lunes, 14 de enero de 2019

DEL CUADERNO DE FEDERICO,

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“Historia del abuso sexual en Argentina , por Federico Andahazi
La semana pasada recorrimos la historia argentina y descubrimos que el abuso y el maltrato a las mujeres es más antiguo que la República.
El ejercicio del poder en muchas ocasiones no sólo estuvo acompañado del sometimiento de las mujeres, sino que fue la primera política de Estado que aplicó la Corona española durante la Conquista: el mestizaje significó la violación sistemática de las mujeres originarias para esparcir la sangre española en el Nuevo Mundo.
Acaso uno de los motivos de la extrema brutalidad durante los primeros tiempos de la Conquista haya sido la ausencia de mujeres españolas. Por distintas razones, en los primeros viajes sólo vinieron varones.
Las largas abstinencias carnales a bordo, que muchas veces derivaban en violentos abusos sexuales hacia los tripulantes más jóvenes o más débiles, hacían que los marinos llegaran cargados de sentimientos de violencia acumulados durante tres meses de navegación.
Al tocar tierra, destruían todo cuanto encontraban a su paso: templos, poblados, ciudades enteras con sus habitantes eran reducidos a despojos. Desde la magnífica Tenochtitlán hasta las humildes tolderías de los mapuches, los conquistadores no dejaron casi nada en pie.
Existen algunos relatos que aseguran que en el primer viaje de Colón, entre la tripulación masculina, llegaron algunas mujeres disfrazadas de hombres. Según las propias crónicas de Hernando Colón, hijo del almirante, los primeros contingentes femeninos llegaron a partir del segundo viaje, ocultas como polizones o bien acompañando a sus maridos.
En 1502 se registra la llegada a América de unas setenta mujeres. En 1550 llegaron cuarenta mujeres en la expedición que trajo a Mencia Calderón, viuda de Juan de Sanabria, adelantado del Río de la Plata.
Con Álvar Núñez vinieron cuatro mujeres, con Pedro de Mendoza llegaron once y con Ortiz de Zárate treinta y cinco. ¿Cómo estaban formados esos primeros contingentes femeninos? Más de la mitad eran andaluzas y el resto venían de Castilla y Extremadura.
Un gran porcentaje de ellas eran judías conversas o musulmanas evangelizadas. Había también esclavas y prostitutas armenias, sirias y turcas que llegaron a estas tierras con la esperanza de encontrar marido y así escapar de la explotación sexual.
Contrariamente a lo que pretendían las autoridades eclesiásticas, con el arribo de las mujeres europeas se dio un fenómeno curioso: en lugar de poner orden al estado de promiscuidad reinante, cuya máxima expresión se daba en tierras guaraníes con los harenes de hasta sesenta mujeres por cada español, las cosas, parecían destinadas a complicarse aún más.
Los españoles no sólo conservaban a sus concubinas, sino que además sumaban una esposa. Así, las europeas, aún siendo prostitutas, se convertían en la mujer «oficial» y las nativas, en las concubinas. Es decir, en lugar de cristianizar a los pueblos originarios, los españoles habían adoptado el modelo poligámico de los conquistados.
Según el relato de Garcilaso de la Vega, muchas viudas jóvenes volvían a casarse con «viejos podridos» con la ilusión de heredarlos a la brevedad y luego, sí, elegir «al mozo» que se les antojara. El cuadro no era precisamente ejemplar desde el punto de vista cristiano.
¿Quién promovió la fundación de los primeros prostíbulos en América? El mismísimo rey Carlos V a través de una ley promulgada en 1526. La propia Corona española creó una de las primeras industrias: el tráfico y la explotación de mujeres. Así llegó al continente un grupo de meretrices españolas a las cuales luego se sumaron varias mestizas.
La prostitución floreció, creció y se expandió rápidamente en el Nuevo Mundo. Con el propósito de detener la avalancha de promiscuidad y disolución, se decidió legalizar el matrimonio entre españoles y mujeres aborígenes y hasta la Iglesia hizo campaña a favor de estas uniones. Claro, era preferible que hombres y mujeres viviesen en desordenada monogamia, que en la sistemática poligamia imperante.
Sin embargo, estas iniciativas no tuvieron demasiado éxito: los españoles no estaban dispuestos a desprenderse de sus concubinas y sus muy católicas esposas se mostraban tolerantes hacia esta forma matrimonial, que las eximía de cumplir, sólo ellas, con las obligaciones maritales: preferían que de esos menesteres se ocupara otra.
En 1547 se prohibió la esclavitud de los aborígenes; sin embargo, el modo en que los colonizadores obtenían mujeres nativas no difería en absoluto del más vil tráfico humano. Según los relatos de Ulrico Schmidl, en 1547 los españoles capturaron y llevaron desde Asunción al Chaco un numeroso grupo de mujeres y, literalmente, se adueñaron de ellas para su entero provecho sexual.
La Iglesia bregaba a favor del matrimonio con las nativas para regular el mestizaje. Pero la falta de éxito estuvo vinculada con su propia conducta: lejos de pregonar con el ejemplo, los mismos sacerdotes tenían sus propios harenes repletos de concubinas. Mientras en España imperaba una férrea moral todavía medieval, los españoles que se establecieron en América vivían en un estado de libertinaje nunca visto en Europa.
Y así, en aquella Sodoma rediviva, a medida que la lujuria y la promiscuidad se expandían por el continente, en la misma proporción comenzó a extenderse el fantasma de una peste letal y hasta entonces desconocida en esta parte del mundo: la sífilis. Pero esa es otra historia y te la cuento la semana próxima.

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