martes, 12 de febrero de 2019
LAS NOTAS DE MIGUEL ESPECHE
Pensar en nada para resetear mente y alma
El autor es psicólogo y psicoterapeuta @ Miguelespeche
Las vacaciones están allí, empezando o terminando, y el verano hace lo que siempre: conectarnos tanto con el trajín clásico del tiempo vacacional como con algunas dimensiones más sosegadas o íntimas que, en otros contextos, pasan desapercibidas.
Ejemplo de lo anterior es lo que a veces pasa cuando se serenan las logísticas o imperativos veraniegos. De repente, vaya uno a saber cuándo y por qué, sentados en la playa mirando el mar o en el jardín una mañanita, la mente cambia de sintonía y… llega la nada.
La mirada perdida en un punto, el lejano ruido ambiente allá atrás, un lugar más o menos confortable, y el fluir de un estado no buscado, en el que la realidad exterior se desdibuja un poco y uno se “cuelga” en un extraño trance. Pensar en nada… la mente que fluye, la mirada se pierde… Sin haberlo buscado, se siente un peculiar sosiego, mientras la mente está subyugada en ese punto en el que la vista está brumosamente fijada, navegando en esa sucesión extraña de imágenes y sentimientos que flotan y pasan en secuencia ca- prichosa… Pensar en nada, que le dicen. Seguramente pasados algunos segundos en ese estado alguien lo interrumpirá y le dirá: “Che, volvé” o algo similar, generándole cierta incomodidad y culpa por haberse ido vaya uno a saber dónde. “¿ Te pasa algo?”, preguntarán, si es que no hay algún tipo de mofa por ese “irse por las nubes” que ocurrió así, de repente.
Debe haber algún estudio en alguna universidad primermundista que mensure el número de operaciones neuronales que se da en esos momentos de “reseteo mental”, los que ahora están ganando cierto beneplácito entre los científicos. Se trata, seguramente, de una actividad cerebral que va tejiendo una trama de sentimientos, vivencias y elaboraciones que corresponden a funciones que operan por fuera de nuestra conciencia, y no sería raro que, “sin querer queriendo”, algunas buenas ideas surgieran de allí.
Por supuesto, no vamos a olvidar que los orientales hace siglos vienen diciendo que eso de “vaciar la mente” nos hace bien, nos conecta con una dimensión que permite retornar a una fuente que habita el silencio. Y también están quienes dicen que ciertos rezos occidentales, sobre todo los repetitivos, cumplen funciones parecidas en ese sentido.
Estarán los que sienten que nunca les pasa lo acá descripto. Otros se reconocerán y sentirán algún alivio de leer que no está mal eso de “colgarse” cada tanto. Es bien difícil entrar a propósito en ese estado: no se lo busca, se lo encuentra. Pero el tiempo de descanso que encontramos en las vacaciones sin dudas ayuda a que ocurran ese tipo de experiencias.
Tras las vacaciones algunos se llevan a su casa un amor de verano que continúa, ¿ por qué no? en forma de amor “para siempre”; otros retornan portando ese bronceado que lleva en sí algo de la energía del sol; también están aquellos que en el equipaje de retorno se llevan unos kilos de más, bien ganados a fuerza de gloriosas picadas y cervezas estivales. Y, en esa línea, quizás estarán también los que se puedan llevar a la casa los momentos de “nada” que pudieron atesorar, ese fluir que resetea y acomoda la mente y el alma, al que hay que otorgarle un prestigio que hoy no tiene.
Sea así, o no, ofrecemos acá un consejo: si usted ve a su hijo, a su cónyuge, a su amigo, o se ve a sí mismo en un momento de “cuelgue”, déjelo ( déjese) tranquilo. La “nada” no es un pecado, y, en ese punto en el que la mirada ensoñada queda fijada un momento, quizá, quién sabe, habite todo un universo distinto en el que hace bien abrevar tranquilo para seguir el camino.
Es bien difícil entrar en ese estado: no se lo busca, se lo encuentra. Pero en tiempo de descanso encontramos la ayuda para que esto ocurra
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