¿Terminaremos teniendo que importar alimentos?
Juan Carlos de Pablo
primero los hechos, siempre primero los hechos. En promedio, durante la década de 1950, la producción agrícola fue de 17,9 millones de toneladas; en la campaña 1974/75 subió a 22,7 millones (de manera que 2 décadas después apenas había aumentado 27%); en la campaña 1980/81 subió a 35,7 millones (aumentó 57% en un quinquenio); en la campaña 1989/1990 alcanzó a 35,2 millones (estancamiento absoluto en la década de 1980); en la campaña 1999/00 se elevó a 64,9 millones (82% de suba en la década de 1990); en la campaña 2008/09 llegó a 96,9 millones, y en la campaña 2018/2019, a 147 millones.
Esto no tiene nada de milagroso; por el contrario, es el resultado de poner esfuerzo y asumir riesgos en investigación y aplicación de los hallazgos. En el plano técnico, resulta de la invención y la aplicación de agroquímicos, la adopción de la siembra directa, el reemplazo de maquinaria agrícola por equipos más modernos, etc. Mientras que en el plano económico resulta de la existencia y aprovechamiento de incentivos.

Todo esto viene a cuento del “caso Etchevehere”, que tiene un costado familiar, otro político-judicial, pero también uno económico. El aumento de la producción agrícola es el resultado del trabajo de laboratorios y empresas privadas utilizado por productores agropecuarios, para los cuales, como le ocurre al resto de los seres humanos, el empeño y la asunción de riesgos tiene que tener sentido para ellos.

En 1984, en un seminario organizado por Guido Di Tella, el economista Walter Eltis dijo: “Argentinos, en materia agrícola ustedes han cometido todos los pecados menos uno. Les falta la reforma agraria. Cuando la hagan, terminarán importando alimentos”. Supongo que los asistentes sonreímos, pero deberíamos dejar de sonreír, porque Venezuela hoy importa petróleo y combustibles.
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