EN EL 2019 EN EL CCK
El emblemático artista inaugura en Córdoba Visión Le Parc, un recorrido representativo por obras que exploran la abstracción, la percepción y la cinética.
Dianas blanquinegras como pupilas que se dilatan y contraen, un rombo rojo que se fragmenta y distorsiona en múltiples tiras de espejos, franjas de colores que se pliegan a la manera de psicodélicas cintas de Moebius: “Visión Le Parc” ofrece un recorrido por el trabajo de más de medio siglo de Julio Le Parc (Mendoza, 1928), artista abstracto-geométrico de reconocimiento mundial, especializado en la óptica y la cinética.
La muestra en Casa Naranja –seleccionada por el artista, su hijo Yamil y el equipo de la institución– contiene instalaciones, esculturas, móviles y pinturas que van desde la inquietud vanguardista de la década de 1960 hasta la coherencia experimental de las décadas siguientes, donde siguió la preocupación por el rol del espectador, el cuestionamiento a la originalidad y la figuración, la indagación científica de la luz y el movimiento.
De paso por Córdoba después de 18 años, Le Parc cumple 90. De familia obrera, discípulo de Lucio Fontana, comprometido políticamente desde la abstracción, el artista –que no se considera tal y llama a sus obras “experiencias”– se radicó en Francia en 1958. Hoy vive en las afueras de París, en Cachan. “Es una especie de continuidad de todos los días, tengo que levantarme y voy de un piso al otro, y ya estoy en el taller, donde me quedo hasta la noche. Al día siguiente también, y el viernes y el sábado y el domingo, y el lunes empiezo de nuevo (risas)”, dice.
Vestido de azul, acompañado de un bastón y de mirada enmarcada por anteojos abatibles, Le Parc señala la marca de la botella de agua mineral que hay sobre la mesa y pregunta por su origen mendocino. Es la excusa para hablar del pasado: “Hay un texto que dice que de donde uno viene uno es. Desde que nací hasta el final de la infancia viví en Palmira, un pueblo chiquitito a 30 kilómetros de Mendoza. Eso fue conformando mi personalidad, mi manera de ser, un niño que comienza a darse cuenta de las cosas. Es una instancia formativa, obligadamente. La juventud en Buenos Aires fue parte del mismo proceso y cuando fui a París a los 30 años, ya estaba formado –reconoce–. Fue una voluntad de hacer cosas en un medio opuesto, hostil. En países como el nuestro hay más mirada hacia el futuro que hacia el pasado. Se pueden enfrentar las situaciones con naturalidad, libertad y menos freno, la imaginación y la capacidad de producir dan resultados”.
Y completa: “Para mí, todo lo que he hecho es como si fuera un, como podría decirlo, no un almacén, pero sí un lugar donde he pasado, he hecho cosas que quedan abiertas, con posibilidad de ser retomadas, cambiadas, modeladas, combinadas en otras circunstancias con agregados o ideas que puedo desarrollar. No son etapas terminadas, es un acervo viviente en permanencia”.
Manera directa
–¿Qué es la visión para usted?
–Mi preocupación y la de mis amigos fue darle prioridad a lo que se ve. A diferencia de las tendencias que le dan prioridad al concepto o al gesto, para nosotros lo principal era llegar de manera directa y con menos explicaciones y justificaciones. No hace falta insistirle al espectador para que aprenda nociones de estética o conozca la historia del arte. Lo que él ve es lo que ven todos. Cada persona puede hacer su interpretación y valoración, tener su relación con el trabajo.
–¿En qué sentido la abstracción es política?
–La política entra en todo. Si hubiera un artista que dice “Yo no hago arte político”, lo está haciendo. Los grandes pintores argentinos de cuando yo era adolescente, como Antonio Berni, Lino Spilimbergo o Demetrio Urruchúa, tenían una ideología hacia el mundo en general. Representaban en forma alegórica o realista la opresión, los pobres, las injusticias sociales. Pero el cuestionamiento a la sociedad puede sostener también esa sociedad. A la vez, una pintura elitista o exigente es de una actitud parecida a la de quienes gobiernan. Las escuelas de arte envuelven al joven artista con nociones predeterminadas de que hay que hacerse un estilo, competir, un individualismo exacerbado por ser el mejor. Una manera en que la política intervenga es entonces ir directamente al interior del taller. Mi problema era cómo descomponer el mundo en que uno se encuentra, ver dónde está el comienzo. Es reflexionar de qué manera el trabajo sobre una superficie puede ser político sin ser una denuncia. También entra ahí la parte colectiva, trabajar con otros, compartir, proponer cosas, una actitud en contradicción con el ego que el medio pide.
–Un trabajo presente se llama “La larga marcha”. ¿Qué supone llegar a los 90?
–Una larga marcha pueden ser muchas cosas. La de Mao Tse- Tung, la de San Martín que cruzó la Cordillera, la que hizo mi abuelo viniendo de Francia, que se bajó 100 kilómetros antes de Mendoza porque ahí se acababan las vías del tren. Y también la larga marcha de mis 90 años, en los que tuve mucha suerte de encaminarme a lo que he podido realizar. Con inclinación y perseverancia para experimentar, trabajar, producir y discutir, y otros temas del ámbito de cualquier ciudadano.
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