¿Por qué no podemos dominar las emociones?
"¿Quién nos vendió la idea de que podemos controlar la vida?", se pregunta con bronca Antonio Decoud, el personaje interpretado por Guillermo Francella en "Animal", la película de Armando Bo recientemente estrenada. La pregunta es el disparador de lo que vendrá. Porque la manifiesta cuando su vida casi perfecta, apacible y acomodada da un vuelco de 360 grados. Antes de esa situación límite que le toca atravesar, mucho antes de enfrentarse a la desesperación que le provoca necesitar de un órgano para seguir viviendo, jamás se la había planteado. No lo necesitó nunca. Vivía bajo el efecto ficticio de que todo estaba bajo su control.
Pero la realidad le pega un cachetazo y entonces todo a su alrededor se desmorona. Antonio se ve desbordado. Es un hombre que perdió el control total de sus emociones. Y cuando eso sucede, se transforma en un animal. O en un salvaje, como planteaba "Relatos salvajes" otra exitosa película argentina que supo ahondaró en la cuestión de la pérdida del control. En este caso los personajes de las distintas historias no se enfrentaban a una situación tan límite como la necesidad de un riñón. Era la cotidianeidad lisa y llana la que actuaba como caldo de cultivo del desbalance emocional. Ahora bien; ¿por qué nos identificamos tanto con estos relatos? ¿Qué punto del inconsciente colectivo vinieron a tocar?
"En ambas situaciones no poder controlar lo que sucede genera frustración. Esa sensación de pérdida de control es lo que desregula el sistema emocional. Hay una brecha entre entre las expectativas que uno tenía y lo que realmente sucede. Por supuesto que no podemos tener el control de nada, nuestra sensación de control está permanentemente puesta en juego, pero necesitamos tener la certeza de que algo mínimo podemos controlar. Cuando esa certeza desaparece, se desabanda todo", explica el psicólogo Paolo Becerra, especialista en psicoterapia sistémica cognitiva-conductual, que hace foco en la regulación emocional, una disciplina que está en alza por la gran cantidad de pacientes que la demandan. "Mayormente vienen adultos entre los 30 y los 50 años porque son loas más expuestos a situaciones de presión y estrés. Pero la población que consulta es cada vez más amplia y también atendemos niños y adultos mayores". A esta técnica se le suman otras como mindfulness, la bioenergética y el psicodrama.
Todos sabemos que en gran medida es imposible controlar lo que sucede, pero, ¿podemos controlar las emociones? ¿Debemos hacerlo? ¿O, por el contrario, hay que dejar que afloren para evitar(nos) un mal mayor? "Regular las emociones es un compromiso que uno debe tener como ser humano. No ser capaces de hacerlo nos enferma y nos trae conflictos con los demás -advierte Becerra-. Pero regular no es callarse o aguantarse. No es bueno reprimir las emociones".
Según el especialista, que trabaja con el modelo DBT (terapia dialéctico comportamental, en español) la manera de autorregularse es enfrentarlas, lidiar con ellas. Tal vez la imagen que más se ajusta a esto es la de un surfista que se para sobre su tabla y trata de hacer equilibrio sobre una gran ola (la emoción). De alguna manera la está enfrentando, pero con herramientas que permiten mantenerse en equilibrio, hacer pie, como puede ser la tabla se surf.
"Hay distintas maneras de hacerlo: una es poner en palabras lo que pasa. Para eso hay que identificar cuál es la emoción que nos atraviesa y lo que ella nos está generando. La otra, con ejercicios de descarga física o técnicas de autocontrol que nos permiten anticiparnos a aquellas situaciones que sabemos que nos afectan. Por ejemplo, si reconozco que me estresa el tráfico, elegir una música que me guste o me calme. Tratamos de que la persona pueda modificar algunos hábitos y generar pequeños cambios para modificar su calidad de vida. Sin dudas las emociones tienen que salir. La cuestión es cómo las sacamos".
La psicóloga Adriana Piterbarg trabaja con psicodrama para dar cauce a esas emociones que, contenidas, nos enferman o que sacamos disruptivamente y provocan serias consecuencias en nuestro entorno. Directora de la Escuela de Arte y Psicodrama, Piterbarg habla de que vivimos en "la era de las emociones enlatadas": "Vivimos en una sociedad en la que no está muy bien visto mostrar o manifestar las emociones -plantea-. Vamos enlatándolas y cuando abrimos la lata sale todo junto y explota. Enlatar las emociones no sirve para nada. Y sacarlas disruptivamente, tampoco. Hay muchos pasos antes de llegar a una situación de ira o desborde emocional. Cuando se llega ahí es porque está conteniendo, enlatando".
Existe coincidencia en que las emociones deben salir. Circular. Pero cuando salen disruptivamente tampoco hace bien. "Uno queda mal parado frente al otro, que no entiende el porqué de la reacción. Entre no decir nada y el enojo desmedido hay un punto intermedio que es la expresión. Yo siempre digo que hay escuchas internas, hay un murmullo del malestar. Es importante saber escucharlo y traducirlo en palabras para evitar los gritos de la ira". En una sesión de psicodrama se hace una representación de la escena conflictiva. "Se arma un como si" de la situación. La emoción circula, se hace visible y así se va destejiendo este tipo de conflictos para intentar develar qué hay detrás de ella", describe Piterbarg.
María Elena "Mare" Mosteiro llegó al psicodrama en medio de un período de duelo. "Yo no podía expresar con palabras lo que sentía y lo que no podés decir sale con reacciones violentas. Tenía una manera equivocada de canalizar el dolor. De pronto tenía enojos descolgados, sin sentido que eran violentos para los demás. A veces no hace falta pegar para ser violento", afirma María Elena, que gracias al psicodrama pudo verse y escucharse en las escenas representadas.
"Los demás ponen voz a lo que vos no podes decir. Te dan voz en una situación y te confrontás con esa manera equivocada de reaccionar. Cuando lo ves en perspectiva la cosa cambia", sostiene Mare.
La olla y el interruptor
Quienes llegan a las terapias para manejo de emociones suelen plantear que están irritables, que se enojan con facilidad, que viven angustiados. Que no pueden dormir. Que sufren dolores. Que tienen arranques de ira frecuentes. Alejandro Bernal utiliza para describir sus estados emocionales dos imágenes muy concretas: una olla en ebullición y una montaña rusa. Basta que algo se salga de los cauces para que esa olla explote o esa montaña rusa tome velocidad y caiga desde lo más alto hasta abajo de todo y entonces todas las emociones se descontrolen.
"Desde chico tengo esos estados de ira frecuentes, vivía peleándome, necesité de un deporte de choque como el rugby para bajar. Siendo adulto, con el trabajo, las presiones, esos desbordes volvieron -reconoce-. Empecé kickboxing y ahora estoy con boxeo, además de hacer terapia. De a poco estoy aprendiendo a manejar esos estados con respiración, saliendo a caminar, u otras técnicas de autocontrol. Pero no es fácil, es como que tenés adentro un interruptor que sabés que puede prenderse en cualquier momento", dice Alejandro, que más que con Animal o Relatos salvajes dice identificarse con otra película: Halcón, protagonizada por Sylvester Stallone.
Mariana Litvin es psicóloga, terapeuta corporal bioenergética, psicodramatista y directora académica de Bioescuela. Por su trabajo, se encuentra de manera frecuente con personas que no pueden expresar las emociones. "Muchas veces sucede por mandatos sociales o para quedar bien. Últimamente noto que hay mucha emoción contenida, personas no pueden expresarlas de ninguna forma y ante alguna pavada reaccionan mal, con una respuesta totalmente desmesurada Vemos mucha gente con gastritis, con insomnio y esos síntomas tienen que ver muchas veces con emociones contenidas".
Litvin sostiene que en sus sesiones terapéuticas se combinan ejercicios de descarga, como puede ser golpear almohadas o utilizar bates de béisbol u otros elementos contundentes, con terapia. "La descarga que proponemos se hace en un contexto controlado, seguro y contenedor. No es que decimos 'salgan y grítenle a la gente'. Golpear por golpear es algo muy catártico pero no va al fondo del problema. Nosotros vamos a la raíz de ese enojo -plantea Litvin-. Muchas veces en los ejercicios de descarga aparecen imágenes, situaciones, recuerdos. Lo bueno es que después hay un espacio de reflexión donde elaboramos y hablamos de todo eso que fue surgiendo".
Paulo Giardino conoció la bioenergética hace siete años y después de años de hacer terapia tradicional. "Sentís que algo te pasa pero no sabés bien qué es. No tenés muy claro qué te pasa, sentís que te falta algo, que no estás bien y lo que te pasa es que no sos capaz de gestionar las emociones", dice Paulo, entrenador de 45 años.
Después de años de trabajo bioenergético, asegura que logró disolver esas emociones negativas enquistadas en su organismo. "Las emociones se alojan en el cuerpo. Las contracturas son emociones atascadas. La bioenergética va a esa emoción que está cristalizada y la disuelve con ejercicios. En la terapia tradicional me pasaba que iba, hablaba de que lo que pasaba y me iba un poco más tranquilo, pero no podía sacar la emoción de adentro", sostiene y reivindica el enojo: "Está mal visto en la sociedad, pero es válido y hasta necesario. Se tiende a confundir agresión con violencia y no es lo mismo. Se puede ser agresivo, pero no violento. Me ha pasado de no manifestar el enojo cuando era el momento y me sentí muy mal".
En general se considera a los hombres más irascibles, con mayor propensión a resolver los conflictos de forma más visceral. "Es cierto que el varón tiene mayor predisposición al enojo, hay un componente genético que viene de la prehistoria, de cuando salía a cazar y defendía su manada. Aunque hay cambios sociales muy profundos, siguen presentes los vestigios de una sociedad machista donde se resuelven los conflictos usando la fuerza y no conversando -plantea Becerra-. La mujer aprendía a dialogar, los varones, a confrontar. Eso moldea una personalidad reaccionaria en los hombres".
Pero Piterbarg dice que eso está cambiando. "Las mujeres nos estamos permitiendo el enojo. El enojo no es malo en sí mismo, es una emoción más -sostiene-. El tema es el uso que hacemos de él. Aprender a usarlo en el momento justo, tener ese enojo en la medida justa. Sirve pensar en una comida que hay que sacarla de horno en el momento justo. Sin que se pase", dice la especialista en psicodrama.
Ni animales como plantea la película de Bo, ni salvajes como el exitoso largometraje de Damián Szifrón. Las emociones son tan humanas como el lenguaje. Exteriorizarlas con palabras, de manera adecuada, es un aprendizaje. Sea cual sea la técnica elegida, lo que importa es pararse sobre la tabla, esperar que llegue la ola y aprender a surfear.
L. R.
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