sábado, 25 de noviembre de 2023

EL ESCENARIO POSELECTORAL


Ante una reconfiguración del mapa político
Sergio Berensztein
“No tengan miedo”, dijo Ofelia Fernández en un video que diseminó en sus redes. “De esta también se sale, esta también se pelea”.
El clima de derrota que impera en el ahora acotado universo kirchnerista supera por mucho la dimensión estrictamente electoral. Por el contrario, la imagen de la motosierra (la feroz crítica al intervencionismo extremo y los excesos del gasto público), la propuesta enfáticamente promercado y anti-Estado, el pañuelo celeste, la veneración del individuo frente a cualquier agregado colectivo y, en especial, ese rugido que comenzó como una excentricidad más y terminó como leitmotiv de su campaña (¡viva la libertad, carajo!) constituyen los componentes centrales que reflejan un fracaso ideológico, modélico y cultural. El triunfo de Javier Milei parece desmoronar los elementos fundacionales y fundamentales de esta larga experiencia, resiliente y voluntarista, que a lo largo de dos décadas hemos denominado “kirchnerismo”. Uno de sus principales protagonistas, Aníbal Fernández, lo definió con su desfachatez habitual: “(Cristina) no es historia, es prehistoria”. El mero hecho de que la joven Fernández sienta la necesidad de contener a sus colegas de militancia es clara expresión de que los responsables del kirchnerismo se quedaron sin nada para decir sobre esta catástrofe electoral. El mismo silencio que mantuvieron frente a la hiperinflación, el aumento de la pobreza y la inseguridad y la identificación con las autocracias populistas y violentas de la región y del mundo.
La tradicional reivindicación que hace el presidente electo de la década del 90 presenta muchos interrogantes. El país vivió entonces un ciclo de estabilidad y crecimiento que, mirado en perspectiva y a la luz del estrepitoso fracaso posterior a la crisis de 2001, resultan admirables. La Argentina se integró al mundo, tuvo una política exterior pragmática y eficaz, modernizó su infraestructura física, aumentó de manera significativa la productividad y mejoró la capacidad de las Fuerzas Armadas, además de un largo etcétera. En simultáneo, se expandieron groseramente la corrupción, el narcotráfico, el hiperpresidencialismo y la impunidad. Es inevitable recordar los atentados a la AMIA y la embajada de Israel, la voladura de Río Tercero y el asesinato de José Luis Cabezas. Milei tiene absoluto derecho a destacar los aspectos que considera más valiosos de la experiencia menemista, pero al no condenarlas explícitamente, minimiza y banaliza las barbaridades que ocurrieron en aquellos años.
Ese peligroso ejercicio de revisionismo es tanto o más complicado que la edulcorada lectura que suele hacer de la denominada “organización nacional”, el período posterior a 1862. Según Milei, en apenas 35 años el país se habría convertido en “una potencia”, el “más rico del mundo”. Se trató de una época fundacional para una Argentina moderna, próspera y repleta de oportunidades. Millones de inmigrantes adoptaron al país como su hogar y pudieron desarrollar sus proyectos de vida y cumplir sueños que hubieran sido imposibles en sus tierras natales. La Argentina llegó a ocupar hacia el centenario un lugar de privilegio en el concierto de las naciones, como otros países con características similares, como Australia o Canadá. Pero nunca fue una potencia (en particular en términos militares) ni el país número uno (excepto en fútbol, claro, atributo que por suerte mantenemos sin necesidad de sociedades anónimas deportivas).
Curiosamente, Milei reivindica esa etapa en la que la denominada “generación del 80″ construyó “desde arriba” una sociedad embrionaria que pronto disfrutó, gracias a un Estado que se expandió y consolidó su presencia en todo el país, de bienes públicos esenciales, sobre todo la educación (con la sanción de la ley 1420 durante la presidencia de Julio Roca). ¿Acaso Milei busca replicar esto? También se trató de un modelo republicano restringido (la “república posible”, según la denominó el propio Juan Bautista Alberdi), con muy pocos ciudadanos participando del proceso electoral. Se gozaba de plena libertad de prensa y la vida política era muy intensa, pero hasta la reforma de 1912 (ley Sáenz Peña), implementada por primera vez en 1916, nuestra sociedad no conoció lo que era la democracia. Para peor, y esto es tal vez lo más grave, Milei parece ignorar la inestabilidad económica y política que caracterizaron ese período para él “dorado”. Fue particularmente grave lo ocurrido en 1890, cuando defaulteamos la deuda externa y, en el contexto de la Revolución del Parque, renunció Juárez Celman. Por último, sorprende la psicosis que había en LLA respecto de un eventual fraude antes del balotaje, porque justamente hasta el triunfo de Hipólito Yrigoyen no habíamos tenido elecciones libres y justas.
Esa mirada trivial y sesgada del pasado argentino no le ha impedido mostrar interesantes dosis de pragmatismo en sus primeras horas como presidente electo. Milei viene insinuando una visión realista y sensata, tanto de la política interna como de la exterior. La reunión de la futura canciller Diana Mondino con el embajador de China es una saludable muestra de sentido común. Lo mismo ocurre con la designación de Fernando Vilella a cargo de la Secretaría de Agricultura: este prestigiosísimo especialista, exdecano de la Facultad de Agronomía de la UBA, acuñó los conceptos de “vaca viva” y “agrobioindustria” e impulsó la especialidad en estudios ambientales. De este modo, Milei revierte las dudas que había generado su negacionismo respecto del cambio climático. Asimismo, está imponiendo su criterio personal en la conformación del gabinete y abriendo diálogos con distintos componentes del sistema político para evitar depender o ceder demasiados espacios de poder a sus recientes socios de Pro.
¿Podrá armar un equipo capaz para comenzar con certeza la enorme tarea que siempre implica gobernar este país? ¿Qué significa en la práctica la construcción de gobernabilidad? ¿Sabrá elegir la secuencia ideal de reformas? ¿Conseguirá el apoyo necesario en el Congreso? ¿Cuál será su “curva de aprendizaje”, la capacidad de aprender de sus errores, de corregir sobre la marcha, ajustar sus tácticas, replantear sus estrategias? Estos son los interrogantes claves que se hacen los principales actores económicos, políticos y sociales del país. Y coinciden con quienes observan a la Argentina desde afuera. Las respuestas son, por ahora, hipótesis, conjeturas y especulaciones. El tiempo y el destino se encargarán de calmar nuestra ansiedad.
En función de lo que ocurra, el sistema político deberá rearticularse. Los gobiernos que logran asentarse en el poder (como el de Menem o el de los K) complicaron mucho la conformación de alternativas competitivas por parte de las fuerzas de oposición. Lo contrario se verifica con experiencias inestables, fracasadas o de desgastes severos (Alfonsín, De la Rúa, Macri, los Fernández). Liderazgos exitosos similares a los de Milei (Trump, Bolsonaro) obligaron a que imperara una extraordinaria dosis de pragmatismo para seleccionar a un candidato con chances de forzar una alternancia (Biden y Lula, respectivamente, a pesar de las dudas que ambos generaban en distintas dimensiones). Este nuevo proceso político está recién comenzando.

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