Emociones en el sube y baja de la montaña rusa del confinamiento
Miguel Espeche
Si bien la cuarentena ha ido mutando (y nosotros en ella), los estados de ánimo han sido protagonistas importantísimos desde aquel marzo en el que, casi de un día para el otro, nos tuvimos que quedar en casa. “Subiones”, “bajones”, mutaciones repentinas del estado del ánimo… pocas veces el devenir emocional ha sido tan protagónico en la vida diaria como en la actualidad.
Por ejemplo, todos hablan del vívido recuerdo de los sueños. Personas que en general casi ni se percibían como capaces de soñar (sabemos que todos soñamos, pero no siempre recordamos haberlo hecho) se percatan de que lo hacen y, además, los recuerdos de lo soñado perduran en la conciencia con lujo de detalles a lo largo del día. “Tengo unos sueños rarísimos”, dicen, asombrados, desconociendo que los sueños siempre son raros si los comparamos con nuestra lógica diurna, y que lo original de la cuestión es que sean recordados cuando antes no lo eran.
Algunos pensarán que estamos todos un poco locos al sentir así las cosas. Sin embargo, podría decirse que ese fluir anímico es en realidad un signo de cordura y no de patología, ya que estamos más en contacto con nosotros mismos ante la merma de los estímulos externos y, por eso, lo que antes pasaba desapercibido dentro nuestro hoy se hace visible. Como ocurre en la bajante de los ríos, la situación permite que veamos aquello que habita en el lecho de nuestro ánimo.
De allí que, al hablar de las emociones, tenemos en cuenta que estas tienen, siempre, la textura de lo que somos, de nuestra historia y nuestro mapa anímico personalísimo.
La realidad multifacética nos obliga a sintonizar un dial en el que vamos transitando los estados anímicos propios de cada situación. Como si fuera una radio en la que hay muchas estaciones, si sintonizamos con los contagios, los pronósticos nefastos y lo amenazante de la situación, la angustia y el miedo emergen sin piedad. Si lo hacemos con las noticias de que la vacuna de Oxford se viene con todo, será alegría y optimismo. Si leemos que la economía es un desastre (o vivimos ese desastre en carne propia) “pinta bajón“, mientras que si ese dolor de garganta sale como “negativo” de Covid nos alegraremos lo indecible, más allá de que a la vez lamentemos no habernos contagiado, imaginando que sería bueno cursar benignamente la enfermedad y amanecer inmunizados.
Así, en medio del torbellino emocional, el manejo sabio del dial que nos sintoniza con las diversas emociones es importante. La idea es que todo lo que sentimos tiene su lógica, pero es negativo quedarse atascado en alguna perspectiva confundiendo la parte por el todo.
Dicen que en el ojo del huracán hay quietud. Quizás haya que evocar esa imagen para no asustarse del vaivén que, insistimos, no deja de ser normal dada la situación altamente difícil que estamos viviendo. Al fin de cuentas, la montaña rusa sube y baja de manera enloquecida, pero sus rieles son bien cuerdos y no dejan que la cosa se desmadre. Las emociones no son nuestras enemigas, sino que requieren un punto que les de referencia, como un riel, por ejemplo. Por eso, seguiremos sintiendo en clave de sube y baja, los sueños seguirán siendo raros, emergerán ánimos desconocidos dentro nuestro, pero no hay que asustarse.
El autor es psicólogo y psicoterapeuta @Miguelespeche
Una montaña rusa. Así son las emociones que suben y bajan en nuestro interior a lo largo de esta cuarentena surrealista. A la mañana nos sentimos de una forma, al mediodía de otra y al acercarse la noche parecemos personas diferentes, sin contar que, a mitad de nuestro dormir, emergemos también en clave insomne para ver desfilar pensamientos e imágenes que dan vueltas y vueltas, sin que podamos detenerlos.
Una montaña rusa. Así son las emociones que suben y bajan en nuestro interior a lo largo de esta cuarentena surrealista. A la mañana nos sentimos de una forma, al mediodía de otra y al acercarse la noche parecemos personas diferentes, sin contar que, a mitad de nuestro dormir, emergemos también en clave insomne para ver desfilar pensamientos e imágenes que dan vueltas y vueltas, sin que podamos detenerlos.
Si bien la cuarentena ha ido mutando (y nosotros en ella), los estados de ánimo han sido protagonistas importantísimos desde aquel marzo en el que, casi de un día para el otro, nos tuvimos que quedar en casa. “Subiones”, “bajones”, mutaciones repentinas del estado del ánimo… pocas veces el devenir emocional ha sido tan protagónico en la vida diaria como en la actualidad.
Por ejemplo, todos hablan del vívido recuerdo de los sueños. Personas que en general casi ni se percibían como capaces de soñar (sabemos que todos soñamos, pero no siempre recordamos haberlo hecho) se percatan de que lo hacen y, además, los recuerdos de lo soñado perduran en la conciencia con lujo de detalles a lo largo del día. “Tengo unos sueños rarísimos”, dicen, asombrados, desconociendo que los sueños siempre son raros si los comparamos con nuestra lógica diurna, y que lo original de la cuestión es que sean recordados cuando antes no lo eran.
Algunos pensarán que estamos todos un poco locos al sentir así las cosas. Sin embargo, podría decirse que ese fluir anímico es en realidad un signo de cordura y no de patología, ya que estamos más en contacto con nosotros mismos ante la merma de los estímulos externos y, por eso, lo que antes pasaba desapercibido dentro nuestro hoy se hace visible. Como ocurre en la bajante de los ríos, la situación permite que veamos aquello que habita en el lecho de nuestro ánimo.
De allí que, al hablar de las emociones, tenemos en cuenta que estas tienen, siempre, la textura de lo que somos, de nuestra historia y nuestro mapa anímico personalísimo.
La realidad multifacética nos obliga a sintonizar un dial en el que vamos transitando los estados anímicos propios de cada situación. Como si fuera una radio en la que hay muchas estaciones, si sintonizamos con los contagios, los pronósticos nefastos y lo amenazante de la situación, la angustia y el miedo emergen sin piedad. Si lo hacemos con las noticias de que la vacuna de Oxford se viene con todo, será alegría y optimismo. Si leemos que la economía es un desastre (o vivimos ese desastre en carne propia) “pinta bajón“, mientras que si ese dolor de garganta sale como “negativo” de Covid nos alegraremos lo indecible, más allá de que a la vez lamentemos no habernos contagiado, imaginando que sería bueno cursar benignamente la enfermedad y amanecer inmunizados.
Así, en medio del torbellino emocional, el manejo sabio del dial que nos sintoniza con las diversas emociones es importante. La idea es que todo lo que sentimos tiene su lógica, pero es negativo quedarse atascado en alguna perspectiva confundiendo la parte por el todo.
Dicen que en el ojo del huracán hay quietud. Quizás haya que evocar esa imagen para no asustarse del vaivén que, insistimos, no deja de ser normal dada la situación altamente difícil que estamos viviendo. Al fin de cuentas, la montaña rusa sube y baja de manera enloquecida, pero sus rieles son bien cuerdos y no dejan que la cosa se desmadre. Las emociones no son nuestras enemigas, sino que requieren un punto que les de referencia, como un riel, por ejemplo. Por eso, seguiremos sintiendo en clave de sube y baja, los sueños seguirán siendo raros, emergerán ánimos desconocidos dentro nuestro, pero no hay que asustarse.
Nuestro riel puede ser respirar hondo (la respiración siempre nos centra), hacer lo que haya que hacer cada día, y buscar la mejor gente posible para acompañarse, para que el dial no se atasque en la zona oscura. ●
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