jueves, 23 de febrero de 2023

LECTURA


Montauk, de Max Frisch
La exploración de sí, en clave novelesca
Marcelo Sabatino

Tal vez por su condición de suizo de expresión alemana o porque comenzó a escribir en la posguerra, a Max Frisch (1911-1991) se lo prejuzga como autor de una seriedad digna de viejas causas. En realidad, la exploración oblicua de la identidad, de la que participan casi todos sus libros, es abordada siempre en su caso con un desconcierto original, regado de un absurdo atronador. Autor de obras de teatro y de un diario en varios tomos, que fue publicando en vida, Frisch es más conocido en español como novelista: No soy Stiller (1954). Homo Faber (1957) y Digamos que me llamo Gantenbein (1964), donde el problema de la personalidad falsa (o no) estructuran un estado de impostura permanente, son sus títulos más recordados.
A diferencia de aquellos, Montauk (1975) no suele ser citado en español (hasta esta edición al menos), a pesar de ser tenida por una de las novelas más arriesgadas del escritor. El epígrafe de Montaigne, el hombre que dice que él mismo es la materia de sus libros, es la clave. La historia se centra en unos días en un balneario cercano a Nueva York, donde el narrador se entrega a una breve relación sentimental con una joven. El artilugio narrativo que utiliza se acerca y pone distancia a la vez, mientras rotan los tiempos verbales y se juega con la primera y la tercera personas. Frisch narra con astucia y sin piedad: el repaso retrospectivo del propio pasado –que se ahonda durante esa aventura circunstancial– causó sensación en su época. Ya muerto aquel presente todo se vuelve ficción inesperada. Cuánta enseñanza, sin embargo, para los cultores más banales del yo contemporáneo.

Montauk

Por Max Frisch

Pinka. Trad.: N. Gelormini

182 páginas, $ 2500

http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA

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