Una rosa sola, de Muriel Barbery
En busca de identidad, en un país lejano
Marcelo Sabatino
En La elegancia del erizo, la novela que la hizo trascender fronteras, la francesa Muriel Barbery (Casablanca, 1969) contaba de manera paralela la historia de una encargada de edificio y de una chica de doce años que pasan sus días en un clásico barrio de París.
Una rosa sola tiene, en cambio, un trasfondo oriental: Rose despierta en Japón, adonde llegó por primera vez para interiorizarse del testamento de su padre, al que nunca conoció. Tiene cuarenta años, es botánica, vive un poco ensimismada, en una vida gris.
No hace falta que el lector prejuzgue demasiado para aventurar el impacto que tendrá en un personaje así de introvertido el contacto con una cultura tan radicalmente distinta. Rose es recibida en lo de su padre, una tradicional casa en Kioto, donde encuentra también a Paul, un belga que trabajó largo y tendido con su progenitor. Inevitablemente, no se llevan bien al comienzo.
Con el transcurso de la novela, la protagonista irá cediendo en sus bien asentadas rigideces. Los paseos por los históricos templos y jardines de la vieja ciudad bajo la guía de ese europeo conocedor del país ajeno la permitirán ir confrontando su propia identidad, comenzando por ese padre que lo único que había hecho era respetar el pedido de su madre de no participar de sus vidas. “La vida es transformación”, le dice Paul al mostrarle “el infierno convertido en belleza” de esos jardines.
Barbery escribe este relato de autorrevelación con el tono que conviene a los best sellers con estilo. El clima es el de las fábulas amorosas. El final, sentimental y alentador.
Una rosa sola
Por Muriel Barbery
Seix Barral. Trad.: Isabel González-Gallarza
190 páginas, $ 4900
http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA
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