domingo, 26 de noviembre de 2023

DE NO CREER Y AL MARGEN


Milei ya tiene su equipo: las “fuerzas del cielo”
Carlos M. Reymundo Roberts
Espectacular. Increíble. Realmente esta fue mi semana. Como que se iban alineando los planetas, y de buenas a primeras tenía tanta información que me quemaba las manos. La espera hasta el sábado se hizo insoportablemente larga. Pero antes de revelar esa mercadería de primera calidad, permítanme desmentir a los movileros apostados en el Hotel Libertador: no me ofrecieron ningún cargo en el nuevo gobierno. Es cierto que en el revoleo de nombres apareció el mío, pero en otros términos. Se trató de una orden del presidente electo: “A ese no lo quiero ver ni en figurita”.
Qué injusto, con lo que lo he remado. Tampoco se interesó en mis servicios Jorge Macri, y mucho menos Kicillof. Por eso digo que fue una gran semana: sigo haciendo periodismo, y del bueno; puras primicias. Va la primera. Salvo las llamadas del Papa, Biden y otros mandatarios, Javier (me da cosa seguir llamándolo Chucky; veré cómo se porta) pidió a su gente no ser interrumpido salvo en casos de extrema necesidad. ¿Tenía que encerrarse a formar su gabinete? No. Tenía que dar entrevistas. Es un tierno: en tres días habló con 20 periodistas. “¿No hay ningún otro?”, preguntaba. Está en duda su performance, pero qué buena onda verlo pasearse por las pantallas. No olvida sus orígenes: nació a la política como panelista. Fue la TV la que lo trajo hasta acá. Retribuya, Javi.
Segunda primicia. Sus propios colaboradores, incluida Karina, el Jefe, se pellizcan: Milei parece en dominio total de la situación. Nuevo como es en estas lides, no se lo ve ni apurado, ni ansioso, ni bajo presión. “Pónganla a Caro Píparo en la Anses”; “sáquenla de la Anses”. Estilo Menem: cero drama. Ministros designados entran anchos por la puerta y salen finitos por la ventana. Tan distendido está que mañana se va a Nueva York a rezar en la tumba de un rabino; seguramente debe haber decenas de rabinos en La Tablada, pero él quiere ir al de Nueva York. Ya en el discurso del domingo les agradeció el triunfo a “las fuerzas del cielo”. La dimensión sobrenatural del libertario pasa a tener un relieve imprevisto. ¿Cómo descartar la asistencia de tropas celestiales para desarmar el esquema de las Leliq o para que el Congreso le vote las leyes? Elevando su vista, Cristina invocaba a “Él”, Néstor; Milei, a una legión de ángeles. Atención: votamos a un hombre y resulta que de yapa viene acompañado por los dioses.
Estas cuestiones estuvieron presentes en el diálogo con Francisco, que se mostró interesado en que le diera más detalles sobre las fuerzas del cielo. “Bueno, la inflación está por las nubes”, explicó Javier. Al Papa estaba por llegarle otro angelito, Grabois. Entre Ezeiza y Fiumicino hay 13 horas de vuelo, el tiempo que le lleva a Grabois cambiar el chip: de la arenga golpista a su infantería antes de subir al avión al mensaje de paz y amor con que se presenta en el Vaticano. Pero Francisco no come vidrio: le canceló la entrevista a Cristina. ¿La causa? La peor: sin causa. Mi reina, qué contrariedad: un cigarrillo y una visita a Santa Marta no se le niegan a nadie.
Tercera primicia. Contra lo que se creía, Milei fue con una enorme expectativa a reunirse con Alberto en Olivos. ¿Lo encontraría? ¿Sería Alberto? ¿Respondería normalmente ante estímulos normales? El profesor estaba, pero no quiso involucrarse en la transición: dijo que ya lo había hecho cuando delegó el mando en Massita. Eso sí, ofició de guía en la residencia: “En esta 85 pulgadas me clavo las series”; “aquel salón es el de la famosa fiestita de Fabiola”; “por estos jardines caminé una vez con Cristina, pero yo, a propósito, iba más despacio: hablaba sola”. De política, poco y nada; de la herencia, menos. Tomaron agua, se gastaron bromas, posaron para la foto. Foto de una cumbre histórica: un presidente que hace rato no está y otro que todavía no asumió.
A propósito de Massita: ¿se sabe algo de él? Estoy empezando a extrañarlo: qué días aquellos en los que el superministro y supercandidato solo pensaba en conquistar a los argentinos, mientras los argentinos pensaban en Milei. Su fórmula platita=votos fue audaz, zarpada. Pero le sobró platita y le faltaron 3 millones de votos. Sos joven, Sergio Tomás, seguí remando; en Tigre.
También paró nuestros corazones la cumbre –o vicecumbre– de Cristina con Victoria Villarruel en el Senado. Aunque el destino supo ser generoso con Cris, no le ha ahorrado tragos amargos: el 10 de diciembre de 2015, tener que darle la mano a Macri, y, ahora, recibir a Vicky, joven, simpática, hija de un militar y “recontra facha”; peor: “¡negacionista!”. Me pongo en su piel: muy entendible que no haya querido fotos. Pero después hablé con Vicky y me dio otra explicación. Dice que la vio desmejorada, con un make up poco feliz y rictus en boca y ojos que parecían indicar desasosiego. Ya estaba enterada del plantón del Papa.
Vicky, un amor, intentó levantarle el ánimo: “Disfrutá. Todavía estás libre”
¿Por qué no hubo fotos de Cristina con Villarruel? Lo explicó Vicky: a Cris se la veía muy desmejorada

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Celebrar una derrota sin festejar un triunfo
Héctor M. Guyot

Las elecciones del domingo me dejaron en un estado anímico raro. No sabía si estaba alegre o triste. Aliviado o preocupado. Creo que sentía todo eso junto y al mismo tiempo. Era una contradicción caminando. Presumo que no seré el único que acusa los efectos inclasificables de una Argentina inclasificable.
La cosa me duró hasta el martes. El miércoles ya me había acostumbrado. La figura del omnipresente ministro candidato se había esfumado de la escena y un Milei recluido en un cuarto de hotel armaba un gabinete para asumir la presidencia en menos de veinte días. A todo nos adaptamos los argentinos.
Empecemos por explicar el alivio. La noche del domingo yo no festejé un triunfo, sino que celebré una derrota. Un país que vuelve a votar a la fuerza política que lo ha dejado en la ruina no tiene destino. La idea de un triunfo de Sergio Massa, algo que hasta el recuento de los votos era tenido como una posibilidad, se me hacía inconcebible. Era optar por la continuidad de una agonía sin término. Además, si Massa hubiera alcanzado la presidencia por la voluntad de la misma sociedad a la que el kirchnerismo pauperizó durante cuatro períodos presidenciales, ¿qué podíamos esperar de un quinto? ¿Qué o quién hubiera podido contener la ambición de Massa frente a una sociedad que se entregaba voluntariamente a la corrupción y la mentira?
Massa, con la ayuda de parte de la opinión pública, había instalado la idea de que venía a salvar al país de la ultraderecha autoritaria. Milei era, para muchos, la expresión local de la ola populista que recorre el globo y que tantas democracias ha herido en los últimos años. El libertario le regalaba letra, entre otras cosas, proclamando su admiración por Donald Trump y Jair Bolsonaro. Parecía que el oficialismo se salía con la suya. Y todo porque aquí hemos naturalizado como parte de la política los intentos hegemónicos del kirchnerismo y sus embestidas contra la república. No hemos sido capaces de reconocer, por ceguera ideológica, que Cristina Kirchner fue en la Argentina lo mismo que los populistas Trump y Bolsonaro fueron después en sus respectivos países.
Al final, el truco no prosperó y de allí el alivio. La preocupación que neutralizaba el alivio es fácil de explicar: era la antipolítica la que sacaba de escena a la antipolítica. Me preocupaba, y en buena medida lo sigue haciendo, el componente irracional que Milei ha venido exhibiendo sin tapujos. En concreto, la eventualidad de que se traduzca, como ocurrió en el caso de Cristina Kirchner, en impulsos destructivos des de lo más alto del poder. Cuando la convicción ciega de la certeza dogmática reemplaza a la verdad, se quiebran los presupuestos de la convivencia social y se cancela la posibilidad de diálogo. El domingo, cuando después de leer un discurso moderado Milei arengó a sus seguidores con su desencajado “Viva la libertad carajo”, no pude dejar de ver allí una suerte de éxtasis religioso, una embriaguez colectiva dirigida al culto de una idea que no admite matices. Acaso el cambio, pensé, viene acompañado de lamentables continuidades.
Lo peor, me dije, sería que el triunfo electoral se le subiera a la cabeza. Que lo gane la soberbia. No ocurrió. Más bien al contrario. Los agradecimientos del domingo por la noche a Mauricio Macri y a Patricia Bullrich por el apoyo electoral, y el largo abrazo que les dio, lucieron sinceros. Según dicen, estamos ante la rareza de un presidente (electo) que no miente. Tras la primera vuelta, cuando el balotaje pintaba mal, Milei depuso su beligerancia y se sentó a la mesa con ellos. Ya como presidente electo, abrió su gabinete a gente más experimentada de otras fuerzas, acaso porque es consciente de su debilidad ante la tarea que dice haberse impuesto: deconstruir un Estado hipertrofiado que creció dándole la espalda a la sociedad y durante décadas fue refugio de políticos que, además de expoliarlo, lo llenaron de militantes para controlarlo y perpetuarse en el poder. Desarticular las redes corporativas y ajustar las cuentas públicas sin abandonar a su suerte a los argentinos que cayeron en la pobreza es una tarea ciclópea. Sobre todo, por la inmensa cantidad de privilegios que hay que afectar. Milei encontrará la resistencia frontal de los que quieren que nada cambie. Si aspira al éxito, su empeño requerirá de alianzas y pactos tan pragmáticos como racionales. También, de la participación de aliados moderados que maticen el dogmatismo que ha exhibido y que ahora parece camino de atemperar.
El domingo, cuando volvía de llevar a mi madre a votar, escuché por radio una declaración de Máximo Kirchner frente a la urna. “Esperemos que la sociedad no elija la violencia”, dijo el hijo de la vicepresidenta. La sociedad ya decidió. Ahora esa opción maldita está en manos de los que se preparan, como cada vez que pierden el poder, para resistir. Si apelaran a ella, el nuevo gobierno deberá desplegar una firmeza despojada de odios, pues de lo contrario podría llevar a la sociedad de vuelta a aquello de lo que buscó escapar cuando, incluso con reticencias, le confió su voto.
Milei encontrará la resistencia frontal de los que quieren que nada cambie. Si aspira al éxito, su empeño requerirá de alianzas y pactos tan pragmáticos como racionales

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