miércoles, 5 de febrero de 2020
EL REFLEJO DE UNA SOCIEDAD ¿ Y EL HOGAR?
Violencia en grupo: qué esconden los ataques colectivos de "todos contra uno"
Según los especialistas, en este tipo de violencia hay un proceso que provoca que los miembros de la patota pierdan el sentido de las consecuencias de sus acciones
En patota. Diez contra uno, en un ataque violento y premeditado. Así actuaron los jóvenes que asesinaron a Fernando Báez Sosa, de 19 años, el joven que recibió una brutal paliza a la salida de un boliche, en Villa Gesell. Dos días antes de la muerte de Fernando, otro adolescente, Mateo Romby, que también vacacionaba en esa ciudad balnearia, fue víctima de otra agresión colectiva. Se turnaban para pegarle, mientras filmaban un video que luego compartieron en las redes. En el verano de 2018, en Monte Hermoso, Emanuel Orta Díaz, de 17 años, terminó en terapia intensiva y con una lesión cerebral tras el ataque de un grupo de jóvenes, en una pelea callejera. Y en 2014, Naira Cofreces, de 17 años, no pudo defenderse cuando una decena de chicas se le tiraron encima y empezaron a golpearla a la salida de la escuela, en Junín. La paliza, luego se supo, no era para ella sino para una amiga, por una cuestión de celos. Fueron cuatro días de agonía en el hospital, hasta que murió.
En todos los casos, con escenarios y protagonistas distintos, se comparte una misma dinámica: el del ataque colectivo, perpetrado por varios sobre uno solo, un individuo en estado de indefensión. ¿Qué hay detrás de este fenómeno? ¿Hasta qué punto estos comportamientos violentos tienen que ver con la aprobación como parte de un conjunto social? ¿Cómo se explica el origen de estos conflictos?".
Laura Quiñones Urquiza es especialista en criminología forense y autora del libro Lo que cuenta la escena del crimen (Ediciones B), y explica que cuando un grupo violento señala y ataca a una víctima, hay un proceso de desindividuación, que hace que los miembros de esa camada pierdan el sentido de las consecuencias de sus acciones. "La emoción violenta es rebasada por la razón, y está acompañada por una sensación de ausencia de responsabilidad. En el caso de Báez Sosa no es correcto decir que se trató de una pelea. Allí no hubo una riña, una situación contextual que desatara el descontrol. Tiene que ver con las normas que operan dentro de ese grupo, una violencia cultural y machista, y el motivo es demostrar quién es el más fuerte", señala la experta.
Los roles de la patota
¿Cuáles son los roles que cumplen los miembros de una patota? ¿Qué lugar ocupa cada uno? ¿Hay siempre un líder? Para Juan Branz, investigador del Conicet, docente de la Universidad de La Plata y autor del libro Machos de verdad. Masculinidades, Deporte y Clase en Argentina, el motivo del ataque a Báez Sosa tiene que ver con las lógicas propias que articulan la masculinidad dominante. Porque casi todos los varones que pretenden ser vistos como bien varones -continúa Branz- tienen que actuar exhibiendo diferentes tipos de potencias: viriles, políticas, económicas, físicas. La masculinidad dominante se vuelve una prueba que tiene que superarse y ser certificada. "Y para que sea certificada tiene que ser vista por otros. Para esto debe funcionar un triángulo de actores: perpretadores, perpetrados y testigos. Porque en la exhibición de poder hay una lógica totalmente racional. Una naturalización de la violencia. No es un ataque salvaje, como dicen los que pretenden animalizar ciertas prácticas que tienen que ver con lo grupal. Estos comportamientos legitiman la pertenencia a al conjunto".
Quiñones Urquiza aporta: "No siempre hay un líder. Y si lo hay puede no ser el ejecutor principal del hecho, sino que dirige acciones de otros. La psicología social habla de la teoría del conformismo para explicar el modo en que se ejecutan acciones bajo las órdenes de alguien que las idea, y a veces quienes las llevan a cabo desvirtúan o no conocen el fin último por el que cual están agrediendo a un inocente".
A Naira Cofreces la agarraron a la salida de la escuela. Le dieron puñetazos y patadas. También le golpearon la cabeza varias veces contra una pared. El resultado de la autopsia mostró un grave traumatismo craneoncefálico con una fractura de 4 centímetros y hematoma extradural. Además tenía 16 lesiones o escoriaciones. La muerte, según la Justicia, se produjo por la brutalidad de la golpiza, que fue en forma conjunta y alternada. La psicóloga Ximena Tobías, directora de Movimiento Anti Bullying Argentina (MABA), se cuestiona hasta qué punto uno es consciente de las consecuencias como individuo cuando la responsabilidad se diluye ante la presión grupal. ¿Es que la identidad que brinda esa pertenencia es tan valorada que la consciencia deja de funcionar y produce una abdicación de la responsabilidad más básica?"
Del aula a la calle
La experta hace un paralelismo de la violencia de estos ataque callejeros con lo que sucede muchas veces en la escuela, y pone en la mira la tarea de las familias y las instituciones educativas en la enseñanza del pensamiento crítico, en la necesidad de aprender a autogestionar las emociones. "El aula reproduce estos escenarios donde suele haber alguien que es víctima de bullying, otro que es el que hace bullying y que, a su vez, suele tener varios asistentes. También están los espectadores, y en ocasiones puede apareer algún heroico defensor", refleja Tobías.
Muchos de estos episodios suceden en contextos determinados, que relacionan la noche, la fiesta y el alcohol. ¿Cuánto influyen estos componentes en la escalada de violencia? "El alcohol no produce la violencia, sino que la encuentra dentro de los individuos -reflexiona el psiquiatra Pedro Horvat-. Existe una sinergia peligrosa entre su efecto desinhibidor y la potencialidad violenta de ciertos grupos, que puede conducir al desconocimiento del otro como semejante". Para Juan Eduardo Tesone, médico psiquiatra de la Universidad de París XII, la patota funciona como una masa impulsiva, voluble y excitable. "Probablemente facilitado por el consumo de alcohol o sustancias psicoactivas, se produce una desinhibición de los aspectos más horrendos del ser humano, en donde no existe empatía ni compasión sino crueldad y sadismo".
En el caso de Emanuel Orta Díaz, en el fatídico desenlace del ataque a Ariel Malvino, un crimen que ocurrió hace 14 años y quedó impune; o en lo que se ve en el video que filmaron los agresores de Mateo Romby, existen algunas regularidades entre los distintos acontecimientos. "Todos hablan de una generalidad en la estructuración de ser varón -dice Branz-. Porque la violencia es la forma para constituirse como varón y reafirmar esa identidad".
Mónica Cruppi, miembro didacta de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA), concluye: "En el poder de un grupo sobre una persona en estado de indefensión se proyecta un odio subyacente devenido de alguna idea de discriminación, o de algún prejuicio. Hay un desprecio explícito del sufrimiento de la víctima, sumado a la satisfacción del ejercicio del poder, la humillación y la vulnerabilidad del otro".
S. V.
La conmovedora carta de un guardavidas de Villa Gesell tras la muerte de Fernando Báez Sosa
El posteo fue compartido más de 10 mil veces desde su publicación
"La playa no es 'la del horror' como dicen, el horror es que tenga que pasar lo que pasó para que se tomen medidas como las que ya todos ven en los medios", cierra el posteo que un guardavidas de Villa Gesell subió a su cuenta de Facebook en el que hace un relato pormenorizado de cómo está la situación en ese balneario bonaerense.
Tras el crimen Fernando Báez Sosa, la situación en el balneario cambió. Se extremaron los controles y se desplegó un dispositivo de seguridad inédito.
"Esta es mi quinta temporada trabajando de guardavidas en la playa que llaman 'la del horror' y me gustaría contarles desde mi corta experiencia las cosas que vivimos a diario acá", comienza el posteo que el usuario Ted Música subió hace dos días a la red social, y agrega: "Muchos de nosotros levantamos bandera a las 8 y sabemos que llegar al puesto es una lotería, una caja de sorpresas. Claro, todos los días tenemos un after en la playa con gente que salió la noche entera, la mayoría alcoholizados y drogados. Hemos tenido que meternos al agua sin todavía poder acomodarnos en nuestros puestos, vestidos y sin elementos de seguridad".
El socorrista luego detalla cómo son las jornadas en la temporada alta de turistas, especialmente, jóvenes: "Llegar a la casilla y ver gente arriba, tomando, rompiendo e invadiendo nuestro lugar de trabajo y tener que buscar la forma de pedirles que se bajen de buena manera para que nadie se ponga violento con nosotros. El día 'comienza' y aparecen las manadas de jóvenes con conservadoras cargadas de alcohol. Se escuchan los primeros mega parlantes sonar a todo volumen, se huelen los primeros porros, se ven los primeros 'duros' y claro, los que siguen desde temprano 'de rola' con la pasti que nunca termina están como un robotito repitiendo un paso que ni ellos ya controlan".
"Nuestro trabajo no es solamente mirar el agua y que nadie se ahogue. Sino también, atender primeros auxilios. Pero pasamos de un corte, una picadura de aguaviva, una baja de presión, a limpiar espuma en la boca, atender comas alcohólicos, entablillar y trasladar en ambulancia a pibes con signos vitales indescifrables", asegura y agrega: "En lo que va de la temporada, en mi sector ya se pidieron más de cinco ambulancias para trasladar gente convulsionando. No es muy difícil la suma: alcohol + droga = cocktail = convulsión".
Según el guardavidas, la jornada sigue: "Prevención por acá, rescate por allá, no se metan ahí, criaturas solas en el agua, borrachos violentos, miles de nenes perdidos, gente invadiendo nuestro espacio de trabajo (que está delimitado), grupitos de pibes pateando pelotazos en lugares mínimos, botellas que vuelan, etcétera".
"Tratamos de explicar amablemente cuando le llamamos la atención a alguien y las respuestas son cada vez más violentas, agresivas e insólitas. '¡Eh! qué me tocás el silbato puto'; 'Yo me meto donde quiero'; 'bueno para eso estás vos, para que mi hijo no se ahogue'; "30 minutos buscándote Mateo (5 años), ¿dónde te metiste tarado?'; '¡Eh loco, pero quiero sombra! ¿por qué no me puedo meterme abajo de la casilla?, que ortiva'. '¿Por qué me viniste a buscar? Yo puedo salir solo, soltame (con aliento a un mezcladito de mil horas)'", detalla en el posteo que se volvió viral y suma: "Y si, así trabajamos. A veces a las piñas con turistas sobrepasados de excesos, cortando clavos y rogando que nadie convulsione en el mar y se fondee. Esperando que llegue la hora de irme (las 20) y saber que dejo la playa con una 'previa' incontrolable, cargada de peligros y totalmente desprotegida".
Sobre cómo sigue su día, detalla: "A veces vuelvo agradeciendo que ni a mí, ni ninguno de mis compañeros, nos pasó nada. A veces, vuelvo y no sé qué contarle a mi familia para que no se preocupe. A veces, el estrés y la angustia me sobrepasa. A veces soy un zombi que pone play y acepta la realidad que vivimos a diario".
"En estos cinco años que estoy acá, esta escena se repetía todos los días. Pero, como siempre, en este país, el de los hijos del rigor, buscamos cruzar un límite para poner un límite. Esta vez, el tristísimo punto final lo puso 'Fernando'. Él abrió los ojos de todo un país para que hoy llegara a la playa y viera un despliegue policial sin precedente en Villa Gesell. Controles, cacheos, fuerzas especiales, helicóptero, como si se tratara de la entrada a un recital de Rock", explica sobre la primera jornada de controles dispuestas por el gobiernof y concluye: "La playa no es 'la del horror' como dicen, el horror es que tenga que pasar lo que pasó para que se tomen medidas como las que ya todos ven en los medios".
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