jueves, 3 de septiembre de 2020
CARLOS M. REYMUNDO ROBERTS ANALIZA Y OPINA,
Triste balada para un brote de neurosis
Carlos M. Reymundo Roberts
No hay derecho: todos los infortunios caen sobre la humanidad de Alberto. La dura realidad golpea diariamente a su puerta, él le abre y, trémulo, dice: “¿Otra vez a mí? ¿Otra vez yo”. Hay que ponerse en la piel de ese pobre hombre, que hace solo unos meses disfrutaba con los honores y las encuestas. La bomba de la semana fue que Duhalde dijera que hay riesgo de un golpe de Estado. Aunque después explicó que había sido víctima de un brote psicótico, el daño ya estaba hecho. Claro que los militares no quieren dar un golpe. ¿Quién o quiénes, entonces? ¿Berni al frente de una fuerza de acción rápida de motoqueros? Se especuló con Cristina, pero no le hace falta. Algunos incluso verían como más verosímil lo contrario: un golpe de Alberto para llegar a la presidencia.
Se equivocan. Está lejos de pensar en desplazar a la señora; en realidad, su aspiración es que ella lo apruebe. Se está dando una dinámica interesante: Cristina es cada vez más Cristina, y Alberto cada vez hace más cosas para parecerse a ella o para que a ella le gusten. Los teólogos dicen que la santidad consiste en vaciarse de uno mismo y llenarse de Dios; pues bien, en eso está el profesor: vaciándose. Si el proceso no es comprendido, puede pasar que alguien le haga la crítica más cruel. Acaba de ocurrir, y no fue ni Lilita ni Patricia Bullrich. Fue Cobos, en una entrevista con Clarín. Lapidario, dijo: “Alberto tendría que asumir”.
No comparto tamaña ironía, y menos viniendo de alguien tan positivo como Cobos. Lo que pedimos es un poco de compasión. El contexto no da para caerle. El viernes pasado se anunció que el Gobierno ahora será el responsable de los servicios de telefonía fija y móvil, TV por cable e internet; ojo, todo bien con el Gobierno, le tengo una fe bárbara, pero me sentía más seguro dependiendo solo de las empresas. Alberto, usted acaba de provocar una verdadera revolución en el mercado de las comunicaciones y de la tecnología de la información, cambió las reglas, pisoteó los contratos, lloverán juicios, ¿y lo hizo por decreto? Profesor, hijo de un juez, ¿cómo pudo haberle pasado eso? Yo que usted pondría la misma coartada que Duhalde: un desajuste psicológico. Le serviría para justificar también que el domingo estuvo en un asadito de seis horas con los Moyano sin distanciamiento y sin barbijos. De vuelta: no me opongo a tan amable reunión; el problema fue la foto, señor. Sea Alberto, sea plenamente usted, pero para las fotos regálenos el rigor de un presidente; o de un vice de una vice.
Sigo con los infortunios. Ese mismo domingo dijo que al país le estaba yendo mejor con el coronavirus que con Macri. La frase parece inspirada en sus tertulias con los Moyano; o una falta de inspiración. El lunes le atribuyó a Macri haberle propuesto que “dejara morir a los que tuvieran que morirse” por el virus; Macri lo negó (le mandó un burofax). ¿A quién le creerá la gente? No lo sé, pero suena feo eso de revelar una conversación privada; un profesor de Derecho sin códigos, cómo es posible. El martes, Cristina preguntó: “¿De qué reforma judicial me hablan?”. Genia y figura hasta la sepultura del proyecto. El miércoles empezó la negociación con el FMI, precedida por una llamada en la que Alberto y Kristalina Georgieva solo tuvieron una diferencia respecto de qué tiene que hacer el país: Kristalina habló de adjustment; Alberto, de ajuste; es decir, las conversaciones empezaron bien. Se supo que el diálogo fluyó con franqueza. “¿Jubilados?”, preguntó Kristalina. “¡Muy bien! Convenciéndolos de que ganan demasiado”, respondió él. “¿Impuesto a las ganancias?”, quiso saber ella. “Perfecto. Les vamos a sacar hasta las ganas de cobrar”. Y la última pregunta: “¿Reducción del gasto público?”. Después de algunos titubeos, él se repuso: “Bueno, estoy viendo la posibilidad de formar una comisión para que analice el tema”.
La pandemia sistemáticamente arruinó las mañanas y las noches de Alberto, al conocer los partes de contagiados y muertos, que no ceden. El jueves escuchó a Carla Vizzotti decir que no corresponde reír, hablar fuerte, cantar o bailar, y tuvo una reacción
Carla Vizzotti prohibió las risas; justo ella, que se presentó con un payaso
muy humana: “Carla, tengo ganas de llorar, pero no sé si se puede”. Yo no termino de entender cómo prohíbe las risas una funcionaria que se presentó en una conferencia de prensa con un payaso.
A todo esto, la OA se le anima al Presidente y le pide que revele sus clientes de los últimos años, y el Presidente se desanima y no revela nada. Insisto, pobre hombre: crecen los incendios intencionales y la invasión de tierras; en el sur, mapuches (o gente que se hacer pasar por mapuches) invaden terrenos y desarrollan barrios privados para mapuches. El militante Gustavo Sylvestre (experiodista, ex-clarín) llama cobardes a los que pelearon en Malvinas, y cuando Alberto iba a reprenderlo se acordó de que en la última entrevista, la pregunta más complicada que le hizo fue: “¿Desearía agregar algo?”.
¿Más? Máximo insiste con el impuesto a las grandes fortunas, Emirates deja el país, y él, sí, él, anuncia la construcción de una ruta al Pacífico, pero esa ruta la empezó Macri en 2018 y las obras nunca se frenaron.
Algunos colegas ponen, al final de sus notas, qué música escucharon mientras escribían. Yo escuché, de Astor Piazzolla y Amelita Baltar, “Balada para un brote de psicosis”.
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