jueves, 17 de septiembre de 2020
SANTIAGO BULAT Y SU ANÁLISIS,
Economía del comportamiento: ¿por qué decidimos lo que decidimos?
POR Santiago Bulat
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Definición. El estudio de la economía del conocimiento, una disciplina también conocida como economía conductual, combina los principios de la psicología, la sociología y la economía para determinar los fenómenos que ocurren en el mercado, con el fin de comprender y predecir las decisiones financieras de las personas. Su génesis se encuentra en 1979 de la mano de dos psicólogos: Daniel Kahneman y Amos Tversky. En sus comienzos la doctrina tuvo resistencias entre economistas que poseían una visión más clásica de la teoría. Sin embargo, en 2002 serían galardonados con el Premio Nobel de Economía por la incorporación de aspectos de la teoría psicológica sobre el comportamiento económico en tiempos de incertidumbre.
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Homo economicus. Richard Thaler, economista estadounidense que continuó con estos estudios que le valieron el Premio Nobel en 2017, destaca que los economistas estudiamos modelos de análisis estrictamente racionales, en los que las decisiones están condicionadas por tres supuestos. El primero es que las personas tienen preferencias bien definidas, expectativas y creencias no sesgadas. El segundo, que todos los individuos toman decisiones óptimas con base en esas creencias y preferencias. Esto implica, a su vez, que los agentes tienen capacidades cognitivas infinitas y una fuerza de voluntad infinita, pues eligen lo mejor y no lo que es tentador en el momento. Por último, aunque pueden actuar en forma altruista, en especial con amigos y familiares cercanos, su principal motivación es el interés propio. Estos supuestos son los que definen al “homo economicus”, también llamado “econos”, cuyo único objetivo es alcanzar la máxima rentabilidad. La economía del comportamiento reemplaza a los econos por homo sapiens (humanos), cuyas decisiones están condicionadas por una mayor cantidad de causas.
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Sesgos. La economía del comportamiento estudia los sesgos cognitivos más comunes en la toma de decisiones, es decir, las desviaciones sistemáticas del comportamiento racional, que pueden reunirse en tres categorías. Una es la racionalidad limitada, donde los individuos tienen la información relevante sobre opciones disponibles y sus posibles efectos, pero no logran convertirla en una decisión racional. En el segundo grupo están los sesgos asociados a la voluntad limitada, en los cuales el individuo puede llegar racionalmente a una decisión óptima, pero es incapaz de tomar la decisión al momento de actuar. El tercer grupo es el del egoísmo limitado, y comprende las situaciones en que la decisión y la acción se ven afectadas por lo que los demás piensan.
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Esperanza matemática. Se ha estudiado que al hacer pronósticos y juicios bajo incertidumbre las personas no parecen seguir los cálculos para el azar o la teoría estadística para la predicción. Consideremos la elección ante la perspectiva de una probabilidad de 85% de ganar US$1000 (contra la probabilidad del 15% de no ganar nada), frente a la alternativa de recibir sin apostar US$800. Una gran mayoría prefiere la seguridad es decir recibir el dinero sin apostar, aunque la apuesta tiene una esperanza matemática más elevada, es decir, haciendo el cálculo, (85% x US$1000) + (15% x US$0) = US$850.
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Empujoncito. Así se define a las herramientas para alentar comportamientos saludables cuando hay fallas de mercado. Por ejemplo, las intervenciones informativas para corregir asimetrías que puedan explicar la baja adopción de comportamientos saludables. Están los incentivos financieros positivos, con los cuales se premia el comportamiento saludable deseado. También los subsidios e impuestos, con los cuales se modifican precios relativos del mercado para promover o desalentar ciertos comportamientos. Y las herramientas legales, por las cuales se restringe el acceso a ciertos productos.
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