El “planeta kirchnerista” es el conurbano
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Francisco Olivera
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A simple vista podría parecer que los últimos votos diplomáticos de la Argentina, como el de anteayer para abrir una investigación contra Israel y Hamas en el Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas –algo que la dejó en el mismo lote que México, Bolivia, China, Cuba, Rusia y Venezuela–, entorpecen la relación con Estados Unidos justo cuando Joe Biden se apresta a tomar una decisión cara a las urgencias de la Casa Rosada: la donación de vacunas para países a los que les esté costando controlar la pandemia.
Pero la Argentina es menos gravitante que nunca en la discusión global y tampoco los demócratas tienen tan desarrollado ese reflejo transaccional que caracterizaba a Trump: exigir una contraparte ante cada gesto. O al menos no durante una epidemia, cuando los riesgos biológicos superan los de la geopolítica. A Estados Unidos le preocupa mucho más la posibilidad de que aparezcan acá y en Brasil nuevas variantes del Covid, algo que amenazaría su estrategia regional contra el virus, que el alineamiento de una nación que considera cada vez más lejana e inocua a sus intereses. Es el mensaje que transmiten funcionarios norteamericanos.


Pero Alberto Fernández no solo necesita vacunas. Requiere, por lo pronto, el respaldo de la Casa Blanca para acordar con el FMI. Por eso hay diplomáticos que suponen que la postergación de su viaje a China, donde pensaba reunirse con Xi Jinping, obedece a que está esperando una respuesta de Biden para visitarlo antes. En el Gobierno lo niegan: dicen que si fuera a Pekín debería cumplir una cuarentena y que en el encuentro con el líder demócrata se está trabajando, pero que no hay una lógica que conecte ambas decisiones.
El Presidente vuelve a caminar entonces entre el equilibrio y la ambigüedad. Está obligado a una diplomacia acorde con sus urgencias externas dentro de una coalición que no controla y que suele utilizar el escenario global para hablarle a su militancia. El kirchnerismo se mueve en los foros multilaterales pensando en su propia identidad. ¿Cómo aceptar, por ejemplo, el equilibrio fiscal que exige el Fondo si eso implica aumentos de tarifas? La cohesión interna es además insostenible si fracasa en el conurbano, el distrito en donde más se expone.
Parte de la pelea con Rodríguez Larreta por la presencialidad en las escuelas obedece a estas prioridades. Kicillof no puede permitirse el contraste de tener las propias cerradas si cruzando la General Paz están abiertas. La semana pasada, durante un Zoom con intendentes, y horas antes de que se anunciaran las restricciones que terminan pasado mañana, reaccionó ante una intervención de Jaime Méndez, líder de San Miguel, que había propuesto pensar en conjunto una solución para la pérdida de clases. “Entiendo la situación, no hablo de volver a la normalidad, pero no podemos dejar de lado lo que está pasando”, empezó Méndez, que dijo tener constatado que un porcentaje importante de alumnos iba caminando a la escuela. Quien le respondió primero fue Agustina Vila, ministra de Educación bonaerense, que habló de lo que el Gobierno llama “continuidad pedagógica”: dijo que las aulas en realidad estaban abiertas, que se podía entrar para recibir alimentos o que chicos de zonas alejadas se vincularan con docentes. “Estamos pensando en que vuelvan con intensidad cuando lo permita la situación epidemiológica”, siguió, y argumentó que el problema de un eventual regreso no era solo el transporte: “Vuelven los pools, los recreos, los cumpleaños”. El intendente volvió a su postura: “Vos me estás contestando como si yo estuviera pidiendo la normalidad y no es así. Veo los números que está dando el Gobierno y me hace pensar que vamos a llegar a dos años con escuelas cerradas”.

No hubo acuerdo y será difícil lograrlo. La cuestión es demasiado sensible, y el momento, explosivo. Los infectólogos afirman que el Gobierno se juega gran parte del combate contra el Covid en las próximas cinco semanas. De hecho, el propio gobernador había empezado el Zoom admitiendo que la Argentina estaba “entre los países con más contagios y muertes del mundo”. Su preocupación, agregó, no solo reside en los casos, sino en una gravedad cualitativamente mayor a la del año pasado: “Las cepas de hoy no son tan manejables”. Sorpresas de la epidemia: es lo que piensa el almirante Faller. Aunque al Comando Sur lo perturben más las contingencias de la naturaleza que las decisiones del Instituto Patria. La Argentina, que dejó pasar la oportunidad de convertirse en líder de América Latina vacunando primero que nadie con dosis de la vacuna más requerida del mundo, es ahora relevante por lo opuesto: sus propios contagios conspiran contra la solución general.
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