martes, 24 de abril de 2018

LA OPINIÓN DE MARITCHÚ SEITÚN


MARITCHÚ SEITÚN

Los chicos no obedecen ante el primer llamado (a comer, a bañarse, a lavarse los dientes, a hacer la tarea, a la cama) porque los padres repiten muchas veces los pedidos en un tono cada vez más alto hasta que sus hijos se dan cuenta de que les conviene hacer caso, que con el próximo grito se arma el lío. Enorme desperdicio de energía para todos.
Por ese camino padres y madres les enseñamos en casa que pueden tomase su tiempo, que no necesitan responder hasta el quinto o sexto llamado, terminamos furiosos todas las veces sin darnos cuenta de que nosotros mismos instalamos el patrón. ¿Por qué lo hacemos? Porque nos da pereza "tomar el toro por las astas" y ocuparnos de que obedezcan, somos optimistas y nos convencemos de que al siguiente llamado lo van a hacer. Y decimos las cosas muchas veces hasta que estallamos. En ese momento sí responden y les decimos: "¿Se dan cuenta de que ustedes me ponen así? ¿Que hasta que no grito no son capaces de moverse?", cuando en realidad venimos mostrándoles que pueden no hacer caso hasta que nos transformamos. Seguimos haciendo lo mismo que no resultó antes, ciegos a nuestra parte en el intercambio.
Para colmo de males, esos mismos chicos van al colegio y no le hacen caso a la maestra porque ella no repite las consignas ni levanta el tono de voz, por lo que ellos no se dan por aludidos. Están acostumbrados a responder cuando mamá tiene cara de furia, no registran el pedido de la maestra porque le falta intensidad y enojo.
Fue iluminador darme cuenta de esto. Y triste reconocer cuántas peleas innecesarias había propiciado yo misma. Ocurrió un día, hace muchos años cuando, desde el sillón mandaba a mi hijos a bañarse; en un instante de inspiración (o por pura casualidad) me levanté para llevarlos y salieron corriendo para el baño apenas se dieron cuenta de que yo estaba por ocuparme de que vayan ¡y fueron solos!
¿Qué hacemos entonces? Decimos las cosas una sola vez; si son chiquitos los acompañamos para que lo hagan, siempre comprendiendo con empatía sus pocas ganas de bañarse, o venir la mesa. Es muy fácil responder empáticamente al principio y en cambio es muy difícil hacerlo cuando ya perdimos la paciencia.
Hacemos lo mismo cuando, con chicos más grandes, el estímulo que los tiene "atrapados" (programa de tele, jueguito) es demasiado atractivo para que puedan dejarlo sin ayuda. O cuando la consecuencia por no hacer caso es grave (manejar sin registro, por ejemplo) decimos lo que queremos (no podés usar el auto) y nos ocupamos de que eso ocurra (llevándonos las llaves). Cuando crecen decimos lo que queremos (tenés que estar bañado a las 20), y anunciamos la consecuencia en el caso de que no cumpla (a las 20 te bañás igual y te quedás sin tele mañana). Las consecuencias también se anuncian una sola vez y luego se cumplen. Es importante elegirlas con cuidado de modo que podamos asegurarnos de que eso ocurra. Con ellos también ayuda nuestra comprensión de su fastidio, la empatía los ayuda a escucharnos y no nos quita autoridad ni firmeza.

La autora es psicóloga y psicoterapeuta

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