Somos un país top ten, pero no hay nada para celebrar
Mario Negri
Somos un país top ten. No es para festejar, todo lo contrario, sino para tomar conciencia de la magnitud de la crisis a la que nos enfrentamos.
¿Cómo estamos en el ranking de la pandemia? Somos top ten en extensión de la cuarentena: más de 7 meses. Somos top ten en la cantidad de contagios: un millón y estamos quintos a nivel mundial. Encabezamos el top ten en la cantidad de muertes diarias por cada millón de habitantes. Somos top ten en la cantidad de personas fallecidas por cada millón de habitantes, superando las 26.000. Somos top ten en positividad: más del 70%, y con un muy bajo nivel de testeo, lo que hace suponer que las cifras de contagios podrían ser entre 8 y 10 veces más grandes. Alarmante.
¿Cómo estamos en el ranking del impacto económico? Somos top ten en caída del PBI: 12,1% según el propio presupuesto 2021 y un porcentaje similar según estimaciones del FMI. Somos top ten en pérdida de puestos de trabajo: el Indec informó que se perdieron casi 3.750.000 empleos formales, sin contar el impacto sobre la informalidad, que llega al 50%. Somos top ten en emisión monetaria: más de 2 billones de pesos. Somos top ten en déficit fiscal: 10% del PBI según el presupuesto 2021. Somos top ten en caída del precio de los bonos después del canje de deuda. Somos top ten en riesgo país: está en 1400 puntos. Somos top ten en pobreza: 40,9%, según el Indec, lo que significa que 1.500.000 argentinos son nuevos pobres en solo 8 meses de 2020. Somos top ten en pobreza infantil, llegando al 56,3% en menores de 14 años, según el Indec. Impresiona, interpela.
¿Éramos top ten antes de la pandemia? Sí, en otros aspectos y por los problemas estructurales que arrastramos desde hace décadas.
Top ten en estancamiento económico: la Argentina no crece de manera sostenida desde 2011. Top ten en inflación desde que en 2011 la soja dejó de valer 600 dólares la tonelada y para financiar al Estado se eligió la emisión como modo de sostener niveles astronómicos de gasto público. Top ten en presión tributaria: 28,4% del PBI y se siguen sumando nuevos impuestos. Top ten en déficit fiscal, la peste nos dejó nuevamente con un desequilibrio entre el 8% y el 10% del PBI, similar al que había en diciembre de 2015.
Los datos, oficiales, demuestran magros resultados tanto en el manejo de la salud como de la economía durante la emergencia sanitaria.
Lejos de querer hacer una crítica oportunista, esta reflexión es un aporte porque entendemos la emergencia. La entendemos porque cuando nos tocó gobernar no pudimos resolverla, porque la historia ha demostrado que sin un amplio acuerdo sobre políticas a largo plazo, no vamos a salir. Porque nosotros pudimos bajar el déficit fiscal, pero perdimos la elección. Y de lo que se trata es, precisamente, de romper ese círculo vicioso en el que corregir los desajustes estructurales supone perder el gobierno.
¿Cómo llegamos a ser top ten? Dejando pasar la mejor oportunidad histórica de los últimos 50 años, cuando los precios de las commodities permitieron crecer durante siete años al 8% y en lugar de encarar las reformas que nuestra economía necesitaba para ser competitiva y alcanzar un desarrollo sustentable, se explotaron las cuentas públicas a límites inmanejables: subsidios energéticos discrecionales y descomunales; moratorias previsionales amplias y muchas veces injustificadas que pulverizaron el equilibrio fiscal y el ingreso de los jubilados; obras públicas con sobrecostos; aumento de la presión tributaria que castigó a la producción y la exportación y desalentó la inversión. Aun así resultó insuficiente, y entonces se consumieron las reservas internacionales, los fondos previsionales y los stocks de capital. Pese a ello, la pobreza y la desigualdad no dejaron de crecer.
Nosotros durante el gobierno de Cambiemos intentamos corregir los desequilibrios y solo logramos resultados parciales que no alcanzaron para revertir las debilidades de nuestra economía. Se logró bajar el gasto público en 5% del PBI, reducir gradualmente la presión tributaria y, sobre el final del gobierno, eliminar el déficit primario. Pero, lamentablemente, nos equivocamos al no explicar la enorme dificultad que debíamos atravesar –una mezcla de error de diagnóstico y exceso de optimismo– y no se alcanzaron acuerdos fundamentales para sostener políticas de largo plazo.
¿Cómo vamos a salir de ese top ten?
Hoy la Argentina no tiene liderazgos de mayorías capaces de generar altos niveles de adhesión social para enfrentar una crisis de semejante magnitud
Los problemas de nuestro país son complejos y resolverlos exige alcanzar acuerdos políticos, sociales y económicos sólidos que permitan extender el horizonte temporal para hacer viable un programa que asegure el crecimiento, la inversión productiva, la creación de puestos de trabajo y bajar los índices de pobreza. De otra manera, no vamos a salir.
Esos consensos deben girar en torno a premisas básicas: la primera, y fundamental, el retorno inmediato a la normalidad institucional para asegurar la plena división e independencia de los poderes que garanticen la seguridad jurídica; generar riqueza para disminuir la pobreza; programas fiscales y monetarios creíbles; reducir los niveles del gasto que hacen volar el déficit fiscal sin desatender la inversión social hacia los sectores más afectados por la crisis; aliviar la presión impositiva de modo de no afectar más la producción, la inversión y el empleo formal; dar un fuerte impulso a las exportaciones del campo, de la industria del conocimiento y de la energía, que generan divisas genuinas; recuperar presencia en la comunidad internacional sobre bases compartidas, fundamentalmente en el Mercosur y la Unión Europea. Consensos para definir un rumbo, generar confianza y dar previsibilidad. En definitiva, un plan.
El Gobierno tiene un horizonte externo despejado, el acuerdo con los bonistas y la negociación con el FMI ofrecen un marco favorable que no se debe desperdiciar por tentaciones electorales o corsés ideológicos. Porque caer otra vez en el círculo vicioso podría hace creer que las cosas van bien, pero ya sabemos lo que pasa cuando los problemas se esconden y se patean para adelante.
Despreciar el consenso llevará al país inexorablemente a otro fracaso y la realidad económica y social no da margen para tomar riesgos que podrían socavar, aún más, los cimientos de nuestra república. No hay otro camino, hoy la Argentina no tiene liderazgos de mayorías capaces de generar altos niveles de adhesión social para enfrentar una crisis de semejante magnitud. Y cuando los tuvo, la tentación por el poder pudo más que la responsabilidad de hacer lo que había que hacer.
Diputado nacional, presidente del interbloque Juntos por el Cambio
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