domingo, 10 de febrero de 2019

HISTORIAS DE NUESTRA PATRIA,


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DANIEL BALMACEDA

Teatro Colón: tres arquitectos, un crimen y hasta reventa de entradas
El Teatro Colón en sus primeros días. Fuente: Archivo 
Ángel Ferrari, un profesor de piano italiano que se animó a intentar los caminos de la gestión empresaria, ganó la licitación para la construcción del segundo Teatro Colón (el primero había funcionado hasta 1888 a un costado de la Plaza de Mayo), con los planos confeccionados por su connacional Francisco Tamburini.
La piedra fundamental se colocó el 25 de mayo de 1890 en un acto multitudinario. De inmediato Tamburini puso manos a la obra porque había que cumplir con el plazo establecido: el teatro debía inaugurarse el 12 de octubre de 1892, es decir, el día que se conmemoraban los cuatrocientos años del desembarco de Cristóbal Colón en América. Tamburini disponía de treinta meses para culminar la obra. Sin embargo, trabajó seis y, al séptimo mes, se murió. La construcción pasó a ser responsabilidad de otro italiano, segundo de Tamburini en algunos emprendimientos: Victorio Meano, piamontés. Había arribado a la Argentina en 1884, huyendo de Italia con Luisa Franchini. Huían del marido de Luisa, que los perseguía furioso.
El nuevo arquitecto del Colón modificó los planos de su antecesor. No lo convencía el estilo afrancesado que pretendía Tamburini. La muerte de este arquitecto y la confección de los nuevos planos demoraron la obra. Para 1897, el séptimo año después de haber colocado la piedra fundamental, la construcción todavía era precaria. Como la salud de don Ferrari, el empresario musical. No llegó al 98. El diario La Nación publicó la información el 30 de diciembre de 1897: "En la mañana de ayer fue encontrado cadáver en su lecho el señor Ángel Ferrari".
Vista aérea del Colón antes de que a sus espaldas se construyera la avenida 9 de Julio. 
El proyecto del teatro se había quedado sin empresario. La Municipalidad porteña tomó las riendas. A todo esto, Meano seguía adelante con el trabajo, dentro de lo que podía, repartiendo su tiempo entre el Colón y el Palacio del Congreso, cuya licitación ganó. No es que no hiciera nada en el teatro. Pero por cuestiones de presupuesto, presión política y lucimiento personal, le prestaba más atención a la formidable cúpula que había ideado para el edificio de los legisladores.
Precisamente, desde el Congreso partió en la mañana del 5 de junio de 1904 rumbo a su casa (vivía muy cerca, en Rodríguez Peña 30, entre Rivadavia y Bartolomé Mitre). Dos disparos sonaron poco después de que ingresara y luego un hombre salió corriendo, vestido con traje oscuro y con una arma en la mano, hacia la esquina de Rivadavia en donde un policía -el agente Domingo Noriega- se hallaba agazapado y vigilante por los estampidos.
El misterioso sujeto le contó que había ocurrido un accidente y le pidió que lo acompañara de inmediato porque un hombre estaba agonizando. Los dos entraron corriendo a la casa de Rodríguez Peña 30. El policía observó el cuerpo sangrante de Victorio Meano (44 años) y voló hacia la calle para dar unos pitazos de alarma. Cuando reingresó, el hombre que había entrado con él se había esfumado. El esfumado se llamaba Carlos Passera, italiano, 28 años, y había trabajado de mucamo en la casa de Meano durante tres meses hasta que fue despedido hacía un par de meses.
Llegada del presidente Ramón S. Castillo y la Primera Dama, Delia Luzuriaga de Castillo, el 9 de julio de 1942. 
¿Qué dijeron los testigos? Que el arquitecto entró corriendo a su casa a las 9:55; que fue directamente a dos habitaciones del fondo, subiendo una escalera; que se le escuchó gritarle a alguien. Se sintieron "pasos precipitados" en la escalera y dos estampidos. En cuanto salieron al patio para ver qué estaba pasando, se encontraron con Meano, quien se tomaba con las dos manos el corazón y sólo tuvo tiempo para decir, en italiano: "¡Me han muerto, que embalsamen mi cadáver!".
Los detectives pudieron establecer que Passera había hecho una breve escala por su casa para cambiarse el traje por uno color crema. La foto del prófugo se esparció por todas las comisarías. Si al actor Matt Dillon le hubiera tocado vivir en aquella época y en Buenos Aires, lo hubieran detenido porque su parecido con Passera.
El presidente Arturo Illia y el Sha de Persia, invitados principales en una función de 1965. 
Mientras los investigadores recibían los testimonios de los habitantes de la casa, el Matt Dillon porteño del 900 vagó por los alrededores del cementerio de la Recoleta. Dijo La Prensa: "En sus meditaciones permaneció hasta muy cerca de las cuatro de la tarde, hora en que abandonó el aristocrático paseo y en tranvía se dirigió a la casa del abogado que lo defiende, situada a una cuadra del departamento de policía". A las nueve de la mañana del día siguiente, se presentó detenido.
Su declaración desató el escándalo. Explicó -"con rara impavidez", según La Prensa- que durante su estadía laboral en lo de los Meano había logrado relacionarse de manera más que amistosa con la dueña de casa, Luisa Franchini de Meano. Ese habría sido el motivo de su despido. A pesar de su expulsión, el mucamo habría continuado sus visitas a la casa, de una manera por demás clandestina. En la mañana del 1 de junio, Meano encontró a su mujer con el ex mucamo. La pelea terminó de la peor manera: con el segundo encargado del Teatro Colón bajando las escaleras y pidiendo, como última voluntad, ser embalsamado.
El presidente Raúl Alfonsín, la Primera Dama Lorenza Barreneche y el vicepresidente Víctor Martínez, durante la Gala del 9 de julio de 1984.
Por su parte, la viuda se vio en la necesidad de hacer aclaraciones. No iba a negar que alguna vez lo había recibido en horas en que su marido estaba fuera del hogar, pero había sido para explicarle que bajo ningún punto de vista podría volver a trabajar en esa casa. Era verdad que esa mañana lo había hecho pasar y le había pedido que aguardara a que se fuera Meano a trabajar porque su marido estaba de muy mal humor y lo mejor que podía hacer era no cruzarlo. Todo era posible, salvo esas insinuaciones de amoríos que sí estaban fuera de lugar.
Un allanamiento a la casa de Passera ayudó a desentrañar el enigma. Las cartas que Luisa Franchini enviaba a su ex mucamo -escritas en italiano- eran románticas y picantes. Además la Justicia logró determinar que el traje oscuro con el cual Carlos había salido de la casa de su amante, pertenecía a Meano. Se lo había dado la viuda esa mañana fatal.
Passera fue condenado por el crimen. Luisa cargó con una prisión preventiva por el delito de encubrimiento. Un par de meses más tarde, cuando aún trataba de definirse quién sería el arquitecto que cargaría con la responsabilidad de concluir el Colón, un nuevo hecho policial se produjo en la casa de Meano. Otro ex mucamo disparó contra la señora y se suicidó, recostado en la cama que usara el infortunado constructor (los Meano no tenían cama matrimonial, sino dos camas de una plaza unidas).
El Intendente Rómulo S. Naón, su esposa Isabel Rodríguez Marcenal y su hija Isabel Naón de Peña entrando al teatro en 1932. 
También había sido despedido por el marido de doña Luisa, pero ella lo había reincorporado poco después de haber enviudado. Fue por algunas semanas, hasta que una discusión entre patrona y mucamo terminó con el hombre en la calle. El suicida tenía entre sus ropas una carta para el comisario, otra para un hermano y una tercera que le había enviado la voraz escritora de cartas Luisa Franchini, viuda de Meano. Los calzoncillos que usaba tenían las iniciales "V. M.". Un mucamo el traje; otro mucamo, los calzoncillos. ¡Qué manía, la de usarle las pertenencias a don Victorio!
El belga Jules Dormal, un talentoso profesional que dejó importante huella en Buenos Aires, fue el tercer arquitecto del proyecto Colón. Y el que definitivamente lo concluyó, aportándole un toque más francés que el que había pensado el pobre Meano. La llegada de Dormal y las modificaciones que impuso provocaron un cortocircuito entre los socios de la empresa constructora, Francesco Pellizari e Ítalo Armellini. El segundo resolvió abandonar la empresa.
Ese sería el último escollo y por fin llegaría la función inaugural, el 25 de mayo de 1908, del teatro que don Angelo Ferrari había soñado en 1890. Sin ninguna otra muerte más, salvo la posterior de Armellini, quien se suicidó por depresión en 1909.
La inauguración también tuvo sus pormenores. Más allá de que el presidente José Figueroa Alcorta concurrió a la gala del 25 de mayo, también asistió a una visita al teatro en la víspera, acompañado por todos sus ministros. En cuanto a la noche estelar, hubo dos quejas: el caos de tránsito en las inmediaciones del Colón y la escandalosa reventa de entradas. ¿Quién fue el primer mandatario extranjero que asistió a una función? El presidente de Chile, Manuel Montt, durante las celebraciones de 1910.
Tamburini tiene su calle a un costado del magnífico teatro. El busto de Dormal se encuentra en una de las salas. Meano, en cambio, ni siquiera logró que lo embalsamaran.

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