El huracán ambiental que representa a toda una nueva generación
La adolescente sueca, impulsora de los #Fridaysforfuture que convocan a miles de jóvenes alrededor del globo, se convirtió en poco tiempo en el rostro de un activismo de nuevo cuño
El cuerpo menudo, las trenzas, la sencilla camisa a cuadros. Una niña subida al estrado de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, como tantas otras veces se han subido colegiales o colegialas a este tipo de eventos, a decir algo bajo la mirada condescendiente de gente ocupada que rápidamente pasará a otra cosa.
Pero en diciembre de 2018, sobre ese estrado de la ONU, la adolescente de trenzas y tono monocorde no se dirigió a una humanidad abstracta, sino a los muy reales y concretos funcionarios que estaban en el recinto. Y sin que se le alterara por un instante la voz los tildó de inmaduros, les reprochó desidia, les recordó la catástrofe ambiental en marcha, los responsabilizó por estar sacrificando una civilización, el futuro de sus hijos y la idea misma de un mañana. “No podemos resolver una crisis sin tratarla como una crisis. Y si las soluciones dentro del sistema son imposibles de encontrar, quizá debiéramos cambiar el sistema”, dijo. “Se quedaron sin excusas y nosotros nos estamos quedando sin tiempo”, remató.
Greta Thunberg, la oradora, aún no había cumplido los 16. Hasta ese momento había sido una anónima estudiante sueca, una chica más bien introvertida que se sentaba al fondo de la clase y apenas formulaba palabra. Pero aquella conferencia en la ONU la hizo conocida en todo el mundo.
Al inicio, antes de la fama, hubo un gesto que parecía destinado al fracaso. Harta de leer informes sobre la gravedad de la crisis medioambiental, escuchar los llamamientos de la comunidad científica y ver cómo las propuestas del Acuerdo de París eran sistemáticamente desoídas, Greta decidió, un viernes de agosto de 2018, no ir a la escuela. Faltaba menos de un mes para las elecciones generales de Suecia, y en los medios las vicisitudes políticas compartían protagonismo con una inusual ola de calor y alarmantes incendios forestales. Greta pintó a mano un cartel que decía “Skolstrejk för klimatet” (huelga escolar por el clima), se plantó frente al Parlamento sueco y allí se quedó, decidida a exigir que el gobierno de su país hiciera lo necesario para reducir las emisiones de carbono. Sus padres –una cantante de ópera y un actor– intentaron disuadirla, sus compañeros de clase no la acompañaron. Pero ella insistió con la protesta, firme con su cartel hasta que se realizaron las elecciones, y luego cada viernes, mientras avanzaba el calendario escolar.
Al inicio, antes de la fama, hubo un gesto que parecía destinado al fracaso. Harta de leer informes sobre la gravedad de la crisis medioambiental, escuchar los llamamientos de la comunidad científica y ver cómo las propuestas del Acuerdo de París eran sistemáticamente desoídas, Greta decidió, un viernes de agosto de 2018, no ir a la escuela. Faltaba menos de un mes para las elecciones generales de Suecia, y en los medios las vicisitudes políticas compartían protagonismo con una inusual ola de calor y alarmantes incendios forestales. Greta pintó a mano un cartel que decía “Skolstrejk för klimatet” (huelga escolar por el clima), se plantó frente al Parlamento sueco y allí se quedó, decidida a exigir que el gobierno de su país hiciera lo necesario para reducir las emisiones de carbono. Sus padres –una cantante de ópera y un actor– intentaron disuadirla, sus compañeros de clase no la acompañaron. Pero ella insistió con la protesta, firme con su cartel hasta que se realizaron las elecciones, y luego cada viernes, mientras avanzaba el calendario escolar.
Comenzó a estar menos sola. Se le acercaron curiosos, otros estudiantes, activistas. La huelga ya no tan solitaria de Greta tenía un antecedente: el movimiento contra la tenencia de armas iniciado por estudiantes secundarios de una escuela de Parkland, en los Estados Unidos, a principios de aquel año. Como aquellos chicos, Greta y quienes comenzaban a agruparse a su alrededor apuntaban los dardos a un mundo adulto al que juzgaban incapaz de brindar protección a las nuevas generaciones.
Meses después de aquella primera sentada frente a la Legislatura, Greta fue invitada a participar en la manifestación Rise for Climate, en Bruselas. Luego, la convocaron a una charla TEDX en Estocolmo. Llegó la noticia de que múltiples organizaciones estudiantiles en Australia, Canadá, los Países Bajos, Finlandia, Estados Unidos, Reino Unido y Japón comenzaron a organizar sus propias huelgas contra el calentamiento global, amparadas en el hashtag #Fridaysforfuture. La ONG Climate Justice Now llevó a Greta a la Cumbre del Clima en Polonia; poco después, la adolescente viajó a Davos y, con su habitual estilo intenso pero no exaltado, les lanzó a los asistentes al Foro Económico Mundial: “Los adultos dicen: tenemos que dar esperanzas a la próxima generación. Pero no quiero su esperanza. Quiero que entren en pánico, que sientan el miedo que yo siento todos los días, y luego quiero que actúen”.
Greta no entiende cómo la humanidad no pasa, de una vez por todas, a la acción. Su tesis es sencilla: sabemos que las temperaturas suben, que los hielos se derriten, que la biodiversidad retrocede, que nuestra propia existencia está en riego. Sabemos también que la principal medida, ya no para revertir sino para detener el proceso, es la reducción de emisiones de CO2. Entonces, ¿qué demonios estamos esperando? “Si las emisiones tienen que parar, que paren”, sostiene la adolescente. “Si todos sabemos que los combustibles fósiles son nocivos, dejémoslos bajo tierra”, insiste.
En su propia historia, optar por la acción tuvo que ver con renunciar a una quietud mortífera.
Tenía unos ocho años cuando, en la escuela, asistió a la proyección de un documental sobre el cambio climático. Al finalizar la película, sintió como nunca el aguijón del pánico. También descubrió algo que de allí en más la torturaría. Sus compañeros, conmovidos como ella mientras miraban el documental, poco tardaron en olvidarlo, tan tranquilos y apenas atentos al timbre del recreo. ¿Cómo podían volver a la rutina?
A los 11 años, la pequeña Greta se derrumbó y cayó en una depresión profunda. Meses sin comer, pozo emocional, kilos y kilos de peso perdidos. Le diagnosticaron síndrome de Asperger, TOC, mutismo selectivo. “De todas maneras, creo que nosotros, los que tenemos el síndrome, somos los normales y el resto de la gente es bastante extraña –dijo en una charla TED que cuenta con más de 16.000 reproducciones en la Web–. Porque todo el mundo dice que la crisis ambiental es muy grave pero sigue su vida como si nada”.
Para quienes tienen Asperger –explica Greta en esa misma charla– las definiciones son siempre en blanco y negro; son personas incapaces de mentir, que no disfrutan del juego social. “Por eso solo hablo cuando lo creo realmente necesario”, ilustra la adolescente. Por eso también, en ese universo blanco y negro, no hay espacio para las medias tintas.
“Lo que hagan o no hagan los adultos hoy, mi generación no lo podrá deshacer después”. Greta se proyecta en el tiempo, bastante más allá del escaso futuro que, asegura, el egoísmo de las dirigencias actuales permite atisbar. Se imagina con 70 años, quizás con hijos y nietos, rodeados de un mundo moribundo o ya muerto. No quiere que esa visión se haga realidad.
Imágenes de una manifestación en Amberes, impulsada por estudiantes belgas para exigir medidas contra el cambio climático: distintos activistas juveniles se suceden en un palco.
Se los ve entusiastas, festivos. Hacia el final del acto, ceden la palabra a la invitada de honor. Entre aplausos aparece Greta, bajita entre la plana mayor de la convocatoria. “Nosotros vamos al paro estudiantil porque hacemos nuestro trabajo. Ellos no hacen el suyo”, dictamina, en referencia a las elites globales. Estallido de aplausos, risas, coreo de consignas. Greta sonríe apenas. Dijo lo que debía decir. Ya está. Se retira del podio con gesto satisfecho, deja a los otros la fiesta; se sabe: lo de ella no pasa por la adrenalina del juego social.
Blanco o negro. En su universo, se habla cuando es necesario y se asume lo que se dice. Por eso es vegana desde hace años, dejó de viajar en avión y logró que sus padres también renunciaran a ese medio de transporte. Todo sea por reducir la huella de carbono.
Blanco o negro. En su universo, se habla cuando es necesario y se asume lo que se dice. Por eso es vegana desde hace años, dejó de viajar en avión y logró que sus padres también renunciaran a ese medio de transporte. Todo sea por reducir la huella de carbono.
Quienes la atacan, sostienen que está siendo manipulada por organizaciones ambientalistas. O que su rostro, como tantos otros, finalmente será presa del consumo frívolo. Ella se defiende: no está afiliada a ninguna organización y asegura que sus desplazamientos (en tren) son solventados por su familia.
El año pasado, miles de adolescentes participaron en muchos de los #Fridaysforfuture que se convocaron en todo el mundo. Greta y otros activistas, que en agosto se reunieron con Angela Merkel en Berlín, anunciaron que la próxima huelga climática global será el 25 de este mes. Con participación en las calles o en las redes, según lo que la pandemia permita. “Dado que nuestros líderes se comportan como niños, deberemos asumir la responsabilidad”: la voz de Greta sigue tronando.
D. F. I.
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