martes, 24 de abril de 2018
LA OPINIÓN DE LAURA DI MARCO
Laura Di Marco
Para Agustín Salvia, director del Observatorio de la Deuda Social Argentina, el camino pasa por transferir capacidades productivas a los sectores más vulnerables
Temerario y probablemente herido por quienes lo acusan de gobernar para los ricos, Mauricio Macri pidió ser evaluado por un dato sensible: su eficacia política para hacer bajar la pobreza. Y eso, efectivamente, sucedió en la última medición del Indec . La pobreza descendió casi tres puntos (de 28,6 a 25,7). Sin embargo, las dudas son inevitables: ¿es sustentable ese descenso? En la intimidad de su oficina de la UCA, Agustín Salvia, el científico social más temido por el Gobierno, arriesga que no. Y arriesga más: si continúa esta mirada económica -sostenida por Macri, sobre todo-, el porcentaje de pobres podría incrementarse en el primer cuatrimestre de 2018. Crecería el sector más vulnerable de la Argentina a pesar de los signos de recuperación de la macroeconomía. ¿Por qué? La respuesta habita en el cóctel mortífero de inflación, tarifas y empleos precarios.
A diferencia de la oposición peronista o kirchnerista, degradada en su palabra, Salvia interpela a la política con datos robustos. Sus mediciones son difíciles de refutar con opiniones. Semejante configuración convirtió al director del Observatorio de la Deuda Social Argentina en un blanco irresistible para el poder. Fue apretado de manera feroz por el kirchnerismo y con modos sutiles por el macrismo. En el actual gobierno todo es gradual.
Hace unos meses, un alto funcionario del Gobierno visitó el rectorado de la UCA. "Teníamos la esperanza de que, con un Indec confiable, ustedes iban a dejar de medir la pobreza", soltó, con delicadeza, Pro. La "sugerencia" descolocó a su interlocutor, quien, sin embargo, devolvió: "Nuestras mediciones son para complementar, jamás para confrontar. Queremos contribuir". Circula en los pasillos del mundo académico que en Salvia aún reverbera un impacto amargo de diciembre de 2014, cuando, en pleno cristinismo y con un agravamiento de la situación social (posdevaluación de Kicillof), se vio obligado a postergar sus anuncios por presiones políticas directas.
Su oficina esconde un tesoro inhallable que, al mismo tiempo, es la prueba del fracaso argentino. Se trata del mapa más certero de la evolución continua de la pobreza, desde los años 70 hasta nuestros días. Un espejo doloroso en el que, naturalmente, a ningún poder le gusta mirarse: toda deuda social esconde un derecho incumplido. Pero ¿qué dice ese GPS sobre este gobierno? Salvia, que a la vez es investigador del Conicet y del Instituto Gino Germani, de la UBA, ofrece un dato revelador: si la pobreza se midiera con el viejo método del Indec, el que imperó durante el kirchnerismo hasta la intervención de Moreno, hoy el porcentaje de pobres sería menor; rondaría el 18%. Hoy estamos en niveles similares a los del 92 y el 94 -el inicio de la convertibilidad- y a los de 2011 y 2012, sobre el final del primer gobierno de Cristina. En el segundo, todo desbarrancó. Siguiendo el paralelismo, hoy estamos mejor que en 2014 y 2015, los años más críticos del kirchnerismo.
Las palabras suelen perder su sentido cuando se usan como arma para la política. ¿A qué nos referimos cuando hablamos del "núcleo duro de la pobreza"? Dentro de la economía negra, sobreviven entre un 15 y un 18 por ciento de trabajadores informales, que integran el 25 por ciento de hogares pobres, distribuidos en villas y conurbanos. Ese núcleo crítico percibe, apenas, el 5 por ciento de los ingresos totales.
El Gobierno saca pecho por la recuperación que sobrevino al ajuste macroeconómico: reactivación de la construcción, creación de empleo formal e informal, aumento de salarios por encima de la inflación, incremento de ingresos en planes y pensiones. Sin embargo, los curas villeros salieron a confrontar con Macri: en los barrios humildes, dicen, no se siente esa mejoría. ¿Quién tiene razón? Ambos.
Para explicarlo, Salvia ofrece una postal conjetural, pero típica del conurbano pobre. Una familia de La Matanza o Moreno, con cuatro adultos y dos niños. Matrimonio cincuentón, con hijos veinteañeros. La hija hace changas de peluquería y tiene dos hijos pequeños. Cobra la AUH. El hijo, changas de albañilería. El padre era el carnicero del barrio, pero tuvo que cerrar por la falta de clientes y los aumentos en los servicios. Se empleó en un supermercado chino. Su esposa es empleada doméstica. Entre todos arañan unos 20.000 pesos. Es en ese universo deteriorado donde el aumento de las tarifas más la inflación y la falta de buenos empleos (que harían pagables las tarifas) configuran un arma letal. Y es así a pesar de las mejoras. Las tarifas son un gasto fijo que deteriora el resto de los consumos: la hipotética familia del conurbano se alimentará peor, dejará de comprar algunos medicamentos, postergará el arreglo de las cañerías, más una larga lista de renuncias.
Muchos suponen que quienes viven en villas o barrios humildes se "cuelgan" de los servicios o tienen tarifa social (al margen, la tarifa social también se encareció). Pero ¿es así? Depende. Según los datos del Observatorio, solo el 25 por ciento de los hogares pobres reciben tarifa social de gas (natural o de garrafa). En cuanto a la luz, es cierto que un 20 por ciento se "cuelga", pero un amplio 60 por ciento ni accede a la tarifa social ni se "cuelga". Es decir, la paga. Como contrapartida, el 72 por ciento de las familias pobres reciben algún tipo de ayuda del Estado. Para quienes se ponen nerviosos con los planes sociales, basta decir que apenas significan el 0,7 del PBI. También aquí, dato mata relato.
El Barómetro de la Deuda Social proyecta otros datos inquietantes: a pesar de la baja en la pobreza, ahora es mucho más difícil salir de ella. Paradójicamente, el aumento del tamaño del Estado vino acompañado del deterioro de sus servicios. Así, la educación de calidad, el acceso a un sistema aceptable de salud o a una vivienda digna están hoy mucho más lejos que antes.
Macri está íntimamente convencido de que, al final de un hipotético segundo período, logrará ese objetivo de vara alta. Salvia está convencido de lo contrario: si no se diseñan políticas orientadas a fomentar el desarrollo productivo de la economía informal -los que hacen changas, los que tienen un quiosco en la puerta de su casa, los pequeños emprendimientos familiares-, esa meta será imposible. "Y el sector más lúcido de la clase dirigente sabe que esa meta es imposible. La clase empresaria argentina no tiene un proyecto de poder que nos incluya a todos", evalúa.
¿Por dónde hace agua el modelo económico en el que cree Macri? Salvia habla de transferir capacidades productivas, no plata, que tal vez sea más simple, pero insustentable en el largo plazo. Habla de transferir créditos, conectar redes de comercialización, instalar centros estatales de acopio en los municipios. En una palabra, la construcción de un puente que conecte a los vulnerables con el mundo de la economía formal: grandes supermercados, en el mercado interno, o la exportación.
El kirchnerismo tenía una relación clientelar con los más humildes; el macrismo, en cambio, parece tener un vínculo filantrópico. Pero la idea de la República -cuya construcción prometió Cambiemos- es superadora. Esa idea supone convertir a los pobres en ciudadanos plenos.
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