Angustiados frente a tanto desconcierto
La situación general no es cómoda. El panorama ofrece turbulencias por doquier y un horizonte poco alentador. Ante semejante escenario la sociedad ha quedado paralizada y la dirigencia no reacciona exhibiendo su carencia de reflejos.
No es la primera vez en la historia de este país tropieza con escollos significativos. Tampoco esta crisis tiene, al menos por ahora, suficiente volumen como para liderar el ranking o siquiera ubicarse en el podio.
Esa amarga comparación no debería ser motivo de celebración, ni tampoco razón para minimizar su presente magnitud, pero si para comprender que esta rutina no puede repetirse hasta el cansancio con tanta liviandad.
Es hora de buscar soluciones sustentables que vayan a fondo para dejar de apelar a los eternos ardides, a los mágicos atajos y a los tentadores parches que conforman el típico arsenal de los que solo saben salir del paso.
Muchos insisten en que estas cíclicas recaídas son una especie de ineludible maldición, sin entender que se trata de una cuestión estructural que jamás se ha resuelto y que vuelve de tanto en tanto para mostrar su peor costado.
Aquí se sigue lidiando con lo mismo. Los problemas estructurales están allí, indemnes, indefectiblemente en el mismo lugar, recordando que no han sido abordados y que no desaparecerán hasta que no se hagan los deberes.
En ese contexto, lo de ahora no es novedoso. En todo caso contiene algunas particularidades adicionales, ciertos matices propios, pero las raíces profundas son idénticas a las del pasado, aunque algunos quieran hacerse los distraídos y recargar los diagnósticos, para sacar alguna ventaja menor.
Los ingredientes de este coctel siguen siendo los mismos. Una economía esencialmente frágil, de alta volatilidad, sin mercado de capitales, intrínsecamente cerrada y con enormes dificultades para la integración.
Un sistema educativo que alguna vez fue modelo hoy es obsoleto y decadente, una salud pública deshumanizada que no cumple sus más básicos objetivos. Esto no enorgullece a nadie, pero de esto no se habla.
La seguridad jurídica es una utopía absoluta, los malandras andan por las calles con absoluta impunidad y la gente de bien debe cuidarse por si misma de esos criminales, porque el esquema de seguridad no los protegerá antes del delito y la Justicia tampoco lo hará después del daño.
La política ha dejado de ser ese ámbito desde el que se podía transformar la realidad para convertirse en el “aguantadero” de los amigos del mandamás de turno, solo un espacio para enriquecerse y disfrutar del calor del poder.
El Estado actual, en todas sus jurisdicciones, es elefantiásico, gigante por donde se lo mire y esencialmente impagable. Ha crecido de un modo irresponsable a base de incrementar sus funciones hasta el infinito.
Los políticos que construyeron este engendro y los ciudadanos que aplaudieron los discursos superficiales olvidaron que cada peso que se le asigna a los presupuestos gubernamentales ha sido previamente quitado vía impuestos a quienes realmente producen, porque nada es gratis.
El país tiene hoy una de las mayores presiones tributarias del mundo, pero a diferencia de otras naciones compatibles ostenta una de las inflaciones mas altas del planeta y además alarmantes niveles de endeudamiento.
Esta combinación letal, esta espantosa matriz no existe en otras latitudes. Hasta que no se deje de repetir la cantinela de que solo son fenómenos globales, que esto pasa en cualquier lugar y que con algo de buena onda se sale adelante, nadie tomará las riendas del asunto con seriedad.
Es cierto que mucha gente está angustiada. Pero en algo se equivocan los observadores y analistas. No son las situaciones coyunturales las que abruman, ni siquiera las carencias económicas de la cotidianeidad.
La sociedad necesita visualizar un horizonte prometedor, un futuro que sea posible, un motivo real para renovar su ilusión. Por eso espera hechos concretos, actitudes sensatas y no discursos grandilocuentes.
Hoy solo percibe una confusión absoluta en todos sus dirigentes y esa perplejidad aterroriza a cualquiera, porque la ausencia de liderazgos en tiempos tan complejos es una garantía total de fracaso.
Nadie espera un mesías, pero muchos abrigan la esperanza de que aparezcan gestos de genuina humanidad que aporten un poco de luz. Se necesita una profunda autocritica que demuestre que los resultados de hoy no son producto de la casualidad sino de decisiones equivocadas.
Una generación de dirigentes capaces de asumir sus indelegables responsabilidades y hacerse cargo de parte de lo ocurrido podría encarar una reconstrucción creíble y dar vuelta la página de una vez por todas.
Es imprescindible recuperar las ganas, pero es vital darle contenido real a ese sueño, para que no sea solo una nueva fantasía ni el predecible camino anunciado hacia una renovada decepción.
Aun en los peores escenarios y ante circunstancias mucho más trágicas que las actuales, cientos de naciones se han levantado y superado historias dramáticas, repletas de sinsabores, dejando atrás olvidables catástrofes.
Lo que se vive hoy aquí no es peor que lo que han pasado otras comunidades en diferentes instantes de su devenir. Ellos, pese a todo, han sido capaces de superarlo y ahora recuerdan aquellos sucesos con tristeza, pero con la satisfacción de haber aprendido de los errores.
Alberto Medina Méndez
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