jueves, 17 de septiembre de 2020
INÉS CAPDEVILA Y LA GLOBALIDAD GEOGRÁFICA
La Argentina, ante el orden global pospandemia
La experiencia del país oceánico en su vínculo con China, una de las dos superpotencias, sirve como receta para entender cómo enfrentar al mundo que dejará la crisis sanitaria
Inés Capdevila
Con su historia de colonización e inmigración, con su clima, con su cultura, con su imán para jóvenes, Australia es una especie de paraíso perdido para algunos argentinos. Muchos ven en Australia la promesa irrealizada de lo que debía ser la Argentina. Los australianos tienen –para ellos– la nación que nosotros deberíamos haber tenido y no logramos tener.
Hoy, más que de un espejo roto, Australia le sirve a la Argentina de receta para cómo –o cómo no– navegar el orden mundial pospandemia, cada vez más complejo y demandante, minimizando el costo para sus intereses y maximizando el éxito para cubrir sus necesidades, que son tantas.
La nación de Oceanía es también un reflejo para otros países pequeños y medianos de cómo enfrentar a una de los dos países que dominan ese orden y el precio que tiene hacerlo. Australia lo vivió con China en la Organización Mundial de la Salud (OMS); la Argentina lo experimentó con Estados Unidos en el Banco Interamericano de Desarrollo (BID). Basadas en razones valederas, ambas buscaron torcer el brazo a una superpotencia en un organismo internacional, uno de los tantos campos de batalla de la competencia estratégica entre ellas. Ambas se llevaron varias lecciones.
1 El dilema australiano
Con la pandemia, crecieron las diferencias que alimentan la añoranza argentina de lo que no fue. Australia y la Argentina tienen climas, geografías y recursos naturales similares. Pero la primera, habitada por 25 millones de personas, cuenta con un PBI de 1,45 billones de dólares, una cifra
3,5 veces mayor a la de nuestro país, que tiene casi el doble de población.
Por primera vez en 30 años, Australia sufrirá, en 2020, una recesión. Pero mientras su economía se reducirá en 4,5%, la de la Argentina tendrá una contracción mayor a 10%. No solo el impacto económico fue menor en Australia; también lo es, hasta ahora, el costo sanitario. Mientras que el Covid-19 dejó ya más de 11.000 muertos y 530.000 infectados acá, en el país oceánico los decesos son 803 y los contagiados, 26.600.
Australia es hoy, sin embargo, una de las naciones más expuestas a la rivalidad que ya caracterizaba al orden mundial –la incipiente bipolaridad entre Estados Unidos y China– antes de la pandemia. Como la Argentina hizo con Estados Unidos en el BID, Australia se le plantó a China en la OMS y lideró el lobby para forzar una investigación sobre su gestión inicial del brote de coronavirus, un manejo de por sí sospechado por Washington. Hoy sufre, con fuerza, las consecuencias de esa decisión.
La relación de China y Australia es, desde hace varias décadas, una asociación beneficiosa para ambos países. Más de un millón de personas de origen chino viven en Australia; unos 200.000 ciudadanos chinos estudian en las universidades australianas, y el comercio bilateral no hizo más que alimentar ambas economías.
El gigante asiático necesita de la canasta que tiene Australia para ofrecerle, que es, de hecho, bastante parecida a la de Argentina: carne, cereales, minerales. La relación comercial de 172.000 millones de dólares, con un superávit de 51.000 millones para la nación anglosajona.
En abril, cuando decidió forzar la investigación sobre China, el gobierno del premier australiano, el conservador Scott Morrison, respondía no tanto a un pedido de su aliado Donald Trump, con cuyo país Australia tiene una estrecha relación de seguridad, sino más bien a una inquietud que aumenta desde hace un par de años entre los australianos.
Según un informe oficial de 2018, la injerencia china destinada a influir en la política local crece día a día y el gobierno de Morrison –en especial el ala de los halcones– cree que Pekín amenaza su soberanía y su democracia. No por nada Australia fue el primer paísqueprohibióelpolémicoservicio de 5G de la empresa china Huawei.
Australia es más influyente y está hoy en una situación económica más sólida que la Argentina, por lo que tiene más recursos para enfrentarse a una de las dos superpotencias globales. Con su lobby, logró alinear un bloque de más de 130 naciones para apoyar la investigación. Fue una alianza bastante más rotunda que la frágil coalición que forjó la Argentina para enfrentarse a Estados Unidos por la conducción del BID, confiando en exceso en un sociedad que ya había dado muestras de su complicidad estratégica con Washington: el México de Andrés Manuel López Obrador.
Sin embargo, las represalias de Pekín no tardaron en llegar y fueron directo a donde más les duele a los australianos: a sus exportaciones de minerales, carne, cebada y vinos a China.
El gobierno australiano apunta ahora a levantar nuevas alianzas con potencias regionales de Asia del sur, en especial la India, que le ayuden a contrarrestar la tensión con Pekín y a buscar alternativas a la alineación excluyente con Estados Unidos o China. Es decir, que le permitan mantener un balance diplomático pragmático para enfrentarse con mayor flexibilidad geopolítica al orden global pospandemia. Pragmatismo y alianzas alternativas son dos de las recetas que Australia le presta a la Argentina en su experiencia de cómo un país mediano o pequeño puede enfrentar a los superpoderosos.
2 China vs. Estados Unidos
Ese orden no es un flamante diseño del poder global, es el mismo del año pasado y el de la última década. Solo que emerge de la pandemia con mayor agresividad y una brecha más profunda entre sus dos protagonistas excluyentes, ambos dañados en su reputación mundial por el deficiente manejo de la irrupción del virus (China) y del transcurso de la pandemia (Estados Unidos).
“No es un nuevo orden. El mundo estaba entrando en un sistema bipolar antes de la pandemia. El futuro no cambia. El coronavirus aceleró y profundizólaprimerarondadedesacople entre Estados Unidos y China. Ambos se usaron como chivos expiatorios y las relaciones se agriaron”, advirtió Cliff Kupchan, de la consultora Eurasia, en un informe de esta semana.
El desacople, que viene en la forma de guerra comercial, batalla tecnológica o cruce de acusaciones por el virus, se acelera, se visibiliza y acumula incidentes en el mayor teatro de operaciones de la competencia entre China y Estados Unidos: Asia.
Con la tensión en el mar del Sur de China, los escarceos bélicos entre Pekín y Nueva Delhi, la desconfianza de Japón, ese es el escenario de mayor ansiedad geopolítica hoy. Otras regiones sufren menos la intensidad, pero también los beneficios: África, Medio Oriente o América Latina.
Con menos atención de la que le dedican a otras áreas, Washington y Pekín tienen aún su mira en nuestra región. “América Latina seguirá alineada con Estados Unidos en su cultura política y en temas de seguridad. Pero China es hoy su mayor socio comercial”, agregó Kupchan.
Hasta ahora más estratégica y menos ideológica, la competencia entre Estados Unidos y China admite matices y posturas que la Guerra Fría hacía difíciles y peligrosos. Permite, por ejemplo, fidelidades compartidas: cada país puede mantener sus propias alianzas, sus equilibrios y balance entre sus valores e intereses y sus necesidades económicas. El Brasil de Jair Bolsonaro, por ejemplo, mantiene casi un romance político con la administración Trump sin descuidar su relación comercial con China.
Pero, relegada en las prioridades geopolíticas de las dos superpotencias, América Latina –a su vez– no puede darse el lujo de prescindir de ninguno de esos gigantes, ni del resto del mundo. Agobiada por curvas de contagios notablemente más prolongadas que las de Estados Unidos, Asia o Europa, la región es el epicentro del virus hoy y será la más golpeada en términos económicos: se contraerá 9,4% este año, luego de ser, en 2019, la zona que menos creció en el mundo.
La región acumula malas noticias y, según la Cepal, se enfrenta a una década perdida. “Saldrá muy golpeada social y económicamente y vamos a necesitar desesperadamente dinero; necesitaremos mucho del mundo”, dijo a Federico Merke, la nacion director de las carreras de Ciencia Política y Relaciones Internacionales de la Universidad de San Andrés.
En recesión desde hacía más de dos años y con un PBI que, en 2020, se reduciría más de 10%, la Argentina está entre los más necesitados de la región más necesitada. Y, como tal, se verá forzada al equilibro constante entre China y Estados Unidos. “No puede darse el lujo de elegir”, añadió Merke.
El equilibrio pragmático, como muestra la elección de las nuevas autoridades del BID, no será fácil y no estará exento de consecuencias.
“Estados Unidos tiene muchísimos lazos económicos y culturales con la región que padece China en su relación con América Latina. Hoy, la política exterior de China no es muy ideológica. Por ejemplo, aunque Mauricio Macri fue un aliado clave de la Casa Blanca, él podía mantener una relación cercana con Pekín. Pero siempre existe la posibilidad de choques diplomáticos con Pekín o Washington, por ejemplo, si países latinoamericanos optan para el
5G de Huawei, se suman a la nueva Ruta de la Seda o rompen relaciones con Taiwán. Por eso, con respecto a sus relaciones con las dos superpotencias, todos los líderes de la región caminan por la cuerda floja”, opinó Benjamin Gedan, director del Proyecto Argentina en el Wilson Center, en Washington, en diálogo con la nacion.
En efecto, ninguna de las dos superpotencias parece dispuesta a ceder terreno en su competencia. Eso tampoco sucederá si el presidente norteamericano cambia de nombre.
Si el gobierno argentino especuló con que una Casa Blanca guiada por Joe Biden sería menos exigente en sus demandas anti-china en la región, tal vez tuvo un error de cálculo. El entorno del exvicepresidente cuestionó varias veces la embestida de Trump por imponer su candidato, Mauricio Claver-carone, en el BID; eso no significa que un Estados Unidos de Biden vaya a ser más displicente ante el avance de China en la región.
Hoy ambas campañas se acusan de no ser lo suficientemente duras con China, señal de que la creciente rivalidad no es un capricho de Trump, sino el indicio de que la potencia asiática quiere disputarle a Washington la preponderancia global sin disimulo y avanzar sobre sus intereses globales.
“Las señales de que China se prepara para desafiar el liderazgo global norteamericano están por todos lados”, escribió en mayo, en Foreign Policy, Jake Sullivan, exasesor de seguridad nacional de Biden cuando era vicepresidente y pieza esencial en su equipo de asuntos internacionales.
La China expansiva y asertiva de Xi Jinping cambiará poco y nada pospandemia. Su gobierno ya dejó en claro que no se distraerá ante nada ni nadie en su ambición de convertirse en una superpotencia global y de proteger y apalancar sus intereses nacionales. Menos aún se detendrán ante las críticas por los temas que China considera propios y el resto del mundo cuestiona: el avance autoritario sobre Hong Kong, las pretensiones sobre Taiwán, la presencia en el mar del Sur de China, el avasallamiento de los derechos humanos de la minoría uigur en Xinjiang y el proyecto de 5G.
3 Las opciones
Esa ambición china se acentuó en los últimos años, con la evidencia de que Xi se transformaría en el nuevo Mao. Y junto con esa ambición emergió, ya sin disimulo, la diplomacia coercitiva que hoy sufre Australia, antes padecieron otros y muchos experimentarán en el futuro. Un estudio del Instituto Australiano de Políticas Estratégicas advierte que China apela a la diplomacia coercitiva para lograr sus objetivos desde hace años. Pero desde 2018, esa táctica creció exponencialmente. El informe detectó por lo menos 150 incidentes de diplomacia coercitiva en el mundo en los últimos dos años; de ellos, 29 fueron en Europa; 20, en Australia y Nueva Zelanda; 19, en México y Canadá; 16, en el este de Asia, y cinco en África. En América del Sur solo registró uno.
En una columna publicada el jueves en Foreign Policy, Andrés Malamud y Luis Schenoni, investigadores argentinos de política y relaciones internacionales, postulan que esa falta de presión coercitiva de China en América Latina se debe, simplemente, a que la región se cayó del mapa geopolítico y perdió toda relevancia global, incluso más que África, hoy un centro de dinamismo económico.
Esa indiferencia relativa de las dos superpotencias tiene una contracara positiva: le quita a la región la presión por tomar partes, muy latente en Asia. Y la Argentina y sus vecinos pueden aprovechar ese espacio para construir alternativas al peligroso alineamiento automático y reforzar los recursos del pragmatismo estratégico, para –entre otras cosas– evitar errores de cálculo como los del BID.
“Tener a la Unión Europea como mercado alternativo te da flexibilidad de buscar más allá de China y Estados Unidos. La mayor ventaja la tendrán los países que tienen un conocimiento sofisticado de las dos potencias”, dijo a Oliver Stuenkel, profesor la nacion de relaciones internacionales de la Fundación Getulio Vargas, en Brasil.
Stuenkel es escéptico sobre la capacidad actual de la región de conocer y entender a las potencias, un rasgo decisivo para la inserción global o de su habilidad para reintegrarse. “La región tardará en recuperarse de la crisis porque tenés presidentes que solo miran hacia adentro. Nosotros [por Brasil y la Argentina] tenemos dos presidentes que no se hablan y esto será peor. Vamos a ver una fase de inestabilidad política”, opinó.
Es decir que la argentina pierde una oportunidad de ampliación de recursos y horizontes si Alberto Fernández no se habla con el mandatario del mayor socio del país en el período democrático, Bolsonaro. Pero dio un paso adelante al aliarse con Chile, cuyo gobierno no comparte ideología con el de Fernández, en su ofensiva por evitar la jugada norteamericana en el BID.
“La Argentina tiene que activar sus vínculos comerciales, tener aliados económicos para poder posicionarse enelmundo,ysussociosnaturalesson Chile y Brasil”, dijo a Marcelo la nacion Elizondo,consultorennegociosinternacionales, que cree que además de alianzas el país puede buscar nuevos mercados en Asia, más allá de China.
Elizondo advirtió que “jugar el juego geopolítico” puede ser esencial para la Argentina porque la debacle lo demanda. Lo grafica con un número: el stock de inversión extranjera directaenelmundocreció400%entre2000 y 2020; en el país fue de apenas 2%.
Como pocas veces, con la protesta policial y la decisión de Fernández de reducir la coparticipación porteña, el país fue testigo esta semana de cómo la falta de recursos no solo afecta la vida diaria económica de los argentinos sino la política y, en definitiva, profundizó la polarización que tanto lo tensa. En el comercio y las inversiones, pero también en la comprensión del orden internacional pospandemia y en el pragmatismo para ser parte de él podría estar una de las respuestas a la falta de recursos.
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