La estación ferroviaria de Viedma es un espejismo que se ve desde lejos como una vieja postal. Desde las cinco de la tarde, una larga fila de pasajeros enfila en procesión para hacer realidad un sueño: cruzar toda la estepa rionegrina hasta la zona cordillerana y llegar a Bariloche en el mítico Tren Patagónico. A nadie le importa el calor, abrasivo y sofocante, ni las horas que le lleve a la vieja formación atravesar toda la provincia (pueden ser hasta 20), lo único que cuenta es subirse y vivir la experiencia de penetrar por pronunciados cañadones, salitrales, bajos y sentir el latido de la Patagonia, en un viaje de 827 kilómetros en vías que fueron tendidas entre 1910 y 1934. Este ramal nunca cerró y es administrado por el gobierno provincial.
El Tren Patagónico, su formación legendaria, sale los viernes desde Viedma a las 18 horas, llega a Bariloche al día siguiente alrededor del mediodía y el domingo regresa, saliendo a las 18 horas, retornando a Viedma al mediodía. Desde el 3 de enero está disponible un nuevo coche motor y un vagón de pasajeros, construido íntegramente en Argentina, que sale desde Bariloche todos los jueves a las 18 horas con destino final a San Antonio Oeste, arribando el viernes a las 7.15, se trata de un servicio turístico orientado a las personas que se dirigen al balneario Las Grutas.
Esta formación, en la que entran 106 pasajeros, puede desarrollar hasta 120 kilómetros por hora, pero se desplaza a la mitad de esta velocidad. Regresa el domingo a las 19.15 hs, llegando a Bariloche a las 9.40 del lunes. Tiene un costo de $1350, a pesar de esta posibilidad, muchos eligen hacer el viaje considerado clásico, el que sale desde Viedma, que tiene estas tarifas, por persona y por tramo: Turista $ 930, Pullman $ 1258, Camarote $ 1794.
Un viaje inolvidable en el Tren Patagónico
La salida desde Viedma es puntual. Las familias se acercan a las ventanillas de los vagones y saludan a los pasajeros, la emoción de estas y la ansiedad de aquellos por oír la campana que anuncie la salida de la formación dominan el andén. "Esto me retrotrae a una foto de principios de siglo XX", confiesa Paz Alfaro, una pasajera que viajó en auto hasta aquí, lo subió al tren (se ofrece una bandeja automovilera) y sigue viaje en Bariloche. "Me costó cuatro años conseguir un lugar", confiesa para graficar la demanda de tomar el tren llevando el auto. La Línea Sur ferroviaria es un monumento vivo a la esperanza. La formación histórica marcha a una velocidad promedio de 40 kilómetros por hora (hay tramos que corre a 20 km/h), atraviesa doce estaciones, muchas más en ruinas, localidades aisladas, pueblos mínimos (algunos ya no figuran en los mapas) con un puñado de casas de adobe, la soledad es inmensurable, la presencia humana y la vida, escasas, hasta llegar a Bariloche y sus montañas nevadas refrescarán la mirada junto al prístino Lago Nahuel Huapí.
Su formación original sale con dos coches pullmans que pueden transportar hasta 52 pasajeros, uno de clase turista con una capacidad de 110, un coche comedor que puede servir hasta 40 platos en dos turnos, dos coches dormitorios con 24 camas cada uno, un furgón encomienda, uno con bandeja automovilera y la locomotora. La antigüedad de los vagones varía, desde 1968 hasta 1985. La formación completa puede transportar hasta 350 pasajeros, contra los 106 del coche moderno. El tren cruza la provincia de Río Negro de este a oeste, atravesando lentamente la estepa de costa, la meseta esteparia y la precordillera andina. El viaje, en su trayecto desnuda la geografía de uno de los territorios más enigmáticos del mundo. "Desde que era un niño soñé con viajar en este tren", dice al subir Edward Howy, un canadiense de 33 años que está recorriendo toda América del Sur, pero que guardó ahorros para poder asegurarse su asiento.
Un viaje inolvidable en el Tren Patagónico
El rol social de este tren es muy importante, la ruta 23, que corre paralela a las vías, sólo es de asfalto hasta Ingeniero Jacobacci. "Todavía acá se cree en el tren, lo usan para ir al médico, buscar provisiones, comprar muebles", explica Alberto Rivero, jefe de la formación, quien hace 30 años es ferroviario. En el furgón encomienda los lugareños trasladan a bajo costo bultos que en micros tendrían un gran valor. A los pocos kilómetros de Viedma la señal telefónica y de datos, desaparecen para volver en forma muy esporádica en algunos tramos y por escasos minutos. La incomunicación es total, lo que abona más la idea de estar dentro de un tren que no sólo desplaza soledad sino retrocede a los años en donde sólo bastaba saber que en algún momento se iba a llegar a destino.
Los 97 kilómetros que separan Viedma de San Antonio Oeste, el tren los hace en largas cuatro horas, contra una y media en ruta. "Nos acostumbramos al calor, gracias al tren podemos volver a casa", explica Osvaldo quien viaja con su familia luego de trabajar toda la semana en Viedma. El pasaje en micro sale $400, en tren, la mitad.
Un viaje inolvidable en el Tren Patagónico
La dinámica del viaje es simple: observar por la ventanilla el paisaje y recorrer los diferentes vagones, así se van formando grupos de amigos, los del Pullman deben pasar por Turista para llegar al coche comedor, los únicos que tienen privacidad son los que están en Camarote. En cada extremo hay un baño, los vagones se unen por un pequeño pasillo fuelle, el crujir metálico y el constante vaivén provocan un andar errático. Cada vagón está a cargo de un operario, que está al servicio de los pasajeros y que se encarga de la limpieza. "Hay pasajeros que siempre viajan y te traen regalos, lo normal, milanesas de ciervo o de guanaco", sostiene Javier Quintas. "Mucha gente de la estepa viaja a conocer las montañas, y los de allá, el mar", confirma.
El tren se detiene unos minutos en el medio de la nada. Es la estación Vicealmirante O´Connor, una escuela rural cerrada es usada como vivienda por la cuadrilla de mantenimiento de las vías. La estación está en ruinas, aunque al costado de la misma hay una casa. "Es un viejo ferroviario que quiso vivir al lado de las vías", cuenta Eduardo Mansilla, operario del tren. Es el único habitante. "Te imaginas lo que debe ser morir acá", reflexiona. El paisaje durante cientos de kilómetros será el mismo: estepa, desolación y polvo. No se ven ojos de agua, ni arroyos ni mucho menos ríos, el agua desaparece de los atributos de la región.
Un viaje inolvidable en el Tren Patagónico
El atardecer se siente, el frío llega desde lo profundo de la estepa. El coche comedor es el punto de encuentro. La cena se sirve en dos turnos, a las 21 y a las 23. El menú varía entre pastas y carnes. El servicio tiene un costo básico de $ 350. La experiencia es única y asume un rol inolvidable, disfrutar de la comida y una charla distendida mientras se contempla el último resplandor del sol. La cocina está abierta toda la noche. Aquellos que están en coche camarote se preparan para un lujo extra: dormir acunados por el movimiento dejando llevar la mirada en la inmensidad sólo iluminada por las estrellas.
Las estaciones se suceden, en silencio y el mapa de la provincia se presenta en la intimidad nocturna. En Ramos Mexia hay una foto en el andén de la vez que en 1950 pararon Perón y Evita, las primeras luces se perciben en Sierra Colorada, y el amanecer se presenta en Los Menucos, allí un grafiti desdibujado proclama "Basta de problemas limítrofes". En Maquinchao el tren vuelve a la dinámica solar, y se ofrece el desayuno (entre 100/150$). Un cementerio perdido asombra y completa una postal surreal. En Ingeniero Jacabocci el tren se detiene media hora, allí se cambia por cuarta vez de maquinista. Suben y bajan pasajeros, guachos patagónicos con boinas y amplias bombachas oscuras.
Un viaje inolvidable en el Tren Patagónico
"Te tiene que gustar mucho la soledad para trabajar acá", explica al frente de la formación, el maquinista Horacio Laurin, con 35 años de experiencia en las vías. En un momento el motor se sobrecalienta y hay que parar para que se enfríe, con la ayuda de un teléfono satelital informa su ubicación a la próxima estación.
El Tren Patagónico entra en su tramo final a partir de Clemente Onelli, un pequeño de pueblo de 100 habitantes que registra la marca térmica más baja de la Patagonia, con 25 grados bajo cero en invierno. Desde aquí el paisaje cambia, el tren pasa por grandes paredones de roca granítica, dejando atrás a la estepa. La subida a la zona cordillerana alcanza hasta los 1.120 metros sobre el nivel del mar. Cerca de Pilcaniyeu unos niños salen corriendo para saludar. "Para ellos es como ver esperanza", explica Horacio. A lo lejos se ve el cerro Tronador, y su cima con nieves eternas. Después de veinte horas de convivir con el polvo y la aridez, la aparición del lago Nahuel Huapí deslumbra, sus aguas, profundamente azules con la Cordillera de los Andes detrás, completan un viaje icónico que incluye conocer el alma de la Patagonia.
L. V.
Un viaje inolvidable en el Tren Patagónico
La salida desde Viedma es puntual. Las familias se acercan a las ventanillas de los vagones y saludan a los pasajeros, la emoción de estas y la ansiedad de aquellos por oír la campana que anuncie la salida de la formación dominan el andén. "Esto me retrotrae a una foto de principios de siglo XX", confiesa Paz Alfaro, una pasajera que viajó en auto hasta aquí, lo subió al tren (se ofrece una bandeja automovilera) y sigue viaje en Bariloche. "Me costó cuatro años conseguir un lugar", confiesa para graficar la demanda de tomar el tren llevando el auto. La Línea Sur ferroviaria es un monumento vivo a la esperanza. La formación histórica marcha a una velocidad promedio de 40 kilómetros por hora (hay tramos que corre a 20 km/h), atraviesa doce estaciones, muchas más en ruinas, localidades aisladas, pueblos mínimos (algunos ya no figuran en los mapas) con un puñado de casas de adobe, la soledad es inmensurable, la presencia humana y la vida, escasas, hasta llegar a Bariloche y sus montañas nevadas refrescarán la mirada junto al prístino Lago Nahuel Huapí.
Su formación original sale con dos coches pullmans que pueden transportar hasta 52 pasajeros, uno de clase turista con una capacidad de 110, un coche comedor que puede servir hasta 40 platos en dos turnos, dos coches dormitorios con 24 camas cada uno, un furgón encomienda, uno con bandeja automovilera y la locomotora. La antigüedad de los vagones varía, desde 1968 hasta 1985. La formación completa puede transportar hasta 350 pasajeros, contra los 106 del coche moderno. El tren cruza la provincia de Río Negro de este a oeste, atravesando lentamente la estepa de costa, la meseta esteparia y la precordillera andina. El viaje, en su trayecto desnuda la geografía de uno de los territorios más enigmáticos del mundo. "Desde que era un niño soñé con viajar en este tren", dice al subir Edward Howy, un canadiense de 33 años que está recorriendo toda América del Sur, pero que guardó ahorros para poder asegurarse su asiento.
Un viaje inolvidable en el Tren Patagónico
El rol social de este tren es muy importante, la ruta 23, que corre paralela a las vías, sólo es de asfalto hasta Ingeniero Jacobacci. "Todavía acá se cree en el tren, lo usan para ir al médico, buscar provisiones, comprar muebles", explica Alberto Rivero, jefe de la formación, quien hace 30 años es ferroviario. En el furgón encomienda los lugareños trasladan a bajo costo bultos que en micros tendrían un gran valor. A los pocos kilómetros de Viedma la señal telefónica y de datos, desaparecen para volver en forma muy esporádica en algunos tramos y por escasos minutos. La incomunicación es total, lo que abona más la idea de estar dentro de un tren que no sólo desplaza soledad sino retrocede a los años en donde sólo bastaba saber que en algún momento se iba a llegar a destino.
Los 97 kilómetros que separan Viedma de San Antonio Oeste, el tren los hace en largas cuatro horas, contra una y media en ruta. "Nos acostumbramos al calor, gracias al tren podemos volver a casa", explica Osvaldo quien viaja con su familia luego de trabajar toda la semana en Viedma. El pasaje en micro sale $400, en tren, la mitad.
Un viaje inolvidable en el Tren Patagónico
La dinámica del viaje es simple: observar por la ventanilla el paisaje y recorrer los diferentes vagones, así se van formando grupos de amigos, los del Pullman deben pasar por Turista para llegar al coche comedor, los únicos que tienen privacidad son los que están en Camarote. En cada extremo hay un baño, los vagones se unen por un pequeño pasillo fuelle, el crujir metálico y el constante vaivén provocan un andar errático. Cada vagón está a cargo de un operario, que está al servicio de los pasajeros y que se encarga de la limpieza. "Hay pasajeros que siempre viajan y te traen regalos, lo normal, milanesas de ciervo o de guanaco", sostiene Javier Quintas. "Mucha gente de la estepa viaja a conocer las montañas, y los de allá, el mar", confirma.
El tren se detiene unos minutos en el medio de la nada. Es la estación Vicealmirante O´Connor, una escuela rural cerrada es usada como vivienda por la cuadrilla de mantenimiento de las vías. La estación está en ruinas, aunque al costado de la misma hay una casa. "Es un viejo ferroviario que quiso vivir al lado de las vías", cuenta Eduardo Mansilla, operario del tren. Es el único habitante. "Te imaginas lo que debe ser morir acá", reflexiona. El paisaje durante cientos de kilómetros será el mismo: estepa, desolación y polvo. No se ven ojos de agua, ni arroyos ni mucho menos ríos, el agua desaparece de los atributos de la región.
Un viaje inolvidable en el Tren Patagónico
El atardecer se siente, el frío llega desde lo profundo de la estepa. El coche comedor es el punto de encuentro. La cena se sirve en dos turnos, a las 21 y a las 23. El menú varía entre pastas y carnes. El servicio tiene un costo básico de $ 350. La experiencia es única y asume un rol inolvidable, disfrutar de la comida y una charla distendida mientras se contempla el último resplandor del sol. La cocina está abierta toda la noche. Aquellos que están en coche camarote se preparan para un lujo extra: dormir acunados por el movimiento dejando llevar la mirada en la inmensidad sólo iluminada por las estrellas.
Las estaciones se suceden, en silencio y el mapa de la provincia se presenta en la intimidad nocturna. En Ramos Mexia hay una foto en el andén de la vez que en 1950 pararon Perón y Evita, las primeras luces se perciben en Sierra Colorada, y el amanecer se presenta en Los Menucos, allí un grafiti desdibujado proclama "Basta de problemas limítrofes". En Maquinchao el tren vuelve a la dinámica solar, y se ofrece el desayuno (entre 100/150$). Un cementerio perdido asombra y completa una postal surreal. En Ingeniero Jacabocci el tren se detiene media hora, allí se cambia por cuarta vez de maquinista. Suben y bajan pasajeros, guachos patagónicos con boinas y amplias bombachas oscuras.
Un viaje inolvidable en el Tren Patagónico
"Te tiene que gustar mucho la soledad para trabajar acá", explica al frente de la formación, el maquinista Horacio Laurin, con 35 años de experiencia en las vías. En un momento el motor se sobrecalienta y hay que parar para que se enfríe, con la ayuda de un teléfono satelital informa su ubicación a la próxima estación.
El Tren Patagónico entra en su tramo final a partir de Clemente Onelli, un pequeño de pueblo de 100 habitantes que registra la marca térmica más baja de la Patagonia, con 25 grados bajo cero en invierno. Desde aquí el paisaje cambia, el tren pasa por grandes paredones de roca granítica, dejando atrás a la estepa. La subida a la zona cordillerana alcanza hasta los 1.120 metros sobre el nivel del mar. Cerca de Pilcaniyeu unos niños salen corriendo para saludar. "Para ellos es como ver esperanza", explica Horacio. A lo lejos se ve el cerro Tronador, y su cima con nieves eternas. Después de veinte horas de convivir con el polvo y la aridez, la aparición del lago Nahuel Huapí deslumbra, sus aguas, profundamente azules con la Cordillera de los Andes detrás, completan un viaje icónico que incluye conocer el alma de la Patagonia.
L. V.
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