El costo de una política exterior disparatada
SERGIO SUPPO
Producto de una egomanía incurable, desde siempre los argentinos hemos preguntado cómo nos ven. Las respuestas han incluido, no pocas veces, la sorpresa y el desconcierto del interlocutor extranjero que nunca se había detenido a formarse una opinión sobre nosotros.
La todavía breve gestión de Cristina Kirchner, Alberto Fernández y el canciller Felipe Solá ha descompuesto aún más esas devoluciones que quienes nos miran desde afuera intentan encubrir con respuestas más o menos diplomáticas.
El rumbo decadente de la Argentina, con su fama de incumplidora serial y su camino lleno de inconstancias, tiene ahora un nuevo capítulo. El giro de la política exterior del tercer mandato cristinista (cuatro en la era kirchnerista) y las chapuceras medidas para adoptarlo han agregado desconcierto a quienes se toman el trabajo de seguir los movimientos del país.
Una mezcla fatal detona las relaciones de la Argentina con el mundo. Por una parte, la afición de Cristina de adecuar todo lo que se haga en relación con el mundo a un razonamiento de política interna. El otro ingrediente es la torpeza recurrente que signa el paso de Felipe Solá y su equipo por el Palacio San Martín.
En la lógica binaria de amigo-enemigo y de buenos y malos, pero también en la decisión de barrer los vestigios del gobierno de Mauricio Macri, se explican los pasos insólitos que separaron al país de aliados estratégicos como Brasil y su reinscripción al club de amigos de Venezuela y Rusia.
Resulta todavía inexplicable el congelamiento de las relaciones políticas con el socio mayoritario del Mercosur, como incontables son las oportunidades perdidas en la pelea personal entre los presidentes Alberto Fernández y Jair Bolsonaro. Pagan un alto precio por esa pelea infantil centenares de empresas argentinas y sus miles de trabajadores enlazados por el vínculo tejido desde el nacimiento del Mercosur.
Para acentuar el desprecio a Bolsonaro, Fernández se abrazó a Andrés Manuel López Obrador (AMLO), el inclasificable presidente de México, el principal rival regional de Brasil. AMLO sorprendió con una política de alineamiento pleno con los Estados Unidos y dejó colgado del pincel a Fernández, a quien además recibió el 23 de febrero en una conferencia de prensa conjunta en la que destacó que en México no había vacunatorios vip.
Un mal momento similar pasó Fernández el martes pasado en Madrid, cuando el presidente del gobierno español, Pedro Sánchez, destacó que no hay norma que pueda ir por sobre una Constitución. El Presidente acababa de presentar un proyecto de ley para reclamar para sí facultades que son de las provincias, pese a que los especialistas opinan que solo pueden ser otorgadas a la Nación mediante una reforma constitucional.
Las compras de las vacunas también fueron un muestrario de idas, vueltas y errores no forzados. Hasta las operaciones más perentorias pasan por el filtro de las preferencias del cristinismo.
Mientras brillaba por su inexplicada demora el acuerdo con Astrazeneca y se abortaba sin argumentos válidos una compra a Pfizer, Cristina Kirchner hacía su única intervención pública respecto de la pandemia. El 29 de octubre del año pasado recibió en su despacho del Congreso a Dmitry Feoktistov, embajador de Vladimir Putin en Buenos Aires, para sellar la compra de las vacunas Sputnik V. La acción fue complementada, ocho meses después, con el desembarco en Vaca Muerta de Gazprom, el gigante energético ruso.
Las últimas horas fueron generosas en nuevos despistes. El Gobierno agregó el martes un comunicado que cuestiona la forma en la que Israel repele los ataques del grupo Hamas sin condenar a estos últimos. ¿En nombre de qué interesada desmemoria la Argentina ignora que es el único país al sur del río Bravo que sufrió dos gravísimos atentados del terrorismo islámico? La pregunta es más fácil de responder si se recuerda que Cristina Kirchner y la mayoría peronista en el Congreso firmaron y aprobaron un pacto con Irán que claramente beneficiaba a este último.
Los desatinos no solo merodean la Cancillería. El desbaratamiento de las negociaciones del ministro de Economía, Martín Guzmán, y su reemplazo por un relato electoral de confrontación con el Fondo Monetario provocan un desconcierto que las bendiciones y los buenos oficios del papa Francisco intentaron borrar en las últimas horas.
Antes de cruzar los umbrales del Vaticano, Fernández recibió la advertencia de los mandatarios portugués, español y francés en el sentido de que es necesario que la Argentina encamine una negociación con su principal acreedor. Nadie, ni los más amigos, imaginan que un país rompa tratativas con el sistema financiero mundial para ver si remonta una supuesta desventaja en unas todavía lejanas elecciones de medio término.
Pero el cristinismo gobernante rompe esa lógica y trata de forzar una ruptura, mientras el Presidente pasea por Europa con un ministro que no tiene poder ni para sacarse a un subsecretario de encima. Ya empezó por quitarle poder a Guzmán, una táctica que también le resta los últimos espacios de maniobra que le quedan al propio Alberto Fernández.
Cuando nos mira, si nos mira, al mundo le cuesta creer la afición argentina por su propia destrucción.
Producto de una egomanía incurable, desde siempre los argentinos hemos preguntado cómo nos ven. Las respuestas han incluido, no pocas veces, la sorpresa y el desconcierto del interlocutor extranjero que nunca se había detenido a formarse una opinión sobre nosotros.
La todavía breve gestión de Cristina Kirchner, Alberto Fernández y el canciller Felipe Solá ha descompuesto aún más esas devoluciones que quienes nos miran desde afuera intentan encubrir con respuestas más o menos diplomáticas.
El rumbo decadente de la Argentina, con su fama de incumplidora serial y su camino lleno de inconstancias, tiene ahora un nuevo capítulo. El giro de la política exterior del tercer mandato cristinista (cuatro en la era kirchnerista) y las chapuceras medidas para adoptarlo han agregado desconcierto a quienes se toman el trabajo de seguir los movimientos del país.
Una mezcla fatal detona las relaciones de la Argentina con el mundo. Por una parte, la afición de Cristina de adecuar todo lo que se haga en relación con el mundo a un razonamiento de política interna. El otro ingrediente es la torpeza recurrente que signa el paso de Felipe Solá y su equipo por el Palacio San Martín.
En la lógica binaria de amigo-enemigo y de buenos y malos, pero también en la decisión de barrer los vestigios del gobierno de Mauricio Macri, se explican los pasos insólitos que separaron al país de aliados estratégicos como Brasil y su reinscripción al club de amigos de Venezuela y Rusia.
Resulta todavía inexplicable el congelamiento de las relaciones políticas con el socio mayoritario del Mercosur, como incontables son las oportunidades perdidas en la pelea personal entre los presidentes Alberto Fernández y Jair Bolsonaro. Pagan un alto precio por esa pelea infantil centenares de empresas argentinas y sus miles de trabajadores enlazados por el vínculo tejido desde el nacimiento del Mercosur.
Para acentuar el desprecio a Bolsonaro, Fernández se abrazó a Andrés Manuel López Obrador (AMLO), el inclasificable presidente de México, el principal rival regional de Brasil. AMLO sorprendió con una política de alineamiento pleno con los Estados Unidos y dejó colgado del pincel a Fernández, a quien además recibió el 23 de febrero en una conferencia de prensa conjunta en la que destacó que en México no había vacunatorios vip.
Un mal momento similar pasó Fernández el martes pasado en Madrid, cuando el presidente del gobierno español, Pedro Sánchez, destacó que no hay norma que pueda ir por sobre una Constitución. El Presidente acababa de presentar un proyecto de ley para reclamar para sí facultades que son de las provincias, pese a que los especialistas opinan que solo pueden ser otorgadas a la Nación mediante una reforma constitucional.
Las compras de las vacunas también fueron un muestrario de idas, vueltas y errores no forzados. Hasta las operaciones más perentorias pasan por el filtro de las preferencias del cristinismo.
Mientras brillaba por su inexplicada demora el acuerdo con Astrazeneca y se abortaba sin argumentos válidos una compra a Pfizer, Cristina Kirchner hacía su única intervención pública respecto de la pandemia. El 29 de octubre del año pasado recibió en su despacho del Congreso a Dmitry Feoktistov, embajador de Vladimir Putin en Buenos Aires, para sellar la compra de las vacunas Sputnik V. La acción fue complementada, ocho meses después, con el desembarco en Vaca Muerta de Gazprom, el gigante energético ruso.
Las últimas horas fueron generosas en nuevos despistes. El Gobierno agregó el martes un comunicado que cuestiona la forma en la que Israel repele los ataques del grupo Hamas sin condenar a estos últimos. ¿En nombre de qué interesada desmemoria la Argentina ignora que es el único país al sur del río Bravo que sufrió dos gravísimos atentados del terrorismo islámico? La pregunta es más fácil de responder si se recuerda que Cristina Kirchner y la mayoría peronista en el Congreso firmaron y aprobaron un pacto con Irán que claramente beneficiaba a este último.
Los desatinos no solo merodean la Cancillería. El desbaratamiento de las negociaciones del ministro de Economía, Martín Guzmán, y su reemplazo por un relato electoral de confrontación con el Fondo Monetario provocan un desconcierto que las bendiciones y los buenos oficios del papa Francisco intentaron borrar en las últimas horas.
Antes de cruzar los umbrales del Vaticano, Fernández recibió la advertencia de los mandatarios portugués, español y francés en el sentido de que es necesario que la Argentina encamine una negociación con su principal acreedor. Nadie, ni los más amigos, imaginan que un país rompa tratativas con el sistema financiero mundial para ver si remonta una supuesta desventaja en unas todavía lejanas elecciones de medio término.
Pero el cristinismo gobernante rompe esa lógica y trata de forzar una ruptura, mientras el Presidente pasea por Europa con un ministro que no tiene poder ni para sacarse a un subsecretario de encima. Ya empezó por quitarle poder a Guzmán, una táctica que también le resta los últimos espacios de maniobra que le quedan al propio Alberto Fernández.
Cuando nos mira, si nos mira, al mundo le cuesta creer la afición argentina por su propia destrucción.
http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA
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