Otra vez, los árboles podrían salvarnos
En julio del año último, un estudio del Instituto Federal de Tecnología de Zúrich, Suiza, mostró que una de las formas más económicas y sencillas de revertir el efecto invernadero y detener el calentamiento global es plantar árboles ( https://ethz.ch/en/news-and-events/eth-news/news/2019/07/how-trees-could-save-the-climate.html). Pero hay que actuar ya mismo, "porque a los nuevos bosques puede llevarles décadas madurar y alcanzar su máximo potencial como depósitos naturales de carbono", explicó el profesor Thomas Crowther, coautor del estudio. El análisis toma en consideración las áreas que se usan para agricultura, ganadería y ciudades; aun así, hay espacio para poner en práctica esta solución.
¿Lo haremos? No lo sé. Soy optimista a largo plazo, pero pesimista a corto. En este caso hay que sembrar hoy para ver resultados en, digamos, 50 o 100 años; así que el asunto me puso en jaque.
No obstante, también me dejó pensando en todo lo que estos gigantes gentiles hacen y han hecho por la humanidad. Si no los plantamos para que reviertan el desastre climático que hemos causado, deberíamos hacerlo por gratitud. Para empezar, cuidaron a nuestros ancestros durante millones de años. Como se dice, bajamos de los árboles. Ese vínculo ha de habitar en lo más profundo de nuestro ADN. No se puede odiar a los árboles.
Además, mucho antes de que los alimentos básicos -que caen en general dentro de las categorías de las gramíneas y las leguminosas- fueran las estrellas de la agricultura, los árboles nos dieron también de comer. Siguen haciéndolo hoy. Dicen que consumir frutas es sano. Ahí tienen. Más árboles. Tan saludable como comer frutos secos. Árboles de nuevo. Añadamos las aceitunas y su aceite insustituible; vi hace años, en Mendoza, un olivo inmenso y añoso, pero todavía muy prolífico. Otra investigación, publicada estos días en Proceedings of the National Academy of Sciences, sostiene que los árboles -en particular, el ginkgo- podrían ser capaces de producir su propio elixir de la eterna juventud.
Anoto también la manzana bíblica y la de Woolsthorpe. Ah, caramba, me olvidaba de la higuera debajo de la cual Buda alcanzó la iluminación
y del fresno llamado Yggdrasil, centro del universo para la mitología nórdica.
Miren el indispensable laurel, que en griego se llamaba dafne. Dafne era una náyade (una ninfa del agua) que, por una maldición de Cupido, fue incapaz de corresponder el amor frenético de Apolo. El dios no se dio por vencido y, cuando estaba a punto de atraparla, Dafne le pidió ayuda a su río, que la transformó en un laurel. Dicen que desde entonces Apolo regó el árbol con sus lágrimas. Existen muchas versiones del mito, pero todas conducen a uno de los árboles más hermosos y venerados de Occidente. Otrora, la cuenca del Mediterráneo estaba poblada por extensos bosques de laureles.
Los árboles nos dieron calor cuando éramos los recién nacidos en un mundo impiadoso, y ese fuego ahuyentó además a las fieras. Volvieron a cobijarnos cuando nos asentamos y empezamos a construir nuestras viviendas. Nos permitieron lanzarnos al océano y explorar nuevos mundos. Con ellos creamos herramientas, muebles, esculturas, armas, utensilios de cocina y, vaya, algunos de los instrumentos musicales más populares de la historia. Suelen acompañarnos al más allá; la madera de los cedros, por ser imperecedera, fue materia funeraria de lujo, en el antiguo Egipto.
Esta lista es parcial. Falta el sauce, que en latín se llamaba salix, y de donde viene el nombre ácido acetilsalicílico; es decir, la aspirina.
Los árboles nos dieron calor cuando éramos los recién nacidos en un mundo impiadoso, y ese fuego ahuyentó además a las fieras. Volvieron a cobijarnos cuando nos asentamos y empezamos a construir nuestras viviendas. Nos permitieron lanzarnos al océano y explorar nuevos mundos. Con ellos creamos herramientas, muebles, esculturas, armas, utensilios de cocina y, vaya, algunos de los instrumentos musicales más populares de la historia. Suelen acompañarnos al más allá; la madera de los cedros, por ser imperecedera, fue materia funeraria de lujo, en el antiguo Egipto.
Esta lista es parcial. Falta el sauce, que en latín se llamaba salix, y de donde viene el nombre ácido acetilsalicílico; es decir, la aspirina.
Sí, también nos calmaron el dolor y la fiebre. Falta aquí la sombra, que es una caricia intangible. Falta el papel, piedra fundamental de la civilización y la libertad.
Falta Bárbol, claro. Y ahora, tal vez, podrían ayudarnos a desandar esta infernal carrera climática en la que nos hemos enrolado. Que conste. No sería la primera vez que nos salvan la vida.
A. T.
A. T.
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