Volver a sonar: una pieza única busca su esplendor perdido en la sinagoga más antigua de la Argentina
Se comenzó la segunda y última etapa de recuperación, con el apoyo del gobierno alemán que aportó 150 mil euros
El órgano Walcker del Templo Libertad fue un emblema de modernización de la comunidad judia comenzó su segunda y última etapa de recuperación
Cecilia Scalisi
Considerado el rey de los instrumentos, el único capaz de llenar con su potencia, con su solemnidad y riqueza de timbres el espacio de las mayores catedrales; de producir unos sonidos tan extensos y estremecedores como para asociarlo a los ecos del universo o la idea de la eternidad: su majestad el órgano, aquel que en la historia de la música ha representado la voz de Dios.
Desde su remoto origen griego (allá por el siglo III a.C. más como un invento de la ingeniería y las matemáticas que del arte o la religión), hasta su apogeo en el Barroco con el mayor compositor de todos los tiempos, el padre de la música Johann Sebastian Bach, el órgano fue asociándose al pensamiento religioso, a lo sagrado y sobrehumano en la liturgia cristiana hasta convertirse en su instrumento por antonomasia.
Aproximadamente un milenio después de su incorporación en la Iglesia, el judaísmo lo admitió en la sinagoga como parte de la modernización de su rito en el siglo XIX. Pero la tendencia reformista no se propagó fácilmente. Sí se arraigó en la tradición judeo-germana que el advenimiento del nazismo destruyó por completo. Así, el órgano en las sinagogas permanece como una verdadera rareza hasta el día de hoy.
De los grandes instrumentos construidos para tal fin por la legendaria firma Walcker de Alemania, hasta la fecha en que Hitler llegó al poder, sólo tres ejemplares han sobrevivido. Uno de ellos –el Opus 2339– se encuentra en la sinagoga más antigua de la Argentina: el Templo Libertad. He aquí la historia de su recuperación.
El órgano volvió a sonar el 8 de junio de 2017, cuando se reinauguró con una ceremonia en la primera visita oficial a la Argentina de la entonces canciller federal Angela Merkel
Un puente, un eslabón
Después de haber prestado sus servicios durante siete décadas, en 2001 se constató que ese emblemático instrumento cuya sola presencia expresaba el espíritu de apertura y renovación de tiempos pasados, había caído en desuso, pues ya no funcionaba correctamente. En 2015, gracias al apoyo del gobierno alemán, a través de un subsidio para la conservación de bienes culturales, pudo emprenderse la primera etapa de un largo camino en busca del esplendor perdido: la restauración del sistema de transmisión de aire que, al cabo de dos años, el 8 de junio de 2017, le permitió a la por entonces canciller federal Angela Merkel, reinaugurar el instrumento con una emotiva ceremonia en su primera visita oficial a la Argentina.
“El órgano volvió a sonar en aquel momento –cuenta Liliana Olmeda de Flugelman, curadora y directora ejecutiva del Museo Judío de Buenos Aires, encargada de los trámites de la restauración bajo el liderazgo del rabino Simón Moguilevsky–. Y fue emocionante, no sólo por el valor reparador de las palabras de Merkel, que habló con un respeto y una humildad extraordinaria a la hora de recordar la enorme cantidad de personas de fe judía que tuvieron que huir de los crímenes del nazismo y de agradecer a la Argentina por el hogar y amparo que les brindó a esas personas, sino también por la magnitud del hecho: se trataba de la mujer más importante de la política mundial interesándose sinceramente por un instrumento antiguo”.
Construido en Ludwigsburg en 1931, fue instalado en Buenos Aires en 1932
En su discurso, Merkel se había referido a la sinagoga de la congregación israelita CIRA (la primera institución judía en la Argentina) como “un puente” que une ambos países y a la presencia de uno de los tan escasos órganos Walcker que todavía se encuentran en el mundo después del nazismo, como “un eslabón” de la vida musical porteña, “un ejemplo positivo” de los lazos con Alemania. “Nuestro pasado –afirmó la canciller–, es para nosotros en el presente una advertencia para combatir el antisemitismo dondequiera que se manifieste, para defender la democracia, el Estado de Derecho y la libertad.”
Actualmente, el órgano de 1637 tubos, construido en Ludwigsburg en 1931 e instalado en Buenos Aires en 1932, acaba de iniciar la segunda y última etapa de recuperación, gracias nuevamente al apoyo del gobierno alemán, que esta vez aportó la suma de 150 mil euros, y al empeño de sus embajadores en la Argentina, Bernhard Graf von Waldersee, durante la primera etapa, y Ulrich Sante, en esta actual y definitiva.
“En la presente instancia –comenta Jorge Franco, organero responsable de la restauración–, se reemplazarán las válvulas Witzig, un mecanismo original que consta de las más de 2000 piezas que permiten el paso del aire al tubo sonoro mediante un método de accionamiento neumático”. Dichas válvulas, realizadas en cuero de manera artesanal, serán sustituidas por un material duradero y resistente al clima. “Este trabajo –agrega– requiere de un minucioso desmontaje y montaje de partes con nuevos componentes, de forma que el instrumento quede en condiciones de uso para fin de año, tal como fue concebido en su fabricación”.
El órgano del templo Libertad
La última creación
¿Y cómo fue concebido en su fabricación? ¿Qué sonido se anhelaba? ¿Qué imagen musical fue creada y poco a poco desdibujada con el correr del tiempo? Fue la imagen de un ideal romántico.
Para el constructor Gerhard Walcker-Mayer –heredero de la célebre manufactura fundada en 1781, considerada, con 6000 órganos en todo el planeta incluido el Vaticano, motor de la industria organera de Alemania y principal proveedor del instrumento hasta la Segunda Guerra Mundial (y en el siglo XXI la empresa fue reestructurada para construcciones ocasionales, restauración y mantenimiento), bisnieto a su vez del famoso Oscar Walcker, innovador mecánico que perfeccionó la fabricación y dio nombre a la que hoy es la mayor escuela de organistas del mundo–, se trata de “una sonoridad dulce y suave”, mucho más delicada que la de la abrumadora fuerza del Barroco.
“Lo que tenemos en Libertad, según la disposición de los tubos, es un órgano post romántico, un tipo de instrumento que se fabricaba en Alemania hasta 1930 sobre la base de un estilo impuesto en el siglo anterior, y al que nunca más se regresó después de la Segunda Guerra y de una reforma organística para toda Europa que consistió en la vuelta al ideal barroco –ilustra Walcker, dueño de un saber, la construcción de órganos tubulares, que ha sido declarado por la Unesco Patrimonio cultural intangible de la Humanidad–. Cuando hablamos del Barroco nos referimos prácticamente a Johann Sebastian Bach y a esa sonoridad suya, grandiosa e imponente, marcada por las trompetas y los metales, los sonidos más brillantes y poderosos de los que es capaz el órgano, superando incluso el caudal de cualquier orquesta. Y cuando hablamos del Romanticismo, nos referimos a Franz Liszt y a Felix Mendelssohn-Bartholdy, entre otros compositores que buscaron los registros más débiles y blandos, los colores de las maderas y las cuerdas, de las violas da gamba, los violoncellos y las violas d’ amore, los sonidos apagados de las celestas y algunas flautas de efecto sutil”.
"Aunque a nivel visual se asemejan a los de las iglesias, los órganos de las sinagogas difieren en el color, la entonación y el volumen, menos potente debido a la época en que el instrumento fue aprobado para su ingreso en el culto"
“De modo que, si bien a nivel visual en las fachadas tubulares se asemejan a los de las iglesias, los órganos de las sinagogas difieren en el color, la entonación y el volumen, menos potente debido a la época en que el instrumento fue aprobado para su ingreso en el culto”, sintetiza el maestro organeroen diálogo desde Alemania. “La firma Walcker construyó un total de treinta y tres órganos para sinagogas –señala–. El primero de ellos fue para Mannheim, en 1855. El último, precisamente este Opus 2339, fue para Buenos Aires.”
“Edificar un gran templo”
El número de opus que, en los registros de Walcker, consta como “el último ejemplar” (hasta el límite de la Segunda Guerra), fue estrenado con la inauguración del templo en 1932, aunque más allá de esa fecha, en 1950, el padre de Gerhard todavía construyó un órgano para la espectacular sinagoga Westend en Fráncfort.
“La modernización de la CIRA (entidad patricia de la comunidad judía en Buenos Aires) incluyó no sólo el uso de un gran órgano tubular sobre el Arca de la Torá y un coro mixto –inaceptable para la ortodoxia judía, según refiere el arquitecto y doctor en historia de la cultura Mariano Akerman–, sino también otros aspectos, como la adopción del término ‘templo’ en lugar de ‘sinagoga’, y la búsqueda de una estética y ornamentación esmerada para el edificio (en estilo neorrománico). El templo israelita hacía referencia entonces a una institución moderna, distinta a las sinagogas de los guetos europeos, y la incorporación del órgano era allí, como en otras partes del mundo, una forma de acercarse a las sociedades más avanzadas de los países desarrollados de Occidente”, reconoce el experto desde la ciudad de Tel Aviv.
“Por el aumento exponencial de inmigrantes judíos a comienzos del siglo XX (oficialmente unas quinientas personas en 1840 cuando llegaron los primeros judíos europeos y casi 200.000 al final del segundo gobierno de Irigoyen en 1930), y la consecuente decisión de edificar un gran templo que pudiera alojarlos para su culto, la CIRA solicitó unos empréstitos, entre otros, al Banco Transatlántico de Alemania. Pero una vez que Hitler llegó al poder, a menos de un año de la inauguración, las cosas cambiaron de color y los intereses del banco alemán resultaron impagables. Con el tiempo se consiguió transferir la deuda a otro banco europeo con sucursal en la Argentina y el crédito finalmente se canceló en 1945. Pese a ello y al esfuerzo que implicó erigir Libertad –monumento histórico nacional desde el año 2000–, nunca se renunció al proyecto de este magnífico órgano tubular. Esa decisión –sostiene Akerman–, demuestra la importancia que la congregación le otorgaba al desarrollo de un judaísmo modernista y actualizado. Y algo importante que consta en el libro de actas: Libertad fue construido como un homenaje y agradecimiento a la Nación Argentina por haber recibido a la colectividad y haberle dado la posibilidad de continuar con lo que para ellos era fundamental: el culto. Esto lo señalo porque las sinagogas, incluso para los propios judíos, solían ser muy cerradas.”
Fue estrenado con la inauguración del templo, en 1932
Para dar una dimensión actual de la iniciativa que se llevó a cabo, Walcker-Mayer calcula que, según los datos de los planos que aún posee, materiales, medidas y características del instrumento, el Opus 2339 costaría al día de hoy aproximadamente 800 mil euros, demandaría dos años de trabajo en taller, y entre cuatro y cinco meses de colocación y afinado in situ. El inmigrante austrohúngaro Max Glücksmann, entusiasta de la música, pionero del cinematógrafo y el fonógrafo en la Argentina y “un hombre con suerte”, según el significado literal de su nombre alemán, fue el presidente de la comisión que inauguró el templo y el órgano hace nueve décadas.
“En realidad, se utilizaba muy poco –admite Liliana Flugelman–aunque para los oficios contamos con un magnífico repertorio de Louis Lewandowski, compositor de música sinagogal del siglo XIX, y con una colección de David Nowakowsky recopilada y editada por el eminente maestro Mario Videla, el mejor organista del país. El 30 de diciembre recibiremos el órgano restaurado. Será un momento extraordinario en el que, por fin, podremos decir: ¡Misión cumplida! ¡Hasta aquí llegamos! De ahora en más, es tarea de las generaciones que nos siguen hacerlo suyo, organizar los conciertos y cuidar este tesoro que nos legaron”.
Más allá de una y otra liturgia o repertorio, veintitrés siglos de historia resuenan en estos instrumentos cuyas entrañas ocultan una caja llamada “secreto” y, en ella, la sabiduría de uno de los más sofisticados logros del arte universal. Desde allí, mediante una maquinaria prodigiosa que distribuye el viento que llega a los fuelles y a través de las teclas pulsadas y las válvulas que permiten el paso del aire a los tubos, un torrente de vibraciones, armónicos y efectos acústicos que conforman la música y una cadena de reverberaciones que tocan lo más recóndito del alma humana, dondequiera que se escuche, el órgano se asume como voz y símbolo de lo divino en la Tierra.
Según los datos de los planos que aún posee, materiales, medidas y características del instrumento, el Opus 2339 costaría al día de hoy aproximadamente 800 mil euros
Un mundo sonoro hecho de tubos, un sentimiento de trascendencia y divinidad
Cuando el aire entra por los tubos del órgano, una fascinante secuencia de efectos acústicos se desata en su interior: el viento se convierte en una ondulación de cuya longitud resulta la frecuencia del sonido. Los tubos largos producen las frecuencias graves; los pequeños, las agudas. Hay tubos abiertos que cantan con sus armónicos plenos dando un timbre brillante y estridente. Y los hay cerrados que, con la misma longitud y sus armónicos desaparecidos, dan una frecuencia el doble de grave y dulce.
El órgano, en la complejidad de su sistema de teclados, pedalera y tiradores, abarca la totalidad del espectro sonoro que el oído humano es capaz de percibir, e incluso, más allá de ese rango, produce vibraciones tan profundas que sólo se experimentan en un plano físico. Las resonancias de ese infrasonido, de esos ecos que retumban en las cavidades del cuerpo humano –dice el organista alemán Ulrich Eckart–, es lo que al hombre se le revela como un sentimiento de trascendencia y divinidad.
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