viernes, 1 de junio de 2018
PRESENTE PERFECTO.....CONJUGALO A DIARIO
Hay que. Ahora hay que. Esta frase es un ladrón despreciable. Un timador inescrupuloso. Esta sencilla combinación de palabras nos está hurtando la felicidad con tanta constancia, nos está agriando la existencia desde hace tanto tiempo, que ya ni lo notamos.
No me refiero a nuestros deberes como ciudadanos. Tampoco a lo que es menester y urgente. Me refiero a ese día en el que lográs algo, cualquier cosa, pequeña o grande, y entonces, de la nada, surgida de tu propia mente o de la boca de otra persona, se presenta el Gran Ladrón del Presente. Ahora, además de ese logro, hay que hacer alguna cosa más.
Por ejemplo, te graduás. En lugar de concentrarte en la celebración, porque es el resultado de muchos años de esfuerzo y porque, vamos, estás muy feliz, rumiás: "Bueno, y ahora tengo que conseguirme un buen trabajo, eso sí". Ya está. La celebración quedó en el pasado y tenés una nueva obligación. Otro presente por alcanzar.
Algo más sencillo. Compraste esa mesa hermosa para tu casa. Y entonces te dicen: "Bueno, y ahora solo faltarían los dos silloncitos para aquel rincón, ¿no?". Listo. Ya no estás regocijándote de lo linda que es la mesa. Ahora hacen falta dos silloncitos, y el momento se echó a perder.
Así nos roban lo único que en realidad poseemos: el presente. Cierto, nos parece inasible. ¿Cuándo ocurre exactamente el presente, si tan siquiera pronunciamos su nombre y ya es pasado? Se trata de una hermosa paradoja. Porque el presente no es un cuándo. Es un cómo.
El presente se nos escabulle toda vez que pensamos en el futuro. No, no está mal pensar en el futuro, siempre y cuando pensar en el futuro sea lo que queremos hacer en este presente. Tampoco está mal rememorar el pasado. Pero cuando el futuro llega se convierte en presente. Y el pasado solo tiene valor porque alguna vez fue un ahora.
No es un cuándo. Es un cómo. Como una bebida espirituosa, el presente se evapora enseguida, se disfruta en dosis pequeñas y embriaga con presteza. Requiere, por lo tanto, de una ceremonia. Pero nunca nos enseñan ese ritual.
Por el contrario, nos enseñan a rehuir de los momentos dichosos con nuevas obligaciones. Tal vez sea nada más que miedo.
Es muy raro, porque solo avinagramos con el deber los presentes dichosos, no sé si lo notaron. Ante un problema grave no usamos el hay que. Actuamos o, en el peor de los casos, nos quedamos paralizados. Es como si fuéramos más capaces de capturar el momento cuando sufrimos que cuando somos felices.
Sabemos lo que es atravesar un duelo. Pero no tenemos un antónimo para la palabra duelo. Cuando algo nos sale bien, cuando obtenemos un logro, cuando salimos airosos, cuando triunfamos, enseguida, cosa extrañísima, nos ponemos a buscar algo más para hacer.
Hacemos demasiadas cosas, esa es mi opinión. Hacemos, hacemos, hacemos. Hacemos de todo, menos dejar por un rato de hacer y deleitarnos con un trago de buen presente. Un presente añejado por años de búsqueda y trabajo, o fruto de una corazonada o del azar. Acodarnos en la barra de la existencia y disfrutar morosamente de esa medida de presente, esa medida de felicidad. Acaso, un brindis con la persona amada. Tal vez recordar cuánto nos costó, y sentirnos orgullosos, porque el presente marida bien con una pizca de evocación, pero nada más.
No se lo apura, no vale el fondo blanco. Son unos instantes en los que, serenos o exultantes, saboreamos lo que está ocurriendo precisamente ahora, sin nuevos desafíos o mandatos, sin proyectar, sin que falte ningún detallecito.
Notaremos entonces algo único en esta criatura huidiza a la que llamamos presente. Es perfecto. Se evaporará en breve para convertirse en pretérito perfecto. Pero mientras podemos vislumbrarlo, durante esos sorbos de tiempo dentro del tiempo, es imperfectible y es eterno.
A. T.
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.