miércoles, 30 de agosto de 2023

Samanta Schweblin. ...TODO PARA LEER




Samanta Schweblin. “Cuando escribo, sé cómo defenderme, entiendo lo que quiero y lo que no”
En septiembre próximo estrenará, en el Centro de Experimentación del Teatro Colón, Felicidad, ópera de cámara basada en su relato “Mujeres desesperadas”Alexandra Kinga Fekete
La escritora argentina ganadora del National Book Award 2022 dice que fuera de la escritura se siente “expuesta e insegura” y analiza la inteligencia artificial: “Tecnología, sí; zombies sin alma, no”
Fabiana Scherer
Su escritura logra crear una tensión emocional y psicológica que deja una profunda impresión en sus lectores. Sus historias desafían las convenciones y nos invitan a enfrentar nuestros propios temores y preguntas más inquietantes sobre la naturaleza humana”, responde el chat GPT cuando se le pregunta por Samanta Schweblin, la autora argentina reconocida con el National Book Award 2022, el Oscar de la literatura por su libro de cuentos Siete casas vacías, que en septiembre próximo estrenará, en el Centro de Experimentación del Teatro Colón, Felicidad, ópera de cámara basada en su relato “Mujeres desesperadas”.
–¿Qué te parece el análisis que hizo de tu escritura?
–Rápida y superficial. Me fascina todo lo que está ocurriendo alrededor de la inteligencia artificial, y también me asusta que una herramienta que sabemos que cambiará radicalmente nuestra sociedad de un momento para otro, no esté acompañada de algún tipo de asociación internacional capaz de regularla. Es algo tan estúpido como es brillante la invención.
–¿Te preocupa el avance de la inteligencia artificial?
–En estos días, estaba intentando recordar un recurso particular que sé que Tobias Wolff suele usar en sus narradores, quería ejemplos puntuales así que se los pedí a Chat GPT, que los encontró inmediatamente, y los pegó uno bajo el otro numerados del uno al cinco. Respondió en menos de un segundo dándome una lista que a mí me hubiera costado tres o cuatro tardes de lectura reconstruir. Lo hizo correctamente, y lo hizo rápido. Pero no me sirvió. Porque fuera de contexto, y sin toda la carga emocional con la que yo hubiera llegado a esas mismas frases si hubiera tenido que releer el libro, esas frases no eran capaces de funcionar correctamente. Fue rápido y correcto, pero inútil. Porque fue superficial. Y contra esto vamos a tener que seguir luchando activamente. Tenemos una sed tremenda por abrirnos a experiencias más profundas y existenciales, y creo que todo lo rápido y lo correcto corre a galope en la dirección contraria.
"Creo que la inteligencia artificial es un desafío nuevo y tenemos que preguntarnos seriamente en qué queremos convertirnos nosotros cuando usamos esta herramienta nueva", analiza Schweblin.
Le propuse al Chat que escribiera un cuento “al estilo Schweblin”. Lo tituló El espejo de los sueños. La historia comienza así: “María era una joven con una imaginación desbordante. Pasaba horas perdida en sus pensamientos (...) Pero algo extraño comenzó a sucederle cuando se miraba al espejo de su habitación (…). Por un instante, vio una sombra fugaz que no estaba allí antes (…) María descubrió que a veces la verdadera aventura no se encuentra en lugares lejanos, sino en el viaje hacia nuestro propio ser interior. Fin”. El Chat aclaró: “Recuerda que fue inspirado en el estilo de Schweblin, pero no soy la propia autora”.
–¿Qué te pareció? Hay quienes vaticinan que la inteligencia artificial reemplazará al ser creativo.
–Impresiona, a pesar de todas sus torpezas. Al principio me calmaba pensando algo que escuché por ahí varias veces, que hoy por hoy la inteligencia artificial es incapaz de producir sentido. Incluso, si puede seguir ciertos avances en el argumento de una historia, luego no sabe qué hacer con eso. Creo que en un futuro lo hará. Me encantaría decir que la IA no tiene creatividad, no tiene empatía, no tiene conciencia moral. Pero lamentablemente, el problema es que, la idea de que sin estas características no es posible generar ficción, es debatible. Y eso es lo más grave con lo que hay que lidiar hoy, más allá de los posibles avances en el futuro. Es verdad que necesitamos de estos talentos para generar el tipo de de ficción que empodera y eleva individuos y sociedades, es cierto, y, por tanto, es cierto que sin estos talentos no puede generarse el tipo de ficción que nos interesa. Pero ya estamos consumiendo ficción vacía de todo eso. Estoy cansada de abandonar libros, películas y series que no me satisfacen, que no son lo que prometen, que no dan nada sustancial a cambio de mi tiempo, podría decir lo mismo de las redes sociales. Como todo alimento híper procesado, no tienen más que azúcar, sal y harina. Ya estamos inmersos en un mercado demasiado grande abrazado al rédito del vaciamiento de todo lo que verdaderamente nos nutre y nos hace más fuertes. Creo que la inteligencia artificial es un desafío nuevo y tenemos que preguntarnos seriamente en qué queremos convertirnos nosotros cuando usamos esta herramienta nueva. La literatura, por ejemplo ¿tendrá lugar en este futuro? Yo pienso en ese futuro y diría: tecnología, sí; zombies sin alma, no. Si no cuidamos el sentido por el que hacemos las cosas, el abrazo de todo lo que es comunal, el cuidado por los otros, vamos a convertirnos en algo muy viejo, solo y triste. Y por tanto en algo terriblemente peligroso.
Samanta junto a su abuelo Alfredo de Vincenzo
Fue su abuelo, Alfredo de Vincenzo, uno de los grandes referentes del grabado en el país el que llegó a decirle que en cuanto pudiera sostenerse económicamente se mudara a Berlín. Lo hizo, en 2012, al obtener la beca del Servicio Alemán de Intercambio Académico (DAAD), sin siquiera pensar en el consejo del hombre que más influyó en su vida. “Pasé los cuatro últimos meses en Barcelona. Fue mi primera temporada larga fuera de Berlín y la verdad que la extrañé. Extrañé el silencio de esta ciudad, la descentralización, los espacios amplios y verdes, los canales, los bosques y los lagos tan cerca de la ciudad, que todo pueda hacerse en bicicleta, los amigos que hice estos años y que ya son mi segunda familia. Pero me sorprendió también, en estos meses que pasé en España, cómo extrañaba que me pasaran cosas nuevas en mi lengua, ir a eventos, a lecturas, al cine, incluso conocer gente nueva, pero en español y más cercana a mi mundo y a mi idiosincrasia. ¡Qué lejos y nostálgica debo sentirme a veces de la argentinidad, que me voy a España y me siento como en casa!”.
–Solías decir que las conversaciones ajenas en el bar no te distraían porque no entendías su significado.
–Ya distraen, sí, ya habría que mudarse otra vez. Pero en el Berlín de hoy te puede pasar de ir a un restaurante y que no haya en todo el staff alguien capaz de atenderte en alemán, en muchos entornos ya gana el inglés, y el español se escucha constantemente por la calle, es impresionante. Pero mi alemán sigue siendo malo. Me avergüenza no hablarlo bien habiendo vivido ya diez años en esta ciudad, pero mi excusa es que no lo necesito para nada de lo que hago, y que hay algo en esta burbuja de extranjeros en la que sigo moviéndome que aún me resulta productiva. Pero espero que no sea una trampa.
–En tus escritos, ¿aparece este “español” influenciado por los “extranjeros” que habitan esa burbuja?
–Acá en Berlín ningún hispano hablante va a dudar de que soy argentina. Pero yo sé que mi español cambió. Y va más allá del lenguaje, cambió mi relación con Argentina, cambió mi manera de ser argentina. No es algo ni bueno ni malo, es el resultado de llevar diez años fuera. Pero a la hora de la escritura, debo confesar que se siente bastante incómodo. Porque sí, me sigo considerando una autora completamente argentina, y basta poner mis dedos en el teclado, empezar a escribir, para ubicarme inmediatamente ahí, y pensar mis personajes desde ahí. Creo que inconscientemente busqué hasta ahora recursos que no me expusieran del todo. Mi novela Kentukis (2018), por ejemplo, que por necesidad de lo que se está contando sucede en veintipico de ciudades distintas alrededor del mundo, fue también una manera de escapar a esa incomodidad. Y ahora estoy escribiendo cuentos muy argentinos también, pero que a veces suceden en ciudades extranjeras, o incluso en el sur argentino, supongo que influenciada ya por mis estadías en Chubut. Pero es un abismo que sigue abriéndose y me inquieta. Si mis personajes son argentinos deberían hablar y sonar como argentinos, pero mientras tanto yo estoy convirtiéndome en algo distinto, más abierto, más alienígena, más outsider... bueno, dicho así no suena tan mal, quizá hay que animarse y entregarse al abismo. Soy una porteña con apellido alsaciano que vive en Alemania con pasaporte italiano, pero cuando vuelve a casa se va para Chubut. Me estoy convirtiendo en un bicho bastante raro. Pero bueno, dicen que lo primero es la aceptación, ¿no?
–En El Foro Internacional por el Fomento del Libro y la Lectura en Resistencia 2022, Chaco, leíste un texto que narra lo que pasa en los pulmones de una mujer sujetada en el fondo del agua.
–Esa historia es el inicio del nuevo libro. Se me ocurrió en una larga caminata por un bosque. Y aunque por supuesto luego llevó meses de escritura y reescritura, esa tarde llegué a casa y escribí la estructura básica en una sola sentada. Me encanta cuando pasa esto, y no es algo que pase todos los días, por supuesto. Pero sigo pensando en que hay algo mágico, fuerte, que se atrapa en una historia cuando uno logra verla entera desde el principio, al menos en sus vértices más importantes, y logra plasmarla con la electricidad de ese momento particular. A veces leo otros autores y juego a intentar dilucidar qué ideas pudieron haber surgido así. Es algo por supuesto imposible de adivinar, pero igual yo hago mis apuestas con cada lectura.
Cualquier literatura aparte de la de los varones, es una literatura nueva, fresca, que hasta hace muy poco había sido minoritaria, o incluso sigue siéndolo, es lógico entonces que llame la atención, que se lea con tanta sed, es sano, de hecho", comenta.
–En el texto que escribiste dedicado a tu abuelo y que publicaste en la revista recordás el momento que tras ver una puesta de Esperando a Godot te tocó tomar nota de tus impresiones. Pero aquella experiencia beckettiana te había dejado sin palabras. Tú abuelo lo entendió y dijo: “sé cómo se escribe lo que no puede escribirse”. ¿A qué recurrís hoy, cuando necesitas escribir lo que no puede escribirse?
–Es que de eso se trata justamente escribir. No sé si te pasa, pero a mi cuanto más me gusta un libro, cuanto más interesante me resulta, más me cuesta describirlo, contar de qué se trata exactamente. Creo que muchas veces las historias son recorridos por los que un autor nos pasea, y pareciera que el lector tiene libre albedrío, que puede elegir por dónde caminar, dónde detenerse a mirar y qué cosa dejar pasar sin prestarle verdadera atención. Pero en realidad seguimos un recorrido muy planificado, ajustado, absorbemos emociones e ideas precisas que necesitan suceder de determinada forma y en determinado orden porque están construyendo en nuestra propia sensación de recorrido algo aún más grande. Lo abstracto, lo poético, puede ser muy preciso también. Que estas cosas no estén escritas sobre el papel que leemos, no significan que no sucedan de todas formas en la cabeza del lector, que puedan planificarse, y manifestarse con precisión. Somos algo mucho más expansivo que el lenguaje y uno de los momentos más mágicos que puede dar la literatura es cuando logra llegar a esos espacios que no parecía ser capaz de tocar.
–En el último tiempo se debatió la predisposición del mercado por publicar a más mujeres que a varones...
–Tras seis siglos de publicaciones desaforadamente desproporcionadas hacia los varones no habría que preocuparse por esta pequeña inclinación del mercado hacia el otro lado, ¿no? Es una preocupación que hasta me resulta graciosa. ¿Y existe realmente esa predisposición a la publicación de las mujeres? Creo que cualquier literatura escrita desde cualquier género puede ser tan buena o tan mala como la que escriben los varones. Pero también, cualquier literatura aparte de la de los varones, es una literatura nueva, fresca, que hasta hace muy poco había sido minoritaria, o incluso sigue siéndolo, es lógico entonces que llame la atención, que se lea con tanta sed, es sano, de hecho. Yo elijo mis lecturas por tres caminos, porque me la recomiendan amigos que admiro como lectores, porque se habla de ellas en lo que estoy leyendo o investigando, o porque me crucé con el libro físicamente,en la casa de alguien, en librerías de viejos, porque simplemente me gustó la tapa, etcétera. Y esto último lo hago porque me gusta sumar a mis lecturas también un factor de azar, la idea siempre ilusoria de que estoy leyendo algo que no me estaba destinado. Digo todo esto para recalcar hasta qué punto son muy pocas las veces que leo siguiendo a la crítica o incluso a las publicidades del mercado editorial, que de hecho no pueden tocarme de ninguna manera, porque vivo a trece mil quinientos kilómetros de distancia y prácticamente no uso redes sociales. Y aún así, cuando miro lo que leo en un mes, es notable cuánta más literatura escrita por mujeres estoy leyendo. Pero la mejor literatura no tiene género, es buena por su propio peso. Si todo sale bien, cuando las aguas se calmen no volveremos al estadío anterior, sino a una relación más par de estas lecturas.
"Toda buena literatura es un asalto a la frontera, decía Kafka. Por eso la idea de la cancelación, sobre todo cuando se trata de cancelar libros o autores particulares, me parece un error garrafal", resalta Schweblin desde Berlín.
–¿Qué opinión te merece las “cancelaciones” y temas que conllevan, en algunos casos, a la “autocensura”?
–Tenemos que aprender a hablar con otros que piensan distinto. Me parece poco inteligente y hasta peligroso soñar con un futuro en el que los que piensan distinto al fin han entendido que estaban equivocados, y en el que sólo así podemos tener un mundo como corresponde. Eso no va a pasar nunca. Creo que hay que abordar las injusticias y frenar urgentemente los discursos del odio, pero no creo que eso se logre desde la cancelación y la censura. ¿Se aprende eso aislado en una bola de cristal donde ningún pensamiento es contestatario? Traigo un ejemplo completamente ajeno a la política argentina, polémico acá en Alemania desde hace unos años. Gran parte de la sociedad, y me incluyo, está indignada y asustada porque el partido de la ultraderecha, heredero del partido nacional socialista nazi, entró al senado. Un partido nacionalista, anti inmigrante, con estrategias populistas, y la sombra de un pasado que te hace poner la piel de gallina, y que hoy algunos todavía reivindican. Hay gente completamente en contra de este partido pero que, aun así, defienden la necesidad de que esté representado en el senado. Dicen que es mejor saber quiénes son, dónde están, qué piensan y por qué. Es mejor tener la oportunidad de dialogar con ellos a jugar a que no existen.
- ¿Cuál crees que es el rol de la literatura?
-Creo que está justamente conectado con la respuesta anterior. Pienso en lo crueles que pueden ser los chicos cuando descubren el mundo, lo violentos que pueden ser con sus pares, con los animales, con sus propias familias, hay algo de prueba y error, de intentar conocer, de quebrar y romper para intentar entender las debilidades y resistencias de las cosas y las de ellos mismos en un momento en el que tienen urgencia por crecer. Es un exceso, un tocar el límite, que en el caso de los chicos creo que es sano, porque no confían ciegamente en los adultos, sino que necesitan probar esa realidad por sí mismos. Creo que la literatura vuelve a abrirnos algo de ese espacio de prueba y error. Creo que es sano seguir probando los límites de nuestras propias ideas, mandatos y miedos y la literatura es el escenario perfecto. Por eso es necesariamente arriesgada, limítrofe, sospechosa, incluso peligrosa. Toda buena literatura es un asalto a la frontera, decía Kafka. Por eso la idea de la cancelación, sobre todo cuando se trata de cancelar libros o autores particulares, me parece un error garrafal.
- ¿Podemos decir que ocupa un papel social?
- Provoca el pensamiento, cuestiona normas establecidas, promueve cambios positivos en la sociedad… Su rol es enorme. Actuamos y sentimos en reacción a las historias que nos cuentan y que nos contamos, y no estoy hablando solo de ficción. O sí, estoy hablando solo de ficción, porque ¿quién se cree ya este cuento de lo real y lo ficticio? ¿que fuera de siglo suena ya, no? Hoy gana el que cuenta la mejor historia, en política, en tu familia, en el trabajo, en las redes. ¿Que tal si hubiera una herramienta capaz de resincronizar el valor de determinadas palabras para dos bandos que ya no pueden comunicarse? Que permitiera testear socialmente ideas y emociones que son difíciles de pensar en el presente, pero necesarias para decidir el futuro. Eso es lo que a mí me ha dado siempre la literatura.
Junto a la realizadora Claudia Llosa en un alto del rodaje de Distancia de rescate, la película basada en su novela que estrenó Netflix
-Estás comprometida con la promoción de la lectura, razón por la que apoyas a diferentes organizaciones. ¿Cuál sería para vos una buena estrategia de formar lectores? Generalmente se habla del acercamiento a los libros en la niñez y adolescencia y se deja de lado al adulto.
-Creo que lo importante es contagiar las ganas. Mostrar hasta que punto leemos porque nos encanta, porque nos sirve, porque nos cura, porque nos ayuda a pensar, por que nos entretiene. Y no porque es una obligación, o una herramienta pedagógica. Yo detestaba la materia de literatura en la primaria. Me mandaban a leer El Quijote, que no entendía, o un libro que era una adaptación literaria para adolescentes de otro libro supuestamente más serio, pero que básicamente me trataba como si yo fuera terriblemente tonta. Lo que a mi me sedujo, lo que me hizo prestar atención por primera vez a la literatura, es ver a amigos, o adultos que admiraba, leer con devoción, vi cómo les temblaba el cuerpo y la voz cuando hablaban de esos libros y pensé, no sé que cuernos le pasa a esta gente, pero quiero que me pase también a mi. Como en casi todo, se empieza contagiando las ganas.
- Aprender a leer y por, sobre todo, comprender lo que se lee es hoy uno de los desafíos en el terreno de la educación. ¿Como escritora, sos capaz de leer tu texto como lectora?
- Para mí es una de las cosas más difíciles de lograr. No solo lo siento así en mi propia experiencia, sino que lo veo como uno de los problemas más grandes que surgen en las lecturas de seminarios y talleres. Mario Levrero decía que el proceso de escritura sucede en tres instancias distintas de traducción. Las ideas surgen de un impulso oscuro, esas ideas se traducen a imágenes, y esas imágenes se traducen a su vez a palabras. Yo agregaría que, para que la literatura después se produzca, todavía hace falta un lector que transforme esas palabras en imágenes, esas imágenes en una idea, y esa idea toque algo vital y profundo generando un nuevo impulso oscuro. La verdad es que puesto así, la idea de un autor poniendo en manos de un lector una nueva idea limpia y precisa parece casi un milagro. Pero es un milagro en el que confío, porque a esta altura, como diría mi mamá, es creer o reventar. Esta es la maravilla de la lectura. El problema a la hora de escribir, es que cuando nos leemos a nosotros mismos, no leemos lo que realmente esas palabras están diciendo -y por tanto leerá el lector-, sino que leemos nuestra idea primera, o incluso las imágenes que producimos con eso, es un espejismo del que es difícil escapar.
En noviembre pasado, Schweblin fue reconocida en la 73rd National Book Awards, en Nueva York
En el video de premiación del National Book Award, en noviembre de 2022, puede verse a Schweblin buscando en la cartera el papel con los agradecimientos correspondientes para llevarlos al escenario. “Con el inglés me llevo bien, pero trastabillo, y el día anterior a la entrega del premio pensé: ¿y si me dan el premio, y me paralizo, y no tengo nada para decir? Así que hice esa notita breve y me la guardé en la cartera, un poco para olvidarme de esa preocupación. Después, en la premiación estaba tan nerviosa que ni me acordé del tema, y cuando abrieron el famoso sobrecito y dijeron mi nombre, en lugar de subir al escenario me puse a buscar el papelito. ¡Pero es como un minuto y medio de música repitiéndose y repitiéndose esperando a que yo suba al fin al escenario! ¡Es desopilante! Y todas las cámaras filmando mi mesa con mis editores y los directivos de Penguin Random House, gente seria preparada para todo, angustiados por la búsqueda del papelito, simulando incluso alguno de ellos estar buscarlo alrededor, en fin, un divino papelón que atesoraré por siempre”.
–Me gustó esa idea que el National Book Award funciona como una revancha. “Al género cuento no se lo valora tanto como a la novela”, aseguraste.
–Entre 2010 y 2015, Pájaros en la boca se tradujo a quince lenguas, y todo esto pasó antes de que yo empezara siquiera a pensar en Distancia de rescate, mi primera nouvelle. Pájaros en la boca fue también el primer libro de cuentos finalista del Man Booker de traducción, donde hasta entonces sólo habían circulado novelas. Así que sí, se puede hacer camino con el cuento. Pero que premiaran a Siete casas vacías en el National Book Award, creo que eso sí fue algo inesperado incluso para mis editores y mi traductora. Como me dijo una amiga intentando despabilarme y hacerme entender qué tipo de premio es el National, ¡es el Oscar de la literatura! Y fue la primera vez que este premio se entregó a un libro de cuentos. Aún no me animaría a decir que se está leyendo más cuento, pero la academia en general, y todo el barullo que la acompaña, como los premios, la crítica, etcétera, está reconociendo a géneros que antes le parecían menores, creo que acá también podemos sumar algunas líneas de la ciencia ficción y del fantástico.
–Tu familia eligió vivir en Lago Puelo, Chubut. ¿Ese es el escenario que estará presente en tu próxima novela?
–Estoy trabajando en una historia que sucede en Lago Puelo, pero es algo muy verde, podrían pasar años hasta que al fin cuaje, o no.
–Pronto vas a dictar un taller en este lugar, ¿por qué?
–Lo del taller sí es algo ya en marcha. Siempre encuentro en Lago Puelo una tranquilidad y una concentración especial para la escritura, suelo viajar cada año y quedarme lo más que puedo. En el último viaje me encontré tomando muchas notas sobre mis procesos de escritura, poniendo en papel ideas en las que vengo pensando hace tiempo, problemas, trampas, herramientas, lecturas, mi experiencia dando talleres desde hace casi veinte años, y empecé a soñar con la idea descabellada de convocar un taller abierto donde compartir todo esto, un taller en la Argentina, pero descentralizado, fuera de Buenos Aires y abierto a todo el mundo hispano. Y dar algo a cambio también, a la zona de esta comarca andina donde está Lago Puelo. Así que hay dos becas completas para los locales, y una donación importante para la biblioteca pública.
–En una vieja entrevista encontré que tu palabra favorita era “rabiar”.
–Sigo contestando lo mismo, “rabiar”: desear mucho una cosa, apretar fuerte los dientes, morder para contagiar. Es una definición inventada, por supuesto. Hasta tal punto que el Instituto Caro y Cuervo de Bogotá, en una visita que hicimos a su imprenta en el contexto de Bogotá 39, me regalaron un “tipo” de la palabra “rabiar”, que es un pequeño bloque de metal con la palabra tallada en relieve para ser impresa, una suerte de sello, que clavé al frente de madera de mi biblioteca de Berlín.
–Y que el sonido o ruido que amabas eran los primos cercanos al “ruido blanco”.
–Crecí con una hermana que hoy es una de las grandes gaiteras de música irlandesa del mundo (considerada así incluso por la asociación de gaiteros de Irlanda), y esa hermana se empezó a formar a sus catorce años, con ese instrumento para nada sutil, mientras yo intentaba escribir en la habitación de al lado. Así que sí, mi sonido favorito es todo lo que se parezca al silencio. Para que se den una idea, el colectivo con el que volvía de la secundaria me dejaba a tres cuadras de casa, y yo solo escuchando, ya sabía si mi hermana estaba en casa o no. Yo escribía en un estado casi de guerra, y contra el ruido no hay silencio que gane.
–¿Cambió tu manera de definirte como escritora?
–Hace unos quince años, un autor argentino escribió un artículo con veinte barbaridades juntas sobre otros varios autores jóvenes. Era algo casi gracioso, en realidad casi no recuerdo el artículo, pero sí esa sensación de leer con una media sonrisa, y de intuir en él algo de rencor y enojo, pero reírme también. La comunidad literaria, sobre todo la feminista, le saltó al cuello y escribió varios artículos en respuesta. Creo que yo era la única mujer de la que hablaba, así que cuando escritoras más grandes, yo era una niña, o así me sentía, saltaron a defenderme, yo me sentí agradecida por el gesto, querida y cuidada, pero muy confusa también. Porque el texto decía algo así como que yo era un cervatillo asustado en medio de la ruta, parado frente a un colectivo que venía a hacia mí a toda velocidad, y que me atropellaría en cualquier momento. Digo que me sentía confusa porque, como confesé ya entre amigos más de una vez, así exactamente era como yo me sentía. De hecho, creo que sigo siendo un poco ese “cervatillo”. Todo lo que va más allá de la propia escritura me hace sentir terriblemente expuesta e insegura. Las entrevistas, la prensa, la exposición de los premios, las demandas de la opinión ajena, no hay una imagen más perfecta de cómo me siento ante todo eso que la del cervatillo. No siento que en estos años haya aprendido demasiado acerca de cómo pararme o defenderme frente a estas situaciones. A veces me pregunto incluso si esa no es una de las razones por las que vivo en la otra punta del mundo. Pero cuando escribo, y por eso me gusta tanto la escritura, me transformo. Cuando escribo, sé cómo defenderme, entiendo lo que quiero y lo que no, puedo nombrar las cosas, desarmar los monstruos, levantar mis muros para protegerme. Clarice Lispector decía: “La palabra es mi dominio sobre este mundo”, y sigue siendo una de mis frases preferidas.
- ¿Qué lectura te atrapó en este último tiempo?
- Acabo de terminar un librito de ensayo de Clara Obligado, Una casa lejos de casa, que me pareció conmovedor. Lo escribió en unos pocos meses durante la pandemia, y atrapa una espontaneidad y una sinceridad que se siente. Cuenta su exilio de Argentina a España, lo duro que fue ser una escritora inmersa en un español ajeno, habla de su experiencia como tallerista -Clara Obligado dictó uno de los primeros talleres literarios que se dieron en españa-, y de sus propios procesos de escritura. Además es una edición preciosa, de la colección Madriguera de Eme Editorial. La semana pasada estuve con Huaco retrato, de Gabriela Wiener, su primer libro de ficción, que me pareció buenísimo. Y otra contemporánea que estoy leyendo ahora, pero de la otra punta del mundo, es una noruega que escribe cuentos en un país en el que absolutamente nadie lee cuentos, y vienen dándome muy buenas sorpresas, Nudos, de Gunnhild Øyehaug, está traducido al español por la editorial española Las Afueras.
La máquina de escribir que heredó de su abuelo y llevó a Alemani
–De la IA paso a la hermosa máquina de escribir de tu abuelo, una Olivetti Lettera 22 portátil. La llevaste a Berlín y en IG contaste que encontraste un pilón de borradores del que luego salieron algunos cuentos: “Ahora toca, por cábala, volver a trabajar en equipo”.
–Vuelvo a ella poco, porque está viejita y las teclas ya durísimas. Me lastima los dedos, y no me fío en la escritura que duele tanto. Tengo su máquina en una mesita en medio de mi casa, es como un pequeño monumento. En su reemplazo, conseguí una máquina de escribir eléctrica de los ochenta que me encanta, y a veces la tengo encendida en la mesada de la cocina. El trabajo real de cada día lo hago sobre todo en la computadora, y en cuadernos si salgo a editar o tomar nota al parque o a algún café. Pero me gusta asaltarme a mí misma obligándome a escribir de pronto sin nada planeado en la cabeza. Creo que es bueno escribir por asalto. Entonces, tengo esta máquina en la cocina, o a veces también en el living, y a veces el sólo verla implica la obligación de escribir, aunque sea una única línea. La mayoría de las veces eso es todo. Unas pocas veces termino escribiendo todo un párrafo, y alguna que otra vez ha salido de ahí algún cuento. Quizá es porque me crie en ese increíble taller de artistas plásticos que tenía mi abuelo, extraño mucho en mi trabajo todo lo que es material. Le envidio a los plásticos sus pomos de colores, sus espátulas, sus lienzos. La máquina de escribir, los anotadores, son una suerte de consuelo.

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