Un asombro filosófico. Cuando los animales se volvieron visibles
El año de la pandemia permitió que por una semanas cabras, ciervos y maras, entre otros, recuperaran espacios repentinamente vacíos, algo que invita a pensar de otra manera la relación humana con los demás seres vivos
En el futuro, 2020 también será recordado como el año en que, durante algunas estrictas semanas de cuarentena humana por la pandemia global de Covid-19, los animales "recuperaron" parte del espacio sobre el que la civilización había construido sus avasallantes ciudades, rutas y zonas recreativas. De hecho, entre las muchas postales de cabras, ciervos, pumas, monos, golondrinas, patos maras y delfines que se asomaron por calles, mercados, parques y playas repentinamente vacías, la más elocuente fue la imagen de la atmósfera terrestre que la NASA publicó a finales de marzo: según los especialistas, la paralización temporal de buena parte de la contaminación industrial había facilitado su registro más nítido en la historia.
Por otro lado, si aquella fugaz armonía entre la humanidad y los animales sirvió para algo, no fue tanto para los ecologistas (cuya prédica en defensa del "equilibrio perdido" con la naturaleza chocó de lleno contra las cifras de muerte y pobreza provocadas por un virus), sino para los filósofos, quienes encontraron en estas inesperadas condiciones un escenario distinto para plantear sus ideas respecto a lo que lo humano y lo animal representan.
El francés Baptiste Morizot (Draguignan, 1983) encontró el timing perfecto para la traducción al castellano de Tras el rastro animal, un ensayo donde los estudios prehistóricos, la antropología, la biología y la filosofía se combinan con la práctica del rastreo de animales para explicar los motivos por los cuales los animales salvajes no son nuestros amigos, como en la fantasía contemporánea que erige a sus parientes domésticos en modelo de toda animalidad, ni tampoco son bestias a vencer para realizar nuestro destino civilizador. De lo que se trata, explica el autor, es de repensar nuestra alteridad, "buscar otro camino, otros modelos para pensar nuestras relaciones con ellos".
Escrito con más confianza en la inteligencia de sus argumentos que en el impacto de la experiencia, lo cual no es poco tratándose de alguien que relata su propio rastreo de un peligroso oso gris en una reserva natural, la pregunta acerca de si es posible comunicarnos con los animales a pesar del "malentendido creador" no gira en torno a alguna absurda instancia de reencuentro paradisíaco (ya que la verdad establecida por el filósofo alemán Peter Sloterdijk permanece inmutable: las reglas del "parque humano" interrumpieron esa cohabitación para siempre), sino que hace foco en el modo en que la civilización "desfiguró a los otros vivientes hasta hacerlos máquinas, materia ingobernada por instintos o alteridad absoluta gobernada por relaciones de fuerza". En consecuencia, señala Morizot, hoy basta preguntarse de dónde vienen los tomates que vemos en el supermercado para entender hasta qué punto la vida urbana y su psicodinámica están desconectadas de los elementos y de las otras formas de vida.
Pero a pesar de lo decepcionante de este panorama, ni aún el más romántico de los ecologistas podría negar que las relaciones generales con los animales han mejorado bastante desde una perspectiva histórica. Si recurrir a las mascotas para explicar ideas da la impresión de esconder, a veces, cierta explotación oportunista de los vínculos entre lo afectivo y lo intelectual (como el astuto ensayista inglés John Gray ha demostrado en libros como El silencio de los animales y Filosofía felina), lo que pasaba en Europa hasta el siglo XVII, sin duda, era mucho peor. Mientras que en París una forma popular de entretenimiento era la quema de gatos, también gozaban de mucha convocatoria los combates de perros, las corridas de toros, las peleas de gallos, las ejecuciones públicas de animales "criminales" y el hostigamiento de osos, "en el que se encadenaba un oso a un poste y unos perros lo destrozaban o morían en el intento", como cuenta el canadiense Steven Pinker al trazar los turbios recorridos de la crueldad humana en Los ángeles que llevamos dentro. El declive de la violencia y sus implicaciones.
En tal caso, la zona eternamente franca entre lo que los animales podrían decirnos y lo que los hombres y las mujeres podrían responderles siempre estuvo supervisada por la literatura, que desde las fábulas clásicas de Esopo en el siglo VII a. C. hasta las novelas ultracontemporáneas de Michel Houellebecq (¿qué sería de La posibilidad de una isla sin el conmovedor duelo del protagonista por su perro?), ha imaginado la esencia de su mensaje a través del tiempo. Incluso si se trata de intercalar el mensaje en las coordenadas de la política, los ejemplos en la literatura argentina también son elocuentes. ¿O acaso no empezó todo con "El matadero", donde Esteban Echeverría le dio un espacio, un olor y un sonido animalescos a la guerra entre federales y unitarios alrededor de los testículos arrancados a un toro, las vísceras disputadas de vacas, los gritos de "perro unitario" y las acusaciones de "violencia bestial"?
Escrito con más confianza en la inteligencia de sus argumentos que en el impacto de la experiencia, lo cual no es poco tratándose de alguien que relata su propio rastreo de un peligroso oso gris en una reserva natural, la pregunta acerca de si es posible comunicarnos con los animales a pesar del "malentendido creador" no gira en torno a alguna absurda instancia de reencuentro paradisíaco (ya que la verdad establecida por el filósofo alemán Peter Sloterdijk permanece inmutable: las reglas del "parque humano" interrumpieron esa cohabitación para siempre), sino que hace foco en el modo en que la civilización "desfiguró a los otros vivientes hasta hacerlos máquinas, materia ingobernada por instintos o alteridad absoluta gobernada por relaciones de fuerza". En consecuencia, señala Morizot, hoy basta preguntarse de dónde vienen los tomates que vemos en el supermercado para entender hasta qué punto la vida urbana y su psicodinámica están desconectadas de los elementos y de las otras formas de vida.
Pero a pesar de lo decepcionante de este panorama, ni aún el más romántico de los ecologistas podría negar que las relaciones generales con los animales han mejorado bastante desde una perspectiva histórica. Si recurrir a las mascotas para explicar ideas da la impresión de esconder, a veces, cierta explotación oportunista de los vínculos entre lo afectivo y lo intelectual (como el astuto ensayista inglés John Gray ha demostrado en libros como El silencio de los animales y Filosofía felina), lo que pasaba en Europa hasta el siglo XVII, sin duda, era mucho peor. Mientras que en París una forma popular de entretenimiento era la quema de gatos, también gozaban de mucha convocatoria los combates de perros, las corridas de toros, las peleas de gallos, las ejecuciones públicas de animales "criminales" y el hostigamiento de osos, "en el que se encadenaba un oso a un poste y unos perros lo destrozaban o morían en el intento", como cuenta el canadiense Steven Pinker al trazar los turbios recorridos de la crueldad humana en Los ángeles que llevamos dentro. El declive de la violencia y sus implicaciones.
En tal caso, la zona eternamente franca entre lo que los animales podrían decirnos y lo que los hombres y las mujeres podrían responderles siempre estuvo supervisada por la literatura, que desde las fábulas clásicas de Esopo en el siglo VII a. C. hasta las novelas ultracontemporáneas de Michel Houellebecq (¿qué sería de La posibilidad de una isla sin el conmovedor duelo del protagonista por su perro?), ha imaginado la esencia de su mensaje a través del tiempo. Incluso si se trata de intercalar el mensaje en las coordenadas de la política, los ejemplos en la literatura argentina también son elocuentes. ¿O acaso no empezó todo con "El matadero", donde Esteban Echeverría le dio un espacio, un olor y un sonido animalescos a la guerra entre federales y unitarios alrededor de los testículos arrancados a un toro, las vísceras disputadas de vacas, los gritos de "perro unitario" y las acusaciones de "violencia bestial"?
En esta línea, Zoografías. Literatura animal, una reciente antología compilada por Mariano García (Buenos Aires, 1971), combina la exhaustividad de los antiguos bestiarios con el tipo de clasificaciones que para Jorge Luis Borges (conocido admirador metafísico de los tigres) servían para demostrar que criterio y arbitrariedad son sinónimos.
Divididos según el origen, los usos y las formas, los animales reales o imaginarios que recolecta García en los textos que componen este volumen de casi seiscientas páginas hacen sus apariciones en la filosofía de Platón y Aristóteles, en las tragedias de William Shakespeare (con los gatos y las culebras de las brujas en Macbeth), en los cuentos de Gustav Flaubert, en los monstruos míticos de H. P. Lovecraft o en las páginas de Franz Kafka ("tengo un animal peculiar, mitad gatito, mitad cordero", escribe en "Una cruza", cuyo tono contrasta con el más célebre "Informe para una academia", donde el protagonista es un simio).
Pero al igual que Morizot, el objetivo de esta amplia compilación es "encontrar un término medio" para los que sostienen murallas irreconciliables entre la humanidad y los animales, de manera que las oposiciones privativas de la lógica occidental se vuelvan permeables a lo que la literatura nunca olvida en el camino: todos estamos en el mismo planeta.
Divididos según el origen, los usos y las formas, los animales reales o imaginarios que recolecta García en los textos que componen este volumen de casi seiscientas páginas hacen sus apariciones en la filosofía de Platón y Aristóteles, en las tragedias de William Shakespeare (con los gatos y las culebras de las brujas en Macbeth), en los cuentos de Gustav Flaubert, en los monstruos míticos de H. P. Lovecraft o en las páginas de Franz Kafka ("tengo un animal peculiar, mitad gatito, mitad cordero", escribe en "Una cruza", cuyo tono contrasta con el más célebre "Informe para una academia", donde el protagonista es un simio).
Pero al igual que Morizot, el objetivo de esta amplia compilación es "encontrar un término medio" para los que sostienen murallas irreconciliables entre la humanidad y los animales, de manera que las oposiciones privativas de la lógica occidental se vuelvan permeables a lo que la literatura nunca olvida en el camino: todos estamos en el mismo planeta.
TRAS EL RASTRO ANIMAL
Baptiste Morizot
Isla Desierta
Trad.: F. Gelman Constantin
231 págs./$ 950
ZOOGRAFÍAS
Mariano García (Compilador)
Adriana Hidalgo
Trad.: AAVV
586 págs./ $1250
N. M.
Baptiste Morizot
Isla Desierta
Trad.: F. Gelman Constantin
231 págs./$ 950
ZOOGRAFÍAS
Mariano García (Compilador)
Adriana Hidalgo
Trad.: AAVV
586 págs./ $1250
N. M.
http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA
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