenida del Libertador y Casares, hacia el río. Luego se mudó al espacio que ha venido ocupando hasta ahora. Se inauguró el 30 de octubre de 1888 y su primer director fue Eduardo Ladislao Holmberg.
Durante su gestión, con los escombros de la casona que perteneció a Rosas se construyeron los principales pabellones. Su segundo director, el romano Clemente Onelli, vivía en el propio Zoológico: su casa estaba en Acevedo (hoy República de la India) y Cerviño, pero del lado de adentro del Jardín.
Onelli fue muy popular. Se lo encontraba recorriendo las instalaciones, controlando las actividades, regalando golosinas a los chicos y dando instrucciones a los cuidadores. Decía que los animales eran pensionistas y que era su responsabilidad que la estadía de las bestias fuera adecuada. En la imagen lo vemos alimentando a una jirafa. Entre los muchos textos que ha escrito sobre los animales que cuidaba, se destaca una triste despedida a un oso que partió cargado de años. Este hombre, que una vez trajo una jirafa desde el puerto, atada con una correa como si fuera un perro, convirtió al Jardín Zoológico en una de los principales atractivos de Buenos Aires.
Fue nutriéndose con ejemplares comprados al exterior más donaciones de los locales. Todo aquel que encontrara un reptil, ave, simio o felino curiosos en sus campos, lo llevaba a Onelli como donación para el paseo.
Para quien llegaba a la ciudad, el Zoo de Palermo era una de las visitas imperdibles. El príncipe de Gales (futuro Eduardo VIII que luego abdicaría a la corona británica) lo conoció, pero hubo otro caso que mantuvo a los porteños en vilo. En 1924, el príncipe Humberto de Saboya desapareció durante horas ante la preocupación general. Al final se supo que había ido a recorrer el Jardín Zoológico con su compatriota Onelli.
Otro caso destacable fue el del bailarín ruso Vaslav Nijinsky quien, luego de haber contraído matrimonio en la iglesia de San Miguel, concurrió a pasear al Zoo junto con su flamante esposa. Solía observar los zancudos con el fin de imitar sus movimientos.
A medida que fue creciendo la ciudad, el Jardín Zoológico fue encerrándose y perdió su privilegiado espacio abierto.
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