domingo, 28 de octubre de 2018
LA PÁGINA DEL MORDAZ,
EL DESPERTAR DEL ARTE
Después de Altamira, todo parece decadente
Pablo Picasso
Es fascinante todo lo que atañe a las obras de nuestros lejanos antepasados pintores, quienes nos asombran con su estilo y que aún hoy continúan siendo motivo de estudio y especulaciones por arqueólogos, artistas y académicos. Los interrogantes acerca de estos creadores del pasado remoto, son múltiples. Porqué pintaban, para quien lo hacían, qué lugar ocupaban en el clan, que contacto tenían con otros artistas y por sobre todo la gran capacidad de memoria visual para proyectar sobre la roca, bajo la precaria luz de unos troncos encendidos, escenas maravillosas.
El hombre de Cromañon
En el paleolítico superior entre veinte y cuarenta mil años antes de Cristo, existía el hombre de Cromañón que ya dominaba el fuego y utilizaba herramientas. Sin embargo estaba muy atrasado respecto de las primeras civilizaciones, como los sumerios, que milenios después, surgieron a orillas de los ríos Eufrates y Tigris. No había desarrollado la agricultura y su vocabulario era muy elemental. Tampoco construía viviendas, su hábitat era la caverna donde se guarecía del frío y de los depredadores.
Todos los investigadores que forman parte de las distintas líneas que estudian a nuestros antepasados lejanos, se preguntan cómo y porqué hace trescientos siglos estos hombres pintaban en las paredes de sus cuevas, imágenes de una belleza y plasticidad singular, perfectamente equiparables a las obras de arte contemporáneas. Tenían un lenguaje primitivo carente de verbos que se limitaba a señalar peligros, amenazas, la necesidad de alimentos, la caza de otras especies y algunos sentimientos básicos.
A duras penas les permitía evocar recuerdos y menos aún el pensamiento abstracto. Por esas razones, cuando alguien relató el hallazgo de estas pinturas nadie le creyó.
Marcelino Sanz de Sautuola (1831-1888).
En 1879 el noble caballero Marcelino Sanz de Sautuola, aficionado a la arqueología, se introdujo en las cuevas de Altamira próximas a Santillana del Mar, su pueblo natal, en la zona de Cantabria. Buscaba utensilios y restos del hombre prehistórico y se encontró con las pinturas. Publicó sus hallazgos afirmando que pertenecían al Homo sapiens del Paleolítico. No solo no le creyeron, dos arqueólogos franceses ridiculizaron su artículo en un Congreso de Paleontología en Lisboa. Recién en 1900 su descubrimiento fue reconocido y reivindicado, pero Sautuola ya no estaba para celebrarlo, había fallecido cuatro años antes.
Las pinturas de las cuevas de Altamira fueron las primeras en ser descubiertas, décadas más tarde se encontraron dibujos similares en Lascaux, Francia y en otras partes de Europa de aproximadamente la misma antigüedad. Lo que indica que el arte de pintar no fue exclusividad de un grupo tribal.
Bisonte de Altamira
Como tantos otros aspectos de nuestros antiguos ancestros, el fenómeno de las pinturas rupestres está envuelto en una nebulosa informativa. Ignoramos porqué y cómo lo hacían. La mayoría de las figuras son representaciones de bisontes, caballos, ciervos, renos, así como animales que actualmente están extinguidos como el mamut. Recreaban escenas de cacerías, donde las figuras humanas son mucho más simples que las elaboradas y policromáticas representaciones de los animales.
Se ha especulado que son ofrendas a los dioses o para tener buena suerte en la caza. Quizás y usando el sentido común, simplemente lo hicieron como entretenimiento, tal como lo vinieron realizando todos los que se dedicaron a la pintura desde tiempos remotos hasta la actualidad.
Estos eximios artistas supieron utilizar pigmentos vegetales y animales, mezclados con metales para lograr la combinación de colores y tonalidades en una misma figura y también para que se conservaran indelebles a través de los milenios. Los animales, especialmente los bisontes, están pintados con gran exactitud, con sensación de movimiento y muchas veces aprovechando los contornos naturales de la caverna para lograr un efecto tridimensional.
Una característica común de todas las pinturas rupestres, es la pobreza técnica dedicada a los cazadores, es decir a los seres humanos, a ellos mismos. Haciendo fuerte contraste con las figuras de los animales, los hombres parecen de goma, monocromáticos, sin articulaciones, ni ornamentos, excepto las lanzas listas para ser arrojadas a la presa. La ausencia de tonos y detalles anatómicos contrastan con el cuidado y destreza puestos en los animales. ¿Tenían miedo de representarse a sí mismos, por razones religiosas o por cábala, o simplemente para ellos la figura principal era el animal próximo a cazar y significaba la alimentación segura para todo el clan?
Cazadores
Se supone que pintaban con las manos, con algún pincel rudimentario, hecho con el pelo y cola de animales y también lanzaban la pintura en forma de aerosol a través de una caña hueca o soplando un hueso largo perforado. Los pigmentos creados resultaron más que buenos, ya que permanecieron impecables durante un mínimo de veinte mil años. Por lo tanto nos preguntamos ¿cómo estarán las pinturas del renacimiento y las actuales dentro de la misma cantidad de tiempo?
Curiosidades y misterios de las obras
No sabemos si quienes pintaban las cuevas era uno solo o eran varios, si lo hacía en forma aislada o si tenía ayudantes, ni tampoco en que momento del día se dedicaba a grabar en las paredes esas magníficas figuras. ¿Cazaba junto con los demás o estaba exceptuado de esa tarea en compensación por su arte? Como no sabían escribir, las obras no tienen firma y muchas veces dejaban la marca de la mano para señalar la autoría, pero todas las manos son parecidas, excepto en las cuevas de Chauvet en el sur de Francia. Allí uno de los artistas dejó una mano que lo identifica respecto de las demás.
Según el escritor Henning Mankell, observador agudo de todo lo que lo rodeaba, la mano de este artista tiene la peculiaridad que uno de sus dedos está torcido lo que le otorga identidad. Parece también que este artista fue muy prolífico ya que su mano lesionada aparece en varias cuevas de la misma zona de Francia, y aquí surgen nuevas especulaciones. Jamás sabremos si pertenecía al mismo grupo tribal que cambiaba de residencia, o se trataba de un pintor itinerante “contratado” por otras tribus que evidentemente apreciaban su arte. En ese caso lo único que podían darle a cambio era comida, que sin duda era una buena paga por sus obras, ya que la caza era una tarea que exigía muchas horas e incluso días.
Las pinturas rupestres no dejan de brindarnos sorpresas, en una cueva de Chauvent, existe un búfalo de características únicas: tiene ocho patas. La figura del animal posee todos los detalles de forma y color que presentan otras imágenes similares. La única diferencia es el hecho curioso de que el animal tiene ocho patas.
En este caso el pintor fue más allá de lo convencional, su intención fue expresar dinamismo. Treinta mil años antes de que surgiera el arte cinematográfico, trató de captar el movimiento del animal mientras huía de los cazadores. Es muy probable que sus compañeros se hayan quedado atónitos contemplando aquella figura y con gestos y miradas interrogantes le habrán pedido explicación al artista. ¿Habrá podido éste trasmitirles la sensación de movimiento que quería darle al bisonte? No sabemos si lo logró, pero el hecho es que fue aceptado por la comunidad ya que la pintura no fue borrada ni tiene tachaduras.
Hay muchas cosas que nunca se podrán esclarecer y el pensamiento vuela imaginando al hombre primitivo pintando las paredes de la caverna, pero hay un hecho cierto y es que la expresión artística nació junto con el ser humano.
Rafael García del Valle. Marcelino Sanz de Sautuola en Altamira. Historia de un calvario científico. The Cult.es. http://www.thecult.es/tercera-cultura/marcelino-sanz-de-sautuola-en-altamira-historia-de-un-calvario-cientifico.html. Subido el 14/12/2017.
Arte rupestre franco-cantábrico. Paleolítico superior.http://www.cossio.net/actividades/pinacoteca/p_01_02/altamira.htm
Altamira Cave paintings.
http://www.visual-arts-cork.com/prehistoric/altamira-cave-paintings.htm
Henning Mankell. Arenas movedizas. Tusquets.Buenos Aires 2015.
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