lunes, 23 de abril de 2018
LA PÁGINA DEL MORDAZ
LA RESILIENCIA DE ANNA AJMÁTOVA
En San Petersburgo, casi todas las mañanas, indiferente al frío y a la nieve, una mujer de unos 50 años, alta, morena y esbelta, pero miserablemente vestida, se dirige con paso rápido de su casa a la prisión de la ciudad donde se encuentra su hijo Lev Gumilyov. Es la tercera vez que lo arrestan y en esta oportunidad a su regreso después de participar en la batalla de Berlín contra el ejército nazi, pero eso no era un atenuante para el régimen Stalinista. Había sido condenado a 5 años por el solo hecho de ser hijo de esa mujer que va a las puertas de la cárcel casi cotidianamente para comprobar si él está vivo.
Ella se llama Anna Ajmátova, es una de las poetas más importantes de la Unión Soviética, pero para el stalinismo tiene un defecto muy grave: es independiente. No integra la pléyade de falsos escritores y versificadores mediocres que se prostituyeron a cambio de las migajas que les otorga el régimen y que una vez muerto Stalin pasarán a un piadoso olvido.
Anna Ajmátova (1889-1966)
Su hijo está falsamente acusado de terrorismo, a igual que cientos de ciudadanos durante la feroz purga desatada después del suicidio de la esposa de Stalin. Pero la verdadera razón es que lo tienen de rehén para que a ella no se le ocurra escribir una sola estrofa de su brillante poesía. Sin embargo, la mayoría de los soldados del ejército rojo conocen y valoran sus poemas y muchos se los saben de memoria, razón por la cual durante la guerra, Anna es rehabilitada para que recite sus poesías por radio y aliente a las tropas que se hallan en el frente. Terminado el conflicto es enviada nuevamente al ostracismo.
Anna está acostumbrada al sufrimiento, su primer esposo y padre de su único hijo, el poeta Nikolái Gumiliov, fue fusilado por los bolcheviques. Su último esposo, el historiador del arte Nikolái Punin, murió de agotamiento en un campo de concentración y sus escritores amigos como Boris Pasternak y Vassili Grossman, se han convertido, a semejanza de Anna, en leprosos sociales.
En noviembre de 1945 llega a la Unión Soviética una comisión cultural británica para sondear la actitud que tendrá Stalin hacia sus ex aliados. Entre ellos figura Isaiah Berlin, un joven profesor egresado de Oxford politólogo e historiador, que vivió en Rusia durante su infancia y por lo tanto domina el idioma y conoce la mentalidad del pueblo ruso, dos razones para que Winston Churchill lo incorporara a la delegación.
Isaiah Berlin (1909-1997)
Berlin se dirige a San Petersburgo donde se encuentra el Hermitage, uno de los más exquisitos museos de arte del mundo por su colección y su arquitectura. Es un paso obligado de todo turista que va a esa ciudad, pero no para Berlin quien se encamina directamente a la casa de una de las poetas que más admira: Anna Ajmátova. Ella lo recibe y él queda impresionado de la austeridad extrema en que vive.
Paredes con la pintura descascarada, ausencia de alfombras y cortinados. Una mesa, dos sillas, un baúl y un gastado diván, son los únicos muebles del pequeño departamento sin agua ni calefacción. Un solo cuadro pone un toque de animación al melancólico ambiente, es un retrato que le hizo Amedeo Modigliani cuando se conocieron en París en 1910, quizás el mejor período en la vida de Anna en que podía viajar libremente fuera de su patria.
Hacía 25 años que no conversaba con un extranjero y aquella es una velada maravillosa que dura hasta que despunta el día. Berlin se encuentra en estado de trance, totalmente fascinado por aquella mujer tan inteligente, de modales y lenguaje suave que le relata poesías, su propia historia y le habla de escritores y poetas amigos, que como ella, están socialmente condenados.
Randolph Churchil, el hijo de Winston, que forma parte de la comitiva, va en busca de Berlin al día siguiente a la casa de Anna. Entonces se desata la maquinaria histérica de la paranoia estalinista.
Se acusa a la poeta de espionaje con los ingleses y su hijo recientemente liberado, es hecho prisionero nuevamente. Le cierran el acceso a todas las revistas literarias y es denigrada por la prensa oficialista, la única vigente por entonces, que sobre ella dice: “es la típica representante de una poesía carente de ideología y ajena a nuestro pueblo. Su poesía, impregnada de un espíritu pesimista y decadente que expresa los gustos de la antigua poesía de salón, anclada en las posiciones del esteticismo aristocrático burgués y decadentista –‘el arte por el arte’–, no desea marchar al mismo paso que el pueblo, es perjudicial para la educación de nuestra juventud y no puede tener cabida en el marco de la literatura soviética.”
A partir de ese momento, nadie va a visitarla, ir a su casa solo para saludarla puede significar ser arrestado bajo el rótulo de terrorista. Por un tiempo permanece vigilada durante las 24 horas del día. Le quitan las cartillas de racionamiento y eliminan sus libros.
Es entonces que ella escribe Requiem, su obra más famosa, que recién pudo ver la luz después de la muerte de Stalin. Se trata de un conjunto de poemas dolorosos dedicados a la memoria del hijo y de las madres que esperaban inútilmente. Ahí explica que en aquella Unión Soviética, los únicos que estaban en paz eran los difuntos y que los vivos pasaban su vida yendo de un campo de concentración a otro. El siguiente es un fragmento de Requiem:
Llegaron al amanecer y te llevaron consigo.
Ustedes fueron mi muerte: yo caminaba detrás.
En el cuarto oscuro gritaban los niños,
la vela bendita jadeaba.
Tus labios estaban fríos de besar los iconos,
el sudor perlaba tu frente: ¡Aquellas flores mortales!
Como las esposas de las huestes de Pedro el Grande
me pararé en la Plaza Roja y aullaré bajo las torres del Kremlin.
Muerto Stalin, sus poemas se liberan y se expanden por el mundo, traducidos a múltiples idiomas. Puede viajar al extranjero y en 1965 recibe el doctorado Honoris Causa de la Universidad de Oxford. Un año después muere en su país a la edad de 77 años.
En la guía turística de San Petersburgo el viajero encontrará la casa de Anna transformada en museo desde 1989, en conmemoración del centenario de su nacimiento. En el frente las placas recordatorias saludan a una de las más grandes poetas de la literatura rusa.
Antonino García Ponce. Anna Ajmátova. El Nacional. 25/02/2017.
Juan Forn. La noche en que empezó la guerra fría. Página 12, 02,04,2010.
Mario Vargas Llosa. El huésped del futuro. El País, 18,12,2005.
Elaine Fienstein. Anna Ajmátova. El Cultural, 07,04,2018.
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