Censores tuertos y malhumorados
Pablo Sirvén
Un diminuto Jorge Rafael Videla sentado en un gigantesco sillón presidencial, Leopoldo Fortunato Galtieri aferrado a su vaso de whisky, los comandantes travestidos como viudas de negro. Caricaturas incorrectas y valientes del gran Menchi Sábat, tremendos editoriales gráficos y sin palabras publicados en la prensa mientras la dictadura militar estaba en su apogeo.
Menos mal que la falange progre que ahora pretende dictaminar que es publicable y que no en aras de un correctismo político escorado siempre para el mismo lado no era en aquella época hiperoficialista como ahora porque Sábat habría visto su trabajo seriamente cuestionado.
Aunque el enorme artista plástico que supo retratar tan formidablemente el acontecer nacional durante varias décadas con filoso sentido del humor murió hace dos años y no vio el creciente patrullaje que en los últimos tiempos recorre las redes sociales para dictaminar qué es lo que está bien y qué es lo que está mal, sufrió durante sus últimos años de vida una avanzada de esta suerte de moralina interesada que desde la virtualidad pretende establecer frenos cuando la mirada ácida se dirige hacia algún miembro del staff oficial. Fue nada menos que desde el atril presidencial, y en dos ocasiones, en 2008 y en 2017, cuando la entonces presidenta Cristina Kirchner lo retó en público porque no eran de su agrado las caricaturas que había hecho sobre ella. Si los fans de la actual vicepresidenta también hubiesen sido oficialistas en 1966 habrían aplaudido al dictador Juan Carlos Onganía, entonces presidente de facto, cuando dispuso la clausura de la revista humorística Tía Vicenta, porque su director, el gran Landrú, había osado dibujarlo como una morsa.
INFATIGABLE EN DECIR BOLU.. ...COMPITE CON KICHI..
"Nada le molesta más al poder que el ridículo porque el ridículo convoca a la desobediencia", me dijo hace poco Jorge Lanata para un amplio informe que se publicó sobre ese célebre periodista Pero el fenómeno que aquí se describe es novedoso y subliminalmente perverso porque se trata de hordas más papistas que el Papa que cartelizan de buenas a primeras sus reprobaciones. Y por si no fuera suficiente, se suman los culposos coreanocentristas de buen corazón y poco seso. Todo termina en un bullying viralizado que busca hundir a quien haga gala de humor demasiado agudo hacia sus admirados funcionarios más connotados. Pasó hace exactamente una semana cuando la escritora Pola Oloixarac publicó un perfil satírico sobre el jefe de Gabinete, Santiago Cafiero. Bien leído, o sea no de manera tan lineal, se trata de un cuento en primera persona de una enamoradiza de ese funcionario, al que describe con atrevido apetito sexual, pero que sobre el final termina dando rienda suelta a su despecho, lanzándole un par de dardos bien envenenados.
Se rasgan las vestiduras solo si las burlas son para el oficialismo y activan boicots en las redes
La reacción pueblerina de referentes del mundillo intelectual que por el afán de quedar bien con el jefe de ministros supuestamente atacado salieron rápidamente a rasgarse las vestiduras obviando el guiño de humor claro y rotundo del trabajo de Pola, escaló enseguida. Se fueron dando máquina hasta el punto en que la directora de la agencia oficial Télam, Bernarda Llorente, escribió severa en un tuit: "Hay límites que en el periodismo nunca deberían cruzarse. Lamentable". Y, para colmo, el mismísimo presidente de la República, Alberto Fernández, experto en "lickear" tuits polémicos, le colgó su "me gusta". Todos más papistas que el Papa.
Cometeré una infidencia: esa misma mañana, por otro tema, intercambié varios WhatsApp precisamente con el funcionario que tan ardorosamente desagraviaban en las redes. La intrascendente polémica que tenía lugar en ese mismo momento no mereció, desde luego, ni una sola letra por parte de ninguno de los dos. Mientras tanto, un chimentero sobrevalorado descalificaba la columna con una definición escatológica ("nota de mierda") que bien podría describir su propia producción integral. Con piedad, Oloixarac diagnosticó el síndrome de los ilustres y anónimos obsecuentes que oficiaron de innecesarios escudos humanos de Cafiero como penosas víctimas de un "empobrecimiento cognitivo", Aunque está en duda que sean tan burros: muchos de ellos casi todos los días dedican grandes energías a denostar y hacer humor cáustico sobre Mauricio Macri y otras figuras relevantes del gobierno anterior. En tales casos, los límites que tanto reclama Llorente desde Télam no parecen importarle. Es que se trata de un "correctismo" con sesgo tendencioso, una nueva forma de censura no tan sutil, que busca amedrentar y que, con aires de superioridad, pretende dictar cátedra.
Desde Caras y Caretas a Satiricón y Humor, la viñeta cáustica, dibujada o escrita, es un cable a tierra desopilante que permite descargar tensiones en vez de hacerlo con golpes, balas o insultos. Las nuevas generaciones de periodistas, tan talentosos en lo suyo, deben explorar mejor esos antecedentes que ignoran y abrir sus cabezas en vez de sumarse a las apuradas a la nefasta cultura de la cancelación que solo busca acallar las voces de los que están en la vereda de enfrente. No volvamos para atrás.
"Nada le molesta más al poder que el ridículo porque el ridículo convoca a la desobediencia", me dijo hace poco Jorge Lanata para un amplio informe que se publicó sobre ese célebre periodista Pero el fenómeno que aquí se describe es novedoso y subliminalmente perverso porque se trata de hordas más papistas que el Papa que cartelizan de buenas a primeras sus reprobaciones. Y por si no fuera suficiente, se suman los culposos coreanocentristas de buen corazón y poco seso. Todo termina en un bullying viralizado que busca hundir a quien haga gala de humor demasiado agudo hacia sus admirados funcionarios más connotados. Pasó hace exactamente una semana cuando la escritora Pola Oloixarac publicó un perfil satírico sobre el jefe de Gabinete, Santiago Cafiero. Bien leído, o sea no de manera tan lineal, se trata de un cuento en primera persona de una enamoradiza de ese funcionario, al que describe con atrevido apetito sexual, pero que sobre el final termina dando rienda suelta a su despecho, lanzándole un par de dardos bien envenenados.
Se rasgan las vestiduras solo si las burlas son para el oficialismo y activan boicots en las redes
La reacción pueblerina de referentes del mundillo intelectual que por el afán de quedar bien con el jefe de ministros supuestamente atacado salieron rápidamente a rasgarse las vestiduras obviando el guiño de humor claro y rotundo del trabajo de Pola, escaló enseguida. Se fueron dando máquina hasta el punto en que la directora de la agencia oficial Télam, Bernarda Llorente, escribió severa en un tuit: "Hay límites que en el periodismo nunca deberían cruzarse. Lamentable". Y, para colmo, el mismísimo presidente de la República, Alberto Fernández, experto en "lickear" tuits polémicos, le colgó su "me gusta". Todos más papistas que el Papa.
Cometeré una infidencia: esa misma mañana, por otro tema, intercambié varios WhatsApp precisamente con el funcionario que tan ardorosamente desagraviaban en las redes. La intrascendente polémica que tenía lugar en ese mismo momento no mereció, desde luego, ni una sola letra por parte de ninguno de los dos. Mientras tanto, un chimentero sobrevalorado descalificaba la columna con una definición escatológica ("nota de mierda") que bien podría describir su propia producción integral. Con piedad, Oloixarac diagnosticó el síndrome de los ilustres y anónimos obsecuentes que oficiaron de innecesarios escudos humanos de Cafiero como penosas víctimas de un "empobrecimiento cognitivo", Aunque está en duda que sean tan burros: muchos de ellos casi todos los días dedican grandes energías a denostar y hacer humor cáustico sobre Mauricio Macri y otras figuras relevantes del gobierno anterior. En tales casos, los límites que tanto reclama Llorente desde Télam no parecen importarle. Es que se trata de un "correctismo" con sesgo tendencioso, una nueva forma de censura no tan sutil, que busca amedrentar y que, con aires de superioridad, pretende dictar cátedra.
Desde Caras y Caretas a Satiricón y Humor, la viñeta cáustica, dibujada o escrita, es un cable a tierra desopilante que permite descargar tensiones en vez de hacerlo con golpes, balas o insultos. Las nuevas generaciones de periodistas, tan talentosos en lo suyo, deben explorar mejor esos antecedentes que ignoran y abrir sus cabezas en vez de sumarse a las apuradas a la nefasta cultura de la cancelación que solo busca acallar las voces de los que están en la vereda de enfrente. No volvamos para atrás.
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