lunes, 3 de febrero de 2020

MANUSCRITOS,


Casi tan extraño como la ficción
Cada vez que Roxana Tabakman, bióloga, periodista científica y escritora argentina residente en Brasil, se detiene en una noticia de las muchas que llegan sobre el misterioso brote de un coronavirus detectado en la ciudad de Wuhan, China, no puede dejar de notar las similitudes que existen entre la trama que imaginó para su novela Biovigilados (Penguin Random House, 2017) y la pura realidad.

La obra plantea un escenario de ciencia ficción en el que una investigadora es la única persona que sabe lo que está ocurriendo en el mundo precisamente con un nuevo virus que podría aniquilar a la especie humana. Aunque la acción se desarrolla en el futuro, algunos de sus pasajes parecen inspirados en lo que debe haber sucedido en el sudeste asiático hace algunas semanas. "Nadie sabe lo que ocurre (...) -escribe Tabakman-. En el Hospital General de Bangkok gastan horas discutiendo cómo anunciar una enfermedad que no tiene nombre. Para cuando se ponen de acuerdo, dieciocho jóvenes -once hombres y siete mujeres- ya murieron a causa de lo que los cronistas locales bautizaron 'enfermedad de Patpong', en referencia al barrio donde se inició".

Lo cierto es que el temor a una nueva pandemia capaz de diezmar a la humanidad, causada por esas entidades que pueden mutar a velocidad inusitada y sobre las cuales se discute si son seres vivos o solo estructuras moleculares transmisoras de información biológica, no se limita a la creación literaria o cinematográfica (rápido de reflejos, Netflix acaba de incorporar a su catálogo la serie documental Pandemia, sobre los científicos que monitorean posibles amenazas). Virólogos de todo el mundo suelen decir que la pregunta no es si va a suceder, sino cuándo y con qué microorganismo.
Aunque durante muchos años los sanitaristas hablaron de la "transición epidemiológica" y se concentraron en la importancia creciente de las enfermedades no transmisibles, como las cardiopatías, la diabetes y el cáncer, estos entes antiguos y diminutos, que exigen magnificaciones de hasta un millón de veces para ser visualizados y de los que se caracterizaron alrededor de 3000, están volviendo a ocupar el centro de la escena. A la gripe, una de cuyas mutaciones ya fue motivo de alarma en 2009, se suman el Ébola, la fiebre amarilla, el dengue, el zika y el chikungunya, estos últimos transmitidos por los mosquitos Aedes aegypti y que parecen haber llegado para quedarse.

El virus de Wuhan plantea un nuevo desafío. Irrumpió inesperadamente el 12 de diciembre último, cuando empezaron a presentarse en los hospitales de esa ciudad personas con cuadros de una extraña neumonía. Para esta última semana, la cantidad de casos (entre sospechosos y confirmados) había ascendido a alrededor de 1000.
A pesar de que la OMS, los Centros de Control Epidemiológico de los EE.UU., el Imperial College, de Londres, y las autoridades sanitarias chinas, entre otros, se pusieron a trabajar rápidamente, pudieron caracterizarlo y obtuvieron mucha información, todavía existen preguntas sin respuesta sobre este integrante de la familia del SARS (síndrome respiratorio agudo), que hace 18 años también emergió en ese país, y el MERS (síndrome respiratorio de Medio Oriente, reportado en Arabia Saudita en 2012). Una de ellas es cuál es su reservorio (según las últimas informaciones, serían los murciélagos). Otra, qué tan fácilmente se transmite entre personas. Tampoco se conoce cuál es su letalidad.

La historia de Tabakman es inquietante. Describe una epidemia viral que se esparce como un reguero de pólvora. "El fin del mundo puede estar escondido en una partícula submicroscópica que es la vida reducida a su mínima expresión", dice. Por suerte, a diferencia de lo que ocurre en la novela, los sistemas sanitarios del mundo real están en pie de alerta y tienen protocolos para evitar que se transforme en una emergencia global.

N. B.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.