Más allá de la comida. A ciegas, con mantras o en altura, las experiencias que proponen los restós porteños
Un recorrido por cinco espacios que apuestan, en igual medida, por platos gourmet y ambientes que recuerdan réplicas de un templo japonés o en los que solo hay oscuridad
El menú a base de hongos, la clave de Donnet
Comer a ciegas, en altura, en un ambiente íntimo o escuchando mantras. Esas son algunas de las opciones para quienes no solo buscan salir a comer en un restaurante, sino también vivir una experiencia más allá de lo culinario.
Algo de eso se puede sentir en un salón a oscuras durante los 90 minutos que dura el espectáculo A ciegas Gourmet (Borges 1974). Allí, se escucha el pitido de un tren que sacude las sillas, y luego, una voz angelical, que forman parte de una obra de teatro, a oscuras, mientras se degusta una cena cuyo menú el comensal no sabe de qué se trata de antemano.
“El objetivo es que el público pueda ir más allá de los límites visuales y desafiar la realidad a través de los sentidos. El menú es sorpresa. Incluye siete pasos de degustación en total oscuridad. Por eso, la selección de los alimentos está pensada para potenciar esta experiencia inmersiva”, explica Martín Bondone, director del espacio, que cuenta con otras siete propuestas también a ciegas. La entrada al espectáculo, que incluye la cena, ronda los $1700, dependiendo del día.
En Loyola 807, en Villa Crespo, se ubica Julia, un pequeño restaurante de solo 22 cubiertos en el que predomina la delicada presentación de los platos de autor. Es una iniciativa del chef Julio Martín Báez, que luego de sus experiencias en Sofitel Arroyo y en Aramburu Bis decidió abrir su propio bistró con el nombre de su hija.
Pablo Salomón, el camarero, explica a los comensales con esmero las siete entradas y los cuatro platos principales seleccionados para la ocasión. Sobre la mesada de la cocina, Báez tararea una canción y corta los tomates frescos de la huerta orgánica. Sirve en un plato una porción jugosa de ojo de bife, coloca unas cucharadas de vitel toné –receta de su abuela– y unas hojas de verdolaga –que crece en su casa– con la misma delicadeza con la que comparte anécdotas con sus clientes. Los platos principales rondan entre $500 y $700. Las entradas y los postres, alrededor de $300.
Sensaciones
A tan solo una cuadra de Plaza de Mayo, en un misterioso cartel de luces rosadas se lee: “Furaibo”. Tras subir unas escaleras de mármol, el sonido de los llamadores de ángeles se entremezcla con el repiqueteo de un tambor taiko. El alma de este restaurante, el monje budista Gustavo Aoki, invita a los comensales a una auténtica inmersión en la cultura japonesa. Con 15 años de historia, Furaibo (Adolfo Alsina 439) ofrece desde comida japonesa, ceremonias de té, prácticas y rituales budistas hasta clases de japonés. Eso sin contar su secreto más preciado: un jardín zen cubierto de cañas.
Aoki recomienda vivir la experiencia de los jueves: la noche de meditaciones con mantras. Cuando los comensales llegan, se quitan sus zapatos y se calzan las sandalias que ofrece la casa. Toman un cuadernillo e ingresan a una sala que recrea el universo de un milenario templo japonés. Entre lámparas de papel, alfombras, imágenes de Buda y un majestuoso altar de madera laqueado en oro, Aoki hace sonar un cuenco que da comienzo a la ceremonia. Para coronar la noche: una cena vegetariana en el confort de las mesas bajas y los sillones a ras del suelo.
El plato más popular es el tradicional ramen (sopa de fideos con un caldo aromático acompañado de verduras y pollo), de $850. “Soy fanática de la cultura japonesa. Me quedé fascinada con los libros de cómics de la biblioteca, con los apanados de verduras y con el jardín”, dice María Belén , una de las comensales.
La Noche de Cúpulas es una iniciativa itinerante que invita a disfrutar de una cartografía distinta de los cielos, terrazas y cúpulas porteñas. Cada mes, Ana y Verónica Groch, sus productoras y curadoras artísticas, encuentran un edificio de valor patrimonial donde desarrollar los encuentros. A esto se le suman la música en vivo, performances y la propuesta en cinco pasos del chef Alejandro Langer. “Se trata de encuentros íntimos, con no más de 40 personas. La cúpula Arnoldo Albertolli, en Palermo; el emblemático Edificio La Inmobiliaria y el Palacio Estrugamou ya fueron testigos de las intervenciones”, expresa Ana Groch, cuya iniciativa tiene el apoyo del Fondo Nacional de las Artes. El 30 próximo se realizará otra experiencia en la Torre Monumental, conocida como De los Ingleses, de Retiro, en el marco del Festival Internacional de Buenos Aires (FIBA).
“Me gusta descubrir lugares exclusivos ligados a la gastronomía. La Noche de Cúpulas es una propuesta muy completa. Destaco los exquisitos platos gourmet, la energía que se genera entre la gente y una vista de Buenos Aires que en cada ocasión te deja sin palabras”, dice Natalia que participó dos veces de la experiencia. Los precios de las entradas parten de los $800, dependiendo de las actividades de cada edición.
Otra de las propuestas es la que ofrece Donnet (Jorge Newbery 4081), donde ninguna noche, según dicen los comensales, se parece a la anterior. El local se especializa en la cocina con hongos y fermentos. El menú Experiencias ($700), con nueve pasos de comida, suele ser uno de los más elegidos.
Hay noches en que una tarotista se pasea por las mesas; otras en que los camareros circulan con atuendos estrafalarios, y unas terceras, conocidas como las de Mercadito, en las que se intercambian productos ecológicos.También hay noches en las que se recita poesía.
“Nuestra carta es vegana, pero nuestro propósito trasciende el veganismo. Me interesa compartir los buenos hábitos y dejar boquiabiertos tanto a los que no comen carne como a los amantes del churrasco. Todo lo que se sirve aquí es hecho en casa y agroecológico, desde los condimentos y hierbas, el vinagre, las gaseosas hasta los platos de porcelana en que servimos la comida”, expresa Manuela Donnet, la mentora y chef del espacio.
“Es la tercera vez que vengo. Pedí el menú Experiencias. No se me hubiese ocurrido que un jugo de mandarina se pudiera mezclar con vinagre”, dice Mario tras probar una suerte de ostra de hongos.
L. C.
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