¿Por qué la elegimos?
La filósofa norteamericana, una de las pensadoras más relevantes del mundo, se graduó en la Universidad de Nueva York y se doctoró en Harvard, donde luego comenzó a dar clases, para después pasar por los claustros de las universidades de Brown y Oxford, antes de recalar en la Universidad de Chicago. Receptora de múltiples premios y reconocimientos internacionales –entre ellos, 63 doctorados honoris causa de todos los continentes–, Nussbaum escribió docenas de libros, como La fragilidad del bien y Los límites del patriotismo. Observa este cimbronazo sanitario y social como “un tiempo de aprendizaje y resolución” que se debe aprovechar.
Martha Nussbaum: “Ahora todos tenemos un tiempo para pensar que no esperábamos tener; debemos aprovecharlo”
“Esta pandemia es una gran oportunidad para abrir nuestras vidas a las realidades de otros”
“Las soluciones estructurales de largo plazo serán importantes: no solo se requerirán paquetes de rescate, que serán de mucha ayuda, sino un cambio en la política general”
“La filosofía es urgente. Sus preguntas están con nosotros noche y día, y si no les prestamos atención y las estudiamos, es muy probable que respondamos estas preguntas a las apuradas, de una manera indigna de nuestra capacidad de reflexión”
“Esta pandemia es una gran oportunidad para abrir nuestras vidas a las realidades de otros”, invita Martha Nussbaum, una de las pensadoras contemporáneas más respetadas y relevantes del planeta. “Ahora somos conscientes de que triunfaremos o caeremos juntos”, dice desde Chicago, en pleno embate del nuevo coronavirus. Nussbaum sacude, sin embargo, por su calidez. Y por su claridad. “Ahora tenemos un tiempo para pensar que no esperábamos tener; debemos aprovecharlo”, sugiere. Porque “esta crisis podrá ser un tiempo de aprendizaje y resolución”.
¿Aprender y resolver qué? Las dificultades que causará el Covid-19 a su paso, dice Nussbaum. Y en eso la filosofía puede aportar. Mucho. Incluso a adolescentes que, cual lechuzas, se congregan a la medianoche y online.
El palmarés de Nussbaum apabulla, pero también su entereza. Dio clases en las universidades de Harvard, Brown y Oxford, antes de instalarse en la Universidad de Chicago, pero ella prefiere contar cómo se ejercita todas las mañanas. Recibió el Premio Príncipe de Asturias en 2012 –uno entre tantos de su larga colección, además de 63 doctorados honoris causa–, pero le apasiona más mencionar la relevancia de la filosofía en tiempos de pandemia y cuarentena.
¿Por qué? Porque la filosofía, explica en diálogo con la nacion, se plantea “esas preguntas que cualquiera que quiera vivir bien debiera plantearse: “¿Qué es una buena vida? ¿Qué es la justicia hacia los demás? ¿Cuáles son nuestras emociones y cómo pueden facilitar o impedir nuestros esfuerzos por ser buenos?”, enumera.
Con una marcada visión humanista, Nussbaum enseñó Letras Clásicas, para luego centrarse en Ética y Derecho. Las considera vitales para una democracia saludable. Pero se encuentra muy lejos de encuadrar como una académica encerrada en una torre de marfil. Defiende con pasión los derechos de las minorías, de los inmigrantes, las reivindicaciones feministas y el respeto a otras culturas.
Ahora, sin embargo, mientras desliza que escribe un libro sobre los derechos de los animales como una forma de honrar la memoria de su hija que murió en diciembre, a los 47 años, Nussbaum observa el cimbronazo sanitario, político, económico y social que causa la pandemia a su paso.
Dice que “no solo se requerirán paquetes de rescate, que ciertamente serán de mucha ayuda, sino un cambio en la política general”. Para eso vuelve a su eje. “Hay una sensación de urgencia.
Y la filosofía es urgente”. -Para comenzar, permítame recordarle una respuesta suya en una entrevista que concedió al Chicago Tribune en 2018: “Las personas se sienten impotentes con respecto a las cosas importantes y eso las deja abiertas a ser manipuladas políticamente”.
¿Y ahora, entonces? Y le duplico la apuesta y le sumo otro riesgo que usted ha analizado: ¿veremos a partir de esta pandemia mucho más de lo que usted ha definido como el “narcisismo del miedo”?
-Veo ejemplos de ambas posibilidades. Por supuesto que hay un peligro mayor de aislarnos del resto, a medida que el miedo nos hace hiperconscientes de nuestros propios cuerpos y a medida que vemos a la mayoría de nuestros seres amados solo a través de una pantalla, y ni siquiera eso con el resto de la comunidad.
-Veo ejemplos de ambas posibilidades. Por supuesto que hay un peligro mayor de aislarnos del resto, a medida que el miedo nos hace hiperconscientes de nuestros propios cuerpos y a medida que vemos a la mayoría de nuestros seres amados solo a través de una pantalla, y ni siquiera eso con el resto de la comunidad.
Pero, al mismo tiempo, esta pandemia es una gran oportunidad para abrir nuestras vidas a las realidades de otros, y sobre eso se han registrado algunos casos de liderazgos maravillosos, por darle un ejemplo, en mi ciudad y en mi estado [Illinois].
Todos los días recibimos nuevas evidencias sobre el hecho de que los afroamericanos se están enfermando y mueren [por Covid-19] en números mucho mayores que los blancos, y creo que eso finalmente ha permeado en personas que por mucho tiempo han ignorado las quejas de las minorías sobre inequidades en prestaciones sanitarias, vivienda o acceso a una buena nutrición.
El buen periodismo ayudó, también, en hacer que las vidas de otros se tornaran reales para muchos. Pero ahora debemos actuar y eso es más difícil que nunca, con la economía en ruinas y nuestro Estado profundamente endeudado. Nuestra alcaldesa y nuestro gobernador han dado un buen ejemplo. Y conozco a muchas personas que tienen más de lo suficiente y que están haciendo cosas para contribuir al alivio de los hambrientos, para ayudar a los comercios de nuestra comunidad y para apoyar a las entidades culturales y educativas que están en peligro.
-Pero vamos más allá de esta pandemia. ¿Qué ve como escenario posible cuando el Covid-19 quede atrás? ¿Ve una mayor intolerancia en nuestro camino? ¿Sea a los asiáticos o, en términos más amplios, a cualquier extranjero?
-Prefiero no arrojar predicciones. Sería irresponsable de mi parte. Pero sí puedo decirle que espero que mi país [Estados Unidos] finalmente haya entendido que los individuos no pueden desenvolverse sin un gobierno y que no pueden resolver sus problemas por su cuenta. Durante el New Deal, los estadounidenses comprendieron esto, pero esa comprensión se ha desvanecido. Ahora somos conscientes de que triunfaremos o caeremos juntos, así que más vale que sigamos así y actuemos de manera inteligente para resolver nuestros problemas.
-¿Qué responsabilidades tienen los gobiernos y las personas para afrontar las desigualdades que se registran durante la pandemia? ¿Cuáles son nuestras obligaciones, como ciudadanos, hacia los demás?
-Hay obligaciones de corto y largo término. En el corto plazo, todos tenemos la obligación de ayudarnos mutuamente, cualquiera sea nuestra labor: como trabajadores de la salud, donde muchos médicos retirados volvieron al servicio activo para cubrir las necesidades; o como docentes, cuando muchos maestros volvieron a trabajar en grandes números, y por supuesto en nuestras obligaciones como amigos y miembros de familias. Nuestras obligaciones también son financieras: debemos donar dinero, si estamos entre los afortunados que podemos hacerlo, para ayudar a las instituciones en problemas. Por supuesto que estas opciones personales serán de algún modo idiosincráticas y tendremos que confiar en que se equilibrarán razonablemente bien. Pero es por eso que las soluciones estructurales de largo plazo también serán importantes: no solo se requerirán paquetes de rescate, que ciertamente serán de mucha ayuda, sino un cambio en la política general. Debemos garantizarnos que todos tengan seguros médico y de desempleo adecuados, y que los pequeños comercios tengan algún tipo de red de auxilio en tiempos complicados. Así, esta crisis podrá ser un tiempo de aprendizaje y resolución. Ahora todos tenemos un tiempo para pensar que no esperábamos tener. Debemos aprovecharlo. -¿Y los países desarrollados? ¿Qué rol deberían asumir con relación a los países más pobres en medio de este sacudón global? Y, al mismo tiempo, ¿qué rol debería asumir cada país para ayudarse a sí mismo?
-Pero vamos más allá de esta pandemia. ¿Qué ve como escenario posible cuando el Covid-19 quede atrás? ¿Ve una mayor intolerancia en nuestro camino? ¿Sea a los asiáticos o, en términos más amplios, a cualquier extranjero?
-Prefiero no arrojar predicciones. Sería irresponsable de mi parte. Pero sí puedo decirle que espero que mi país [Estados Unidos] finalmente haya entendido que los individuos no pueden desenvolverse sin un gobierno y que no pueden resolver sus problemas por su cuenta. Durante el New Deal, los estadounidenses comprendieron esto, pero esa comprensión se ha desvanecido. Ahora somos conscientes de que triunfaremos o caeremos juntos, así que más vale que sigamos así y actuemos de manera inteligente para resolver nuestros problemas.
-¿Qué responsabilidades tienen los gobiernos y las personas para afrontar las desigualdades que se registran durante la pandemia? ¿Cuáles son nuestras obligaciones, como ciudadanos, hacia los demás?
-Hay obligaciones de corto y largo término. En el corto plazo, todos tenemos la obligación de ayudarnos mutuamente, cualquiera sea nuestra labor: como trabajadores de la salud, donde muchos médicos retirados volvieron al servicio activo para cubrir las necesidades; o como docentes, cuando muchos maestros volvieron a trabajar en grandes números, y por supuesto en nuestras obligaciones como amigos y miembros de familias. Nuestras obligaciones también son financieras: debemos donar dinero, si estamos entre los afortunados que podemos hacerlo, para ayudar a las instituciones en problemas. Por supuesto que estas opciones personales serán de algún modo idiosincráticas y tendremos que confiar en que se equilibrarán razonablemente bien. Pero es por eso que las soluciones estructurales de largo plazo también serán importantes: no solo se requerirán paquetes de rescate, que ciertamente serán de mucha ayuda, sino un cambio en la política general. Debemos garantizarnos que todos tengan seguros médico y de desempleo adecuados, y que los pequeños comercios tengan algún tipo de red de auxilio en tiempos complicados. Así, esta crisis podrá ser un tiempo de aprendizaje y resolución. Ahora todos tenemos un tiempo para pensar que no esperábamos tener. Debemos aprovecharlo. -¿Y los países desarrollados? ¿Qué rol deberían asumir con relación a los países más pobres en medio de este sacudón global? Y, al mismo tiempo, ¿qué rol debería asumir cada país para ayudarse a sí mismo?
-Antes deberíamos responder una pregunta previa: ¿cómo puede un país ayudar a otro sin que termine siendo dominante o paternalista? Solía pensar que los países más ricos estaban obligados a aportar dos puntos porcentuales de sus PBI a países en vías de desarrollo de un modo que no priorizara los caprichos de los países desarrollados que aportaban, sino cediéndoles el control sobre ese dinero a los países pobres para que lo definieran por su cuenta según sus propios procesos democráticos. Pero mi confianza en esa propuesta mermó por el trabajo ganador del premio Nobel Angus Deaton, el gran economista sanitario. Demostró de manera convincente, a través de estudios comparativos, que la ayuda externa rara vez ayuda y muy a menudo es contraproducente. Si un país o región va a desarrollar un buen sistema de salud, necesita la voluntad democrática de votar por las personas y las políticas que lo instrumenten. Porque incluso si el dinero externo no se consume corruptamente, su presencia a menudo debilita la creación de una voluntad democrática a favor de buenas políticas. Así, el consejo descorazonador de Deaton es que solo los ciudadanos pueden resolver los problemas de su país, al menos en el sector de la salud, aunque yo sería menos pesimista en el área de la educación. Podemos contribuir a una infraestructura educativa, al conocimiento y a la transferencia de tecnología de muchas formas, y podemos destinar dinero en nuestras universidades para educar estudiantes de países en desarrollo que asumirán roles de liderazgo en sus países.
-Volvamos a lo suyo. En estos tiempos turbulentos, ¿puede recordarnos por qué considera que la filosofía es más importante que nunca? ¿Por qué deberían los argentinos o los norteamericanos o cualquier otro ciudadano tener hoy presente a Sócrates, por ejemplo? -Porque la filosofía se plantea las grandes preguntas, esas preguntas que cualquiera que quiera vivir bien necesita plantearse: ¿qué es una buena vida? ¿Qué es la justicia hacia los demás? ¿Qué es una sociedad justa? ¿Cuáles son nuestras emociones y cómo pueden facilitar o impedir nuestros esfuerzos por ser buenos? En estos momentos, estoy dando una clase llamada “Emociones, razón y Derecho”, para graduados y posgraduados de Derecho, y nunca he visto un grupo más involucrado en estos temas. Hay una sensación de urgencia. Y la filosofía es [remarca el verbo] urgente. Sus preguntas están con nosotros noche y día, y si no les prestamos atención y las estudiamos -sea en clase o mediante una lectura grupal o leyendo por nuestra cuenta-, es muy probable que respondamos estas grandes preguntas a las apuradas, de una manera indigna de nuestra capacidad de reflexión. Y algo más: ¡la filosofía es divertida! Resulta estimulante preguntarse y debatir las grandes preguntas. Una colega comenzó una discusión grupal informal con todos los estudiantes de grado, acerca de las grandes preguntas, y organiza debates a medianoche, cuando muchos jóvenes están despiertos. El grupo se llama Lechuzas Nocturnas y siempre incluye a dos profesores: ella y un invitado. Usualmente participan unos 250 estudiantes solo por amor a las preguntas y siempre resulta peculiar e impredecible. Ahora, durante esta crisis, no pueden reunirse físicamente en el comedor universitario como suelen hacerlo, pero se conectan y hablan en medio de la noche, y el grupo es más popular hoy que nunca. Quiero decir, cuando estás confinado, ¿qué hay para hacer a medianoche si tenés 18 años? Y de repente puedes hablar como un adulto sobre tu vida y conectar con tus amigos hablando de sus vidas. La filosofía no debería quedar confinada a las universidades, sino que debería haber muchas opciones informales para quienes trabajan. Demasiadas personas están desconectadas de los grandes temas una vez que se ponen a trabajar.
H. A. M.
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